Santo
antes que beato

Luego de una larga espera, José Gregorio Hernández fue beatificado y está más cerca de llegar oficialmente a los altares aunque para los venezolanos hace mucho tiempo que ya está allí

Después de 71 años de haber iniciado la causa por la beatificación y futura canonización del Dr. José Gregorio Hernández, el 19 de junio de 2020, el Cardenal Baltazar Porras informó a Venezuela que finalmente el médico de los pobres ha sido reconocido por el Vaticano por un Beato. Con éste anuncio Hernández se convierte en el cuarto beato de Venezuela.

A pesar de ser un hombre laico, fue un ferviente católico y vivió bajo los valores de empatía, solidaridad y amor por el prójimo. 

El Cardenal Porras ha expresado durante el anuncio de la beatificación que tiene una "corazonada" de que la futura canonización del Dr. Hernández no tardará otros setenta años, ante la creciente devoción a su persona. 

Durante meses RunRun.es recolectó para este especial información sobre su proceso de beatificación, columnistas que han investigado sobre su influencia en la cultura venezolana, y la audiencia nos hizo llegar sus experiencias de sanación que atribuyen a José Gregorio Hernández.  

De Isnotú a cada hogar de Venezuela

Padre José Honegger Molina. Encargado de la vicaría episcopal para los medios de comunicación

Su infancia en Isnotú (26 octubre 1864 – 1878) 

Sus padres, Benigno y Josefa Antonia, lo llevan a bautizar en Escuque a los tres meses, y luego recibe la confirmación de Monseñor Juan Hilario Bosset en Betijoque, poco después de cumplir los tres años. Su padre es comerciante honrado, muy religioso, que vende de todo en su bodega. José Gregorio aprende a leer muy pronto, enseñado por su madre y por su tía María Luisa, que lo quiere como a un hijo. Aprende muy pronto las oraciones: el Ángelus, que se reza tres veces al día, el rosario, que dirige Benigno. Muere su madre cuando él todavía no ha cumplido 8 años. Parte de su personalidad se ha hecho de golpe adulta. Todos los días reza por ella con una fe y una fuerza impropias de un niño de su edad y pasa por el cementerio para visitar la tumba de su madre. Lo envían a la escuela del pueblo y el maestro dice, después de cinco años, que ya no tiene qué enseñarle. Su padre piensa que es mejor que vaya a Caracas, al Colegio Villegas y luego a la Universidad. José Gregorio, que ya tiene 13 años, le dice que le gustaría estudiar leyes, pero su padre le convence de que estudie Medicina y se haga médico para ayudar a la gente de esos pueblos andinos. 

Sus estudios en el Colegio Villegas y en la universidad 

Queda de interno allá durante cinco años y allá comienza su adolescencia. Le gusta la música y aprende a solfear, a cantar y a tocar acordes en el piano. Le llevan a visitar a los Azpúrua y allí conoce a María Gutiérrez Azpúrua, una preciosa adolescente de la que se enamora. Seguirá preguntando por ella en sus futuras cartas y cuando ella se casa, tendrá un hijo que llegará a ser discípulo de José Gregorio en la Facultad de Medicina. Como es tan serio y buen estudiante le nombran inspector de disciplina y preparador de Aritmética. La Universidad le otorga el título de bachiller después de un examen riguroso. Tiene 17 años y el jurado le felicita. Comienza a estudiar medicina en septiembre de 1882. La medicina es una ciencia todavía basada en la tradición y en el aprendizaje memorístico. Casi seis años después José Gregorio culmina sus estudios de medicina y el 29 de junio se convierte en doctor. El rector, Aníbal Dominici exclama: ¡Venezuela y la medicina esperan mucho del doctor José Gregorio Hernández! 

Rumbo a París 

Piensa ejercer la medicina en su tierra natal y con lo que gane, financiarse estudios de perfeccionamiento en Francia. Pero el choque con la realidad es fuerte, con las creencias y costumbres de la gente, que siguen practicando supersticiones que empeoran en vez de curar. En Valera en una fiesta conoce muchachas simpáticas que han puesto los ojos en él, sobre todo María Reimi, pero José Gregorio no se involucra, no se permite a sí mismo sacrificar sus metas previamente establecidas. Con el paso del tiempo seguirá queriendo tener noticias de esa María Reimi. Como ha hecho estudios, las autoridades de aquellos pueblos le califican de godo, de conservador y consideran expulsarlo del Estado. Viaja al oriente venezolano y casi se ahoga por el naufragio del barco frente a Carúpano. Calixto González, antiguo profesor suyo, logra del presidente Juan Pablo Rojas Paúl, que le comisione con una beca para hacer estudios superiores en Francia, el país más adelantado de entonces. Rojas Paúl funda el Hospital Nacional con mil camas y laboratorios y establece las cátedras de Microscopía, Bacteriología, Histología normal y patológica y Fisiología experimental, de las que se encargará José Gregorio Hernández a su vuelta de París. Los profesores Mathias Duval, Charles Richet e Isidore Strauss, experto en bacteriología, admiran en él su talento y dedicación. Con gran dolor recibe por carta la noticia de la muerte de su padre querido, que tuvo lugar en marzo de 1890. Dos años pasó en París hasta convertirse en el mejor médico investigador de Venezuela. El presidente Andueza Palacio, médico también él, instala el laboratorio comprado en Europa por José Gregorio y le encarga ser profesor de las nuevas materias establecidas. 

Contemplativo y de hábitos sencillos

Su rutina de vida y de trabajo la seguirá durante años: levantarse a las 6 y media de la mañana, hacer un rato de oración, ir a Misa, desayuno preparado por su tía María Luisa, visitar a los enfermos a partir de las ocho, almorzar y reposar a las 12, clases en la universidad a partir de las 3, atender a pacientes al regresar a casa, cenar y leer un buen rato libros de medicina, examen del día al acostarse. Su hermano Benjamín contrae la fiebre amarilla. José Gregorio le receta lo acostumbrado, pero no funciona con él, de manera que muere a punto de cumplir 24 años. Su dolor es grande y se culpa de su muerte: ¿Qué hice mal, Dios mío? ¿Por qué mi hermano Benjamín? Va madurando su visión de la vida, y escribe notas que publicará en 1912 como “Elementos de Filosofía”. En él expresa su visión cristiana de la vida, su fe, su sentido de la ciencia y de la razón. Al primer Congreso Panamericano de Washington envía en 1893 un estudio sobre el número de glóbulos rojos en la sangre humana. El gobierno no le apoya y la investigación no puede continuar. En 1906 apareció “Elementos de Bacteriología”, en el que recoge sus observaciones sobre las bacterias, fruto de sus clases en el laboratorio. 

La polémica con Razetti 

El doctor Luis Razetti es una de las figuras más importantes a comienzos del siglo XX en Venezuela. Se forma también en París y admira a Ramón y Cajal, a Charles Darwin y a E. Haeckel, estos dos últimos conocidos por sus ideas evolucionistas. Razetti, a su regreso a Venezuela, se hace famoso como obstetra, funda la Academia Nacional de Medicina y lanza una polémica sobre el origen de la vida humana sobre la Tierra y quiere que todos sus colegas médicos se pronuncien sobre el tema, naturalmente en favor del evolucionismo. José Gregorio firma en contra de la declaración, alegando que sigue las enseñanzas creacionistas de la Iglesia, aunque acota que ese no es asunto religioso, que las ciencias no deben imponer hipótesis y que hay que separar los campos. José Gregorio exige libertad de pensamiento frente a las imposiciones doctrinarias. Razetti estima mucho al doctor José Gregorio, hace comentarios muy elogiosos de sus obras y tiene con él una buena amistad personal y profesional. 

Su frustrada vocación religiosa 

Lleva una vida de monje, es fundador del Centro Católico y ayuda al Padre Colmenares a preparar sus homilías de Semana Santa, que él redacta. El periódico La Religión publica el 16 de junio de 1908 una noticia que estremece Caracas: el Dr. Hernández abandona Caracas para hacerse monje en la cartuja de Farnetta en Italia. Era la orden que mejor le cuadraba por su carácter contemplativo. Nueve meses después de estancia en el monasterio el prior le indica que no le puede recibir, porque su vocación es para la vida activa. Le pide permiso al arzobispo Castro para ingresar en el seminario a su vuelta a Caracas. Ingresa en él, pero lo abandona tres semanas después. ¿Por qué? Porque el arzobispo Castro, su director espiritual, le dice que hará mucho más fruto desde la cátedra y la atención a los enfermos que desde el púlpito. José Gregorio acepta con humildad este consejo. Años más tarde, en 1913, Mons. Castro escribió al rector del Colegio Pío Latino Americano de Roma, dirigido por los PP. Jesuitas, para que admitieran a José Gregorio, ya que creía que allí podría prepararse para seguir una vocación sacerdotal que nunca le había abandonado. El 15 de septiembre de 1913 salen a despedirle a La Guaira su hermano César, un ahijado de él de 6 años que luego será el jesuita Pedro Pablo Barnola y el padre del niño. En el Pío Latino se adapta pronto al ambiente internacional y allí lo conocen jóvenes sacerdotes que luego tendrán significación, como Enrique María Dubuc, nacido en el mismo caserío que José Gregorio, pero 22 años más joven y que llegaría a ser obispo de Barquisimeto. Pero su débil salud le impidió continuar estudiando. Adquirió la tuberculosis y después de pasar por Génova, Milán y París, un doctor amigo suyo le recomendó regresar a su patria, único lugar donde podría curarse. José Gregorio regresó a Venezuela un mes antes de estallar la primera guerra mundial. 

Una acusación insostenible 

José Gregorio tuvo que soportar una acusación grave e infundada. El bachiller Rafael Rangel fue ayudante de laboratorio de microbiología durante 4 años y JGH lo estimaba grandemente. La junta administrativa de los hospitales nombró a Rangel como primer director del laboratorio del Hospital Vargas. Era experto en enfermedades parasitarias y aconsejó a los campesinos del litoral quemar sus chozas de paja para evitar la contaminación del ganado. Eso le ganó mala fama, lo cual unido a haber perdido la beca para ir a París, ya que su protector Castro perdió el gobierno ese año de 1908, le llevó a cometer suicidio. Un mediocre dramaturgo, Salustio González Rincones, presentó en Caracas una obra titulada “Sombras”, en la que acusaba a JGH de ser el culpable de la muerte de Rangel. La obra no tuvo difusión y muy probablemente José Gregorio no llegó a verla. 

El médico de los pobres 

Así le comenzaron a llamar a José Gregorio, apelativo que tuvo fortuna sobre todo entre la gente pobre. No era solamente que no les cobraba, sino que les compraba las medicinas o les daba unas monedas metiéndolas en sus bolsillos. Parecía que le quemaba el dinero en las manos. Contribuía con las iglesias, las cofradías, los asilos, pagaba el alquiler del Centro Católico. Sus afectos no estaban en las cosas materiales, sino en Dios, los enfermos, su familia, sus amigos, sus alumnos, la ciencia y los libros. A fines de marzo de 1917 embarca para Nueva York para poner al día su obra Elementos de Bacteriología y visitar a su gran amigo Santos Aníbal Dominici, a quien ha escrito centenares de cartas y que es ahora embajador en los Estados Unidos. Pero sólo está unos días, porque viaja a Madrid esperando la visa francesa que nunca le llegó por causa de la guerra mundial. Allí conoce y asiste a clases del famoso Santiago Ramón y Cajal. Regresa pasando de nuevo por Estados Unidos y allí le van a tomar la foto tan famosa que todo el mundo conoce y que es la imagen más reproducida en toda la historia fotográfica, pictórica y escultórica de Venezuela. 

Sin temor al contagio 

De origen asiático a pesar de su nombre, la llamada gripe española cobró en el mundo más víctimas que la primera guerra mundial, unos 50 millones de personas; en Venezuela unos ochenta mil. José Gregorio formó parte del selecto grupo de médicos que la combatió sin temor al contagio. Como escribió Francisco González Cruz hace poco tiempo,

“Los doctores José Gregorio Hernández y Luis Razetti declaran públicamente que lo que está matando a tanta gente no es la gripe propiamente dicha sino el estado de absoluta pobreza y miseria en que viven la mayoría de los venezolanos, mal alimentados y con escasa o ningunas condiciones de higiene, muchos con padecimientos crónicos de paludismo y tuberculosis”.

Es un mensaje que parece estar cruzando las insondables líneas del tiempo para actualizar su contenido en la Venezuela actual.

Aquel domingo, 29 de junio de 1919 José Gregorio fue a la Iglesia de La Pastora, comulgó en la misa y se dispuso a girar una visita a algunos pacientes cercanos. Después del almuerzo, preparado como siempre por su hermana María Isolina, fue a descansar en una mecedora a la entrada de la casa, pero interrumpieron su descanso. Una anciana enferma solicitaba su visita. Atendió a la enferma y le compró las medicinas que él mismo le había recetado en la botica de la esquina de Amadores. Un tranvía venía subiendo desde la esquina de El Guanábano. José Gregorio cruzó por delante del tranvía y no vio que venía uno de los pocos carros que había en la ciudad. Era un Hudson Essex, que pesaba más de una tonelada. El carro lo embistió de lado con el guardafango y lo proyectó contra el poste vecino. Al caer José Gregorio se golpeó la nuca con el borde de la acera. Alcanzó a decir ¡Virgen Santísima! e inmediatamente murió. Dios le había llamado de una manera rápida e inesperada.

Fernando Bustamante, chofer del carro, lo trasladó al Hospital Vargas. Allí Razetti vio que nada podía hacer por su amigo. Cuando la ciudad se fue enterando del deceso, la conmoción fue enorme. Fue trasladado al paraninfo de la universidad Central de Venezuela para recibir los honores merecidos y eso que la Universidad estaba clausurada desde 1912. Todas las instituciones públicas y privadas se paralizaron al día siguiente. Todo Caracas desfiló ante el cadáver. El arzobispo de Caracas, Felipe Rincón González, celebró la misa de corpore insepulto. El gobierno se hizo presente en la persona del presidente Victorino Márquez Bustillos. Fue llevado a la catedral, algo insólito, pues ningún eclesiástico y menos un seglar había recibido un homenaje semejante. Cuando iban a meter al difunto en la carroza fúnebre un grito se extendió como la pólvora: ¡El doctor Hernández es nuestro! y lo llevaron a hombros durante varias horas hasta el Cementerio General del Sur. Bajaron el cadáver a la fosa y le colocaron las coronas, que eran más de mil. Años después sería trasladado a la iglesia de La Candelaria donde actualmente reposan sus restos. 

El largo camino a los altares 

El sobrino de José Gregorio, Ernesto Hernández Briceño, solicitó la apertura de la causa de beatificación en 1948 con el refrendo del arzobispo de Caracas, Lucas Guillermo Castillo. Su sobrino escribió una sentida biografía de su tío José Gregorio, necesaria para constatar sus virtudes y mostrar que sus escritos estaban de acuerdo con la ortodoxia de la Iglesia. Nombraron postulador de la causa al padre Antonio de Vegamián, custodio de los padres capuchinos, quien tomó declaración de muchas personas que le conocieron. Después de un estancamiento de ocho años, el nuevo arzobispo de Caracas, Mons. Rafael Arias Blanco, reinició el proceso. La Congregación para la Causa de los Santos declaró a José Gregorio Siervo de Dios en 1972, primer paso en el proceso de beatificación. En 1986 el papa Juan Pablo II declaró Venerable a este gran hombre, segundo escalón en el proceso. El siguiente paso es el reconocimiento de un milagro obrado por su intercesión, algo que acaba de ocurrir hace unos meses. Ahora solo falta que el papa Francisco, con la aquiescencia de la reunión de arzobispos y cardenales, lo declare beato, hecho que sin duda ocurrirá en este año de 2020.

El camino hacia la canonización

Gabriela Henríquez

José Gregorio Hernández, también conocido como el médico de los pobres, es recordado por su caridad y generosidad con los más necesitados. En muchos países de latinoamérica, siendo el más devoto Venezuela, se le considera un santo, a pesar de que aún no haya alcanzado este título dentro de la Iglesia Católica. 

Solamente durante los 25 años  del pontificado de Juan Pablo II fueron proclamados 1,327 beatos y 477 santos. A esto se le suman los 827 beatos y 296 santos de los cuatro siglos anteriores, desde 1588, año en que el papa Sixto V fundó la Sagrada Congregación de los Ritos, encargada de lo relativo a la liturgia y a las propuestas de casos de santidad para su beatificación o canonización por el Sumo Pontífice. Esto da una totalidad de cerca de 9 mil santos y beatos, cifra a la cual muchos esperan que se sume el nombre de Hernández. 

El proceso de canonización, por el cual se le otorga el título de “Santo” a una persona, consta de cuatro escalones, que a su vez, tienen unos pasos que cumplir. Conoce los detalles del camino que ha recorrido Hernández hasta la fecha. 

Siervo de Dios

Un Obispo, en conjunto con un postulador de la causa, piden iniciar el proceso de canonización y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y virtudes de la persona. 

La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos (anteriormente llamada Sagrada Congregación de los Ritos), examina el informe y dicta el decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa, el Decreto "Nihil obstat". Este decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico.

Obtenido el Decreto de "Nihil obstat", el Obispo dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

La Iglesia católica en Venezuela inició la causa de José Gregorio Hernández en el año 1949. El proceso fue llevado por el Arzobispo de Caracas, Monseñor Lucas Guillermo Castillo, ante la Santa Sede. En 1972, la Santa Sede declara a José Gregorio Hernández “Siervo de Dios”, y en 1975 sus restos fueron exhumados del Cementerio General del Sur y trasladados a la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, en Caracas.

Después de esa fecha, hubo dos intentos para adelantar el procedimiento, mediante la confirmación de un milagro. El primero, en 1987, con el monseñor Jorge Urosa como postulador; y otro en 2009. Ambos fueron rechazados por las comisiones médicas.

El proceso luego pasó a manos de Rodolfo Meoli, como postulador; y en diciembre de 2018 el Vaticano informó a través de una misiva que el nuevo postulador para gestionar el proceso de beatificación de Hernández sería la jurista argentina Silvia Correale.

Venerable 

En el camino hacia la canonización, este escalón está comprendido por cinco etapas. 

1. Proceso sobre la vida y virtudes del Siervo de Dios 

Un Tribunal, designado por el Obispo, recibe los testimonios de las personas que conocieron al Siervo de Dios. Ese Tribunal diocesano no emite una sentencia; ésta queda reservada a la Congregación para las Causas de los Santos.

2. Proceso de los escritos 

Una comisión de censores, señalados también por el Obispo, analiza la ortodoxia (su apego a las creencias y normas del catolicismo) de los escritos del Siervo de Dios. 

3. “Positio” 

El Relator de la Causa, nombrado por la Congregación para las Causas de los Santos, elabora el documento denominado "Positio". En éste se incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios.

4. Discusión de la “Positio”

Este documento, una vez impreso, es discutido por una Comisión de Teólogos consultores, nombrados por la Congregación para las Causas de los Santos. Después, en sesión solemne de Cardenales y Obispos, la Congregación para las Causas de los Santos, a su vez, discute el parecer de la Comisión de Teólogos.

5. Decreto del Santo Padre

Si la Congregación para las Causas de los Santos aprueba la "Positio", el Santo Padre dicta el Decreto de Heroicidad de Virtudes. El que era Siervo de Dios pasa a ser considerado Venerable.

El pasado 16 de enero de 1986, San Juan Pablo II declaró Venerable al Doctor José Gregorio Hernández. “Saludo a la peregrinación de Venezuela, en honor del Venerable José Gregorio Hernández. Que vuestra visita a la tumba de San Pedro os ayude a incrementar vuestra fe y vuestro amor a la Iglesia”, expresó el Papa en ese momento. 

Beato o Bienaventurado 

Los pasos para ser beatificado son cinco. El primero de ellos es mostrar al Venerable ante la comunidad como un modelo de vida e intercesor ante Dios. Para esto, el Postulador de la Causa debe probar ante la Congregación para las Causas de los Santos dos cosas. 

La fama de santidad del Venerable, con una lista que incluya las gracias y favores pedidos a Dios por los fieles por intermedio del Venerable; y la realización de un milagro atribuido a la intercesión del Venerable. El proceso de examinar este milagro se lleva a cabo en la Diócesis donde ha sucedido el hecho y donde viven los testigos.

Esta examinación debe abarcar dos aspectos: la presencia de un hecho (la sanación) que los científicos (los médicos) deberán atestiguar como un hecho que va más allá de la ciencia; y la intercesión del Venerable Siervo de Dios en la realización de ese hecho que señalarán los testigos del caso.

El segundo paso consiste en que la Congregación para las Causas de los Santos examina el milagro presentado. Para eso, dos médicos peritos (especializados en el análisis de la documentación y de las lesiones y daños, con el objetivo de emitir un informe), son designados por la Congregación, y examinan si las condiciones del caso merecían un estudio detallado. Su parecer es discutido por la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos (compuesta por cinco médicos peritos).

Yaxury Solorzano, quien quedó gravemente herida tras recibir un disparo en la cabeza y logró recuperarse por completo. Foto Mons. Baltazar Porras

Yaxury Solorzano, quien quedó gravemente herida tras recibir un disparo en la cabeza y logró recuperarse por completo. Foto Mons. Baltazar Porras

El hecho extraordinario presentado por la Consulta médica es discutido por el Congreso de Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos. Ocho teólogos estudian el nexo entre el hecho señalado por la Consulta médica y la intercesión atribuida al Siervo de Dios.

En este paso es precisamente en el que se encontraba el caso de Hernández. El pasado 9 de enero, el Obispo Auxiliar de Caracas y Vicepostulador de la Causa de Beatificación y Canonización del Venerable Dr. José Gregorio Hernández Cisneros, Mons. Tulio Ramírez, informó que la causa estaba siendo analizada por la Congregación para las Causas de los Santos.

Posteriormente, el 27 de abril, el arzobispo de Mérida y Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Caracas, cardenal Baltazar Porras, anunció que la Comisión teológica examinó el presunto milagro del Dr. José Gregorio Hernández, en la curación de la niña Yaxury Solórzano y aprobó por unanimidad el estudio hecho sobre el mismo. Detalló además que aún falta la Plenaria de Cardenales y Obispos y la aprobación del Papa Francisco, para que Hernández consiga el título de beato. 

Además, todos los antecedentes y los juicios de la Consulta Médica y del Congreso de Teólogos son estudiados y comunicados por un Cardenal (Cardenal "Ponente") a los demás integrantes de la Congregación, reunidos en Sesión. 

Luego, en sesión solemne de los cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos se da su veredicto final sobre el "milagro". Si el veredicto es positivo el Prefecto de la Congregación ordena la confección del Decreto correspondiente para ser sometido a la aprobación del Santo Padre (el Papa).

El tercer paso es que el Santo Padre apruebe el Decreto de Beatificación. 

El cuarto paso consiste en que el Santo Padre determine la fecha de la ceremonia litúrgica. 

El quinto paso es la Ceremonia de Beatificación. 

Santo

Nuevamente, hay una serie de pasos que cumplir para alcanzar el título de Santo. El primero es la aprobación de un segundo milagro, ocurrido en una fecha posterior a la beatificación. El segundo es que la Congregación para las Causas de los Santos examine este segundo milagro presentado. 

Para examinarlo esta congregación sigue los mismos pasos del primer milagro. En el tercer paso, el Papa tiene que aprobar y realizar el "Decreto de Canonización". El cuarto paso consiste en que el Consistorio Ordinario Público, convocado por el Santo Padre, informe a todos los Cardenales de la Iglesia y luego determina la fecha de la canonización. El último paso es la Ceremonia de la Canonización. 

El caso de José Gregorio aún está un poco lejos de lograr que se le otorgue la santidad. Falta un segundo milagro, posterior a la beatificación, para que, finalmente, los devotos puedan venerarlo como un santo de la Iglesia. 

Cada niño un milagro

La audiencia de RunRun.es cuenta sus experiencias de la infancia en las que José Gregorio Hernández los ayudó en su sanación.

“Desde ese momento me mejoré rápidamente. Hoy tengo 60 años y nunca tuve problemas con mi mano”

Jesús Hernández (1966)

Cuando era pequeño mi madre cerró la puerta y me pisó los dedos. Me llevaron al hospital y me curaron, pero decían que si no circulaba la sangre los amputarían. En una mañana, mi papá se marchaba a trabajar y yo me quedé jugando en la cama; en eso, de la nada salió una mano enguantada por el aire. Yo formé un escándalo y no volví a entrar a ese cuarto. Mamá se despertó y ella dice que fue José Gregorio. Lo cierto es que desde ese momento me mejoré rápidamente. Hoy tengo 60 años y nunca tuve problemas con mi mano.

“Ya agotados los recursos y casi las esperanzas de mis padres, desde el punto de vista médico, hicieron una promesa al Dr. José Gregorio Hernández”

Francisco Muñoz (1964)

Con apenas tres meses de nacido me enfermé de gastroenteritis, mortal para la época. Ya agotados los recursos y casi las esperanzas de mis padres, desde el punto de vista médico, hicieron una promesa al Dr. José Gregorio Hernández. Consistía en que si yo sobrevivía a tan terrible enfermedad, llevaría su segundo nombre como mi segundo nombre y pagaría promesa hasta los 7 años… Casi de manera inmediata me fui recuperando hasta sanar completamente. Ya recuperado, me presentaron como Francisco Gregorio, en honor y agradecimiento al Venerable y pague dicha promesa hasta los 7 años. Recuerdo que me vestían de nazareno y asistía con mis padres a la iglesia Catedral de Maracay todos los años en Semana Santa… Con este relato espero aportar un grano de arena para la beatificación del Dr. José G. Hernández.

“Luego de ese milagro hoy tengo 53 años de edad y toda mi vida he sido muy sano”

José Muñoz (1967)

Soy sietemesino. Al segundo día de nacer se me presentó un problema intestinal que me provocaba evacuaciones frecuentes que no se detenían. Después de varios intentos por parte de los médicos de sacarme del estado crítico en que me encontraba, le informaron a mi mamá y a mi abuela, que ya la ciencia había hecho todo lo necesario y que todo lo que se podía hacer era esperar. Mi abuela, muy católica y devota al Dr. José Gregorio Hernández, acudió a la iglesia de la Virgen de Coromoto y le pidió al párroco que me bautizara en el hospital. El padre accedió y me bautizó. Mi abuela le pidió al Dr. José G. Hernández un milagro para que me salvara, y ella le ofreció que yo caminaría vestido de nazareno a los 10 años en época de Semana Santa, y que me llamaría José por el primer nombre del Dr. José G Hernández. Luego, de manera asombrosa, salí del estado crítico en que me encontraba. Los médicos quedaron sorprendidos y mi abuela me decía que yo había salvado por un milagro del Dr. José G. Hernández. Luego de ese milagro hoy tengo 53 años de edad, toda mi vida he sido muy sano.  Espero que mi testimonio ayude a la beatificación de mi Dr. José G. Hernández, el cual sin ninguna duda expresó que su milagro y me devolvió la vida que hoy tengo...

“Esa noche se presentó José Gregorio a los pies de mi cama, no en sueños, sino en persona, vestido de bata blanca junto a la enfermera”

José Antonio Pardo Moroño (1968)

Nací el 9 de Agosto de 1961. Cuando tenía unos seis años padecí una enfermedad pulmonar que los médicos no lograban controlar ni curar. Perdía peso, me daban ataques de fiebre de 40 grados, que solo se me pasaban al sumergirme en una bañera con alcohol. Mi padre no manifestaba sus creencias abiertamente pero un día me trajo una estampilla de José Gregorio en la que él estaba junto a un enfermo y una enfermera. Yo no sabía quién era pero mi padre la colocó bajo la almohada. Esa noche se presentó José Gregorio a los pies de mi cama, no en sueños, sino en persona, vestido de bata blanca junto a la enfermera. Ella sacó de una caja metálica una inyectadora de cristal, se la pasó al Dr. Hernández y él sacó un poco de líquido por la aguja, mientras me mostraba la inyectadora. Hasta ahí recuerdo. Al día siguiente fuimos al consultorio de mi doctor porque me iban a hospitalizar y él me examinó varias veces, repitiendo el procedimiento. Llamó a mis padres y les dijo estas palabras: "yo no creo en Dios, pero aquí hubo un milagro”...

Yo no tenía nada, no había ruidos en los pulmones, no había fiebre y efectivamente yo había sido curado por la acción de Dios a través de su Siervo, el Dr. José Gregorio Hernández. A partir de ese día comencé a recuperar peso, y seguí mi vida normal hasta el sol de hoy.  No tengo comprobación firmada por médicos, pero todo lo que escribí es real y me sucedió a mi. Poseo una foto que me tomaron después de haber superado la enfermedad. Es posible que en los archivos de la clínica exista registro de este evento. Unos años después, como a los 26 años, tuve que hacerme una radiografía para el certificado de salud que me  pedían en un trabajo. Yo nunca me hice una radiografía que recuerde, pero cuando el médico revisó la radiografía y el informe, me indicó que tenía nódulos tuberculosos calcificados, y me explicó que yo había padecido tuberculosis. Recordé la enfermedad que había tenido de niño y pensé que eso había sido. Actualmente tengo 58 años, soy profesor de Biología y siempre les cuento a mis alumnos la historia de mi curación milagrosa,  cuando una enfermedad producto de la pobreza me pudo quitar la vida.

“Le pedí mi curación al Dr. José Gregorio Hernández y una noche dormía con mosquitero, cuando sentí y vi su presencia”

María Carolyn Redondo (1971)

A los 10 años tuve un problema ortopédico de pie plano izquierdo que me ocasionó una escoliosis.  Le pedí mi curación al Dr. José Gregorio Hernández y una noche dormía con mosquitero, cuando sentí y vi su presencia. Con su bata blanca me dio un masaje de pierna izquierda toda la noche; yo estaba muy asustada. Al día siguiente, le conté a mi maestra de religión  y me dijo que era la gracia de Dios. Posteriormente mi traumatólogo en Caracas me refirió a los 11 años a Minneapolis, Estados unidos, a un famoso centro de escoliosis para tratarme. Yo usé un corsé por cinco años y mi vida transcurrió de forma normal. En cada cita yo oraba y mejoraba, hasta que me curé. Hoy en día soy médico especialista en enfermedades infecciosas y siempre llevo una medalla de él conmigo y su estampa. Jamás olvidaré esa sensación de colocar su mano sobre mi pierna, porque fue durante varias horas. Yo estaba despierta, no fue un sueño. Vi su bata blanca y soy devota de él, para mí es un Santo.

“Mi madre se arrodilló de inmediato en su altar y llorando le agradeció a José Gregorio por haberlo operado”.

Xiomara Mata (1973)

Mi madre constantemente permanecía con mi hermano en los centros hospitalarios ya que él tenía una úlcera en el ojo derecho y cualquier virus que lo afectaba inmediatamente repercutía en el ojo y ameritaba de intervención médica urgente. La última vez que enfermó gravemente, el doctor le dijo que el niño iba a perder el ojo; lo asistieron y lo enviaron a la casa con una orden para hospitalización y exámenes pre-operatorios. Mi madre llegó muy afligida, pero era una mujer muy apegada al Dr. José Gregorio Hernández. Rezó toda la noche en un altar que le tenía en su cuarto, y le entregó a mi hermano para que interviniera su ojo, con la promesa de que se lo presentaría en Isnotú si le cumplía el milagro de salvarle el ojo.  Al pasar los días, una noche mi mamá y mi hermano se quedaron dormidos. Él en el cuarto de mi mamá, donde estaba el altar, y ella en su cama. Al despertar, mi mamá encontró en el suelo las gasas que mi hermano tenía la noche anterior y él tenía curas nuevas. Mi madre se arrodilló de inmediato en su altar y llorando le agradeció a José Gregorio por haberlo operado. Cuando llegó el día para que el doctor que atendía a mi hermano lo revisara, éste le dijo que la úlcera había desaparecido. Le dijo que eso solamente podía ser un milagro. Desde esa fecha, hasta el día de hoy, mi hermano tiene sus ojos sanos. Cuando eleven a los altares a José Gregorio Hernández iré a cumplir esa promesa de mi madre con mi hermano ya que ella partió con el Señor. Dios prontamente permita su consagración como el Santo de Venezuela, Dios bendiga grandemente al comité que trabaja para tal fin, Dios les guarde por siempre.

“Hoy tengo 47 años gracias a mi Dios y a la intervención del Doctor José Gregorio Hernández”

Lerys Consuelo Contreras López (1975)

Yo nací en un pueblecito llamado San Rafael de Orituco, del estado Guárico, en una familia muy pobre para ese entonces. Yo padecía de deficiencia pulmonar y no podía respirar bien; tenía una tos muy severa y de pequeña vivía hospitalizada siempre. Mi madre dormía en esos hospitales conmigo, siendo el último, el Hospital de Niños J. M. de los Ríos. Por consenso médico, me desahuciaron y me mandaron a morir a la casa para evitar costos de traslado... Una vez en mi pueblo, cuando llegamos a casa, cuentan mi mamá, mi familia y los vecinos que llegamos y mi madre estaba tan cansada de no dormir en esos hospitales y yo inconsciente. Me acostaron y me humedecían los labios con algodón empapado de agua para alimentarme. Mi mamá se acostó a dormir y le dijo a mis tías que la llamaran cuando yo me muriera... Enese momento ella soñó con el doctor José Gregorio Hernández, quien le dijo en el sueño "que se quedara tranquila que tu hija está bien". Yo duré tres días técnicamente en coma, se sabía que estaba viva porque respiraba, cuentan…De repente, me desperté como si nada y nadie lo creía. Al llevarme nuevamente al médico, no podían creer que yo estaba viva y que estaba bien. Para mi eso quedó así y una vez de adolescente fui al hospital a buscar mi expediente y no me dieron razón porque se habían quemado los archivos viejo.  Pero es una historia real, hoy tengo 47 años gracias a mi Dios y a la intervención del Doctor José Gregorio Hernández.

“Mi mamá recordó las palabras de José Gregorio y le encomendó la vida de mi hermano”

Cruz Bastardo (1975)

En la familia de mi padre había una tradición: el primer varón de cada hijo se llama Cruz. El día que mi madre va a dar a luz a su primer hijo, mi hermano mayor, pasó muchas horas de angustia y dolor. Al tercer día, ya estaba sin fuerzas y se quedó medio dormida. Allí vio al doctor José Gregorio Hernández, que le dijo: “tu hijo va a nacer, tendrá una complicación pero no te preocupes, yo lo salvaré”. Mamá se despertó y ahí mismo nació mi hermano. El doctor tratante le dijo que su hijo había nacido amarillo y debían hacerle un procedimiento riesgoso, pues tenía un 80% de complicaciones. Mi mamá recordó las palabras de José Gregorio y le encomendó la vida de mi hermano. Al terminar la operación el doctor habló asombrado con mi madre y le preguntó cuál era la dieta en su embarazo, pues mi hermano se portó como un adulto en la operación. Entonces allí decidió cambiarle el nombre a mi hermano, hoy de 45 años, y ahora lleva por nombre José Gregorio, en honor a el gran doctor José Gregorio Hernández.

“Muchos solo han escuchado su nombre, otros han escuchado de sus milagros pero yo soy testigo que sí hace milagros de sanación”

Albert Carmona (1986)

Muchos solo han escuchado su nombre, otros han escuchado de sus milagros pero yo soy testigo que sí hace milagros de sanación. A los 6 años y medio sufrí una caída de una cerca de ciclón y me partí el codo izquierdo. Por una mala decisión de un médico, dañó el hongo de crecimiento de mi brazo. No fue sino hasta los 8 años de edad que el Dr. Nerio Morales me hace una cirugía con la que confirma de que mi brazo no crecería. Esta noticia causó mucha tristeza en mi familia, pero la fe de mi abuela la llevó a hacerle una promesa al Dr. José Gregorio Hernández, la cual cumplió. Mi brazo creció, y ha estado tan fuerte que he podido jugar muchos deportes. Hoy tengo casi 34 años de edad; ya hace 26 años de aquel suceso milagroso y por eso resalto esta noticia con mucha emoción y felicidad.

“En las escaleras de la clínica, me cruzo con un señor pequeño con traje e intercambiamos miradas”

Luis Roberty (1988)

Cuando mi hija nació fue ingresada de inmediato a la UCI. Luego de dos hora, me llaman para que la conozca y en la incubadora estaba una estampilla del Dr. José Gregorio Hernández. Yo pregunté quién la había puesto allí y no supieron decirme… Al día siguiente, estaba con la confusión de si debía hacer el traslado al hospital pediátrico o no. En las escaleras de la clínica, me cruzo con un señor pequeño con traje e intercambiamos miradas; él da la vuelta y me toca el hombro, lo que me dio la confianza para irnos al hospital ya que las probabilidades de que mi pequeña sobreviviera eran pocas. Gracias a Dios y al Dr. José Gregorio Hernández mi hija esta con muy buena salud y en casa. Es un verdadero milagro, como dicen los especialistas.

“No supe cómo llegó allí,  lo único que puedo decir es que fue el Dr.José Gregorio quien lo asistió”

Elaine Marin (1994)

Mi hijo Leonardo tenía 8 meses de nacido y sufría un dolor de oído por una infección de las vías respiratorias. No había dormido en toda la noche y sólo lloraba y se tocaba su orejita. No quería comer, solo tomaba tetica. Era una mañana, el niño tuvo una crisis de llanto y fiebre; lo único que pensé fue en pedir con mucha fe al Doctor José Gregorio que me sanara a mi bebé. De repente, nos quedamos dormidos los dos, creo que dormí más de una hora. Cuando desperté, Leonardo estaba sentado en el piso, jugando y con mucho ánimo. No supe cómo llegó allí,  lo único que puedo decir es que fue el Dr.José Gregorio quien lo asistió. Después de eso no tuvo fiebre ni lloró más de dolor. Recuerdo que me levanté,  le hice una sopita y comió como nunca. En la tarde, cuando mi esposo regresó del trabajo, no entendía cómo se había recuperado tan rápido. Le conté de lo que había pedido y me dijo llorando: "El Doctor nos lo curó".

“Mi mamá, que es muy devota al Dr. José Gregorio Hernández, pidió que mi pie volviera a su estado normal”

Hector José Pereira (1994)

Ese día estaba jugando baloncesto y durante el juego presenté una fractura del pie derecho, en la rótula. Me llevaron de emergencia al Hospital Central de Valencia y allí, desesperado con mi mamá, que es muy devota al Dr. José Gregorio Hernández, ella pidió que mi pie volviera a su estado normal. Acto seguido, viene un doctor de bigote vestido de blanco y dijo “lleven al paciente al Straker”, una máquina que sólo le servía justamente el lado derecho. Allí me anestesiaron y volvieron a colocar el pie en su sitio. Lo curioso que el doctor que dio la orden no se vio por ningún lado del hospital. Hoy en dia me gradué y soy un profesional de las armas sin problemas en mi pie. Mi mamá me dijo que compre un pie de plata para llevarlo a Isnotú y dar gracias al Dr. José Gregorio Hernández por el milagro concedido.

“¡El Dr. José Gregorio Hernández me recordó mi propósito!”

Ana Mariela Fernandez Ferrer (1995)

Cuando mi hija tenía 2 años tuvo una varicela diseminada complicada con una primo convulsión febril, con riesgo de quedar con retardo psicomotor. Le pedí al Dr José Gregorio Hernández que me la sanara y le prometí que iría a Isnotú cada vez que tuviese oportunidad con mi hija.  Mi hija sanó sin secuelas. En una de mis visitas a Isnotú para cumplir mi promesa,  vi una estatua del Dr. José Gregorio Hernández, y recordé que en el hospital de mi pueblo no la tenían.   Mentalmente, me propuse volver en otra oportunidad con dinero para comprarla y llevarla al Hospital Dr. Luis Razetti de Santa Lucía del Tuy. Pasaron los años,  y ya graduada de Médico,  estaba de guardia en dicho hospital. Siendo las 12 de la noche vi la imagen del Dr José Gregorio Hernández delante de mí,  y fue como si me hubiese devuelto al momento en el que me propuse llevar su imagen. A la mañana siguiente, al entrar a la consulta,  la enfermera de turno me contó un sueño que había tenido esa noche "una procesión llena de alegría venía entrando al hospital, comandada por el Dr. José Gregorio Hernández"Fue como una gran sacudida,  comencé a llorar por una emoción indescriptible. ¡El Dr. José Gregorio Hernández me recordó mi propósito! En ese momento pasó a ser una promesa. Hoy la imagen del Dr. José Gregorio Hernández está en el Hospital Dr Luis Razetti de Santa Lucía del Tuy,  fue bendecida por el Párroco en Isnotú, "para llevar la Fe y la Esperanza  al pueblo de Santa Lucía".

“Él me dijo allí está "gollito", el que viene de noche a darme remedios amargos pero me dice que me cura”

Antonia García (1997)

Mi sobrino Pedro Andrés tendría dos añitos escasamente y se enfermaba mucho. Un día, pasamos por una tienda en donde vendían recuerdos y allí tenían una imagen de José Gregorio Hernández. Él me dijo: “allí está "gollito", el que viene de noche a darme remedios amargos pero me dice que me cura”. Jamás en la familia le dijimos que se llama gollito y, aunque en mi casa hay una imagen, nos dejó asombrados a todos que dijera que lo veía todas las noches. Le creemos por nuestra devoción y porque un niño tan pequeño no miente, lo dijo sin pensar y hoy ya tiene más de 20 años con salud, gracias a Dios.

“Yo estaba en el pasillo del hospital y me pareció ver a un hombre con bata blanca atravesar la puerta cerrada de la habitación. En el acto pensé en el Dr. Hernández”

Carlos Álvarez (2002)

En Noviembre del 2001 salí del país, asignado a un intercambio profesional a la Ciudad de Stavanger, en Noruega. Viajé con mi esposa y dos hijos: Miguel de año y medio, y Lucy de uno. Todo fue bien hasta que en Marzo del 2002 Luciana empezó a dar síntomas de asfixia. El sistema de salud de Noruega es muy burocrático y el médico asignado se equivocó en el diagnóstico y dijo que era asma sin hacer radiografías. Luego de tres meses de sufrimiento, de constantes ahogos, finalmente hicieron una radiografia y encontraron una batería plana de electrónico en su esófago. Al retirarla, encontraron que durante el tiempo, los ácidos perforaron hasta comunicar esofago y pulmones. Mi hija paso recorriendo hospitales, pegada a un aparato para alimentarla por sangre por tres meses y al final nos dijeron que nos la lleváramos de regreso para nuestro país porque allá no sabían qué hacer. Yo no creía en José Gregorio Hernández, pero unos amigos en el Hospital de Oslo me regalaron una estampa del doctor y me dijeron que tuviera mucha fe. Yo la guardé por consideración a mis amigos. En la víspera de entregarnos a Lucy para regresar a Venezuela y tratar de salvarla, le dio un fiebre muy alta y nos dijeron que si había infección en los pulmones no podríamos llevarla. Posiblemente moriría en Noruega. Recuerdo que esa noche yo estaba en el pasillo del hospital y me pareció ver a un hombre con bata blanca atravesar la puerta cerrada de la habitación. En el acto pensé en el Dr. Hernández, pero soy científico y me cuesta creer en lo inmaterial. Sin embargo, a partir de ese momento, los signos de Luciana empezaron a mejorar rápidamente y pudo ser trasladada a Venezuela. En el Hospital de Clínicas pudieron salvarla médicos del Hospital Universitario, luego de 10 horas en quirófano. Su recuperación debía ser de tres meses, pero en dos semanas ya estaba en casa, comiendo normalmente. Doy  gracias al Dr. José Gregorio y a los médicos Venezolanos, que son sus herederos genuinos.

“La doctora nos preguntó si éramos católicos y le respondimos que sí. Nos dijo: recen, porque su hijo está entre la vida y la muerte”

Lucila Materano (2012)

A los 8 meses de nacido mi hijo Sebastián David Fernández Materano, le diagnosticaron amebiasis. Luego de cuatro días hospitalizado y con tratamiento no presentaba mejoría. Por esa razón, mi esposo y yo le comentamos a la doctora que el niño estaba muy mal, y le pedimos que lo viera un especialista en gastroenterología pediátrica. Le diagnosticaron una invaginación intestinal y había que operarlo de emergencia.  Gracias a Dios y al Dr. José Gregorio Hernández, ese mismo día un grupo de cinco médicos le hicieron una operación de cinco horas. Cuando ésta terminó, la doctora Blanca Lezama nos preguntó si éramos católicos y le respondimos que sí. Nos dijo: recen, porque su hijo está entre la vida y la muerte. Nos informó que cuando lo abrieron, el bebé estaba séptico y le tuvieron que quitar siete centímetros de intestino y la válvula ileocecal. Recuerdo que cuando entré a la terapia intensiva, lo primero que vi fue una imagen del Dr. José Gregorio Hernández. Una enfermera me dijo que ella lo había colocado allí y le pidió para que lo salvara. Después de un mes en la clínica mi hijo está completamente sano No me cansaré de agradecer a Dios primeramente, al Dr. José Gregorio Hernández y a mi infinita fe de madre.

“Le pedimos que José Gregorio fuera su médico de cabecera y así fue; todos los días nos daban buenas noticias”

Kerlin Bencomo (2019)

A mi pequeña hija Hannah Sarahy Pérez Bencomo, de tan solo dos meses de nacida, le diagnosticaron neumonía. Al día siguiente nos dijeron que padecía de coqueluche, por lo que había poca probabilidad de que se salvara… Tenían que subirla a la UCI. Fue algo desesperante para nosotros. Le pusimos nuestras súplicas primeramente a Dios y que por medio del Dr. José Gregorio Hernández intercediera por la sanación de nuestra pequeña hija. Le pedimos que José Gregorio fuera su médico de cabecera y así fue; todos los días nos daban buenas noticias. Ella estuvo ocho días en la UCI y luego la bajaron a una habitación, en el Hospital Dos de Mayo en Perú. Y aquí está nuestra pequeña hija, alegrando nuestros días. En esta ocasión estamos en Perú, pero al regresar a Venezuela vamos a pagarle la promesa al Dr. José Gregorio Hernández de ir a pie hasta su altar con la niña y colocarle dos mujercitas.

José Gregorio,
médico de cabecera

Diego Arroyo Gil

Mi abuela me acaba de contar que mi abuelo, su esposo, quien falleció en junio de 2018 a los 98 años de edad por causas naturales, solía pasarse todos los días por todo el cuerpo una estampita de José Gregorio Hernández que, por la frecuencia del uso, al final estaba bastante gastada pero en la que todavía se admiraba la imagen del santo. Digo santo y no beato porque para el pueblo venezolano eso es lo que es José Gregorio, un santo. Otra cosa es que el Vaticano lo vaya reconociendo poco a poco.

–¿Se pasaba la estampita por todo el cuerpo?

–Por todo el cuerpo, y yo pensaba: “¡Ay, pobre José Gregorio!”.

Es verdad, ahora que ella me lo ha dicho, que en la casa de ambos, donde yo viví unos años durante mi infancia, había al menos dos retratos de José Gregorio. Uno era la estampita en cuestión, que, si no recuerdo mal, mi abuelo tenía sobre la mesa de noche o en la billetera, y el otro era un cuadro de fondo azul celeste desde donde el rostro del venerable doctor Hernández miraba a los ojos del que se cruzaba con él. Era un cuadrito popular, con un marco de plástico color marfil, que una hermana de mi abuela tenía en su habitación, la única  de la planta baja de la casa, al lado del patio donde estaban los pajaritos de jaula y las matas que ella cuidaba y donde todos los lunes, religiosamente, les ponía una vela a las ánimas benditas debajo de la batea.

Se llamaba Elia Dolores, pero todos le decíamos Lola, por tradición, y era una mujer de características un pelín singulares: estaba separada desde muy joven de un marido del que nunca se divorció y que jamás nadie volvió a ver, no había tenido hijos, fumaba mucho, jugaba lotería, cocinaba sabroso, estaba arrugada desde siempre como una pasa, era atravesada a veces, otras veces divertida, le encantaban la radio y el béisbol y era asmática. Vivía en el cuarto que había sido de su madre, mi bisabuela, y por arte de un destino extraño cada vez se asemejaba más a ella, como si fuera una copia. 

Llamé a mi abuela para preguntarle justo por Lola, pues tenía en la mente la idea de que Lola le atribuía a José Gregorio un milagro personal. En la década de 1960, durante una hospitalización gravísima a la que la había llevado el asma –estuvo muy cerca de la muerte– mi abuela soñó que alguien le decía que a Lola había que cambiarla de hospital para que se curara. Ese alguien, para Lola, no podía ser otro que el doctor Hernández, no solo porque era su devota y a quien le pedía a diario por su recuperación, sino sobre todo porque, en efecto, tras el cambio de lugar se había curado. Lola decía eso y también decía que gracias a ese milagro ella iba a llegar casi a los 100 años: se murió en diciembre de 2016, a los 94, en su cama, tranquila, como un pajarito, a pesar de que había fumado desde los 12, ¡desde los 12!... Menudo caso de estudio.

–Yo no me acuerdo de esa historia –me dice mi abuela–, pero si así te contó Lola, así habrá sido. Escríbelo… Ajá, pero yo te tengo otro cuento.

–¿Con José Gregorio Hernández?

–Sí, con José Gregorio –esa es otra particularidad nuestra, de creyentes y no creyentes: en Venezuela, José Gregorio Hernández no es tanto “José Gregorio Hernández”. Es, ante todo, “José Gregorio”, como quien habla de un pariente o de un buen amigo al que sería raro referirse haciendo mención del apellido.

–A ver…

–Bueno. Yo tenía una crisis de vértigo muy fuerte. Pasaba el día entero en la cama. No podía pararme ni para ir al baño. Me tuvieron que poner una bacinilla a un lado. Tu mamá, que tenía cuatro años, me preguntaba: “Mamá, ¿te vas a morir?”. Y yo le contestaba: “No, hija, tranquila, no me voy a morir”. Pero estaba tan mal, que pensaba: “Dios mío, dejar solas a mis hijas…”. Le pedí a José Gregorio, y una noche, al percibir que alguien se sentó en el borde de la cama, medio abrí los ojos como pude para ver. Era un hombre muy bien vestido. “¿Y quién es este?”. Al día siguiente, me alivié.

–Era José Gregorio.

–Yo creo –contesta mi abuela, y pese a que hablamos por teléfono la veo alzarse de hombros como confirmando que quién más podría ser sino él: José Gregorio, el médico espiritual de la familia venezolana. Nuestro médico de cabecera.

Colgamos. Es 19 de junio de 2020 y el Vaticano ha anunciado hace apenas un par de horas que José Gregorio Hernández es oficialmente beato, es decir, que solo falta un paso para que sea reconocido como el santo que ya es en nuestras casas. Pienso en eso y al cabo me doy cuenta de que la conversación que he tenido con mi abuela –llena de detalles que realmente no tienen mayor interés sino para mi familia– es sin embargo la misma conversación que casi cualquier venezolano podría tener con alguno de sus mayores. ¿No es esta una clave para comprender cómo se forman los mitos, las verdades más profundas del sentir de una gente? En medio de las fracturas, de los yerros, de los desconciertos más terribles, hay unos cuantos centros de gravitación en los que estamos todos juntos, unidos, y en uno de esos centros en especial nos encontramos al alcance de un médico siempre dispuesto a socorrernos para curar nuestras dolencias y nuestros pesares. Para acompañarnos.

“Un pueblo –decía Cesare Pavese– quiere decir no estar solo, saber que en las gentes, en las plantas, en la tierra hay algo nuestro y que, a pesar de que uno se marche, siempre nos aguarda”. ¡Qué solos vamos a estar si tenemos a José Gregorio!

Muchos son sus hijos

Las mujeres en gestación también agradecen al doctor José Gregorio.

“Se le apareció el Dr. JGH vestido de blanco y le dijo «tranquila mija que todo va a salir bien »”

Gaetano Lavorgna (1968)

El 22 de diciembre de 1968, cerca de las 10 de la noche, mi madre, embarazada de mi hermano, estaba durmiendo. Aún faltaban días para su parto, pero esa noche mi mamá se despierta llena de sangre y con mucho dolor en el vientre. Mi tío, que en ese momento estaba con nosotros, la cargó y trasladó hasta la Clínica Roosevelt. Al ingresarla, los médicos le daban pocas esperanzas de vida a mi mamá y muchas menos a mi hermano, por la cantidad de sangre que había ingerido dentro del vientre. Pero mi mamá, muy católica y creyente del Dr. José Gregorio Hernández, nos contó luego que cuando ella estaba sola en la habitación se le apareció el doctor vestido de blanco y le dijo: "tranquila mija que todo va a salir bien". Mi madre salió bien y mi hermano, luego de varios días hospitalizado, logró sobrevivir.

“Confieso que pasó mucho tiempo para reaccionar y darme cuenta de que quizás ese doctor que me acompañó podría ser José Gregorio Hernández”

Maryuth Rosillo (1992)

Sucedió el día que nació mi primer hijo. Yo tenía 17 años y con preeclampsia fui hospitalizada con 8 meses de gestación. Por mi afección, tenía que ser monitoreada por tener muy alta la tensión, además de lo hinchada que estaba. Esa noche, le notifiqué a la enfermera que no sentía al bebé desde hacía un buen rato. Inmediatamente llamaron al médico, que indicó que tenía sufrimiento fetal y debían proceder a hacerme una cesárea. Recuerdo que cuando me llevaban al pabellón, en la cabecera de la camilla, iba un doctor con pelo blanquito y de bigotes que me decía que todo iba a salir bien. En efecto, mi hijo nació prematuro y solo pasó unas pocas horas en la incubadora. Yo estuve después muchos días hospitalizada y estuve esperando para agradecerle a ese doctor, pero nunca llegó. Como al quinto día, pregunté por él, dando su descripción y nadie supo decirme quién era. Confieso que pasó mucho tiempo para reaccionar y darme cuenta de que quizás ese doctor que me acompañó podría ser José Gregorio Hernández. De hecho, la cesárea fue hecha de manera antigua, en sentido vertical y en el año 92 ya la hacían horizontal.

“Allí comenzó mi relación con el doctor José Gregorio Hernández, que ya era un referente en mi familia porque somos de Trujillo”

Aralis Rodríguez (1997)

Luego de dos pérdidas de bebé me sometí a un tratamiento de fertilidad, consciente del riesgo de embarazo múltiple. Luego de dos intentos quedé embarazada de trillizos. Mi médico me explicó que era una buena paciente porque sigo rigurosamente las indicaciones, pero mi contextura (mido 1,55 y pesaba 45 kilos) no me garantizaba un feliz término. Allí comenzó mi relación con el doctor José Gregorio Hernández, que ya era un referente en mi familia porque somos del estado Trujillo.  Le pedí que me ayudara a conseguir lograr el objetivo que me había propuesto y diariamente le encendí una vela recordándole mi agradecimiento. Di a luz por cesárea en un parto sin complicaciones. Tuve a mis trillizos, Daniel, Gabriela y Alejandra. Salimos de la clínica a los dos días del parto y estoy agradecida por haber tenido la dicha de sentirme acompañada en todo momento por el doctor José Gregorio Hernández. Mi médico nos dijo que fueron tres embarazos en uno y me felicitó por el logro. Siempre digo que mis hijos tienen tres padres: mi médico, mi esposo y el doctor José Gregorio Hernández. Hoy mis hijos tienen 22 años.

“Dos días después, me desperté y justo a mi lado, parado junto a mi cama, vi al Dr. José Gregorio Hernández examinando mi pancita”

Rudy Patiño (2009)

Había tenido un embarazo ectópico roto en el 2003 en el que casi pierdo la vida, ya que tenía una hemorragia interna de días. Mi cirugía duró seis horas y los doctores me dijeron que me devolvieron a la vida. Con mi pareja estábamos buscando un bebé y nada que resultaba. Pero una noche soñé que tenía un bebé y cuando me lo enseñaron tenía Síndrome de Down. Me desperté y comencé a pedirle a Dios que todo estuviera bien. Dos días después, me desperté y justo a mi lado, parado junto a mi cama, vi al Dr. José Gregorio Hernández examinando mi pancita. Esa misma semana acudí a consulta y estaba embarazada. Pero algo no estaba bien.  En todas las pruebas y exámenes salía un alto riesgo para Down, pero gracias a Dios y a este Santo mi hija nació sin el síndrome. 

“Han transcurrido 6 años de ese maravilloso milagro del Dr. José Gregorio Hernández en mi vida”

Ruth Barrios (2014)

En mayo del año 2005 me realizaron una laparotomía exploradora porque tenía un endometrioma (quiste en el ovario).  Intenté en varias oportunidades embarazarme, sin poder lograrlo porque la única trompa de falopio que tenía estaba obstruida. En el año 2011 quedé embarazada por medios naturales pero solo llegué a las 5 semanas porque terminó siendo un embarazo ectópico (fuera del útero).  Me iban a extraer la única trompa de falopio. Hablé con el médico antes de la cirugía y le pedí que me la salvaran, cosa que gracias a Dios pudo hacer.  Volví a chequeos médicos y determinaron que ahora la obstrucción era peor; tenía muchas adherencias por lo que tener un embarazo era imposible, científicamente. Le pedí con mucho amor y fe al Dr. José Gregorio Hernández que me concediera la dicha de tener un bebé. En abril de 2014 quedé embarazada y mi bebé ahora sí se encontraba en el útero. Hasta la fecha, han transcurrido 6 años de ese maravilloso milagro del Dr. José Gregorio Hernández en mi vida. Mi niña es perfectamente sana, a pesar de que fue sietemesina debido al Chikungunya que me dio cuando tenía 7 meses de gestación; milagro que también agradezco al Dr José Gregorio Hernández.

“Definitivamente un milagro. Gracias, mi doc José Gregorio, yo sé que fuiste tú quien me operó”

Arias Yolimar (2016)

Con 7 meses y medio de embarazo me diagnosticaron preeclampsia. Yo estaba muy mal y me  enviaron a casa con tratamiento para no interrumpir el embarazo. Esa noche, mi suegra está mirando por la ventana del apartamento y justo por donde cae una gota de agua constante y se forma un hilo de agua, se había formado una imagen clara del Dr. José Gregorio Hernández. Él estaba sentado con las piernas cruzadas y tenía su sombrero. Esa misma noche la pasé muy mal, me llevaron al hospital y me dejaron hospitalizada porque estaba complicada. Allí duré 3 días y, por cosa de Dios y sé que de José Gregorio, apareció una doctora que me mandó a hacerme una cesárea de emergencia. Ahí tuve que firmar un documento que exoneraba al hospital de cualquier cosa que pasara durante la operación. Al entrar al quirófano me opera un amigo de mi esposo que me dijo “tranquila todo va a estar bien”, y así fue. Mi hija nació en perfecto estado; yo pasé 21 días hospitalizada y aquí estamos... Definitivamente un milagro, gracias, mi doc José Gregorio, yo sé que fuiste tú quien me operó.

“Le pedí muy fervientemente al Dr. José Gregorio Hernández que por favor mi tensión se regulara y que por fin me pasarán a la sala de parto”

Rosa Herrera (2020)

Fue el día de mi parto, estuve desde las 10 de la mañana en el Hospital Pérez Carreño y pasé por  mucha violencia obstétrica. Sufro de hipertensión arterial; y estaba muy alterada porque ya tenía casi 24 horas en trabajo de parto. Me midieron la tensión y el tensiómetro, solo a mi, me marcaba error, intuyen por lo alta que estaba. Le pedí muy fervientemente al Dr. José Gregorio Hernández que por favor mi tensión se regulara y que por fin me pasarán a la sala de parto… A los 10 minutos, me hacen tacto y ya tenía 10cm de dilatación. Cuando me subieron a sala de partos, mi tensión, al contrario, estaba más baja de lo que la había tenido en todo el embarazo. Mi bebé nació a las dos horas, sin complicación, gracias a Dios. 

Una lovemark
llega a los altares

Laura Helena Castillo

En MercadoLibre Venezuela ofrecen en 15 dólares una figura de José Gregorio Hernández de poliresina, de 22 centímetros de alto. También se consigue un pliego de sellos de Ipostel con escenas de su vida a 1.467.000 bolívares. Y cuadros, tallas de madera, medallitas, libros, folletos, relojes: al menos 87 productos aparecen en una búsqueda rápida. Más lejos, en la web de comercio australiana Red Bubble, venden una sudadera con la síntesis de la figura de José Gregorio Hernández diseñada por un arquitecto venezolano a 40,97 dólares. Más cerca, chocolates artesanales, calcomanías y discos llevan su estampa.

En tiendas de diseño, talleres de fotógrafos, artistas y mecánicos, peluquerías, bodegas, tiendas souvenirs y artesanías el médico trujillano con bigote de mesonero de tasca de la Candelaria es una presencia o más: es un apego. Gracias a la bendición papal, ahora también estará en los altares en versión gratuita para los feligreses que han esperado 71 años para adorarlo a viva voz, como hizo siempre el culto pagano.

“Antes de que se hablara de lovemarks y todo eso que más que una metodología de trabajo es una forma de darle orden a un razonamiento asociado a la emoción, le llamábamos «entrañable» a todo aquello que se colaba por los palos de la cultura oficial y se imponía. La épica de José Gregorio Hernández tiene los elementos necesarios: misterio, sensualidad y un tipo de intimidad devota, superior a cualquier relación entrañable, con una persona o marca para alimentar o completar la versión que cada quien tiene del ahora casi santo en la cabeza. Estos aspectos allanan el camino de cualquier artista, en cualquier época, para apropiándose del imaginario popular, y al vincularlo a su propuesta, salir airosos. En un riesgo calculado, tibiamente escandaloso, pisando una grama que hasta ahora crecía en un terreno que sólo la devoción no oficial reclamaba”, dice Lenin Pérez Pérez, CCO de Eliaschev Saatchi & Saatchi.

Beato vestido para la fiesta oficial

Se sabía lo que iba a pasar, pero no cuándo. En unos días José Gregorio Hernández se convertiría en beato y había que revisar su imagen para vestirla de fiesta. Con menos de dos semanas de plazo la Conferencia Episcopal, por medio de Jaime Bello-León, director general de Comunicación, Mercadeo y Promoción de la Universidad Católica Andrés Bello, contactó a las diseñadoras gráficas Waleska Belisario y Carolina Arnal de ABV Taller de Diseño para la labor de crear la estampita oficial, hoy de impacto planetario, icónico, histórico.

Todo se hizo en secreto –no de confesión, de los otros- y con premura. “Lo empezamos semana y media antes de la beatificación. Fue un proceso muy rápido, en secreto, no podíamos decir nada. No se sabía cuándo iba a pasar exactamente”, recuerda Belisario. “El Vaticano informaría 48 horas antes a la Arquidiócesis el momento del anuncio. Les avisaron el jueves 18 de junio y el sábado lo hicieron público. Ese mismo jueves ya nosotros estábamos entrando a imprenta”, dice Arnal.

La Conferencia Episcopal les dio la libertad de elegir la imagen, pero les hizo una petición: debía ser la versión del José Gregorio médico. “Para los afiches se le quita el sombrero porque un médico no atiende con sombrero, pero para el logo emblema, que es más chiquito y tiene las letras JGH le dejamos el sombrero y la bata porque es una manera de conectarlo con las dos cosas: con la imagen que más se conoce de él y la de médico en bata”, explica Belisario. Inicialmente hicieron la propuesta en sepia, pero después de un focus group decidieron hacer también una versión en azul que conectara con un público más joven.

“Ahora toca a las partes, devotos no alineados y feligreses permisados, lidiar por cuanto se conserva del venerable ‘médico de los pobres’, hoy mutado en beato con licencia para ser adorado en todas las Iglesias. Por cierto, la imagen y estética gráfica que ahora mismo la iglesia usa para iniciar este camino rumbo a la santidad plena tiene un equilibrio en su paleta de colores, pose y tipografía que convive con el José Gregorio Hernández de antes y después de la bendición vaticana”, señala Lenin Pérez Pérez, CCO de Eliaschev Saatchi & Saatchi.

Arnal puntualiza el reto: “Las fotos que hay de José Gregorio son muy pocas. La más famosa es la de él con las manos atrás, entonces nos basamos en esa para generar una nueva iconografía: le pusimos las manos adelante, en los bolsillos, le agregamos el rosario para darle una idea de religiosidad y lo colorizamos un poco. La bata fue un tema: queríamos que fuera muy blanca, muy luminosa. Jaime decía que la bata es como su capa de superhéroe”.

La decisión de la iglesia venezolana de presentarlo como médico coincide con la pandemia del coronavirus. Aunque nunca se mencionó esto en el proceso creativo, la relación no ni es, ni será, difícil de hacer. “Por su estatus de médico es que lo están beatificando”, dice Belisario.

Tanto ella como Arnal habían trabajado antes la imagen de José Gregorio y tenían camino recorrido: “Jaime conocía nuestro trabajo en el libro de José Gregorio Hernández editado por Fundación Bigott. Ese es un libro muy completo, que abarca aspectos religiosos, artísticos y profesionales de José Gregorio, entonces estábamos conectadísimos”, dice Belisario. “Para nosotros es un orgullo haber trabajado en esto y es un gran compromiso. Cuando sea la ceremonia de beatificación el pendón con nuestro diseño estará ahí”, dice Arnal.

Como parte de la agrupación cultural Manifiesto, Arnal y Belisario también trabajaron con la imagen de José Gregorio para una campaña de estímulo al voto en 2006. El año anterior la oposición no había participado en las elecciones parlamentarias y ya tocaba una nueva contienda: Hugo Chávez versus Manuel Rosales en unas presidenciales. Esa vez la propuesta apeló al fervor como método. “Devoto: ¡vota!”, rogaba la pieza.

Los devotos fueron a votar (74,4% de participación) y Chávez le ganó a Rosales con 62,8% de apoyo. Aquella devoción quedó clara.

Manifiesto: campaña de estímulo al voto para las elecciones Chávez-Rosales de 2006

Manifiesto: campaña de estímulo al voto para las elecciones Chávez-Rosales de 2006

Beato Daiquirí

“Me acaba de salvar la vida por segunda vez. Pregunta lo que quieras”. Así saluda Elisa Abadí, artista plástica de Valencia, Carabobo, que desde el año 2009 interviene figuras de José Gregorio Hernández vistiéndolo con un estilo que se pasea por el clóset de Alberto Slezynger cuando cantaba en Daiquirí; de Arthur Fleck, como el Guasón de Todd Philips; de Osmel Sousa en una noche de fiesta en Miami o de un pelotero de Magallanes. Una colección sin temor de dios.

“A José Gregorio le gustaba hacerse sus propios trajes y una vez leí que se vestía con colorinches para hacer una especie de acto interno y así aguantar las burlas de la gente. Era un hombre alegre, tocaba piano, violín, le gustaba bailar y qué mejor forma de homenajearlo que con el color que simboliza la vida que él le ha dado a tantos. Además, yo siempre me he vestido como me da la gana, sin combinarme nada y sin hacerle caso a nadie, y uno tiene que ser consecuente con lo que hace, dice y piensa”, explica Abadí.

El 22 de mayo de 2020 Abadí se hizo una histerectomía radical y sufrió una hemorragia debido a un hematoma postoperatorio. Hace años, en una marcha antigubernamental, un guardia nacional la apuntó para dispararle pero se le encasquilló el arma mientras ella levantaba las manos en señal de rendición. En ambos casos le pidió a José Gregorio. Estos son sus dos milagros personales, su cuenta a favor, pero cuando tenía unos 6 años de edad ocurrió el primer encuentro: mi abuela tenía una figura de él y siempre me quedó esa imagen de un santo en flux. Después fui investigando más sobre su vida quedé absolutamente fascinada por su bondad”.

Beato gran cacao

A Gisela Guerra Blyde todavía le parece extraño. “Creo que no me ha caído la locha de lo que está pasando con José Gregorio Hernández”, dice. Maracucha, ingeniera civil, experta en atención y mercadeo al cliente, artista plástica y sobreviviente de cáncer, no es devota de José Gregorio o tal vez todavía no lo sabe.

“A mí me dio cáncer y me propuse tomarme la vida más tranquila. Fui soltando cosas. En un momento tuve que dejar de trabajar, sentía que había cubierto mis metas y decidí bajar el ritmo de vida. Una parte de mi cambio fue hacer algo distinto. En 2015 comencé a pintar figuras de vírgenes con muchos colores y se las mostré a Gabriela Valladares [de la tienda de diseño @sietealcubo ] de manera informal y le gustaron”, recuerda Guerra Blyde.

Pero con las vírgenes había un riesgo: “Me podían criticar por interpretar alguna virgen en particular. Eso no sentía que podía pasarme con José Gregorio”. El “médico de los pobres” ya era un ícono pop. “Hasta ahora nada obligaba a la devoción por José Gregorio Hernández, iba por la libre, y quienes depositaban en él su fe católica, estaban claros en su aire pagano. Aun así, hasta la misma iglesia tuvo que permitirse ciertas licencias que no la dejaran al margen de su feligresía”, dice Lenín Pérez Pérez.

José Gregorio versión Guerra Blyde también es comestible: está en la cubierta de algunas ediciones especiales de chocolate Mantuano. “Yo ya había trabajado con Gisela como parte de una alianza que hago con artistas y diseñadores. En esta ocasión hicimos una nuevas barras con motivo de la beatificación. Ya corrían las noticias de que eso iba a suceder. Nos aliamos con Trabajo y persona porque yo participo con ellos en el programa Emprendedoras del chocolate. Chocolates Franceschi nos dio un gran descuento para trabajar su producto en el laboratorio de Mantuano”, dice Giovanni Conversi, dueño de Mantuano.

Beato con aroma a melón

Pocas cosas son menos celestiales que un ambientador de carro. Pero hay uno que huele a melón y lleva impresa la imagen del Señor Misterioso que, vista de lejos y de cerca, se asemeja en porte y trazo a José Gregorio Hernández.

“Este es el ambientador más enigmático jamás producido. ¿Quién es el señor misterioso? ¿Por qué huele a melón? ¿Por qué brilla en la oscuridad? ¿Por qué está tomando un ambientador? No tenemos respuestas para ninguna de estas preguntas. Sabemos que todos los que viajan en su automóvil quedarán hipnotizados con el misterio de todo”, dice el paquete del producto.

Además del ambientador, también se consigue en tiendas (en línea y físicas fuera de Venezuela) un muñeco del Señor Misterioso que brilla en la oscuridad y promete otorgar peligro y misterio a la mundana vida del comprador.

“No hace falta decir que aquellos que no saben quién es el Señor Misterioso realmente lo consideran un objeto ‘cool’, una especie de figura para sustituir a Elvis o la clásica muñeca hula hawaiana”, escribe el filósofo venezolano Daniel Esparza en el artículo Misterio resuelto: el “Señor Misterioso” es de hecho un santo venezolano, publicado en la web Aleteia

Curando a los adultos

Personas de todas las edades
tienen experiencias con el Beato

“Desde entonces mi familia le atribuyó su completa recuperación al Venerable”

Ariadna González (1957)

En el año 57 mi mamá tenía 25 años de edad y trabajaba como enfermera en Caracas. Manejando hacia Valencia por la Carretera Panamericana tuvo un accidente de tránsito, ya que la noche anterior estuvo de guardia y se quedó dormida por un instante mientras manejaba. El carro se salió de la vía, dio vueltas de campana y mi madre sufrió de fractura de columna dorsal. Estando hospitalizada en Caracas, una noche alguien entró a su habitación solo con una linterna y se paró junto a su cama. Ella no recuerda que haya sido ni su médico ni la enfermera de guardia. Mi abuela la acompañaba en la habitación, y en la mañana preguntaron si alguien había entrado, pero las enfermeras dijeron que no, porque no necesitaba control de tratamiento en la noche. Mi abuela oraba fervientemente ofreciendo una promesa al Dr. José Gregorio Hernández. Mi mamá pasó seis meses con un corset de yeso, y seis con uno ortopédico, en silla de ruedas. Se recuperó de manera milagrosa y llevó una vida normal sin ninguna secuela del accidente. Desde entonces mi familia le atribuyó su completa recuperación al Venerable.

“Caí en un sueño profundo y al día siguiente me desperté completamente curado”

Reinaldo José Zurita Guerrero (1980)

En agosto de 1980 me tomé unos días de descanso y visité a un primo en Puerto la Cruz, estado Anzoátegui. El sábado 16/08/80 decidimos viajar a las playas del estado Sucre, almorzamos por la zona pescado y marisco, y regresamos al puerto. Alrededor de las 7:00 pm, tanto mi primo, su esposa y yo, comenzamos a sentir malestares, vómitos y diarrea; síntomas de una intoxicación.  A medianoche, deshidratado y sin fuerzas, sentí una presencia en mi cuarto y pude observar a una persona con una bata blanca rodeado por un halo de luz, que me dijo que todo se me pasaría y me aliviaría. Colocó sus manos en mí estomago y realizó una presión, sentí que sus manos entraron en mi estómago, y me sentí aliviado. Caí en un sueño profundo y al día siguiente me desperté completamente curado. De regreso a Caracas le relata el suceso a mi madre y ella me mostró una estampilla del doctor José Gregorio Hernández, que yo nunca había visto, y reconocí a la presencia que tuve esa noche.

“Yo sé que mi doctor José Gregorio me salvó y se me presentó a través de ese enfermero”

Leonardo Motta (1981)

En ese año me enferme de meningitis bacterial. Le pedí con mucha fe y fervor al doctor José Gregorio Hernández por mi salud. Estuve hospitalizado en el Hospital Militar de Caracas casi seis meses. Él se me aparecía a través de un enfermero que se parecía mucho a él . Fueron muchas las veces que me tuvieron tomar la vía puesto que la perdía a cada rato y me dolía mucho. Les costaba mucho agarrarla. Pero cuando él lo hacía era fácil y no dolía. Fui operado varias veces porque la infección no cedía. Después de mi recuperación volví al hospital a darle las gracias y cuando pregunté por él, me decían que no existió tal enfermero. Yo sé que mi doctor José Gregorio me salvó y se me presentó a través de ese enfermero. Le pagué la promesa la doctor de ir a su santuario en Trujillo a visitarlo y agradecerle.

“Le ofrecí el pago de promesa ante el Nazareno de San Pablo de por vida”

Agustina Cazares (1982)

Fui operada de la columna, sin esperanza de cura, con más de un año con colostomía. Luego, en la siguiente operación, no se esperaban buenos resultados, pero me encomendé a José Gregorio Hernández y le ofrecí el pago de promesa ante el Nazareno de San Pablo, de por vida. Hoy gozo de buena salud gracias a José Gregorio Hernández.

“Le pedí con tanta fé al Venerable que mi hernia desapareció”

Napoleón Jiménez (1988)

Fui diagnosticado de una hernia inguinal derecha indirecta. Se requería de una intervención quirúrgica, y me asignaron una fecha de operación para comienzos del siguiente año. Le pedí con tanta fe al Venerable, que mi hernia desapareció.

“Dicho milagro, bien documentado y con informe médico, fue enviado al Vaticano”

Carmine Palermo

A mi padre, Carmine Palermo, QEPD, lo ayudó el Dr. José Gregorio. A él lo iban a operar de una piedra en los riñones, pues en aquellos tiempos era una operación. Cuando iba camino a la operación, con su estampita de José Gregorio encima, él manifestó su deseo de orinar. Mientras lo hacía, sin dolor y sin una gota de sangre, botó una piedra que el mismo doctor que lo atendió dijo que por su tamaño era imposible, salvo un milagro, que saliera sin causar serios daños en el conducto. Dicho milagro, bien documentado y con informe médico, fue enviado al Vaticano.

“Comencé a pedirle al Dr. José Gregorio Hernández para que mi corazón volviera a su ritmo normal”

Marilin Machado (1994)

Para esa fecha,  me hicieron un cateterismo cardíaco porque yo presentaba una condición congénita conocida como Síndrome de Wolff Parkinson White. Al momento del estudio, mi frecuencia cardíaca aumentó demasiado: 180 latidos por minutos. Al ver que todos los médicos estaban a mi lado preparados, con el carro de reanimación listo para usar, en caso de que yo entrara en paro, comencé a pedirle al Dr. José Gregorio Hernández para que mi corazón volviera a su ritmo normal. Yo sentía que me estaba muriendo. A Dios gracias, al comenzar a pedirle al doctor, mis latidos se hicieron rítmicos y lentos, y pudieron hacerme el estudio.  Al día siguiente, al despertar, sentí que había alguien viéndome; y al voltear,  pude observar al Dr. José Gregorio Hernández al lado de mi cama. Cerré los ojos porque pensé que estaba soñando y al abrirlos ya no estaba. En ese momento, entró mi médico tratante y le pregunté si él había entrado antes; él me respondió que yo estaba sola y le agradecí a mi goyito por haberme acompañado durante el estudio.

“Después de un día de operado, mi esposa sintió y vio la presencia de José Gregorio Hernández muy temprano en la mañana”

Miguel Estrano (1995)

Mi papá contaba con 89 años cuando fue operado de la próstata por obstrucción. Él no sabía que tenía cáncer en ese momento. Después de un día de operado, mi esposa sintió y vio la presencia de José Gregorio Hernández muy temprano en la mañana. Le habló y le dijo que todo estaba bien y que mi padre no tendría problemas. Mi esposa se despertó llorando y muy emocionada. A la semana, la biopsia no dio el resultado de cáncer invasor y el médico le indicó un tratamiento que no pudimos cumplir por no tener recursos. Le dio una esperanza de vida de 2 años con el tratamiento. Mi papá jamás sintió ninguna molestia el resto de su vida por la próstata. Murió a los 100 años por complicaciones con su corazón. Fue un hombre ejemplar como padre y esposo.

“Me acosté y vi al el Dr. José Gregorio Hernández haciendo en mi cuello algo que me dolía”

Aimee Ramirez (1995)

Soy trasplantada de médula ósea y dos días antes de la colocación del catéter, me acosté y vi al el Dr. José Gregorio Hernández haciendo en mi cuello algo que me dolía, y se lo dije a mi familia. Luego, cuando ingresé al pabellón para que me colocaran el catéter, me despierto y me dolía de manera muy parecida. Tuve un soplo, producto del catéter, y milagrosamente desapareció al cabo de 3 meses, cuestión que los médicos decían que era imposible. En la actualidad soy totalmente sana gracias a Dios y al Dr. José Gregorio Hernández.

“Le supliqué al Dr. José Gregorio Hernández para que le hiciera un milagro a mi hermana, el cual se cumplió”

William Simón Zambrano Castro (1995)

Tuve una hermana muy grave. Le habían fallado prácticamente todos sus órganos y lamentablemente iba a fallecer. Le supliqué al Dr. José Gregorio Hernández por su salud y le pedí que me diera una señal si la tenía que trasladar a otra clínica. Un sábado estaba compartiendo con mi familia, cuando me percaté de que le faltaban los rines al carro de mi hermana y lo tomé como una señal inequívoca de que debía cambiar a mi hermana de clínica. Al día siguiente la movimos y, a pesar de que llegó cianótica, tenía signos vitales. Los médicos lograron la compensación de sus órganos en unos cinco días, pero cayó en un distress respiratorio que podría durar un día o meses. Yo estaba muy desesperanzado y bajando la autopista Caracas-La Guaira le supliqué al Dr. José Gregorio Hernández para que le hiciera un milagro a mi hermana, el cual se cumplió. Al día siguiente me llamó mi otra hermana para darme la gratísima noticia de que mi hermana enferma ya no requería del pulmón artificial. Le doy las infinitas gracias a mi Santo y como recompensa, he ido numerosas veces a visitarlo en Isnotú, su lugar de nacimiento.

“La señora nos dijo que le rezáramos al «señor del sombrerito» y nos señaló una imagen del Dr. Hernández”

Gerardo Comenares (1995)

Mi papá estaba en una cama de cuidados intensivos y trajeron a un niño que había sufrido un arrollamiento. La mamá del niño, y mi madre y yo rezábamos mucho. La señora nos dijo que le rezáramos al “señor del sombrerito” y nos señaló una imagen del Dr. Hernández. Ella subió a la UCI y examinó a su hijo; volvió a bajar y subió el altar, pero al llegar su hijo no tenía nada. Ni una fractura, a pesar de que cuando llegó no le daban esperanzas de vida. El niño finalmente salió de UCI y fue trasladado a un cuarto. Eso ocurrió en el Centro Médico de Occidente en Maracaibo, estado Zulia. Mi papá, Joaquín Colmenares,  murió el miércoles 15. Desconozco el nombre del niño y de la madre, pero se puede indagar en las historias del hospital por esos días.

“Yo dejé de padecer de la consecuencias que me daba el insulinoma y he podido vivir sanamente”

Emilsa Gotera (1996)

Se me diagnosticó cáncer en páncreas con metástasis en el hígado. Pedí en forma fervorosa a José Gregorio Hernández mi salvación. Fui operada por el Dr. Dirimo Hineztroza, en la Clínica Falcón, en la ciudad de Maracaibo, Estado Zulia. Me sacaron una porción de páncreas en donde estaba el tumor y el bazo, y no encontraron la metástasis en el hígado. La biopsia salió negativa en el tumor, y el doctor que diagnosticó las imágenes quedó sorprendido cuando contaron mi historia. Yo dejé de padecer de la consecuencias que me daba el insulinoma y he podido vivir sanamente.

“En mi sueño de anestesia vi al Dr. José Gregorio Hernández presente en mi operación. Él me operó y volví a caminar”

Betsaberh Uzcátegui (2000)

Mi historia es con mi columna vertebral. Fui sometida en varias oportunidades a operaciones y la última lesión fue en l5. No podía caminar y fui operada. En mi sueño de anestesia vi al Dr. José Gregorio Hernández presente en mi operación. Él me operó y volví a caminar, aunque tengo dolencias cuando abuso de peso.

“Siempre recuerdo ese momento, él parado a mi lado, como a un metro de distancia”

Nelio Rafael Idrogo Díaz (2002)

Sufrí de quemaduras con gasolina en un 80% de mi cuerpo. Llegó un momento en que los médicos dijeron que ya no soportaría el dolor y me venia un paro. En eso se me apareció el Dr. José Gregorio Hernández con una enfermera, que  me colocó una inyección que me quito el dolor. Ella me habló al oído y me indicó que no dijera nada. Justo después me quedé dormido por un lapso de 24 horas. Cuando desperté, mis heridas estaban secas y sanando. Los médicos me preguntaron si yo me habían colocado algo y me quedé callado. Siempre recuerdo ese momento, él parado a mi lado, como a un metro de distancia. A los dos días fui dado de alta.

“Ahí estaba el Dr. José Gregorio Hernández. Me pasaba la mano por la frente”

Laura Jiménez (2008)

Se me apareció en un sueño vestido de blanco con su maletín negro y yo le cerré la puerta en la cara. Cuando me di la vuelta, ahí me estaba señalando y me dijo: “Yo se que tu no crees en mí pero he venido a sanarte porque tu me necesitas”.  Yo me desperté y a las dos horas me dió un infarto fulminante.  Comencé a caminar o volar por un túnel oscuro y al final se veía una luz. Cuando llegué a la luz, pude ver siluetas de personas esperándome, y yo solo dije: “no me puedo ir, mis hijos me necesitan”. Cuando regresé pude ver mi cuerpo y ahí estaba el Dr. José Gregorio Hernández. Me pasaba la mano por la frente… Los doctores terrenales dijeron que yo estaba muerta, pero me aferré y le pedí a Dios cinco veces para volver a vivir, y volví.  A los dos meses, cuando tenía cita para sacarme un riñón, luego de los exámenes preparatorios, el doctor me dijo que mis riñones estaban en perfecto estado. Y ahí en el consultorio vi de reojo a José Gregorio. Me dio escalofríos y supe que era él. Desde aquellos días, y hasta hoy, no me falla. Gracias José Gregorio Hernández.

“Le doy las gracias a Dios que intervino por mí, mediante el de Dr. José Gregorio Hernández”

Franklin Duque (2012)

José Gregorio Hernández me acompañó en una operación del brazo, en la que había que unir tres partes de mi hombro. Le doy las gracias a Dios que intervino por mí, mediante el de Dr. José Gregorio Hernández, ya que era bastante difícil salvar mi brazo.

“Mi mamá después me dijo que fue José Gregorio Hernández, pero yo no le creí. Sin embargo, ese día sucedió un milagro”

Marissandra Malaver (2016)

En el 2015 comencé a sufrir de la vesícula. Eran crisis terribles y me enviaron un tratamiento para evitar la operación. Pero para febrero del 2016, ya mostraba síntomas de ictericia, por lo que finalmente me operaron. Después de ésta intervención, tuvieron que ponerme un drenaje en el hígado, cosa normal. Pero después de una visita de emergencia al Seguro Social en Mérida,  porque el drenaje se había desprendido, tuvieron que operarme de nuevo para cerrar la hemorragia. En la primera operación desgarraron un canalículo y mi cuerpo se estaba lleno de bilis, cosa muy dolorosa; y después de la segunda operación, seguía drenando líquido hepático. Hospitalizada aún, un día llegué a drenar casi un litro. Eso significaba que la herida no había cicatrizado, por lo que había que operar de nuevo. Esa noche, sentí que alguien prendía la luz en la habitación y lo único que pude ver fue a alguien con una bata blanca y de espalda, levantándose de mi cama. Cuando me levanté al día siguiente le pregunté a mis compañeros de habitación si alguien había entrado y ellos me dijeron que no. Mi mamá después me dijo que fue José Gregorio Hernández, pero yo no le creí. Sin embargo, ese día sucedió un milagro: no volví a botar un mililitro de líquido hepático.

“Su procedimiento fue exitoso, gracias a la ayuda de José Gregorio y del médico que la trató, así lo asegura fervientemente mi madre”

Ubilma Ortiz (2017)

En la tarde del 17 agosto 2017 mi mamá estaba en el estacionamiento del Centro Comercial Concresa. Después de una brisa fuerte, se encontró con una estampita del Dr. José Gregorio Hernández en el piso y decidió conservarla. Ella tenía una operación de brazo programada y se la llevó para el Hospital Clínicas Caracas. Su procedimiento fue exitoso, gracias a la ayuda de José Gregorio y del médico que la trató, así lo asegura fervientemente mi madre.

“Cada vez que hago mis exámenes de control salen bien y por eso estoy muy agradecida al Dr. José Gregorio Hernández”

Dorys Josefina Uzcátegui García (2017)

En 2016 fui diagnosticada con un Cáncer de Mama en el lado izquierdo. Luego de cuatro quimioterapias y de diferentes terapias alternativas, me operan el 23/05/2017. Entré al quirófano con la imagen en mi mente de Jesús de la Misericordia y el Dr. José Gregorio Hernández. A pesar de lo fuerte y largo de la operación, superé ese trance luego de cuatro quimioterapias más junto a 25 radioterapias. Actualmente estoy bien. Cada vez que hago mis exámenes de control salen bien y por eso estoy muy agradecida al Dr. José Gregorio Hernández. No dejo de rezar mi oración de Sanación, que es más que todo una oración de Agradecimiento a Dios, a la Virgen y al Dr. José Gregorio Hernández por mantenerme con Vida y Sana, luchando por la Libertad de mi País. Bendiciones para todos los que tuvieron esta iniciativa de hacer público tantos milagros del Dr. José Gregorio Hernández.

“Es ahí cuando veo saliendo del cuarto de mi suegra a un hombre con bata blanca”

Fernando Gascón (21/11/2017)

Mi suegra estaba muy enferma con diversas deficiencias (pulmones, riñones y corazón). Se puso bastante grave, y su hija, mi esposa, llamó al servicio médico al cual la teníamos afiliada. Yo estaba en mi trabajo y llegué justo cuando estaba llamando. Me fui a mi cuarto y 30 min después escuché que había llegado el equipo de emergencias.  Al cabo de un rato, me asomo solo hasta la puerta del cuarto porque no escuché más ruido. Es ahí cuando veo saliendo del cuarto de mi suegra a un hombre con bata blanca; debajo de su bata un pantalón negro, zapatos negros, maletín de médico y me sorprendió mucho que cargaba un sombrerito oscuro, creo que era negro. No lo llamé porque pensé que era un médico de la emergencia que iba saliendo del apartamento. Al cabo de unos minutos entra mi esposa y me dijo que estaba abriéndole la puerta del edificio al equipo de la ambulancia. Yo confundido le pregunté por el doctor y ella me dijo que ningún doctor había venido; solo una doctora. Al pensar detenidamente lo ocurrido y al sacar cuenta de la vestimenta de la persona que vi saliendo, lo único que me vino a la cabeza fue el Dr. José Gregorio Hernández. Mi suegra murió al siguiente día. Por eso recuerdo la fecha exacta.

“Cuando finalmente despertó, lo primero que nos escribió fue: “José Gregorio estuvo aquí, reza por mí 10 Padre Nuestro y 10 Ave María”

Peggy Marina Rincones (2018)

A mi hermana, que tenía un mes hospitalizada, le hicieron una cirugía de emergencia. Fue ingresada a la UCI en la madrugada, y un doctor me dijo que no me preocupara, que haría todo por ella. En UCI permaneció por un mes y nos hicieron despedirnos de ella tres veces. Cuando finalmente despertó, lo primero que nos escribió fue: “José Gregorio estuvo aquí, reza por mí 10 Padre Nuestro y 10 Ave María. Mi hermana se recuperó, pero no recuerda nada sobre haber visto a José Gregorio, pero mi mamá y yo le tomamos foto al papel que ella escribió. En el hospital no hay registro de un doctor hombre de la noche en que el doctor me dijo que no me preocupara y yo tampoco lo ví más en la UCI. Esta fue una experiencia que tuvimos que vivir mi mamá y yo lejos de casa, reconfortándonos en la oración.

“Yo esa noche le pedí llorando al Dr. José Gregorio Hernández que por favor me sanara a mi madre”

Luis Molina (2018)

Mi madre, de 73 años de edad, sufría de una vena varice ya ulcerada y sufría mucho. No dormía y  se mantenía llorando a solas del dolor que le ocasiona dicha herida en la pierna. Un día, la encontré llorando, le pregunté qué le pasaba y me explicó que le dolía mucho, que ese era su malestar diario. Yo esa noche le pedí llorando al Dr. José Gregorio Hernández que por favor me sanara a mi madre y le hice una promesa con mi madre. A los cinco meses mi mamá se curó con unos tratamientos y por la voluntad del Dr. José Gregorio Hernández. Amén. Milagro concedido.

“Tuvo un sueño en el que un hombre le decía que todo iba a estar bien, que ella sanaría”

José Núñez (2018)

El día domingo 11 de noviembre de 2018 la mamá de mi yerno estaba extremadamente grave en UCI de la Clínica Sucre, en Maracaibo. Su esposo estaba desesperado, los médicos no daban esperanza de vida. En su desesperación lo llevé ante un busto del Dr. José Gregorio Hernández y le dije que le pidiera a él... Después de su oración él se fue a su casa a descansar, ya que tenía dos días sin dormir bien.  Tuvo un sueño en el que un hombre le decía que todo iba a estar bien, que ella sanaría. Su esposo llegó a mi casa transformado, alegre y optimista y me contó lo sucedido. Al otro día, el diagnóstico médico mejoró y sus esperanzas de vida eran muy optimistas. A la semana, la Sra. Lotty Godoy estaba en un cuarto fuera de peligro. ¡Gracias infinitas al Dr José Gregorio Hernández!

“De repente, sin dolor, salió algo como un coágulo y hasta hoy, gracias al Dr. José Gregorio Hernández estoy bien”

Pablo Luis Palermo Grimaldi (2019)

En la madrugada tuve un fuerte dolor en los riñones. Fuimos de emergencia y me dijeron que tenía algo que obstruía el conducto. El martes santo me hicieron el urotack y el doctor vio que era una piedra de 6 mm. Me dijo que esperamos una semana con el tratamiento. Como todos los años, asistí a la procesión del Nazareno y le pedí todos los días al Dr. José Gregorio Hernández por mi salud. El siguiente martes, cuando fuimos al chequeo el doctor dijo: “aquí no hay obstrucción, no hay retención de orina, se ve todo bien”. Unos días después, traté de ir al baño y no podía. De repente, sin dolor, salió algo como un coágulo y hasta hoy, gracias al Dr. José Gregorio Hernández estoy bien. 

“Mi esposo me dice que en medio de la operación vio a un hombre vestido de blanco que le pasó la mano por la barriga”

Solimar Rangel (2020)

A mi esposo le dispararon para robarlo y la bala le llegó al colon, por lo que estaba casi muerto. Mi esposo me dice que en medio de la operación vio a un hombre vestido de blanco que le pasó la mano por la barriga. Hoy en día mi esposo goza de excelente salud.

“Este para mi es el mayor milagro de José Gregorio Hernández”

David Camilo Ramírez Navarro (2020)

Aunque se que la Iglesia Católica tiene un proceso bastante complejo para determinar quienes se convertirán en santos, es importante tomar en cuenta que la salud mental también es parte de nuestra vida. Y es aquí donde quiero resaltar el hecho de que el pueblo Venezolano ha sido testigo de un milagro colectivo, ya que la gran mayoría de ciudadanos de este país con sólo pensar en la intervención de José Gregorio Hernández nos sanamos de muchas enfermedades Psicosomáticas e infundimos fe en nosotros mismos y en otros para lograr recuperarnos. Este para mi es el mayor milagro de José Gregorio Hernández.

“Vístete que vamos a ver a Gregory”

Sócrates Serrano

Esas fueron las palabras que me dijo mi hermana uno de los días en que sentí más incertidumbre, luego de haber sido diagnosticado con un adenocarcinoma. “¿A quién?”, pregunté. “Vamos a La Candelaria a casa de Gregory, de Goyito, chico… de José Gregorio”.

Yo vengo de una familia mixta en cuanto a creencias y espiritualidad. Mi papá era agnóstico, casi ateo y mi mamá muy católica. Crecí muy orientado al estilo de mi papá con una actitud muy crítica hacia la religión y la Iglesia. Por otra parte, además de ser actor soy psicólogo clínico de origen, por lo que mi vinculación con el mundo siempre fue muy positivista y científica, independientemente de haberme movido en el mundo artístico. Mi concepto de fe estaba orientado hacia la posibilidad de creer firmemente en mis propias capacidades y en entender que todo lo que ocurría en mi vida era únicamente debido a mi esfuerzo y responsabilidad. Así nos educó mi papá, cosa que siempre le he agradecido porque me ha permitido tomar las riendas de mi vida en momentos clave… Sin embargo, justo en la época en la que enfermé, comencé a sentir que mi capacidad para hacerlo todo tenía unas letras muy pequeñas que nunca había leído: “Ciertas condiciones aplican”. 

Llegamos a la iglesia de La Candelaria mi mamá, mi hermana, mi cuñado y yo. Había recién comenzado la misa y estaba repleta de gente. Nos sentamos en un banco de los de atrás, muy cerquita del sepulcro de José Gregorio Hernández. Nunca había visto a mi mamá y a mi hermana rezar con tanta fuerza, de hecho creo que pocas veces las había visto rezar porque esta era una de esas raras ocasiones en las que habíamos ido juntos a misa. Incluso en la que yo había ido a misa… Sentí una fuerza muy particular. Una energía difícil de explicar. Buena, bonita, del sitio, de la gente que estaba allí, de mi familia… Me paré frente al vidrio que protege el espacio donde está “Gregory” y también sentí una fuerza muy especial. Le pedí como pude, sin saber bien cómo se pedía, le pedí sintiéndome torpe, raro porque no estaba acostumbrado… Fue una tarde única.

Yo había visto desde pequeño, como todos en Venezuela, imágenes de José Gregorio en las camionetas por puesto, en locales, en escapularios. Había visto los unitarios que se habían hecho en TV cuando era niño. Para mí, era esa figura mítica que formaba parte del imaginario colectivo a la cual se le atribuían milagros y favores. Que describía un poco nuestra necesidad de creer como válvula de escape ante enfermedades, penurias y dificultades. Mi mirada era lejana y casi técnica. Aunque siempre con respeto y cierta curiosidad.

Esta curiosidad se potenció al salir de la iglesia ese día. Comencé a investigar sobre Gregory, descubrí que era un gran académico, un científico vehemente, un médico generoso. Eso me conectó con su historia racionalmente e hizo que creciera mi necesidad de saber más de él. Luego entendí que esas características que yo valoraba se parecían a mi mundo y que eran más cercanas a mí. 

Mi amiga Lil Quintero me animaba en mi conexión con José Gregorio; me contaba historias, me hablaba de sus milagros y me mostraba las fotos que había tomado de Gregory en sus diferentes versiones en altares y espacios urbanos. Poco a poco me comenzaron a regalar figuras de madera, estampitas, escapularios.

“Pídele… pídele con fuerza…”, me decían. 

En la primera sesión de radioterapia tenía mucho miedo, estaba realmente asustado a pesar de todas las indicaciones y aclaratorias de mis médicos. La sensación de fragilidad en mi cuerpo es difícil de explicar. Nueva, enorme, envolvente. Por primera vez cuando me acosté en la camilla en donde se aplicaban las sesiones, escuchando a los técnicos decirme detrás del vidrio de esa sala especial “No te muevas”, lo imaginé allí conmigo, fue una especie de reflejo. Lo imaginé a mi lado y esta vez con toda propiedad le pedí: “Acompáñame, Gregory, ayúdame, que todo salga bien…”. A partir de ese momento, en las 28 sesiones de radio, lo imaginaba a mi lado, supervisando el proceso. A veces pensaba que él me ponía una mano en el hombro. A veces, que me decía: “Tranquilo, confía. Todo estará bien”. Gregory estaba conmigo en las sesiones de radio y quimioterapia. Era una especie de amigo privado, como esos que tienen algunos niños en sus juegos solitarios.

No recuerdo cuándo ni cómo comenzó a aparecer en mis sueños, era una presencia, me despertaba con la sensación de que él había estado en mi sueño pero no tenía claro cómo. Una de las noches más largas, donde me sentí más agobiado por el tratamiento, soñé con claridad que estaba al pie de mi cama y me protegía con sus manos y sus ojos. Recuerdo esa noche como una de las más difíciles. En una de mis cuentas de Instagram publiqué una foto de la luz que entraba por la puerta de mi cuarto cuando amaneció, para que no se me olvidara que las noches duras también pasan.

El día de la operación fueron mi familia y mis amigos a darme apoyo. Estuvieron allí incondicionalmente conmigo. Sin embargo, cuando subí al quirófano y me acosté en la mesa de operaciones sentí una gran soledad. Había una parte de mí que experimentaba mucha incertidumbre. De la muestra que se tomara en la operación dependían las decisiones siguientes sobre mi evolución y había un porcentaje importante de probabilidades de tener que implementar procedimientos quirúrgicos más duros, de que perdiera ciertas capacidades, de que mi estilo de vida cambiara por completo y realmente eso me atemorizaba aún más que la muerte. 

Hacía mucho frío y el quirófano era una especie de campo de batalla. Las enfermeras hablaban de temas cotidianos y no había cobijas suficientes ni almohadas, tampoco envases para orinar. Sentía un gran desorden y descoordinación y nuevamente le pedí a Gregory que me acompañara en ese proceso, que velara porque todo estuviera bien. Cerré los ojos y en los siguientes minutos el quirófano comenzó a transformarse. Llegó una mujer con voz dulce, me dijo que era la asistente de la anestesióloga y me explicó el procedimiento. Seguidamente llegó otra mujer dando instrucciones con firmeza y calidez simultáneamente y todo en el quirófano se transformó: aparecieron cobijas, envases, almohadas, el equipo quirúrgico que no se encontraba hacía unos minutos. Todo comenzó a funcionar con una increíble armonía. Ella me miró de una forma especial, me dijo que era mi anestesiólogo, me miró de nuevo fijamente, y luego me dijo: “No lo puedo creer. Tú eres Sócrates Serrano e interpretaste a Carlos Gardel”. Hablamos brevemente de mi carrera, del gusto de ella y su esposo por el teatro, de El día que me quieras de Cabrujas…, hasta que llegó uno de mis doctores, que también se apellida Hernández, como Gregory… Rubén Hernández. Me saludó, los médicos bromearon entre ellos, sentí mucha confianza y me entregué… “Cuenta hacia atrás…”, me dijo ella… “10, 9, 8, 7…”. Días después recibía un mensaje del Dr. Hernández: “Buenas noticias… Negativo para células cancerígenas”.

Los días siguientes fueron muy intensos para mí, no solo por la alegría de la noticia sino por los efectos de los ciclos de quimioterapia preventiva que tuve que completar durante varios meses y los efectos de todos los procedimientos en mi cuerpo. Sentía un gran agradecimiento y al mismo tiempo una gran fragilidad. Una mañana mientras me cepillaba los dientes experimenté la certeza absoluta de que tenía que hablar de lo que me había ocurrido y de la presencia de José Gregorio Hernández en mi vida.

Simplemente mientras me cepillaba algo en mi cuerpo cambió e hice consciente que todo lo que me había ocurrido debía contarlo, fue como encontrar una pieza del rompecabezas que faltaba. Me senté, me temblaban las piernas, lloré... Entendí. 

No sabía cómo empezar, no tenía ni idea de qué hacer. Había visto una obra de teatro dirigida por Miguel Issa que me había encantado: Me llaman La Lupe, donde actuaba Samantha Castillo. Me impresionó su trabajo corporal y la intensidad del espectáculo. Unos días después de esa sensación en el baño me encontré a Miguel antes de entrar a ver una obra de teatro, le comenté lo que me había pasado y le dije que quería trabajar con él pero que no sabía de qué forma. Me dijo: “Comienza a escribir…”, pero yo no podía, no estaba listo emocionalmente. Entonces comenzó un viaje que duró nueve meses, durante los cuales trabajamos con el cuerpo, partiendo de palabras que Miguel tomaba de lo que yo le contaba, de imágenes que él me proponía, música, acciones, movimientos que se entrelazaban hasta convertirse en una especie de coreografía, objetos, intuición, exploración, lágrimas, risas, descubrimientos, una especie de terapia artística muy similar a lo que había aprendido con mi maestra de cuerpo, Verónica Oddo, cuando comencé a estudiar actuación, o a lo que aprendí en la Escuela de Psicodrama. 

Miguel llevó un sombrero y un paltó y los colocó en el escenario. Ese día, de manera casi mágica, investigando con la música y el cuerpo creamos la primera “aparición de Gregory” en la obra, representa su presencia en mis sueños, en mi imaginario, en mi sanación. Yo había hecho una pequeña investigación sobre sus cartas y su libro Tratado de Filosofía. Seleccioné varios textos que luego fuimos conectando con mi propio relato cuando ya pude escribir y contar lo que me había pasado. Se fueron sumando artistas. Lil registraba todo con su cámara, Eduardo Arias trabajaba en el videoarte, Adriana Issa en la producción… Y Gregory conmigo en cada ensayo y en las funciones. Antes de empezar a sonar la música, él estaba allí, mi amigo imaginario, acompañándome, sonriendo.

Fueron nueve meses de un proceso creativo, terapéutico, sanador. Mi amigo Samuel Hurtado, que se unió también como productor, me animó a que hiciera algo grande. “Estrenamos en la sala grande de Chacao”, me dijo. Hicimos las funciones del estreno a beneficio de Senos Ayuda. Luego, temporadas en tres teatros y ahora la obra está disponible en la web del Trasnocho Cultural. Mi historia, mi ofrenda, mi regalo de José Gregorio y mi mensaje de posibilidades: Gregory canal de fe.

Hace unos días me llamaron para grabar la misa de Acción de Gracias por la beatificación de José Gregorio Hernández. Volví a La Candelaria, a la iglesia. Me dieron la oportunidad de leer un pasaje en la misa. A mí, que no sabía cómo pedir, a mí, me tocó leer sobre el amor y sobre Dios. Estaba abierto el sepulcro de José Gregorio. Pude entrar, no había nadie. Solos él y yo, reencontrándonos en el mismo espacio donde empezó todo. Solo le dije una palabra en silencio y con mucha fuerza: ¡Gracias!

José Gregorio Hernández y la sociedad venezolana

Elías Pino Iturrieta

La beatificación de José Gregorio Hernández establece, en un vínculo antiguo e incuestionable, la conexión con el resorte emotivo que pueda sacar de la penumbra a la mayoría de la población necesitada. Una razón para levantarse de la camilla de los convalecientes.

Hundida en uno de los peores momentos de su historia, Venezuela está cada vez más necesitada de alicientes. Cuando se habla de elementos que permitan la salida de un profundo agujero, la mirada busca hacia factores de naturaleza económica y hacia un arreglo político de urgencia. Con el auxilio de tales factores lo demás se dará por añadidura, se piensa habitualmente. Y se piensa así con razón, porque tales son los aspectos más evidentes de la realidad que pueden conducir a otros capítulos de la vida, más hospitalarios. Sin embargo, hay ingredientes de naturaleza afectiva que no consideramos cuando se trata de encontrar un salvavidas, pese a que pueden ser fundamentales.

El desarrollo material es esencial para salir de la crisis, pero existe un entramado de razones sentimentales que pueden abonar la parcela caracterizada hasta ahora por la esterilidad de sus frutos. Las motivaciones provenientes de la afectividad no se observan a simple vista, ni se pueden calcular con precisión matemática, pero pueden ser un motor capaz de insuflar dinamismo a escenarios caracterizados por la abulia. El orgullo arrinconado puede salir de la periferia de la sociedad para ubicarse en su centro, tras el propósito de enderezar pesadas cargas.

Es una cuestión de sensibilidad compartida, una prescripción de inexplicable procedencia que remueve la mentalidad de un conglomerado que de pronto se identifica con su lado constructivo, capaz de orientar una iluminación a través de la cual se descubre un atractivo paisaje donde antes solo se percibía lobreguez.

Dentro de tal perspectiva se quiere considerar ahora la beatificación de José Gregorio Hernández, por la conexión que puede establecer con la mayoría de la población necesitada de un resorte que la pueda sacar de la penumbra. Debido a un vínculo antiguo e incuestionable, que proviene de la primera mitad del siglo XX y se ha prolongado hasta hoy sin solución de continuidad, puede devolver la benéfica hinchazón de pertenecer a un conglomerado que no las tiene todas consigo, pero que de pronto encuentra una razón para levantarse de la camilla de los convalecientes.

¿De cuántos paisanos podemos hoy enorgullecernos, sin que exista el estorbo de las dudas? ¿Sobre cuál obra personal o particular existe consenso, es decir, abrumador consentimiento en torno a sus cualidades y a sobre cómo pueden influir positivamente en nuestras vidas? En una evolución alimentada por el contraste de las polémicas y por la actividad de individuos rodeados de desconfianzas, o asumidos como villanos; en una sociedad que ya ha encasillado en la memoria el catálogo de sus héroes desaparecidos y el desfile aún activo de un repertorio de individuos abyectos, o considerados como tales, llueve del cielo la legitimación de un bienaventurado.

Solo Simón Bolívar ha contado con la fe unánime de los venezolanos. Hay otras figuras de trascendencia a quienes se ha concedido el beneficio de una fe mayoritaria, pero únicamente el Libertador está en el pináculo del altar. Aparte del examen de contados historiadores, y de la liturgia tendenciosa que los políticos han promovido para su beneficio, nada ha impedido que ocupe el lugar más alto y menos objetado en el tabernáculo republicano.

Los demás son pigmeos, si se intenta una comparación. Ningún otro actor nacido entre nosotros ha sido objeto de una veneración capaz de resistir el paso del tiempo y las pasiones de los hombres, hasta la entrada de José Gregorio Hernández en la historia patria.

Un médico de nuestros días distinguido por las habilidades de su profesión y por su atención de los humildes, un personaje comprometido con el cumplimiento de su deber sin alardes, llega a una elevación capaz de provocar, no solo una atención mayoritaria, sino también el fervor de las multitudes.

De allí que estemos ante un suceso que se aleja de lo corriente para volverse excepcional, desde el punto de vista simbólico.

Ahora José Gregorio Hernández tiene un certificado oficial de virtud, un diploma proveniente de una autoridad suprema que garantiza la certeza de sus cualidades. La Iglesia avala su posesión de las virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- en grado superlativo, pero también que las demostró durante su vida, ya sin duda, mediante el apego escrupuloso a la enseñanza de la Escritura y a la asiduidad de las plegarias devotas. Tales son los requisitos sobre los cuales se averigua desde la Edad Media para verificar los pasos de la santidad de los mortales.

El Médico de los Pobres se ha hecho acreedor de un reconocimiento por tales ejecutorias, debido a cuyo ejercicio puede convertirse en intercesor de favores ante la divinidad. El heroico ejercicio de las virtudes, atribuido a sus obras por los fieles antes de que obtuvieran crédito canónico, conduce a la posibilidad de obrar portentos por petición de quienes parten de su biografía para conseguirlos. Ahora esos portentos tan buscados, o por lo menos uno de ellos, han sido legitimados por la Congregación que examinó en la sede romana un voluminoso expediente sobre su vida. De lo cual se deduce, nada menos, que es o puede ser un puente que conduce a esferas metafísicas, un camino oficial para la obtención de las gracias especiales que en ocasiones concede Dios. 

José Gregorio Hernández no solo llega a los altares por el fervor o por la desesperación de los enfermos y los desvalidos que se han postrado ante su efigie, sino ahora por la autoridad de la Madre Iglesia encarnada por el papa desde la basílica de San Pedro.

El rostro de un venezolano, el porte laico de un paisano, la figura familiar de un médico de Isnotú, de un señor de corbata, chaleco y sombrero como el de las estampitas que llevaron como talismán en la cartera nuestras abuelas y nuestras madres de todos los rincones del mapa, será descubierto por Francisco ante la multitud congregada en la plaza de San Pedro.

Es evidente que el papa no mostrará la figura de un hombre solo, la imagen de un eremita del desierto, sino una representación o una hechura de la sociedad venezolana. Ya nuestro catolicismo contaba con la proclamación de tres beatas -María de San José, Candelaria de San José y Carmen Rendiles-, pero la certificación oficial de sus cualidades no se puede comparar con la que nos ocupa porque no impactó a la totalidad de la sociedad sino a individuos y a espacios de limitada proyección. Para las mayorías sus beatificaciones fueron un grato descubrimiento, una bienvenida sorpresa, el resultado de un empeño de tres congregaciones religiosas y de las comunidades en las cuales realizaron sus caridades y sus desprendimientos, que llegó a la meta sin que la sensibilidad de las mayorías le hubiera servido de prólogo.

En cambio, la beatificación de José Gegorio estuvo precedida por multitud de procesiones de las gentes sencillas del país y del vecindario latinoamericano, por miles de anécdotas sobre el desfile de sus milagros, por millones de velas encendidas, por novenas y jaculatorias de origen plebeyo, por su ubicación en altares pueblerinos y en cultos heterodoxos, por su entrada en expresiones del folklore, en el comercio de objetos religiosos y en la esfera de las artes plásticas, como ningún venezolano relacionado con el catolicismo hasta el día de hoy.

De lo cual se deduce, si concedemos trascendencia a los elementos simbólicos y a los ingredientes afectivos que influyen en la historia, que podemos estar ante un motivo capaz de ayudar a la sociedad a abandonar la oscura ciénaga en la que chapotea. No porque el popular beatificado obre el milagro que reclaman los pueblos para salir de un entuerto que no han sabido remendar, ni para dejar en las manos de una potencia sobrehumana lo que la indiferencia y los desaciertos de las mayorías han omitido, ni para servir de relevo a unos políticos apaleados y desconcertados, sino porque una iluminación que mana de las entrañas del país profundo habitualmente tiene la vocación de no pasar en vano.

Porque puede remover las fibras de unos hombrecitos que, según parece desde el borde del despeñadero, solo han permanecido en la vida para mostrar sus flaquezas.

Director Nelson Eduardo Bocaranda
Directora de Proyectos Carmen Riera
Coordinador editorial Luis Ernesto Blanco

Textos

Resumen de Vida: Padre José Honegger Molina

Camino a la canonización: Gabriela Henríquez

Médico de cabecera: Diego Arroyo Gil

Una lovemark llega a los altares: Laura Helena Castillo

"Vístete que vamos a ver a Gregory": Sócrates Serrano

Jose Gregorio Hernández y la sociedad venezolana: Elías Pino Iturrieta

Concepto gráfico: Abrahan Moncada