

En las costas que separan Güiria y Trinidad y Tobago navegan testimonios de mujeres que desaparecieron o murieron en el mar, en medio de la migración forzada y el tráfico de personas. Y de mujeres que quedaron en tierra firme, en el naufragio del dolor y la pérdida.
Esta investigación reúne las historias de Unyerlin, Dielimar y Fiannelys, tres venezolanas que partieron desde Güiria, pero jamás llegaron a su destino; y de sus dolientes, que siguen soñando cómo sería la vida con ellas.
Amarilis Velasquez junto a su nieta Xavielys frente a su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
Amarilis Velasquez junto a su nieta Xavielys frente a su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
Texto: Nayrobis Rodríguez
Fotos de Danielly Rodríguez
Una vez al año Amarilis canta. Cada 14 de septiembre se levanta a las cuatro de la mañana, enciende una vela y, en el medio de la sala de su casa, a viva voz, entona el cumpleaños feliz para su hija Unyerlin. Pero ella ya no la escucha, ya no está. Desapareció en el mar.
En su pequeña vivienda ya no quedan rastros de su hija. La estructura de bloques y techo de zinc, está ubicada en una barriada de calles de tierra en Cumaná -la capital del estado Sucre, al nororiente de Venezuela- Allí ya no hay prendas de vestir, ni retratos de la joven. Pero su recuerdo arropa todo.
Casa en donde vivía Amarilis junto a su hija Unyerlin Vasquez en Cumaná, estado Sucre, Venezuela.17 de noviembre de 2024.
Casa en donde vivía Amarilis junto a su hija Unyerlin Vasquez en Cumaná, estado Sucre, Venezuela.17 de noviembre de 2024.
Unyerlin Velásquez tenía solo 16 años de edad cuando zarpó junto a otras personas en un pequeño bote pesquero de madera llamado Jhonaili José . Era martes, 23 de abril de 2019. Partían desde el puerto de Güiria, un poblado costero de Sucre, con destino a Trinidad y Tobago.
En promedio, una embarcación tarda cuatro horas y 45 minutos en recorrer los 137 kilómetros que separan el último rincón de Sucre, hasta la isla antillana.
Es una distancia que no cuenta la travesía física y emocional que implica para las mujeres, en su mayoría jóvenes o adolescentes, atravesar esta frontera, forzadas por circunstancias como el hambre y la falta de oportunidades. A menudo, atrapadas en redes de tráfico de personas, en su mayoría con fines de explotación sexual, se arriesgan a morir o desaparecer en altamar.
Esa distancia tampoco cuenta lo que viven las que se quedan, llevando el peso de un duelo por perder a los suyos, mientras siguen lidiando con el mismo entorno hostil.
El pueblo está rodeado de aguas intensas, tiene una actividad comercial constante y bulliciosa; también tiene amplias calles cuyas casas, en su mayoría fueron diseñadas bajo la arquitectura antillana, con puertas altas, largos pasillos y grandes ventanas para enfrentar las inclemencias del calor.
En esencia es un lugar colorido, aunque tiene grietas labradas a pulso por la pobreza, el crimen y la pérdida de personas en altamar, ya que ha sido escenario de una serie de tragedias ligadas a la pobreza.
Los viajes clandestinos desde Güiria no son nuevos y, en el fondo, todos tienen un mismo origen: el hambre.
Los naufragios tampoco son ya una novedad, sino una realidad presente que lacera familias y que moldea a la sociedad. El pueblo se convirtió en puerta de salida para la migración irregular, no solo de los nativos sino de personas de todas partes del país.
El naufragio del peñero Jhonaili José en el que iba Unyerlin, fue el primero en aparecer en medios de comunicación. Unas 38 personas iban a bordo, ocho lograron sobrevivir y 29 siguen desaparecidas desde hace seis años. El cadáver de Dielimar, otra adolescente de 16, fue el único que devolvió el mar.
Amarilis muestra una fotografía de su hija desaparecida Unyerlin del Valle Vasquez Velasquez, en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024
Amarilis muestra una fotografía de su hija desaparecida Unyerlin del Valle Vasquez Velasquez, en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024
Playa de Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Playa de Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Unyerlin desapareció en la rebeldía del mar
Desde hace seis años ella se convirtió en una ausencia que duele, justo desde esa noche en la que se fue de casa junto a una amiga y su prima Omarlys, llevando solo lo que tenía puesto.
El 24 de abril de 2019, una llamada ocasionó un tsunami de lágrimas en su casa. Una voz desconocida le dijo a Amarilis, que mientras intentaba llegar a Trinidad y Tobago en una embarcación precaria y en medio de la noche, el bote zozobró y su hija se ahogó.
Diez días antes, sus familiares la vieron por última vez. Poco antes de las diez de la noche de ese domingo, había llegado a su casa con una amiga.
–Se llama Luisannys y estudia conmigo– dijo.
Sin sospechar lo que se avecinaba, su mamá le pidió que se acostara a dormir.
El plan de ambas era irse a Trinidad y Tobago con Héctor, un hombre que conocieron unas semanas antes en una de las fiestas a las que solía ir Unyerlin. Él también naufragó y desapareció, y con él las respuestas que seis años después aún busca Amarilis.
A Unyerlin Vélasquez la recuerdan alegre y extrovertida en su uniforme de bachillerato. Pero también como una jovencita de carácter explosivo que podía pelear durante horas con su hermana y proteger a su sobrina, para ese entonces de tres años de edad, de los regaños por travesuras.
–Le gustaba comer. Dormía hasta tarde. Su vida era normal, iba al liceo, estaba con sus amigas, le gustaba también salir e ir a fiestas. A veces se me desaparecía dos días y yo iba a buscarla y la encontraba en casa de sus amigas. “Mamá, yo siempre vuelvo”, me decía cuando la regañaba- recuerda su madre.
Pero esta vez no volvió.
Como madre soltera, Amarilis trabajaba para darle lo que podía. En medio de carencias, tenía lo básico para vivir: algo de comida en la mesa, ropa y calzado de acuerdo con las posibilidades y acceso a educación pública.
Algunas amigas, incluyendo a su prima, sabían del plan de irse a Trinidad y Tobago. Días antes, en una fiesta en Bebedero –una barriada que para ese momento tenía fama de peligrosa por los altos índices de criminalidad- conoció a María y a Héctor.
Los testimonios apuntan a que fue María, una joven que no pasaba de los 20 de edad, quien les presentó a Héctor y juntos les ofrecieron a las adolescentes irse a Trinidad y Tobago con la promesa de mejorar su calidad de vida.
Allá podrían acceder a todo lo que no podían tener por las condiciones económicas de sus familias: ropa, calzado, comida en abundancia y dinero en dólares para ella y para los suyos.
Desde la Playa La Salina, pueblo próximo a Güiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024. Desde este pueblo zarpan también embarcaciones clandestinas con destino a Trinidad y Tobago.
Desde la Playa La Salina, pueblo próximo a Güiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024. Desde este pueblo zarpan también embarcaciones clandestinas con destino a Trinidad y Tobago.
El primer paso era irse a Güiria, allí estarían en una vivienda mientras se terminaba de organizar el viaje. Unyerlin, Omarlys y Luisanny pernoctaron nueve días en la casa de Héctor, conocido en el pueblo con el apodo de Tico. Él era de Güiria y poco antes del naufragio había culminado unos cursos para optar por un empleo en Petróleos de Venezuela S.A (Pdvsa).
En esa casa, una vivienda familiar y desgastada, amplia, de varias habitaciones y con un patio grande, situada en una barriada conocida como Calle Boyacá, estuvieron en una habitación junto con otras muchachas que también se embarcarían hacia la isla antillana.
Había cinco jóvenes en total, tres de ellas menores de edad. Tico se encargaba de darles comida, ropa y también las llevaba a fiestas en el pueblo.
En 2019, Eloaiza Torres, una de las hermanas de Tico, aseguró en una entrevista realizada una semana después del naufragio, que él solo “hizo un favor a María” cuando recibió a las adolescentes en su casa.
Esa tarde en la que decidió hablar, Eloaiza evitaba sostener la mirada, sus ojos se enfocaban en el piso, volteaba el rostro, acariciaba sus rodillas con las manos, como quien habla queriendo evadir la conversación.
–A él lo llamó una amiga que él conoció en una fiesta, una tal María. Le dijo: “Mira, Tico, para allá van unas amigas mías que van para Trinidad. Para ver si les puedes dar el apoyo de quedarse unos días en tu casa, hasta que llegue el bote que las va a llevar”, y él no vio problemas en eso- dijo la hermana en lo que parecía un intento de desligarlo de la presunta red de trata de personas.
Pero los rumores en el vecindario eran fuertes. Muchos apuntaban a que las jóvenes estuvieron en esa casa en contra de su voluntad, aunque la familia Torres, quienes convivieron por última vez con las adolescentes, desmintieron esto una y otra vez.
–No pueden decir que estaban secuestradas. A ellas se les prestaba teléfono para que llamaran, ellas salían a fiestas. Una vez fui con ellas a la playa – contó Eloaiza en esa oportunidad. También aseguró que los familiares de las jovencitas sabían que viajarían a Trinidad. Dijo que eran ellas quienes llamaban a la isla para solicitar información del viaje, y que Héctor había accedido a ir con ellas para “comprar comida” que luego su hermana revendería en el pueblo.
–Él sólo aprovechó que había un bote en el que no pagaría pasaje. Yo le pedí que fuera a comprarme harina de trigo, porque yo la revendía a las panaderías aquí. Pero él no quería ir.
Sin embargo, ese día ella no supo explicar el por qué su familia se encargaba de darles comida y dotarlas de ropa y calzado. Ni tampoco de dónde salió el dinero para cubrir los gastos que ocasionó tener personas adicionales en una vivienda grande, pero en condiciones de pobreza, con las paredes envejecidas y sucias, y muebles deteriorados por el uso y los años.
En esa casa vieron a Unyerlin por última vez el 23 de abril a las ocho de la noche, hora en la que salieron de allí para embarcarse en el Jhonaili José desde Muelle del Medio.
–Antes de que zarpara el bote, estaban llegando las chicas que se irían a Trinidad. En total habían 25 mujeres. Salieron al mar como a las diez de la noche y se rumora que el capitán fue recogiendo personas en todos los puertos hasta llegar a Macuro- contó Eloaiza.
Agregó que el capitán, conocido como Julio Carrión y quien fue uno de los nueve sobrevivientes, pasó por varios muelles. Los primeros fueron El Faro y Las Salinas, allí subieron al bote un lote de cobre, limón, tamarindo y embarcaron a varias personas más.
–De allí fueron a Macuro, montaron a nueve adolescentes más. A las dos de la tarde del otro día me dicen que no llegaron a Trinidad, que se escucha el rumor de que el bote se volteó y no aparecen. Cuando trajeron a las primeras rescatadas, ellas dijeron que unos murieron al instante y que otros sobrevivieron porque se montaron en pimpinas donde transportaban gasolina– narró la hermana de Héctor.
Las sobrevivientes le habrían contado a Eloaiza que su hermano les ayudó a amarrarse a pimpinas para sobrevivir. Le dijeron que después de eso, se tocó el pecho, se hundió y no apareció más. Él era paciente cardiaco.
Otra versión que escuchó dice que después del naufragio llegaron botes procedentes de Trinidad y recogieron a la mayor cantidad de personas que pudieron.
–No nos explicamos cómo 28 personas no aparecieron. Ni un cuerpo, ni ropa, ni maletas. No aparecieron ni las pimpinas donde estaban montadas– destacó.
Las autoridades venezolanas tampoco dan explicaciones ni avances sobre las investigaciones oficiales. Las respuestas también naufragaron en un mar de incertidumbre. Lo último que supo Amarilis, la mamá de Unyerlin, es que María, aquella mujer con la que se fue su hija antes del naufragio, fue arrestada por seis meses, luego salió en libertad y emigró.
Mientras tanto, el recuerdo de la joven sigue naufragando en el estrecho de Boca Dragón donde se dividen las aguas de Güiria y Trinidad y Tobago, y donde las aguas son tan turbulentas y saladas como las lágrimas que aún derraman por ella.
El limbo de Amarilis
Retrato de Amarilis Velásquez, madre de Unyerlin del Valle Vásquez Velásquez en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024
Retrato de Amarilis Velásquez, madre de Unyerlin del Valle Vásquez Velásquez en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024
El día que la embarcación zozobró también empezó el naufragio en el alma de Amarilis Velásquez que no la abandona ni un minuto.
Ella tiene 49 años. Es una mujer alta, robusta, de piel clara y de largos cabellos negros, tiene una voz triste y una mirada en la que se nota la soledad de la lágrima fácil. No puede evitar hablar de su hija entre sollozos.
-A veces quiero colgar los guantes, pero pienso en el rostro de mi Unye y me digo ¡No! y me pongo a orar, orar y orar- dice.
No solo el mar es un limbo.
Amarilis está sumergida en un limbo. Desde 2019 busca respuestas. No las tuvo en las horas posteriores al naufragio, cuando las autoridades venezolanas tardaron en iniciar la búsqueda de la embarcación y fueron los pescadores de la localidad, ayudados por una angustiada comunidad que hizo lo posible por dotarles de alimentos y gasolina, quienes encontraron a los sobrevivientes.
Y es que, aunque el informe de la Organización Nacional de Salvamento y Seguridad Marítima (ONSA) especificó que la Guardia Costera inició las labores de búsqueda pocas horas después de que las autoridades locales recibieran notificación del accidente marítimo, las malas condiciones de las embarcaciones oficiales y la escasez de combustible limitaron sus acciones.
De hecho, no fue sino hasta el 27 de abril, cuatro días después del naufragio, que las autoridades dispusieron de un helicóptero y una avioneta para buscar desaparecidos o víctimas en altamar. Esa búsqueda solo duró un día, ya que desde la alcaldía del pueblo informaron que el uso del helicóptero sumaba un costo de ocho mil dólares por día y no había quién pudiera pagar esa suma de dinero.
La noche del martes, 14 de abril, cuando Unyerlin se fue de su casa, no llevaba nada más que la ropa que vestía en ese momento. Otras veces había salido de fiesta y tardaba hasta un par de días en llegar o el tiempo que le tomara a Amarilis encontrarla en casa de amigas. Pero esa noche le dijo que se fuera a dormir y a la mañana siguiente no la encontró. Nadie supo decirle dónde estaba. El recuerdo de la última vez que escuchó su voz la llena de angustia.
La que era la habitación de Unyerlin cuando vivía junto a su madre Amarilis en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
La que era la habitación de Unyerlin cuando vivía junto a su madre Amarilis en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
–Me llamó por teléfono. Le dije que necesitaba que regresara y me respondió que no me mortificara, que ella regresaba dentro de tres meses y que estaba tranquila, en una casa de playa– cuenta.
Más adelante, otra llamada cambiaría el curso de su vida. Aquella en la que le informaban del naufragio donde iba su hija. Lo que siguió después ha sido una historia que se repite en círculos. Llorar, sumergirse en una tristeza infinita, pedir ayuda a las instituciones del Estado y no obtener respuesta alguna.
Amarilis forma parte de un grupo de familiares de desaparecidos que se organizaron en 2019, poco después del naufragio, para exigir a las autoridades venezolanas una investigación, una búsqueda, algo que les haga calmar el dolor de la pérdida inconclusa, que les traiga de vuelta el amor que se fue en el mar.
La primera denuncia sobre la desaparición de su hija la hizo pocas horas después de la llamada fatal. Acudió a la Fiscalía del Ministerio Público en Cumaná. Allí dio todos los detalles que sabía. Poco después hizo lo mismo en la Fiscalía de Carúpano, la segunda ciudad más importante de Sucre y la más cercana geográficamente a Güiria. No hubo respuestas.
Durante los seis años que siguieron a la desaparición, el grupo de familiares ha sumado varias protestas frente a la sede del Ministerio Público en la capital del país, y al menos una decena de viajes hasta Caracas con la esperanza de encontrar respuestas en las instituciones centrales.
Una lista de documentos con denuncias, solicitudes, escritos, cartas, se ha quedado en escritorios de la Fiscalía del Ministerio Público, de la Asamblea Nacional y de la Vicepresidencia del país.
Unos meses después de que ocurriera el naufragio, a finales de 2019, el grupo acudió a Interpol para descubrir que no había siquiera la activación de una alerta amarilla para los desaparecidos o una alerta roja para los responsables. La Fiscalía no había enviado la información a este organismo.
Una lista extensa de diferimientos de audiencias y poca información sobre los detenidos son los avances de la investigación. Es todo lo que hay seis años después de la tragedia.
En retrospectiva, más allá de la presencia en el pueblo del gobernador de ese entonces, Edwin Rojas, y de autoridades militares en la zona del desastre, así como de la diligencia de dos diputados de tendencia opositora en la Asamblea Nacional, quienes acompañaron a los familiares de las víctimas en el proceso de denuncias, no hubo en 2019 un pronunciamiento institucional por parte del poder central. Y tampoco lo ha habido a lo largo de los años.
–Los viajes a Caracas no son fáciles– comenta Amarilis. Implican una inversión de dinero en pasajes, alojamiento y alimentación. Recursos de los que no dispone.
Para ella es complicado tener un trabajo estable y generar dinero en un estado altamente dependiente de empleos gubernamentales, con poco desarrollo industrial y con más de 98% de pobreza extrema en Venezuela, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2022, elaborada de forma independiente por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), ante la falta de datos oficiales sobre condiciones económicas y sociales del país.
Antes hacía dulces para vender en el barrio. Ahora trabaja vendiendo cartones de lotería para una especie de bingo comunitario que se celebra cada dos sábados en la ciudad y que resulta en una fiesta enorme en la que hay desde ventas de fritangas y cervezas, hasta grupos musicales en vivo. Aunque eso logra distraer su mente por algunas horas, lo que gana solo le sirve para llevar comida a su casa y encargarse de gastos básicos.
–No he podido ir a todos los viajes porque no tengo suficiente dinero-.
En estos años de duelo inconcluso, Amarilis no solo perdió la paz, también enfrentó una ruptura sentimental al perder a su pareja, quien decidió marcharse de casa al no poder lidiar con sus estados de ánimo.
–No me soportó. Es que me daba rabia todo.
Perdió el sueño y la salud mental, ya que atraviesa por prolongados estados de ansiedad y llanto. Su cuerpo se hiela y necesita caminar de un lado a otro mientras llora. Ha logrado encontrar algo de consuelo en su hija y su nieta de nueve años.
–Si no fuera por ellas, ya estaría muerta, porque a veces eso es lo que quiero.
No suele soñar con su hija, pero las dos veces que lo ha hecho, la ve con el rostro de cuando tenía 16 años y la vio por última vez: ella le aparece vestida de blanco, arrinconada en una esquina, pidiéndole que la ayude.
Aún hay dos cosas que Amarilis no ha perdido: la esperanza de volver a abrazar a Unyerlin y la entereza para seguir pidiendo al Estado venezolano que le dé respuestas.
–No dejaré de insistir. Mi hija está viva. Lo sé.
Y, en el mismo peñero en el que ella desapareció, murió Dielimar.
Dielimar murió en el mar, escapando de la pobreza
Charlotte muestra una fotografía de su madre Dielimar en el patio de su casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024..
Charlotte muestra una fotografía de su madre Dielimar en el patio de su casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024..
En casa todos dicen que Charlotte es la viva imagen de su madre. Tiene seis años y solo sabe de Dielimar por las anécdotas que cuentan en casa, algunas fotografías que quedan y otras tantas que fueron guardadas como una reliquia en la memoria de los teléfonos celulares.
Dicen que tiene su mirada, que sus manos son iguales a las de Dielimar, que las uñitas de los pies, la forma de su espalda, su cabello, su piel morena y hasta su letra es parecida. Su carácter: voluntarioso e independiente, también les recuerda a ella.
Es como tener una nueva versión de aquella adolescente de 16 años que se escapó de casa la noche del 23 de abril de 2019 dejando a su bebé, que aún no cumplía el año de vida, para zarpar junto a otras 37 personas en el bote Jhonaili José con destino a Trinidad y Tobago, y regresó sin vida.
–Charlotte podría ser enfermera, ella tiene que estudiar para echar para adelante– dice Aixa, su bisabuela. Nadie quiere que la niña, que usa coletas y habla como si tuviera una sabiduría innata, repita la historia de su madre.
Dielimar de los Ángeles Betancourt Di Pasquale sabía que en cualquier momento lograría irse a Trinidad y Tobago. La atormentaba no tener más opciones para ganar dinero suficiente y mantener a su bebé.
Quería hacerle una fiesta para su primer cumpleaños y con su empleo de vendedora de condimentos en el mercado municipal apenas le alcanzaba para comer.
Quedó embarazada a los 15 años. El noviecito, otro niño del pueblo, se desligó de ella.
–Desde que supimos del embarazo, la apoyamos y le prometimos que haríamos lo posible porque no le faltara nada– asegura Aixa. Pero en esa casa la pobreza arropa todo.
Su tía Daimar habla de ella con tristeza. La extraña con el alma y todos los días la piensa. Pero se consuela sabiendo que por lo menos pudieron darle sepultura a su cuerpo y no está entre la incertidumbre de los desaparecidos.
Seis habían sido sus intentos por embarcarse en uno de los botes precarios que zarpaban en la oscuridad de la noche. Tenía miedo, le comentó a una amiga.
–Le dijo que pensaba que se iba a morir ahogada, porque eso era mucha agua para ella.
Daimar Di Pascuale recuerda a su hermana Dielimar con lágrimas en los ojos en la sala de su casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024.
Daimar Di Pascuale recuerda a su hermana Dielimar con lágrimas en los ojos en la sala de su casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024.
Pero en 2019, el éxodo de venezolanos era masivo, la isla antillana era uno de los destinos elegidos por los migrantes. Y las historias sobre tráfico de personas allá también formaban parte de esos secretos a voces que recorren el pueblo.
En ese último rincón de Venezuela que es Güiria, la migración golpeó duro, tanto como el hambre, la pobreza y la falta de empleo.
El pueblo, como el resto de la entidad, es altamente dependiente de los puestos de trabajo que ofrece el gobierno.
Unas 57 mil personas en promedio, están contratadas en toda la entidad a través de alcaldías, ministerios y gobernación. La cifra, dada en noviembre de 2024 por Ramón Gómez, secretario general del Sindicato de Empleados públicos de la región, también apunta que, para ese año, la tasa de desempleo general alcanzaba 67% en una población de un millón 90 mil personas.
También es un pueblo en el que se anda con miedo. La pobreza y la impunidad fueron el caldo de cultivo para que las bandas delictivas se enquistaran y acumularan poder. Todos saben quiénes son, controlan todo, pero nadie habla de eso a viva voz.
Los foráneos andan con cuidado, son identificados fácilmente y nadie en el pueblo mueve un pie sin que se sepa a dónde van.
Un hombre se asoma por una de las puertas de una casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024
Un hombre se asoma por una de las puertas de una casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024
Una mujer joven contactó a Dielimar en el puesto de condimentos del mercado municipal donde trabajaba. Los detalles de lo que le ofreció no los sabe su familia con certeza, pero suponen que se trataba de un trabajo donde ganaría dinero en dólares y acceso a todas esas cosas que ella anhelaba y necesitaba.
A muy temprana edad quedó a cargo de su abuela Aixa y su tía Daimar, a quién llamaba mamá. Su madre estaba cerca, pero había formado otra familia y todos prefirieron que “la gorda”, como le decían, se quedara en casa con ellas.
Estaba rodeada de afecto, pero también de carencias. Su tía no podía aportar mucho económicamente porque estaba desempleada y también tenía a su cargo hijos propios. Eran muy unidas y ella le daba lo que estaba a su alcance.
Su abuela se hacía cargo, pero era poco lo que podía darle. Solo recibe una jubilación de la Alcaldía del Municipio Valdez, a la que pudo llegar después de prestar servicios como personal de mantenimiento en las plazas de Güiria.
No era solo una adolescente que quería vestir mejor, sino que necesitaba ropa nueva para sustituir la que ya estaba desgastada por el uso y los años.
Aquel 23 de abril salió de su casa antes de las ocho de la noche. Puso en un bolsito lo poco que tenía. Un amigo de la familia, a quien apodan Condorito, fue el último en verla con vida.
–Le pidió que no le dijera a nadie que la había visto cerca del muelle. Le dijo que tenía hambre, que le diera algo de dinero para comer-- cuenta Daimar, quien luego tuvo que lidiar con el arrepentimiento de Condorito.
–Él pasó meses llorando. Decía que si nos hubiese avisado, nos habría dado tiempo de ir a buscarla y traerla de vuelta.
Las horas después del zarpe estuvieron llenas de angustia. Nadie sabía que se había embarcado en el Jhonaili José, nadie podía encontrarla en el pueblo.
Playa de Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024. Desde esta playa han salido embarcaciones clandestinas con destino a Trinidad y Tobago.
Playa de Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024. Desde esta playa han salido embarcaciones clandestinas con destino a Trinidad y Tobago.
Daimar muestra una fotografía de su sobrina Dielimar Betancourt que tiene en su teléfono en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024.
Daimar muestra una fotografía de su sobrina Dielimar Betancourt que tiene en su teléfono en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024.
A mediodía empezaron los rumores de naufragio. Para ese momento ya sospechaban que Dielimar se había ido a Trinidad. Los pescadores del pueblo emprendieron la búsqueda de la embarcación Mientras que un grupo de pobladores trabajaba para recolectar alimentos y hacer comidas comunitarias, otros colaboraban con los insumos y los enseres necesarios. Había también quien hablaba con familiares de los que viajan en botes para hacer las listas de desaparecidos, ya que al tratarse de embarcaciones que zarparon de forma clandestina, no había registro oficial sobre la identidad de los que iban a bordo.
Se sumaron a la búsqueda tanto pescadores que pusieron a la orden sus embarcaciones como quienes tenían habilidades para nadar. Participaron también personas que tenían familiares o amistades en el bote perdido. Otros andaban por todo el pueblo buscando quien les pudiera aportar gasolina.
Mientras el pueblo se movilizaba, las sospechas de Aixa se convirtieron en una dolorosa certeza tras clamarle a Dios por una respuesta.
–¡Señor, te pido que aparezca, como sea, pero que aparezca!- rogó. Daimar recorrió el puerto y todo sitio donde se conglomeraban familiares de las víctimas. Incluso llegó al hospital del pueblo para buscar información entre los rescatados que iban llegando: nueve en total.
A eso de las tres de la tarde del 24 de abril recibieron la noticia. Les dijeron que habían encontrado su cuerpo. Fue la décima rescatada, pero la única víctima contabilizada entre los decesos. Sus restos fueron entregados a la familia por parte de la Guardia Costera.
Para darle sepultura, el alcalde de ese entonces, Ander Charles, les ayudó con una urna y a cubrir algunos gastos. Un gesto que aún hoy la familia agradece.
Pero no hubo una investigación oficial que explicara el por qué una jovencita de 16 años de edad pudo embarcarse, solo con su cédula de identidad y un bolsito con unas pocas pertenencias, en un bote con 37 personas más, además de un cargamento de cobre, tamarindos y limones.
En la pared de la sala de su casa, donde solo hay dos muebles viejos y unas sillas de plástico, está escrito su nombre con tinta roja al lado de la ventana. Años atrás ella misma lo escribió y no se ha borrado a pesar de que la pintura alrededor se ha caído o se ha ensuciado con el pasar del tiempo.
Ese es el nombre que Charlotte aprendió a leer a sus seis años.
–Mira, ¡es el nombre de mi mamá! – dice la niña con una sonrisa.
Charlotte Betancourt toca el nombre de su madre, escrito por la propia Dielimar en la pared de su casa en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Charlotte Betancourt toca el nombre de su madre, escrito por la propia Dielimar en la pared de su casa en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Trinidad: un salvavidas y una cruz para la pobreza en Güiria
Güiria pudo haber sido uno de los pueblos más prósperos del oriente del país. Además de ser privilegiado geográficamente como una frontera marítima desde donde se podría incrementar el comercio exterior, la zona cuenta con yacimientos de gas y una lista de proyectos gubernamentales en materia de energía que pudieron haber cambiado su rumbo económico, pero quedaron inconclusos.
Desde 2019, los naufragios y las desapariciones de pequeñas embarcaciones son una constante fatal. Los botes suelen medir no más de diez metros de largo y cuatro metros de ancho, algunos con dos o tres motores y con capacidad para tener a bordo a no más de 20 o 25 personas.
Embarcaciones en el Terminal de Macuro en Güiria, estado Sucre, Venezuela. Este tipo de embarcaciones son las utilizadas para viajar de manera clandestina hasta Trinidad y Tobago. 08 de diciembre de 2024.
Embarcaciones en el Terminal de Macuro en Güiria, estado Sucre, Venezuela. Este tipo de embarcaciones son las utilizadas para viajar de manera clandestina hasta Trinidad y Tobago. 08 de diciembre de 2024.
En Güiria, la presencia de bandas delictivas, de redes de tráfico de personas que captan en su mayoría mujeres y adolescentes, y también de quienes se dedican a organizar viajes clandestinos en embarcaciones precarias para trasladar migrantes forzados por sus circunstancias económicas, no se pueden esconder.
Trinidad y Tobago se convirtió, desde hace casi una década, en el salvavidas y la cruz de Güiria y de los pueblos asentados en la Zona de Paria del estado Sucre, uno de los tres estados con mayores índices de pobreza del país.
Y, en medio de la pobreza y las carencias, Aixa hace el duelo por su nieta Dielimar, mientras intenta salvar a Charlotte del mismo destino.
Aixa, Daimar y las flores de amor regadas con agua de mar
Aixa peina a su nieta Charlotte en la cocina de su casa en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024
Aixa peina a su nieta Charlotte en la cocina de su casa en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024
La niña de sus ojos tenía 16 años cuando se fue con el mar y su cuerpo regresó sin vida. Desde entonces, sembró un jardín de amor para llevarle sus propias flores al cementerio.
Todos los días Aixa riega las flores, que nacieron de las raíces que le regaló una comadre, y cuida de que un conejo y un perro que tiene como mascotas las dañen o se las coman.
Las sembró en el patio de su casa, un pequeño espacio cercado con paredes de bloques sin pintar y donde también hay árboles de mango y limón.
Las plantas le dan color a un sitio donde también hay chatarras de una lavadora dañada, un tanque de agua que no funciona, alambres para colgar la ropa recién lavada, sillas de mimbre envejecido y un pequeño columpio hecho con una tabla de madera y unas sogas viejas.
Aixa Mata muestra la Celosia argentea (flor del amor) que siembra en su patio en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024. Aixa las siembra para que adornen la tumba de su nieta Dielimar Betancourt.
Aixa Mata muestra la Celosia argentea (flor del amor) que siembra en su patio en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024. Aixa las siembra para que adornen la tumba de su nieta Dielimar Betancourt.
Dielimar de los Ángeles Di Pasquale era su nieta, pero Aixa Mota la crió como si fuera su hija y, aunque no tenía para darle todo lo que quería, ni todo lo que necesitara para vivir sin carencias, amor no le faltó.
Tanto fue el amor que, sin la certeza de lo que le tendría el destino preparado y con el presentimiento en el corazón, Aixa le hacía advertencias a “la gorda”.
–No vayas a inventar irte para Trinidad– le decía a su nieta. Y sabía por qué lo decía. Ya habían sumado seis los intentos de escape que lograron frustrar.
Ella había sido la consentida de su abuela y de su tía Daimar. No en vano la llamaba mamá. Ni Aixa ni su hija tenían suficiente dinero para la crianza de la adolescente, que ya a temprana edad mostraba un carácter voluntarioso e independiente.
-Era rebelde, pero era educada, saludaba a todos con los buenos días y las buenas tardes. Por el barrio todos la recuerdan con cariño– dice Daimar, mientras habla con la mirada apuntando al vacío. Y fue eso precisamente lo que quedó.
El naufragio del Jhonaili José también llegó a casa. A Aixa solo le quedó el consuelo de criar a Charlotte, la bebé de Dielimar. Aunque sabe que no son la misma persona, las comparaciones son inevitables y el temor de que repita la historia también está latente.
Ella tiene 67 años. Durante años fue empleada de mantenimiento de la Alcaldía de Güiria, se encargaba de limpiar las plazas del pueblo.
De piel negra, alta, robusta, una sonrisa de niña y con una voz ronca, siempre usa una pañoleta de colores que le cubre el cabello canoso. Aparenta una enorme fortaleza a pesar de que camina muy lento por los achaques de la edad y el dolor recurrente en las piernas.
Mientras cuida a su bisnieta, pasa parte de las tardes y las noches sentada, en una silla de mimbre que apenas tiene las cuerdas para sostener su cuerpo, frente a un viejo televisor, esperando la hora de las novelas del día. Pero también ha pasado noches enteras durmiendo con un camisón roto y desgastado que se niega a desechar: es una prenda cuyo color ha ido desvaneciendo, tanto que parece que en cualquier momento solo quedarán trozos de tela. Ese fue el último vestido que usó Dielimar.
Lugar en donde Aixa ve la televisión y lee sobre el Evangelio en su casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 07 de diciembre de 2024.
Lugar en donde Aixa ve la televisión y lee sobre el Evangelio en su casa en Guiria, estado Sucre, Venezuela. 07 de diciembre de 2024.
La vida se le convirtió en un eterno recordatorio de su nieta ausente en una casa que fue construida bajo la arquitectura tradicional de las casas trinitarias: una puerta muy alta, como para que pudiera entrar personas gigantes, un techo muy alto para que el calor no se condense y una ventana grande que dé paso a la brisa.
Se trata de una casa con paredes sucias y pocos muebles, un sofá vinotinto con la tapicería rota por los años y una cocina en la cual, a pesar de que hay hornillas a gas, también tiene una pequeña y vieja cocinita eléctrica con la que enfrentan las dificultades para adquirir el combustible que escasea en el país. Y cuando ocurren los apagones de electricidad, un fogón con madera en el patio les ayuda a cocinar.
–Yo te voy a comprar la tablet, Charlotte, no sigas esperando por tu papá -- le promete a la niña.
Son muchas las cosas que quiere darle a su bisnieta: estudios, ropa, comida, algún juguete tecnológico, como quizás tienen los otros niños que la rodean. A falta de un padre presente, ella está a cargo. En seis años, él solo le ha dado una muda de ropa para estrenar un 24 de diciembre.
La pensión mensual que apenas suma tres dólares. Unos bonos de ayuda social, cada uno equivalente a cuatro dólares. Un bono de 90 dólares denominado “De Guerra”, en alusión a la denominada Guerra Económica que dice enfrentar la administración pública desde que Estados Unidos inició el proceso de sanciones a funcionarios públicos venezolanos. Esto es todo lo que la acompaña para criar a una niña que ve como un regalo.
A finales de 2024, su hija Daimar tuvo suerte. Luego de años de desempleo pudo conseguir un trabajo. Otra fuente de ingresos y la posibilidad de que pudieran sumar más dinero para la crianza de sus propios hijos y de Charlotte.
Aunque al inicio soñaron algunas veces con ella, Dielimar ya no se les aparece en sueños, pero para ellas el dolor sigue intacto. Daimar dice que no hay momento en el que no sea recordada, tanto que la memoria parece el fantasma que habita en casa.
–Desde que murió nunca más hicimos cena navideña todos juntos. Cada quien come en sus cuartos o por su lado. Ya no es lo mismo– sopesa la tía.
Bata de dormir que usaba Dielimar Betancourt colgada de un columpio en el patio de su casa en Guiria, estado Sucre,Venezuela. 10 de noviembre de 2024. Su abuela Aixa Mata la utiliza a veces para dormir como una forma de llevarla consigo.
Bata de dormir que usaba Dielimar Betancourt colgada de un columpio en el patio de su casa en Guiria, estado Sucre,Venezuela. 10 de noviembre de 2024. Su abuela Aixa Mata la utiliza a veces para dormir como una forma de llevarla consigo.
Las historias se repiten y el dolor se multiplica
Un mes después del naufragio del Jhonaili José, el 16 de mayo de 2019, 33 personas desaparecieron en altamar mientras viajaban en el peñero Ana María. La embarcación había zarpado a plena luz del día y estimaba llegar hasta el puerto de Chaguaramas. Pero algo se lo impidió. No aparecieron cuerpos ni pertenencias de los pasajeros. Nunca se esclareció qué fue lo que pasó.
Seis años después, sus familiares siguen sin respuestas de lo que ocurrió. El caso reposa en el expediente Nº -MP 124854-2019RP-11P2019-000680 del Ministerio Público. Los dolientes se resisten a aceptar la tesis de naufragio y aseguran que las personas fueron vendidas por redes de tráfico.
Un año y siete meses después, el 6 de diciembre de 2020, la historia se repitió. Dos embarcaciones de madera conocidas como Mi Refugio y Mi Recuerdo, en las que viajaban un total de 41 personas, zozobraron en el mar. Así lo indica el reporte de Onsa Venezuela. Familiares confirmaron que 34 personas fallecieron y siete continúan desaparecidas.
Aunque hubo investigaciones por parte del Ministerio Público a través de la Fiscalía 3º de Sucre y la Fiscalía Nacional 66º, cuatro años después los familiares insisten que no fue un naufragio, como concluyeron las autoridades y las versiones que circulan, sino que se trató una emboscada y ajuste de cuentas por parte de redes de tráfico de personas.
Entre las 34 personas cuyos cuerpos encontraron en el mar estaba Fiannelys Moreno, quien había decidido irse, entre un mar de dudas y una vida con la felicidad inconclusa.
Fiannelys, algún día escribiré tu historia
Fabiana Moreno representa dentro del mar de Güiria, en el estado Sucre, Venezuela, cómo ve a su hermana Fiannelys Moreno con su rostro cubierto en sueños. 10 de noviembre de 2024.
Fabiana Moreno representa dentro del mar de Güiria, en el estado Sucre, Venezuela, cómo ve a su hermana Fiannelys Moreno con su rostro cubierto en sueños. 10 de noviembre de 2024.
A Fabiana solo le quedó ver a Fiannelys en sueños. Las palabras no fluyen con facilidad cuando quiere hablar sobre su hermana. Las lágrimas la sobrepasan y la voz se le vuelve tenue y triste.
Cuando su hermana se fue, el 6 de diciembre de 2020, ella estaba viviendo en Maturín, a cuatro horas de de Güiria. La última conversación entre ambas fue telefónica y horas antes de que abordara el peñero.
–¿Crees que deba irme? ¿O me quedo?- le preguntó Fiannelys.
–Haz lo que te diga tu corazón– le respondió, aunque se quedó con las ganas de pedirle que no se fuera, porque más que su hermana había sido una madre para ella: la mujer que la acompañó y brindó apoyo y seguridad durante toda su vida.
En medio del caos organizado de un taller de tapicería situado en la entrada de su casa en Güiria, donde abundan los muebles rotos en lista de espera para ser reparados, pedazos de esponja, telas, cuero y el sonido de las máquinas que se mimetizan con el de un pequeño radio que aturde con una melosa canción de salsa, Fabiana intenta reconstruirla con palabras.
La vida le cambió cuando Fiannelys Moreno, con 34 años de edad y un miedo inexplicable al mar, se embarcó en el peñero Mi Recuerdo junto a Jhonny, su pareja de años que vino a buscarla porque “ya era hora de que estuvieran juntos”.
–Un día, después de soñarla, le prometí que escribiría su historia– dice con una voz apenas perceptible.
En la isla también estaba su hermano, el del medio, quien había migrado años antes y una de las razones que la impulsaron a lanzarse al mar. Quería traerlo de vuelta.
La confirmación sobre la muerte de Fiannelys llegó seis días después del zarpe y cuando la familia estaba en el pico más alto de angustia al no tener noticias específicas sobre ella, solo los rumores de un supuesto naufragio.
En esos días, su padre Fidel Moreno, intentó comunicarse por teléfono con ella. Alguien respondía las llamadas, le decía que ella estaba en el baño y que pronto se comunicaría. Algo que nunca pasó. Su hermano nunca pudo confirmar que el bote llegó a destino.
Fabiana regresó a Güiria cuando el cuerpo de su hermana apareció en las costas de la frontera con Trinidad. Las horas que siguieron después parecieron una pesadilla.
Fiannleys pudo ser identificada gracias a que una odontóloga del pueblo, que tiempo atrás la había atendido, pudo reconocer su dentadura. Y porque en una oreja tenía uno de los zarcillos que usó al momento de partir.
La familia Moreno asevera que su rostro estaba irreconocible por quemaduras y que su cuerpo tenía signos de violencia física y abuso sexual.
Entre esas, las marcas de sogas que apretaron sus muñecas. Sin embargo, hasta ahora no hay una investigación por parte de las autoridades venezolanas que confirme estos hallazgos
Desde el momento en que su cuerpo apareció flotando en el mar, solo la volvieron a ver con vida en sueños.
Casi de inmediato, Fabiana empezó a soñarla una y otra vez. Le aparecía tal y como era: alta, robusta, con una piel blanca, el cabello negro y esos ojos semi achinados que heredaron de su madre y que las une aún más como hermanas.
Estas visiones empezaron a ser constantes. Le aparecía flotando en el mar, con el rostro lleno de dolor, usando una pantaleta y con los senos descubiertos. Y las visiones eran semejantes a la forma en la que fue hallado su cuerpo, en ropa interior.
–Se decían tantas cosas en el pueblo sobre lo que ocurrió, eran muchas versiones: que no había sido naufragio, que las mujeres habían sido abusadas, que fue un secuestro para traficar personas… Yo empecé a pedirle a mi hermana que me contara en los sueños lo que había pasado, que me dijera la verdad.
Y “justicia” era la palabra que ella le repetía una y otra vez.
La vida cambió de golpe. Desde ese momento no quiso volver al mar, no quiso volver a Güiria y se fue con su madre de vuelta a Maturín. Su padre, divorciado de su mamá años atrás, enfrentó solo el duelo en casa.
Luego de haber sido encontrada sin vida, la casa principal de la familia de Fiannelys quedó deshabitada en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Luego de haber sido encontrada sin vida, la casa principal de la familia de Fiannelys quedó deshabitada en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
La vida se le convirtió en una opresión constante en el alma, en una lucha entre vivir con la pérdida y la necesidad de sacar adelante un negocio que emprendió con su mamá, una pequeña tienda para vender desayunos y postres.
Llorar a diario, sentir ansiedad y una tristeza infinita se convirtió para ella en algo tan natural como tener pocas horas de sueño, concentrarse en el trabajo y en sostener emocionalmente a su mamá.
La vida empezó a girar en torno a la pérdida trágica. El recelo al mar apareció y el miedo le impidió volver a las playas del pueblo. Los viajes a Güiria fueron cada vez menos, hasta que pasaron años sin entrar en el hogar donde creció.
–La vida se me detuvo– dice con certeza. Su relación sentimental acabó poco tiempo después de ese diciembre fatídico y no se sintió en capacidad de volver a relacionarse emocionalmente con una pareja.
Cuatro años después pudo volver a casa. A inicios de noviembre de 2024 regresó a Güiria a visitar a su padre.Y también pudo volver al mar, esta vez sin miedo sino para honrar el recuerdo de Fiannelys y contar su historia.
Fiannelys fue hallada en el agua, pero la culpa no fue de la mar
Altar en memoria de Fiannelys Moreno en la casa donde vivía junto a su familia en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Altar en memoria de Fiannelys Moreno en la casa donde vivía junto a su familia en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 10 de noviembre de 2024.
Unas semanas antes de tomar la decisión de irse a Trinidad y Tobago, Fiannelys se puso un traje de baño y le dijo a Fabiana que se hicieran una sesión de fotos.
–Primera vez que la vi sentirse tan linda y tan plena. Estaba radiante. Sé que se sentía feliz– recuerda la hermana.
Quizás fue la primera vez que hizo algo para sentirse en libertad con ella, con su cuerpo y su mente, porque durante sus 34 años de vida las decisiones de Fiannelys Moreno estuvieron basadas en cuidar de los suyos. La familia estaba primero.
Creció en Güiria, en un hogar tradicional. Su padre Fidel, un conocido tapicero, trabajaba en casa y su madre Nomelis, una empleada bancaria, dividía su tiempo en cumplir con sus obligaciones laborales y cuidar de su familia.
En el medio estaba ella, a cargo de sus dos hermanos menores para quienes fue como una segunda madre, una confidente y protectora.
Incluso desde Caracas, donde se fue a estudiar en la universidad, veló por su hermana, quien también empezaba sus estudios universitarios. La crisis económica las arropó y decidieron volver al pueblo. Luego intentó retomar los estudios en Carúpano -la segunda ciudad más grande del estado Sucre- y los abandonó para volver a casa, acompañar a su madre y empezar un emprendimiento.
Allí daría rienda suelta a su pasión, la repostería, algo que aprendió de forma autodidacta. También inició una pequeña bodega donde vendía víveres básicos. Y era ella quien se encargaba de reponer inventarios y cargar, literalmente, en sus hombros grandes cajas y paquetes de alimentos.
–Siempre me decía: “mamá, yo puedo”. Y no me dejaba que alzara las cosas pesadas. Ella siempre cuidaba de todos– recuerda Nomelis.
Alta, robusta, de cabello negro, siempre con una sonrisa y siempre dispuesta a dar todo de sí para los suyos. Pero Fiannelys cargaba una cruz. Anhelaba ser madre y en medio de sus constantes intentos tuvo que lidiar con la pérdida de un embarazo.
–Sé que ella en su vida no fue plenamente feliz. No pudo cumplir sus sueños– dice su madre con una voz casi imperceptible, como quien tiene miedo de reconocer una verdad que duele.
En diciembre de 2020, su pareja Jhonny, con quien mantenía una relación a distancia, regresó al pueblo a visitar a sus hijos de una relación anterior. También vino a buscarla e insistió en que se fueran juntos a Trinidad y Tobago, donde vivía desde hacía un tiempo.
–Sé que ella no estaba segura, se sintió presionada. Todo fue muy rápido porque le dijeron que pronto saldría una embarcación– dice Fabiana.
Su hermana quería que, por primera vez, tomara una decisión sin pensar en los demás. Pero eso era algo ajeno a Fiannelys, quien tuvo el impulso de irse para poder convencer a su hermano de que regresara a casa y poder estar todos juntos de nuevo.
El reporte de la Organización Nacional de Salvamento y Seguridad Marítima (Onsa) indicó que el bote Mi Recuerdo partió de Guiria en la madrugada del día 6 de diciembre de 2020, con destino a San Fernando en Trinidad y Tobago. Viajaban unas 20 personas a bordo.
Y en simultáneo partió el peñero Mi Refugio, con 21 pasajeros. Ambas embarcaciones trasladaban cargas adicionales que sumaban las cuatro toneladas.
Las dudas sobre el destino de las embarcaciones iniciaron poco después del zarpe, cuando se suponía que debían haber llegado a la isla.
No hubo noticias ese día ni las horas siguientes, hasta que se dijo oficialmente que habían naufragado debido a las condiciones climáticas en la zona de Boca de Dragón.
Entre el 12 y 23 de diciembre, uno tras otro, los cuerpos de los pasajeros empezaron a aparecer.
Los familiares denunciaron que los cadáveres presentaban signos de violencia y que el contexto de lo que ocurrió no estaba claro ni tampoco era explicado con detalle por las autoridades.
La palabra naufragio reverberaba en el ambiente sin que pudiera ser digerida por los dolientes.
Cuando los cuerpos llegaron al pueblo y pasaron los protocolos forenses, la decisión oficial fue darles sepultura colectiva en un cementerio situado a las afueras del pueblo, en una zona conocida como Las Salinas. Pero Nomelis se negó. El cuerpo de su hija fue sepultado aparte y cada vez que tiene la oportunidad de ir al pueblo le lleva flores.
Nomelis visita la tumba de su hija Fiannelys en el Cementerio Municipal de Güiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024.
Nomelis visita la tumba de su hija Fiannelys en el Cementerio Municipal de Güiria, estado Sucre, Venezuela. 08 de diciembre de 2024.
Una versión dice que el naufragio, de haber ocurrido, fue en la zona conocida como “Pico el Pato” y por eso los cadáveres aparecieron de forma irregular ya que fueron arrastrados por la corriente hacia el mar Atlántico.
Otra versión dice que uno de los botes fue desmantelado por autoridades trinitarias para obtener motores y combustible. Una hipótesis más en el pueblo dice que la sobrecarga de personas ocasionó el hundimiento de la embarcación y otra más asegura que no hubo tal zozobra sino un ajuste de cuentas entre bandas delictivas, que tomaron como rehenes a los pasajeros y los violentaron.
Sin embargo, ninguna de las elucubraciones se dice a viva voz ni se le pone rostro a estas declaraciones. El silencio también arropó a las autoridades, pues aunque el Ministerio Público inició investigaciones, el hermetismo oficial imperó.
No hubo declaraciones del mandatario Nicolás Maduro al respecto, ni de ministros o voceros gubernamentales en los días posteriores, hasta el 2 de enero de 2022 cuando Carmen Meléndez, quien en ese entonces era ministra de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, anunció un incremento en la vigilancia de las costas nacionales, las cuales dividió en pequeñas áreas geográficas de entre 2 y 5 kilómetros cuadrados, con la premisa de fortalecer la protección y la seguridad.
Del caso no se habló más en el pueblo, salvo los familiares que realizaron protestas en las sedes nacionales de organismos como el Ministerio Público, junto a familiares de víctimas de naufragios anteriores.
-Este 6 de diciembre fueron muy pocas personas al homenaje que se le hizo a las víctimas- lamentó Nomelis.
En diciembre de 2020, una cartelera en la iglesia del pueblo tenía fotos de cada uno de los desaparecidos. Fueron años en los que los lugareños y familiares de las víctimas idearon muchas formas de protestas para decirle al mundo, que tenía los ojos puestos en ellos, que se negaban a olvidar a los suyos y que reclamaban justicia.
Se trata de un clamor que no desaparece pero que se ha atenuado, haciendo del miedo y la tragedia una cotidianidad.
Es que en Güiria el silencio y el miedo se amalgaman en las cicatrices que les ha dejado perder a los suyos. Aunque ellos internamente saben que la culpa no la tiene el mar.
Columpio en el patio de la casa de Aixa en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024
Columpio en el patio de la casa de Aixa en Güiria, estado Sucre, Venezuela. 09 de noviembre de 2024
Texto
Nayrobis Rodríguez
Fotografías
Danielly Rodríguez
como parte del proyecto "No fue la mar"
Investigación
Nayrobis Rodríguez y Danielly Rodríguez
Concepto gráfico e infografías
Runrun.es
Edición y corrección
María Laura Chang, Luis Ernesto Blanco, Lorena Meléndez y Jefersson Leal
Mentoría
Anna Surinyach
Montaje y diseño web
Runrun.es
Este trabajo fue realizado con el acompañamiento editorial de la Red de Periodistas Venezolanas, en el marco del programa "Narrar Fronteras"