6D de 2020
cierra el ciclo de las instituciones democráticas en Venezuela

En este especial, Runrun.es presenta una línea de tiempo que recorre los hitos políticos que marcaron la agenda de la Asamblea Nacional desde el 6 de diciembre de 2015, cuando 14.385.349 electores -equivalente a 74.17% del padrón electoral-, acudieron a las urnas y confiaron en la institución democrática del voto como herramienta de expresión de voluntad y búsqueda de un cambio político. 

Se trata de una cronología llena de propuestas de cambios para restablecer el equilibrio de Poderes en el país, todas las cuales se encontraron con obstáculos erigidos desde el Gobierno, antes de que siquiera pudiera instalarse el nuevo Parlamento el 5 de enero de 2016. Una tras otra, las leyes de los nuevos diputados fueron encontrando barreras emanadas de un poder Judicial al servicio del Ejecutivo. 

Así como el 6D del 2015 estuvo impregnado por la esperanza de cambio, el evento antidemocrático del 6D de 2020 dejará todos los poderes públicos bajo un único control. Venezuela pasará a tener, ahora formalmente, instituciones sin balances, frenos, contrapesos ni legitimidad de origen. 

De la mano de un selecto grupo de articulistas, los invitamos a recorrer los últimos cinco años de la vida republicana venezolana, tras los cuales, se cierra el ciclo de las instituciones elegidas de manera democrática.

2015

2016

Hipertrofia de expectativas

Oswaldo Ramírez Colina, director de ORC Consultores, analiza el manejo de las expectativas políticas generadas tras la contundente victoria de la Mesa de la Unidad Democrática, el 6D de 2015. A través de un repaso por los últimos cinco años de legislatura, Colina llega a una conclusión: En política, los objetivos nunca se escriben en piedra. Benigno Alarcón Deza, director del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello, se enfoca en un evento medular del 2016 -la suspensión del referendo revocatorio-, para argumentar que el evento del 6D del 2020 profundizará la autocratización en Venezuela.

En política, los objetivos nunca se escriben en piedra

Oswaldo Ramírez Colina

Las elecciones parlamentarias del 2015 representaron la cumbre de un esfuerzo unitario, motivado por la idea de cambio que rondaba en el país. Esa idea de cambio que permitió alcanzar 112 diputados, controlar la Asamblea Nacional e inaugurar una etapa que generaría un cambio de rumbo en la conducción política, es un hito que aún hoy está vigente puesto que esa fue la última elección que brindó legitimidad a un órgano del Estado.

Esas posibilidades de cambio se vieron truncadas con las acciones sistemáticas que lentamente fueron cercenando el poder de la alternativa democrática, neutralizando y reduciendo su margen de acción. Pero también las acciones derivadas de la primera presidencia del Parlamento en 2016, que buscaron generar un pulso propagandístico, hicieron mella en un electorado que podía haber sido conquistado eventualmente para lograr más masa crítica para el cambio político. 

Impulsar las acciones para lograr el referendo revocatorio en 2016, hizo que el trabajo en otros órdenes del Parlamento no fuera realizado con criterios estratégicos. Concentrarse en un objetivo que mantuvo a la población movilizada fue positivo, pero al no lograr el referendo e ir a una negociación, se mermó la credibilidad y el apoyo a los diputados.

En política, los objetivos nunca se escriben en piedra, y si algo ha demostrado una parte importante de los diputados es que a pesar de las acciones del adversario político, el Parlamento ha logrado seguir articulando esfuerzos con ONG, gremios y parte de la sociedad civil, para atender la emergencia humanitaria compleja que comenzó a agravarse en 2018, por efectos de la hiperinflación que arrancó en noviembre del año anterior, pero también como consecuencia de un conjunto de políticas públicas fallidas, diseñadas para destruir el país y controlar a la población desde el Ejecutivo Nacional. 

En esta materia, parte de la Asamblea Nacional realizó acciones importantes para elevar ante sus pares en otros parlamentos y gobiernos del mundo, la cruda realidad por la que atraviesan al menos 6 de cada 10 venezolanos. A través del Parlamento se han documentado y articulado esfuerzos para exponer ante el mundo las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Esto permitió a organizaciones como la ONU entrar al país de la mano de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos.

El levantamiento de una voz única para demostrar que el evento electoral presidencial no podía ser catalogado como una elección libre, justa, transparente y verificable, logró denunciar la ilegitimidad de ese evento y sentó las bases, por medio de una estrategia muy bien articulada por actores que no hacían vida en el Parlamento, para que se reconociera como único órgano legítimo a la Asamblea Nacional electa en diciembre de 2015.  

Evento que terminó ocurriendo en enero de 2019 y que llevó a la población a elevar sus niveles de apoyo a esta institución; apoyo que en otros momentos cayó como consecuencia de acciones quizás poco entendidas, como fueron los intentos de negociación efectuados en República Dominicana, o por medio de la intermediación del Reino de Noruega, o como consecuencia de un conjunto de diputados vendidos al mejor postor para colaborar en que no haya democracia en el país. 

Toda institución y persona pública tienen una imagen que puede generar agrado o desagrado, pero uno de los factores que en ocasiones genera esa desconexión (temporal o permanente), es la asimetría de información: no todo puede ser comunicado cuando se hace estrategia política, y el silencio que se genera lo llena la narrativa impuesta por el torrente comunicacional. Si esa brecha de expectativas no se cierra, o no se conocen los tiempos de ejecución de las acciones políticas, pasa lo que vemos hoy: que el brillo de la Asamblea Nacional ha perdido el esplendor de 2015.

Sin embargo, un conjunto de diputados que para muchas personas pudieran ser anónimos pues no tienen gran exposición mediática, han demostrado un brillante desempeño y han mantenido una moral intachable. A costa de sus propias vidas, se han esforzado para defender la democracia en Venezuela, exponer los delitos de lesa humanidad, conseguir recursos y atender a los compatriotas en situación de vulnerabilidad, dentro y fuera del país. Ellos siguen haciendo una labor encomiable, articulando esfuerzos en muchos terrenos para lograr que cada vez esté más cerca la libertad de Venezuela. He allí parte del legado de la legislatura de la Asamblea Nacional.

El 6D profundizará la autocratización

Benigno Alarcón Deza

A diferencia de lo ocurrido en las parlamentarias de 2015, cuando se realizaron los últimos comicios multipartidistas competitivos en Venezuela, el proceso pautado para este 6 de diciembre se realiza bajo los parámetros de elecciones multipartidistas hegemónicas o no competitivas.

Cuando los autoritarismos competitivos pierden la base de legitimidad que les otorga justamente su competitividad y les permite su relegitimación a través de elecciones, frecuentemente terminan endureciéndose en forma de autocracias electorales hegemónicas. Esto es lo que ha venido sucediendo en Venezuela a partir de la elección parlamentaria de 2015, en la que la oposición logra el control de la Asamblea Nacional, y explica el acelerado deterioro a partir de entonces de las condiciones electorales.

Aunque en este proceso del 6D existe la participación de otras agrupaciones distintas al Partido Socialista Unido de Venezuela que tratan de representar el rol opositor, la mayoría de ellos son organizaciones cooptadas por el gobierno a cambio de participar en la elección, con una evidente desventaja cuando se le compara con el partido de gobierno. De hecho, nadie mínimamente informado, dentro o fuera de Venezuela, cree que alguno de estos partidos tengan el poder, los recursos, y ni tan siquiera la intención de ganar esta elección, lo que produce para el gobierno una situación de equilibrio favorable, razón por la cual promueve la participación.

En estas elecciones, además de haberse inhabilitado e intervenido judicialmente a tres de los principales partidos de oposición (Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular), se estimuló la inscripción de un mayor número de candidatos (alrededor de 14.000) y se aumentó de manera inconstitucional el número de curules de 167 a 277, lo que permitirá al oficialismo otorgar un número importante de curules a quienes participan, manteniendo la mayoría relativa, e incluso posiblemente la calificada de dos tercios, aún en el caso de que una mayoría de los electores votaran contra el partido de gobierno. 

De esta manera, las elecciones parlamentarias de este año en Venezuela son un caso más entre muchos conocidos en el mundo, donde un régimen autoritario busca legitimarse e imponer progresivamente un mayor grado de autocratización a través de una elección hecha a su medida, el deterioro de las condiciones electorales y la fragmentación de la oposición mediante mecanismos de clientelismo político-electoral que se basan en la sustitución de la oposición mayoritaria y la asignación de recursos y cuotas de poder, en este caso en las parlamentarias, pero que continuará con la convocatoria de las elecciones regionales y municipales pautadas para 2021.

Tal como las investigaciones académicas lo han demostrado en otras experiencias internacionales, los diferentes partidos cooptados e incluso actores individuales con cierto nivel de legitimidad, y a veces solo con ambiciones personales, se enfrentan para ganar posiciones que les permitan el acceso a ciertos niveles limitados de poder y recursos, lo que destruye los incentivos para la unidad y dificulta la articulación entre las diferentes organizaciones para construir la capacidad real y necesaria para competir a nivel nacional. 

Los hechos han demostrado a lo largo del tiempo que las asimetrías entre gobierno y oposición reducen proporcionalmente las probabilidades de democratización, por lo que, en circunstancias de desventaja real, la celebración de estas elecciones no competitivas lo que hacen es profundizar la autocratización.

La experiencia demuestra  que cuando ha habido episodios de democratización por vía electoral se ha contado, como factor clave, con la presencia de una oposición unificada, lo que ha implicado un incremento notable de las probabilidades de triunfo, al tiempo de darse un efecto positivo sobre el balance entre los costos de tolerancia y represión. Esto en el sentido de haber obligado a gobiernos autoritarios a abrirse hacia una transición democrática en la medida que la oposición gana fuerza y legitimidad, mientras que los costos de represión, como estrategia gubernamental para mantener el poder, terminan superando, sin margen de duda, los beneficios posibles de la inclusión o tolerancia.

Para quienes han asumido el rol de trabajar por la democracia, una de las más importantes estrategias es la de demandar y alcanzar condiciones que garanticen  elecciones multipartidistas y competitivas. Cuando existen elecciones competitivas que permitan un cierto nivel de incertidumbre sobre el resultado posible derivado de un balance de poder adecuado entre gobierno y oposición, en un escenario caracterizado por bajos costos de tolerancia y elevados costos para mantener el poder mediante el uso de la fuerza, estaremos ante las condiciones necesarias que permitirían una transición a la democracia por vía electoral, lo cual lamentablemente no es el caso en esta oportunidad.

2017

La economía lleva al país al despeñadero

José Virtuoso (S.J.), rector de la Universidad Católica Andrés Bello, reflexiona sobre dos temas que se imbrican en la realidad venezolana desde 2017: la crisis económica y la creciente desinstitucionalización del Estado. En su artículo, Virtuoso argumenta que nuestro gran reto a partir de 2021 será reconstruir la movilización ciudadana. Luis Pedro España, investigador y coordinador de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), aborda el tema social y la debacle económica venezolana desde la perspectiva más pragmática: “Ni siquiera a ellos le conviene este desastre de país”.

Reconstruir la movilización ciudadana 

José Virtuoso

21 años después de la supuesta revolución humanista, autogestionaria y competitiva que planteaba la propuesta de Hugo Chávez, Venezuela se encuentra devastada, sumida  en una grave crisis, de carácter sistémico. 

Entre 2015 y 2019 el país ha perdido el 70% de su producto interno per cápita, situándose a niveles de lo que era en 1950. Solo la inflación de marzo 2019 – 2020  es de 3600%. El nivel de pobreza extrema es cercano al 80%. La pobreza multidimensional alcanza a más de la mitad de las familias. 

Estos números, comenzando por la caída del Producto Interno Bruto colocan a Venezuela entre los países con mayores debacles económicas como resultado de guerras civiles (Liberia, Azerbaiyán, Tayikistán); conflictos étnicos e independentistas (Georgia, Yemen, Ucrania), intervenciones militares (Irán) y conflictos sociopolíticos (Libia y Yemen).

Utilizando los datos de la ENCOVI, ya son varios los años donde Venezuela desde el punto de vista del ingreso familiar es el país más pobre del continente, así como en muchos de sus indicadores sociales, en especial los nutricionales, el país se va comparando más con los países más pobres del mundo. 

La crisis económica y social está acompañada de una profunda desinstitucionalización del Estado. Se perdió el sentido de la ley como máximo referente del orden social y de la confianza en los poderes públicos y sus  representantes para solventar los conflictos políticos. El Estado en Venezuela se ha convertido en lo que muchos denominan un “Estado fallido”, es decir, en una máquina productora de  todo aquello que en teoría debería evitar: abusos, violaciones de derechos, ingobernabilidad, corrupción, etc. 

Toda esta situación ha incido en la destrucción del tejido social. Las relaciones laborales formales se han destruido porque ha colapsado el aparato productivo. La inmigración masiva ha desmembrado a las familias y  se ha convertido en la opción de referencia para las nuevas generaciones. La alta deserción escolar ha vaciado los centros educativos de estudiantes y docentes. La violación sistemática de derechos humanos ha desmovilizado a la sociedad y cercenado el espacio democrático. El miedo y la búsqueda de la sobrevivencia como primera prioridad han llevado al apoliticismo de la población. 

Las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 permitieron recobrar la confianza en el voto como palanca para el cambio a través del ejercicio de la soberanía popular por medio de la participación electoral. Sin embargo, las posteriores citas electorales a las que ha sido convocado el pueblo venezolano han contribuido a minar la confianza en el voto como factor de cambio. 

El resultado es que, al día de hoy, la gente siente que vive en una dictadura que instrumentaliza el voto a su favor y cuando los resultados son adversos los invalida a través de varias maniobras. En consecuencia, también la participación electoral es mirada con profunda desconfianza por parte de las grandes mayorías que buscan el cambio. La sociedad está disgregada, desmovilizada, desmotivada, padeciendo una terrible tragedia social y económica que se agrava cada vez más, sin vínculos de confianza y profundamente polarizada. 

Ante ello es obvio que las fuerzas políticas que propugnan el cambio social y político tienen que revertir este clima. Conectarse nuevamente con las grandes mayorías, ganar su confianza  y recrear nuevas rutas de acción que generen movilización. 

El próximo 5 de enero de 2021, lo que parece más probable es que tendremos una nueva Asamblea Nacional con sobrerrepresentación del oficialismo. Maduro se sentirá victorioso y lo hará sentir. El liderazgo de oposición quedará más debilitado. Toca dibujar desde ya los mecanismos que permitan reconstruir  nuevas instancias para impulsar la activación ciudadana por el cambio. 

Ni siquiera a ellos le conviene este desastre de país

Luis Pedro España

El último lustro coincide con el período de esta AN que contó con el hito en los últimos 25 años de haber tenido las dos terceras partes de representación opositora en la AN. En materia económica es un período de recesión muy agudo, producto de la coincidencia de varias cosas. La primera de ellas es el agotamiento del financiamiento para Venezuela, ya que el boom petrolero fue terminando hacia 2009 y Chávez pudo prolongarlo hasta 2010-11 con el aumento del gasto público. Lo más notable, que es común en estos cinco años, es la caída del 70% de nuestra economía, esa inflación del último año de más de 3600% para colocar a Venezuela en una verdadera situación de destrucción. 

Las rectificaciones vinieron a partir del 2017 y, como suele ser en estos gobiernos, son forzadas por la realidad que los obliga a cambiar; no es un cambio planificado y por lo tanto resulta bastante abrupto y desorganizado. Digamos que tenemos la doctrina del liberalismo más atroz pero conducido por alguien que no cree en eso y por grupos empresariales vinculados al gobierno, que son lo que más o menos dictan la política económica y se favorecen de ella en lo que puedan.

Después del 6 de diciembre vamos a la creación de otro parapeto institucional, que será como el disfraz de decisiones unipersonales basadas únicamente en lo que que cree el Ejecutivo. Hacia adelante lo que viene es que la realidad siga modelando las políticas públicas, y no las políticas públicas que traten de cambiar la realidad. Ese es el rasgo más importante de los últimos años. Cuando pase la pandemia, sea porque termine de distribuirse una vacuna o porque los tratamientos se vuelven más eficientes, pues entonces vamos a volver a tener una oleada de inmigrantes importante, con el agravante de que se multiplicarán esas escenas de devoluciones en caliente y de maltrato a los venezolanos que tratan de salir del país.

No hay ninguna buena noticia hacia adelante, y el país va a depender de que los factores fácticos, tanto económicos como políticos, entiendan que el país es inviable incluso para ellos. Eso podría producir algún tipo de reacomodo político que permita un tipo de restitución de las instituciones democráticas, para ir reconstruyendo el país en un clima digamos de negociaciones, de acuerdos imperfectos. Eso es lo que veo hacia delante. No creo que vaya a ocurrir ningún cambio drástico ni por la vía institucional, constitucional ni extraconstitucional, sino más bien una progresiva conciencia por parte de estos factores fácticos de que ni siquiera a ellos les conviene el desastre de país que contribuyeron a construir.

Escucha a Luis Pedro España

2018

Una disolución por diseño

Elías Pino Iturrieta, historiador y presidente de la Fundación para la Cultura Urbana, hace un análisis sobre la destrucción de la República y como todos hemos presenciado y permitido que eso sucediera. Sin embargo agrega que hay lecciones del pasado que pueden servir e inspirarnos para encontrar una solución. Margarita López Maya, historiadora, hace un repaso de estos cinco años, considerando que desde que la oposición ganó la Asamblea Nacional en diciembre de 2015, se “produjo una planificada disolución de la democracia venezolana”.

¿Sobreviviremos como república, después del 6D?,

Elías Pino Iturrieta

Es una pregunta que no debe responder este historiador, pese a su presencia de opinante en los medios. La Historia es una ciencia del pasado, y ahora conviene buscar el análisis de las ciencias del presente, como la Sociología y  la Politología. Pero, como hago el trabajo en nuestros días y participo con frecuencia en las páginas de opinión, puedo abocetar un híbrido que tal vez tenga sentido.

Lo primero que se me ocurre es recordar que las repúblicas son una creación temporal, es decir, unas fábricas que se adaptan a las circunstancias. Así ha sido, desde tiempos romanos. Así fue a principios del siglo XIX, cuando fundamos la nuestra, y así es otra vez aquí y ahora, cuando hablar de república es tratar de algo que desapareció y debe hacerse de nuevo. Pero lo importante del asunto radica en que, cuando se decide por primera vez el camino, cuando una voluntad predominante escoge el rumbo, no hay manera de clausurarlo. Queda como credo y como obligación.

Como las repúblicas dependen del relevo de las élites por voluntad popular, pudiera pensarse en el 6D como oportunidad estelar para enderezar las cargas. Pero ¿qué pasa con las elecciones cuando la república ha desaparecido? Si no existe el sistema de frenos y contrapesos establecido por los padres fundadores en 1811 y remodelado sucesivamente después, los mecanismos electorales están muertos y enterrados. Las conductas republicanas, entre ellas las electorales, necesitan un domicilio que las guarezca. Si lo segundo se ha derrumbado, lo primero no se puede concretar.

Pero se puede aprovechar la ocasión para levantar de nuevo la residencia. Una empresa realmente difícil, debido a que los protagonistas de la mengua republicana, es decir, nosotros, no solo presenciamos sino también permitimos que la mandarria roja rojita hiciera el trabajo. Por omisión fuimos colaboradores del derrumbe, y ahora no podemos salvar la parte y limpiarnos la cara haciendo fila frente a las urnas para darle una nueva oportunidad al republicanismo. No es un problema de aseo facial, sino de radiografías tortuosas. Es asunto de reconocer que el drama no depende de deplorar la falta de la democracia y la pérdida de la libertad, sino de saber que no son ellas plantas silvestres. Son productos del cuidado y del mimo de una mansión llamada república, que hemos llevado entre todos hacia el cementerio.

Es cuestión, en suma, de no poner la carreta delante del caballo, pero quizá hayamos olvidado que es esa la manera adecuada de viajar. Especialmente los líderes de la oposición, a quienes no parece que les importaran los periplos de profundidad en cuyo transcurso descubrirían que están confundiendo el rábano con las hojas. Para ser criaturas del republicanismo deben saber exactamente con qué se come eso, una pretensión de difícil asidero si no conocen ni el contenido ni el origen del menú. Ciertamente importa que marchen unidos hacia una meta, pero de nada sirve la formación de un equipo sólido y estable si no es capaz de trazar el itinerario adecuado a las circunstancias.

Observaciones todas hechas desde el presente como opinante habitual, aunque también desde el pupitre de la deformación profesional. Mas si se busca solamente el parecer del historiador, este tendrá que decirles que no ha sido solo la de hoy una época perdida para la república. Las ha habido peores o parecidas como gotas de agua, como cuando gobernaron los hermanos Monagas o el Taita Crespo, o  Castro o Gómez, o Pérez Jiménez. Pero en tales horas de oscuridad y vergüenza la república encontró el derrotero de la recuperación.

Cuando se buscan lecciones del pasado, hay muchas que pueden aprovechar los políticos de hoy que han llamado a la abstención y todos los que no vamos a votar pensando en lo inmediato, pero sin ideas claras sobre el porvenir. De momento conviene recordar que nuestros antecesores salieron del agujero, y que podemos inspirarnos en ellos. Para eso sirve la historia.

La disolución planificada de la democracia venezolana

Margarita López Maya

No tenemos democracia. En Venezuela no hay Estado de derecho, no impera la ley, los poderes públicos no están en manos de la soberanía popular sino en manos de un dictador. Eso sucedió durante este período legislativo. Prácticamente, desde el momento en que la oposición ganó las elecciones de diciembre de 2015 se produjo una planificada disolución de la democracia venezolana.

Estos cinco años fueron de mucha violencia y confrontación política. Esa violencia que se vivió dentro de la sede del Hemiciclo, incluso con disparos y heridos, no se había visto en Venezuela, salvo en dos o tres eventos puntuales del siglo XIX. Eso es una cosa que atraviesa todos los años con algunos picos.

Cada período de estos cinco años tiene unas características particulares. En el primer año, con la presidencia de Henry Ramos Allup, se intentó legislar; pero todas las leyes fueron anuladas por el TSJ. Fue un año de mucha confrontación entre la Asamblea Nacional y el gobierno de Nicolás Maduro. 

Ante esta confrontación y esta violencia se convoca al referendo revocatorio y va a ser suspendido también por unas decisiones de tribunales de menor importancia, que no tienen ninguna atribución para meterse en procesos electorales. 

Al suspender ese dispositivo constitucional, prácticamente es el momento en que empieza la dictadura, porque si no dejas a la soberanía popular resolver el impasse, has herido de muerte a la democracia. La democracia es la voluntad popular. Ella es la que dictamina, en última instancia, quiénes son los que tienen derecho a mandar.

En 2017 entra Julio Borges en la presidencia, en un contexto de mucha confrontación polarizada, y Maduro anunció varias veces que la Asamblea Nacional estaba en proceso de disolverse. Lo relevante en este período es la protesta de calle, luego de la publicación de las sentencias 155 y 156 del TSJ, que pasa las atribuciones de la AN al TSJ y eso prendió las alarmas de la comunidad internacional. Además se produjo la disidencia de la fiscal general, Luisa Ortega Díaz.

En la segunda mitad de ese año, Borges y la oposición comienzan una estrategia, que va a perdurar hasta hoy, que es la de mirar hacia el exterior y tratar de tejer una buena conexión con aliados y socios internacionales que presionen desde afuera para lograr la restitución de la democracia en Venezuela. 

Luego, en 2018, con la presidencia de Omar Barboza, se vuelve a la idea de legislar, pero no de pasar por el TSJ, sino tratar de prepararse para cuando caiga la dictadura. Hay un esfuerzo importante por dilucidar cuál será la estrategia a partir de enero del 2019, cuando efectivamente Maduro deja de ser el presidente constitucional porque las elecciones de mayo de 2018 no cumplieron los requisitos constitucionales.

En 2019 la famosa estrategia de los tres objetivos de Juan Guaidó parecía que iba a dar fruto; la gente lo apoyó en la calle, pero se fue agotando no solo por la represión atroz del gobierno de Maduro, sino también por torpezas y malos cálculos del gobierno del presidente interino. 

Guaidó intentó volver a calentar la calle en el momento que se produjo la pandemia y se quedó desmovilizado. Además quedó más debilitado por no haber hecho prosperar la estrategia; no necesariamente porque fuera mala, pero las condiciones en las cuales se desarrolló la debilitaron y también hubo indudablemente tropiezos de la estrategia que terminaron por hacerla fracasar.

En este momento estamos en una gran tensión, porque el gobierno interino de Juan Guaidó decidió no ir a estas elecciones parlamentarias, con lo cual desmovilizó cualquier plan. Lo único que lanzó como estrategia ha sido la consulta popular. Algunos grupos dicen que no entienden cuál es el sentido de esa estrategia, otros alegan que es lo mismo que se pidió hace dos años y nunca se hizo nada con eso. 

Con el cese de esta Asamblea Nacional en diciembre estaríamos cerrando un ciclo de la lucha democrática en Venezuela, de la cual los partidos políticos que tuvieron una representación medianamente importante de la población venezolana se han debilitado tremendamente. 

Hay que repensar, ser creativos. Pensar más en la gente que está sufriendo y dónde se pueden hacer acuerdos políticos, porque las fuerzas democráticas están muy debilitadas para incluso llamar a una mesa de negociación en este momento.

Tenemos que reflexionar como sociedad que ha fracasado rotundamente en nuestra capacidad de convivir. Es el momento de reconocer ese fracaso para para poder salir de una situación conflictiva en paz, a través de acuerdo político que nos permita convivir en la diferencia.

2019

La hegemonía comunicacional que nadie creía

Mariela Torrealba, directora académica de Medianálisis, recuerda que instaurar una hegemonía comunicacional fue intencional y que el desmantelamiento de los medios de comunicación se acentuó de manera notable en 2014. Por eso se pregunta qué país tendríamos hoy si la gente supiera. “Eso es un elemento que es muy importante porque un pueblo adecuadamente informado, toma decisiones en consecuencia”. El periodista Sebastián de la Nuez considera que la falta de medios de comunicación independientes debilitó la capacidad de acción de la Asamblea Nacional. Además señaló que el Estado se comporta abusivamente y considera a la prensa crítica, que investiga y contrasta como un enemigo.

Mensajes hacia el ombligo

Mariela Torrealba

El desmantelamiento del sistema de medios independientes se acentuó de manera notable desde 2014. Allí se intensificó la compra de medios, con la cooptación y procesos de autocensura que se han dado sobre todo en las radios de provincias donde han venido desapareciendo los noticieros, sustituidos con programación de variedad y música. 

¿Qué Venezuela tendríamos hoy si la gente supiera? Eso es un elemento que es muy importante porque un pueblo adecuadamente informado, un ciudadano adecuadamente informado, toma decisiones en consecuencia. Hay que admitir que la Asamblea Nacional cometió muchos errores; hizo ofertas que poco tenían que ver con las necesidades reales de la población y quizás fuera otro su desempeño de haber tenido respuesta de la ciudadanía. Pero estaban de alguna manera lanzando mensajes hacia su ombligo.

En términos de gestión, el vacío de información es muy grave, porque el ecosistema informativo de un país, que va de los medios hacia la población, también permite que de la población surjan respuestas hacia su liderazgo, hacia sus instituciones. En Venezuela no hemos tenido ni el uno ni el otro sino de manera azarosa. Vemos por ejemplo que hay muchas protestas, pero no manifestaciones orgánicas canalizadas por los sectores sino que son propuestas aisladas frente a la necesidad real. 

Eso tiene que ver con el desmantelamiento del sistema de medios independientes que incide en el funcionamiento total del ecosistema, es decir, hay una información a través de los medios que va del liderazgo hacia la población. Pero hay una información de la población que va hacia el liderazgo y sus instituciones que pudiera generar mejores respuestas públicas. Al cortarse ese nodo tenemos que la población venezolana informada es solo el millón y medio de personas que ha seguido en Twitter, pero que además hacen vida con sus pares, con sus similares, con aquellos con los cuales coinciden, que es el gran drama de las redes y no de los medios públicos privados que circulan en una sociedad.

La gestión institucional depende de ese corretaje de demandas públicas y respuestas institucionales, las cuales solo son posibles en un mecanismo donde la información fluya entre los distintos sectores para que unos puedan hacer demandas y otros formular respuestas. Al no haber un sistema de información pública, no hay salidas.

Fue intencional instaurar una hegemonía comunicacional. El desmantelamiento de la industria de medios impresos responde a un plan muy bien confeccionado por el poder a través de la Organización Maneiro. Nuestros medios no saltaron a las plataformas digitales porque llegamos al siglo XXI ni porque siguieron las tendencias del periodismo mundial. Simplemente lo hicieron porque no tenían otra alternativa. Y en el camino fallecieron muchos.

El trabajo que no llega

Sebastián de la Nuez

La última edición de la única revista especializada en Venezuela en los procesos y dinámicas comunicacionales (Comunicación, del Centro Gumilla) trae los datos del Informe Sombra, un programa en el que confluyen al menos diez organizaciones especializadas en América Latina en el tema de la libertad de expresión: las alertas por discursos estigmatizantes crecieron casi mil por ciento en Venezuela; las agresiones y ataques a representantes de medios de comunicación crecieron 473%. Las detenciones arbitrarias en 213%.

En Venezuela el Estado se comporta abusivamente, con contumacia, contra quienes considera sus enemigos. La prensa independiente, crítica, la que investiga, contrasta y denuncia, es considerada de ese modo: un enemigo al que hay que aniquilar, sojuzgar o, por lo menos, mantener en el amedrentamiento.

El aparato estatal venezolano, con Nicolás Maduro a la cabeza, practica la desinformación y la censura. Miente sistemáticamente. Y sus operaciones, en cualquier ámbito, son opacas. Desde que asumió la Presidencia, el señor Maduro se ha ocupado, bajo el consejo de sus asesores cubanos y con el apoyo de negociadores gubernamentales, de cambiar los gestores de medios que tradicionalmente jugaban un papel de equilibrio frente a la “hegemonía comunicacional” gubernamental. Los casos de Globovisión, entre los medios televisivos, y de El Universal y Últimas Noticias, en la prensa escrita, resultan emblemáticos

La historia no ofrece muchas variaciones, en realidad, desde que comenzó el régimen chavista en 1999. Solo que desde 2013 las cosas se hacen de una manera más cruda, con desparpajo. Se violan los DD. HH. con desparpajo; se viola el derecho de las personas a estar debidamente informadas así como otros derechos fundamentales. Lo han dicho hasta los organismos internacionales de mayor prestigio.

En medio de ese panorama, ante ese juego tácito impuesto desde el poder de las armas, es imposible que una Asamblea Nacional plural, democrática, de mayoría opositora, pueda hacer su trabajo. Y su trabajo, tal vez el 50% de su trabajo, es explicarle a la gente lo que hace por su bien. Sencillamente, la intención legislativa a favor de las grandes mayorías no llega al pueblo; no hay conexión, es como si los cables estuviesen cortados. Claro que existe el boca a boca. Claro que existen las redes sociales. Claro que al régimen se le escapa uno que otro vocero independiente que puede hacer llegar su mensaje a los barrios, al interior. Pero serán siempre pequeños logros pasajeros; al mapa del millón de kilómetros cuadrados lo que llegará serán fragmentos aislados, propuestas descontextualizadas (o que el Estado opresor va a minimizar, o a boicotear).

El poder difuso de los grandes medios tradicionales, hoy en día y a pesar de los avances tecnológicos, sigue siendo fundamental; y esos grandes medios están hoy socavados, amedrentados, eliminados o amaestrados por los dólares o por el chantaje y la amenaza.

¿Qué puede hacer una Asamblea Nacional, bajo estas circunstancias, que quiere hacer llegar sus mensajes al pueblo llano, al ciudadano de a pie? Tiene que trabajar el doble o el triple para superar los escollos y las trampas. Y todavía así, es muy difícil.

2020

Sumar voluntades

La politóloga Maryhen Jiménez nos da una mirada de lo que pudiera hacer la oposición y la sociedad, para encontrar soluciones a la crisis. Pensar en una nueva coordinación estratégica que vaya más allá de los partidos políticos, que permita sumar voluntades, es uno de los puntos que destaca, además de establecer una narrativa con lo cual los sectores aislados y marginalizados se puedan ver. “Cuando vas a conquistar voluntades, cuando vas a ir al barrio a hacer el esfuerzo enorme que se requiere, debes ofrecer un poco más; tienes que ofrecer un sueño, una visión del país distinta”.

Una nueva narrativa

Maryhen Jiménez

Pasaron cinco años y es un período lo suficientemente amplio como para hacer un análisis de qué funcionó y qué no, partiendo de la base de que predecir es imposible y que las transiciones a la democracia también son imposibles de diseñar de manera exacta.

Pueden suceder cosas inesperadas que faciliten un descontento social o alguna ruptura en la coalición dominante o incluso intervenciones más directas por parte de otros países, aunque eso no parece ser el caso en nuestro país. Aun cuando hay patrones que se han estudiado en otros casos que pueden contribuir a la construcción de una salida, es difícil controlarla o diseñarla a la perfección; pero sí hay estrategias o rutas que se han tomado y que son importantes, porque en algún momento se avanzó muchísimo y se acercó a un posible cambio.

La oposición venezolana, sobre todo en los años 2012, 2013 y 2015, tuvo un proceso de aprendizaje importante de errores anteriores. Se coordinó de manera estratégica, se mantuvo unida por mucho tiempo e intentó darle también al país una propuesta distinta. Eso también ayudó a facilitar ese apoyo a la oposición en el 2015.

Si no hubiese habido una oposición viable, como en ese momento, nadie habría podido capitalizar ese descontento popular. Hay que resaltar el valor de la Mesa de la Unidad Democrática, porque fue una etapa en la política venezolana en la cual las aspiraciones personales pudieron controlarse, se pudo trabajar más en equipo, de una manera más técnica.

Le daba de alguna forma una dirección y  también se comunicaba a la población que había un compromiso con esa ruta unitaria y, como vemos en el tiempo, los venezolanos apoyaron esos sacrificios que se hizo de la presencia política. 

Para poder hacer una construcción de una nueva democracia, es importante vencer la fragmentación que vemos hoy en día. Sin duda, una fragmentación resultante de la represión por parte del Estado, de la persecución sistemática.

También hay elementos de cooptación importantes por parte del gobierno de algunos sectores opositores, eso divide al campo partidista. Quizás es la hora de pensar en una nueva coordinación estratégica que vaya más allá de los partidos políticos, una que permita sumar voluntades que no se han logrado cautivar. Hay que ir pensando más allá de los sectores tradicionalmente opositores, aunque suene complicado. 

Me refiero a un sector del chavismo disidente -como ellos se llaman-, liderazgos de base, sociales, sectores económicos, religiosos. Se tendría que buscar un apoyo por parte de los partidos en aquella sociedad civil autónoma que tengan capacidad de movilizar.

Lo que importa sumar ahora son aquellos que no están en la base, porque de esa forma se podrán ganar otros sectores de la población que quizás no se veían reflejados en la propuesta que se adelanta. Hay que identificar nuevos actores y proponer posibles alianzas estratégicas para movilizar y organizar ese movimiento social pro democracia.

Por otro lado, una nueva narrativa; esto está cada día más vigente. El discurso de la oposición aún mantiene una identificación negativa, es decir, antichavismo. No queda claro qué es lo que se ofrece. Al estudiar la consulta popular, si vemos con detenimiento las preguntas que se hacen, no queda claro cuál es la visión alternativa del país.

Para poder dar esperanza, para sumar, se tiene que crear una narrativa con la cual los sectores populares, los sectores aislados y marginalizados puedan encontrarse, se puedan ver.

Se necesita un diagnóstico de la situación país, incorporando los elementos que están ahí: la desigualdad, la pobreza, e ir más allá del diagnóstico, porque la gente lo vive todos los días. 

Cuando vas a conquistar voluntades, cuando vas a ir al barrio a hacer el esfuerzo enorme que se requiere, debes ofrecer un poco más; tienes que ofrecer un sueño, una visión del país distinta. Eso solamente se logrará con una colaboración más amplia. La Venezuela del futuro, que no sabemos cuál será o cuándo podrá ser, tiene que entenderse más allá de los partidos políticos.

Es muy importante tener partidos fuertes en democracia, pero también es importante animar a la población a hacer política ciudadana, a participar en el diseño de su día a día y en la confección de políticas públicas  a través de diferentes mecanismos de participación.

Tenemos que repensar la forma de hacer política en Venezuela y que sectores no partidistas puedan ser parte del proceso de cambio. Porque ahí está la clave: sumar voluntades.

Director: Nelson Eduardo Bocaranda
Directora de Proyectos: Carmen Riera
Coordinadora de Investigación: Lisseth Boon
Coordinador de redacción: Luis Ernesto Blanco

6D de 2020 cierra el ciclo de las instituciones democráticas en Venezuela
Coordinación editorial:
Gitanjali Wolfermann, Sarai Coscojuela y Luis Ernesto Blanco
Edición: Nilda Silva y Luis Ernesto Blanco
Cronología: Sarai Coscojuela y Gitanjali Wolfermann
Montaje: Carmen Riera