El entierro de una democracia imperfecta
Cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999 en Venezuela, recibió una democracia imperfecta, pero en funcionamiento. Anclado en su repudio a los gobiernos anteriores y los partidos políticos, así como con la oferta de una democracia verdadera y un Estado nuevo sellado por la transparencia, comenzó un período histórico.
Han pasado 21 años, y ya sin Chávez, a TalCual le ha tocado registrar que la democracia venezolana va en reversa. A su vez, el cambio anunciado significó que el país, que se vislumbraba prometedor, tiene muchos visos que evocan al siglo XIX y lo alejan del siglo XXI.
“Nosotros llegamos al siglo XX y no habíamos construido una nación. Sino que nos desmembramos del imperio español, pero quedamos completamente devastados en una situación de, digamos, una locura detrás de otra. Empezamos a entrar en el siglo XX, como una nación medianamente moderna, en el año 58. Ahora estamos iguales. Vamos para 22 años del siglo XXI y no hemos entrado a él. Estamos incluso con problemas no del siglo anterior. El gobierno echó para atrás el proceso de modernización que venía desde el año 1936 ", explica el sociólogo Francisco Coello, quien no duda en caracterizar que en 1998" ganó una propuesta política absolutamente retrógrada".
Desconocer la democracia liberal, que implica respeto por las leyes y la división de poderes, condujo a un desgaste. Por tanto, la democracia funcional que imperaba en Venezuela resultó corroída, opina el académico.
“La experiencia ha demostrado en cualquier sociedad democrática que la descentralización mejora la gobernabilidad, la participación y el control de la ciudadanía sobre los que tienen poder”
Eglé Iturbe de Blanco, economista y quien fue Ministra de Hacienda entre 1989 y 1990, se refiere a que con la primera victoria de Chávez triunfó la antipolítica. Esto obedeció, entre otras cosas, al cacareado plan de resolver todas las debilidades de los gobiernos democráticos anteriores y darle al pueblo un mejor nivel de vida.
“Se tuvieron muy claros los objetivos ideológicos y se lograron revertir la incertidumbre desde los gobiernos a los ciudadanos, que desconocían las medidas que se adoptarían para terminar de convertir a uno de los países más ricos, prósperos y democráticos del continente, en uno de los más pobres, destruir la industria petrolera, la producción nacional, la salud y la educación, y enterrar la democracia una de las más sólida de la región”, señala.
La antipolítica fue el motor
Francisco Coello cree que el deterioro democrático partió del que impulsó la antipolítica: sectores empresariales, medios de comunicación y periodistas que se dieron la tarea de atacar a la democracia. Desde la palestra mediática, se sentenciaba o se enjuiciaba a todo el sistema. “Después está el papel que cumplió ese grupo llamado Los Notables. Gente, algunos de buena fe, otros de no tan buena fe, quienes promovieron la antipolítica. También hubo errores en los partidos políticos que no fueron muy distintos de los que pueden cometerse en otra parte, entre ellos, no tomarse en serio la conspiración ”.
Las toldas políticas se manejaban con cogollos, se cerraron los canales a la gente joven que buscó otros caminos para expresarse, dice Eglé Iturbe de Blanco. "Se multiplicaron los partidos y se atomizó toda la política. No había una capacidad de toma de decisiones lo suficientemente fuerte. Los dirigentes de los partidos políticos no se dieron cuenta de que estaban matando la gallina de los huevos de oro. Pensaban que un país petrolero tenía una democracia consolidada y aquí no iba a pasar nunca nada ".
“El régimen pervirtió el voto como instrumento de lucha y de cambio. Si no crees que los gobiernos son alternativos y que son de periodos revocables, conviertes al voto en una distorsión”
De un panorama con dos grandes partidos -Acción Democrática y Copei- y varias organizaciones minoritarias, se pasó a uno de archipiélago, muchas derivadas de aquellas. Entre 1996 y 2004 aparecieron Proyecto Venezuela, Irene, Patria Para Todos, Movimiento V República, Primero Justicia, Apertura Democrática, Unión, ente otras. El tarjetón electoral para las elecciones presidenciales de 1998 mostró 36 tarjetas. El de 2006 incluyó 88.
Se habló de aumento de opciones, de una "nueva política", de las posibilidades de romper el bipartidismo que lucía calcificado. Y a partir de allí, se planteaba la construcción de un nuevo escenario político, enmarcado en una revolución, pero también con una nueva Constitución que hablaba de "democracia participativa" y protagonismo popular.
Los que prometían
Los partidos políticos que nacieron entonces lo hicieron bajo la promesa de un cambio en las estructuras y gestión interna. Según las palabras de Nicolás Maduro, en 2020, “el MVR fue un partido político que nació bajo el liderazgo de nuestro comandante Chávez para darle respuestas reales a las necesidades del pueblo venezolano, logrando romper con los viejos paradigmas de los partidos tradicionales”.
Primero Justicia venía de funcionar como asociación civil desde 1992. En el año 2000, participó como partido regional en Miranda, y en 2004 fue a comicios nacionales. Ahora, está prácticamente ilegalizado.
Proyecto Carabobo fue un partido regional creado por Henrique Salas Römer en 1995. En 1998 se convirtió en Proyecto Venezuela.
El partido Unión se gestó después de las presidenciales de 2000 y su eje fue congregar a quienes votaron por el militar retirado Francisco Arias Cárdenas, actual embajador de Venezuela en México, enfrentado entonces a Hugo Chávez.
Al escenario partidista de esos primeros años también se presentó Un Nuevo Tiempo (UNT), nacido como tolda regional en Zulia en 1999 a partir de dirigentes originarios de Acción Democrática. En 2006, se erigió con alcance nacional.
El plan se hizo ineludible
Francisco Coello advierte que las graves fisuras a la democracia se iban a dar de cualquier manera porque tanto Chávez como Nicolás Maduro, y quienes son sus herederos, llegaron al poder con un plan de dominación claro.
“A Chávez no era posible que se le parara nada, ese hombre vino con un proyecto decidido a destruir la democracia. Eternizarse en el poder, destruir a las Fuerzas Armadas, la independencia de los medios de comunicación, de las organizaciones civiles, de los partidos políticos y demás organizaciones ”, confirma el sociólogo Trino Márquez. Coincide con la exministra Eglé Iturbe de Blanco en que se conjugaron la ceguera y la falta de renovación de los liderazgos.
Aquellas promesas de cambio democrático en el país, de profundización de la participación popular, se fueron entubando en un acentuado presidencialismo, una mayor verticalidad del poder, se difumaron los límites entre Estado, gobierno y partido, y un irrespeto a la pluralidad.
El sistema proporcional de elección de cargos parlamentarios, por ejemplo, terminó envenenado por el uso de las "morochas" que permitían la sobrerrepresentación de las mayorías, algo que luego fue normalizado con una reforma legal. Además, dentro de la Asamblea Nacional, cuando el oficialismo tuvo una mayoría simple entre 2010 y 2015, actuó con una "mayoría revolucionaria" que terminó de degradar la representación legislativa.
Luego ya vino lo más evidente: la anulación de la Asamblea Nacional que había sido ganada por la oposición, así como sus actos, y el nacimiento de la figura de los "protectorados" en los gobiernos regionales.
“Hay varios ministros que son militares, la mayoría activos, y en un proceso de toma de decisiones es muy distinto en el civil que en el militar. En la línea militar, tú ordenas y los demás obedecen. En la parte civil en ministerio propone políticas”
El camino a seguir
Eglé Iturbe de Blanco sentencia que "se ha erosionado la democracia. Hay un problema ideológico, pero también hay un problema de fuerza, de tener fuerza". Afirma que quienes controlan actualmente el poder político en Venezuela "están apoyados por las bayonetas de los militares" y recuerda que tanto el Ministro de la Defensa como el propio Nicolás Maduro "han dicho que no entregan el gobierno ni con balas ni con votos. Están dispuesto a dar el poder, en base a esa definición no deberíamos nunca democracia ”.
Durante más de dos décadas el país ha vivido lo que el politólogo Fernando Spiritto califica como el Estado depredador. "Es aquel que se ha puesto al servicio de los intereses de aliados del partido hegemónico, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y el partido hegemónico para repartirse los activos públicos. En este caso, el ingreso petrolero", puntualiza.
Señala que en el país impera un populismo autoritario. Explica que en medio de la debilidad democrática no ha habido un gobierno en el sentido pleno, pero sí un comando de campaña permanente. "Este país ha tenido prácticamente un promedio de una elección por año. Entonces cuando usted tiene un gobierno que está enfrentando elecciones permanentemente, es muy difícil que se enfoque en temas de política pública que por definición son de largo plazo o de mediano plazo", resalta.
Para el investigador Guillermo O'Donnell, un régimen no puede ser democrático a menos que garantice a sus ciudadanos los derechos de participación política, incluido el derecho a voto. De allí que una buena democracia debe garantizar que todos los ciudadanos estén en la condición de hacer uso de estos derechos formales, "permitiéndoles votar, organizarse, realizar asambleas, protestas, lobby por sus intereses, y otras maneras de influir en el proceso de toma de decisión".
“La institucionalidad democrática y el derecho fueron liquidados”
Luis Alfonso Herrera relata que cuando inició sus estudios de derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV) en 1997, el Poder Judicial y el Congreso estaban inmersos en un proceso de modernización que impulsaba el Banco Mundial. “Estaba por derogarse el inconstitucional Código de Enjuiciamiento Criminal y por anularse en la Corte Suprema de Justicia la Ley de Vagos y Maleantes. Todo parecía muy prometedor. Hasta que llegó la campaña electoral de 1998 y la oferta de una Asamblea Nacional Constituyente para refundar el Estado y el ordenamiento jurídico”, relata.
Aunque en ese momento no vislumbraba lo que venía, luego comprendió que, desde la instalación de la ANC en 1999, “tanto la institucionalidad democrática como el derecho habían sido liquidados en el país, a través de un descomunal y muy efectivo proceso de concentración del poder, que comenzó con la trágica sentencia de la Corte Suprema de Justicia, del 19 de enero de 1999”.
“Tenía entonces la infantil ilusión de que, estando dentro del Poder Judicial, se podría ofrecer alguna contención, algún límite, a lo que se hacía desde el Gobierno y desde la Asamblea Nacional. Salvo en casos sin relevancia política para el chavismo, fue imposible lograr tal objetivo”, subraya quien entre 2002 y 2005 laboró en la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Herrera, que actualmente forma parte de la diáspora venezolana, dice fue iluminado sobre su error tras leer a Luis Castro Leiva y conocer las ideas liberales, gracias a lectura de Mario Vargas Llosa y la actividad de Cedice-Libertad. “Tiempo después preparamos, en la Asociación Civil Un Estado de Derecho, el libro ‘El TSJ al servicio de la revolución’, en el que se demuestra que en Venezuela no existe independencia judicial. En nuestro país no solo no existe Estado de Derecho, esto es, limitación jurídica del poder, sino derecho, a secas, pues no hay orden, certeza ni controles de ninguna naturaleza. Mis colegas son huérfanos institucionales en su actuar profesional, ya que no existen jueces que declaren el derecho y puedan hacer justicia en casos concretos”, esgrime. Puntualiza que esta situación comenzó a ser manifiesta desde el año 2000.