El rostro
de la pobreza

Los embates de la Emergencia Humanitaria Compleja que se acentuó en el país mientras las riendas del Estado están en manos de Nicolás Maduro, cada vez se perciben con más fuerza. La pobreza se instaló en hogares donde expulsarla luce como utopía.

Lo refleja la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), desarrollada por la Universidad Católica Andrés Bello, convertida en faro estadístico de Venezuela ante la ausencia de cifras oficiales sobre la realidad socioeconómica de la nación.

Los resultados de la edición 2019-2020 son dramáticos: 96,3% de los hogares viven en pobreza de ingresos y la tendencia de deterioro de la alimentación continúa, con solo 3% de ellos escapando de la inseguridad alimentaria. Una crisis que borra nociones de clases sociales y avanza aceleradamente, con pobreza multidimensional creciendo de 51% en 2018 a 64,8% en 2019.

No son números fríos, sino la realidad recogida en las visitas a más 10.000 hogares venezolanos donde se tomaron más de 30.000 testimonios recopilados por centenares de encuestadores distribuidos a lo largo y ancho de la nación. Investigadores que observaron las postales de un país donde 79,3% de la gente no tiene cómo cubrir la canasta de alimentos, al menos uno de cada cuatro hogares presenta la Inseguridad Alimentaria severa y unos 639.000 niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica.

Datos que generan alarma, pero que asumen otra dimensión cuando pasan a convertirse en un testimonio, como los que relatan quienes durante meses miraron de cerca el rostro de la pobreza, y escucharon a madres decirles, con voz quebrada o en llanto, que no tenían qué darle de comer a sus hijos. Voces como las contenidas también en este reportaje, las de involuntarios protagonistas del desastre nacional.

Con cada puerta que se abrió en el trabajo de campo que devino en la Encovi 2019-2020, incluyendo en lugares recónditos y rurales, se obtenía una nueva historia. Con suerte, la siguiente entrevista sería menos triste que la anterior.

En Carabobo abundan hogares abarrotados de niños que no van a la escuela (Cortesía Marian Serrano)

En Carabobo abundan hogares abarrotados de niños que no van a la escuela (Cortesía Marian Serrano)

Cara a cara

"La pobreza te mira a los ojos", dice Nelson Martínez, profesor de química de 45 años de edad, refiriéndose a su primer encuentro con la precariedad. Antes de ser encuestador para la Encovi 2019-2020 solo la había visto en fotografías de países declarados en crisis humanitaria. Ignoraba que la hallaría tantas veces repetida frente a sí mismo, y en la tierra que lo vio nacer, Yaracuy.

En muchas comunidades a las que llegó como encuestador vio elementos unificadores, transversales, comenzando por las decenas de niños que corrían sobre la tierra, pues no había asfalto, y en ropa interior. Allí solo bastaba que una persona adulta viera llegar a quienes se acercaban cargados de preguntas para que se regara la voz y fuesen invitados con insistencia a ingresar a hogares: la gente pensaba que la visita les aseguraría una bolsa de comida o un beneficio económico.

Así pasó en Los Cañizos, municipio Veroes del estado Yaracuy. "No parecía que ese lugar quedara en Venezuela. Allí vimos niños barrigones, cabezones, casas prácticamente abandonadas o infraestructuras donde no cabía más gente", cuenta. Allí entrevistó a una mujer de 56 años de edad que vivía junto a tres hijos y 12 nietos en una antigua casa otorgada por gobiernos de la llamada "IV República". Otros dos hijos emigraron y a duras penas enviaban dinero, según escuchó. La mujer le dijo que los menores de edad asisten a la escuela solo cuando es seguro que les darán comida. De lo contrario, "no tiene sentido".

En los hogares que se visitaban se debía medir y pesar, con previa autorización de los padres, a los niños menores de cinco años. En los datos se reflejaba el impacto del hambre. "¿Cuánta carne compró?, ¿cada cuánto tiempo consume proteínas?, ¿qué tipo de comidas consume a la semana?, ¿considera que come bien?", eran algunas de las interrogantes que hacía Martínez en el apartado de seguridad alimentaria de la entrevista. Hubo gente, a finales de 2019, que le admitió haber estado por más de 90 días sin comer carne. En febrero otras dijeron que no habían probado el primer pedazo de proteína en lo que iba de año 2020.

Encuestadores en Carabobo encontraron lugares que les recordaban a imágenes de África o Haití (Cortesía Marian Serrano)

Encuestadores en Carabobo encontraron lugares que les recordaban a imágenes de África o Haití (Cortesía Marian Serrano)

Nelsón Martínez relata que el choque con la realidad fue progresivo. Mientras se encontraban con historias cada vez más fuertes crecían las ganas de querer ayudar y, con ellas, la impotencia por no poder hacer mucho. El profesor universitario agrega que hubo lugares donde parecía que la gente moría de mengua. Cuenta que visitó la casa de un hombre de unos 70 años que padecía de un cáncer ya avanzado. Vivía solo. Lo primero que le preguntó fue que si tras su visita se podría hacer la quimioterapia. La interrogante lo dejó atónito.

También pudo ser testigo de las condiciones en que se vive en zonas de Yaracuy. Había hogares donde se comía y dormía en el piso porque no había ni mesa ni cama. En otros, en lugar de baños había pozos sépticos, o alguna letrina. Más allá se mantienen los pisos de tierra, las paredes de bahareque, la falta de gas, las cocinas a leña, la luz intermitente y el agua de servicio deficiente.

Eran esas las "catacumbas del pueblo", las que se plantearon visitar desde agosto de 2019 cuando el equipo regional comenzó a recopilar los datos necesarios para determinar el rango de acción y levantar una suerte de censo en hogares que posteriormente visitarían para hacer las entrevistas completas. Una primera etapa que cumpliría el requisito de conocer la zona y ubicar con nombre y apellido a los jefes de hogar, además de determinar la cantidad de habitantes de cada uno.

Fue su primera vez como encuestador de la Encovi, y Nelson pagó la "novatada". Tuvo que aprender cómo manejarse con el poder que han adquirido los consejos comunales, convertidos también en censores y vigilantes de sus propios vecinos. En Chivacoa, por ejemplo, los líderes comunitarios intentaron expulsar a los enviados de la UCAB, y cuando los vecinos los protegieron desde el consejo comunal hubo amenazas de llamar a la policía o convocar a la alcaldesa Carmen Suárez, del oficialista partido PSUV.

Casas prácticamente abandonadas o infraestructuras donde no cabía más gente eran parte del panorama en Yaracuy (Cortesía Nelson Martínez)

Casas prácticamente abandonadas o infraestructuras donde no cabía más gente eran parte del panorama en Yaracuy (Cortesía Nelson Martínez)

A punta de pistola

En el estado Sucre, los encuestadores de la Encovi no solo debían rendir cuentas a los integrantes de consejos comunales. Grupos delictivos también pedían explicaciones. Exigían que se les aclarara si trabajaban para las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y que les dijeran si eran afectos al régimen de Nicolás Maduro o a la oposición venezolana.

La inseguridad está desbordada en esa entidad, dice Carlos Urrieta, abogado de 38 años. Este año, trabajando para Encovi, atestiguó cómo la delincuencia volvió minúscula la figura de los cuerpos policiales, al menos en territorios al oriente de Venezuela. Se encontró con comandos policiales desabastecidos en los que funcionarios les sugerían no ir a ciertas zonas porque iban a estar desprotegidos, sitios donde la policía no entra y, de hecho, admite que bandas delictivas tienen el control y mejores arsenales.

En Yaracuy hubo personas que admitían haber estado más de 90 días sin comer carne (Cortesía Nelson Martínez)

En Yaracuy hubo personas que admitían haber estado más de 90 días sin comer carne (Cortesía Nelson Martínez)

En Yaguaraparo, Güiria e Irapa el trabajo inicialmente planteado no pudo completarse debido a la inseguridad. En San Juan de Unare, dos sujetos armados amenazaron a uno de los encuestadores apenas entró al hogar previsto para la entrevista y le ordenaron abandonar el pueblo. En Carúpano, al terminar una visita, un grupo de hombres amedrentó a Urrieta, entre ellos el padre del niño de cinco años de edad al que habían pesado y tomado las medidas.

Pero ninguna imagen se tatúa tanto en la mirada como la de la pobreza. "Aunque no soy especialista, puedo decir que nos encontramos con desnutrición, hubo niños con resequedad en la piel, labios agrietados y la piel pegada a los huesos", rememora Carlos Urrieta.

Mientras Carlos Urrieta y Nelsón Martínez tocaban puertas en Sucre y Yaracuy, Nejhellyt Gil se adentraba en los suburbios de Caracas, donde la noción de una capital, de una metrópolis, se desvanecía.

La mujer de 39 años, docente de educación inicial, tiene 11 años trabajando como encuestadora. Esta vez visitó unos 300 hogares en zonas como 23 de Enero, La Vega, El Paraíso, Los Frailes de Catia, Los Flores de Catia, El Valle, San Martín y El Junquito. Allí constató que los reclamos más comunes fueron por la ineficiencia de los servicios públicos, principalmente agua y gas, y donde las condiciones de vida parecían ajenas. Evidenció hogares donde se cocina con fogones a leña.

En Sucre los consejos comunales y hasta grupos delictivos pedían explicaciones sobre las visitas de encuestadores (Cortesía Carlos Urrieta)

En Sucre los consejos comunales y hasta grupos delictivos pedían explicaciones sobre las visitas de encuestadores (Cortesía Carlos Urrieta)

La pobreza vive a sus anchas en Caracas. Gil lo ilustra de la siguiente manera: hay zonas que parecen ser rurales pero están dentro de una urbe.

"Fuimos a lugares donde a duras penas se podía llegar a pie, donde había casas con muros caídos, hechas de zinc y tablas. Llegamos a comunidades de puro monte y estructuras levantadas sobre la tierra sin acceso a agua porque en muchos casos las tuberías tenían años dañadas", relata.

Entretanto, Marian Serrano recorría Puerto Cabello, Guacara, Valencia, Naguanagua, Libertad, Mariara y Morón, del estado Carabobo. Allí encontró lugares que le recordaban a imágenes de África o Haití. "Encontré a abuelitos con dos días sin comer, a niños que parecían estar en desnutrición aguda. ¿A qué padre no se le arruga el corazón cuando un niño de la calle le pide las sobras de lo que comía?".

También vio hogares de ocho personas que viven en espacios de entre ocho y diez metros cuadrados, sin colchones donde dormir ni dinero para costear una dieta decente, con servicio eléctrico deficiente, y meses sin gas ni agua corriente. Hogares abarrotados donde los niños no asisten a la escuela y personas con enfermedades crónicas pasan ronchas para encontrar medicinas que, quizá, no logren pagar.

"En urbanizaciones de clase media en las que años atrás se veían casas pintadas y carritos de año estaban desmejoradas, también por la crisis. Los habitantes eran adultos y adultos mayores que en su momento la profesión que tenían les dio buena vida, que hoy quedó para el recuerdo", agrega.

En Táchira muchos sitios eran invasiones o urbanismos no consolidados donde la gente se organizaba para sobrevivir (Cortesía Ana Rondón)

En Táchira muchos sitios eran invasiones o urbanismos no consolidados donde la gente se organizaba para sobrevivir (Cortesía Ana Rondón)

"Vi la crisis empeorar"

Onelsys Suarez, de 55 años de edad, es docente y trabaja en la Encovi desde su inauguración en 2014. Ha visto cómo la pobreza se multiplica y, peor, se profundiza. A partir de 2016 lo notó con más certeza, al volver a entrevistar a quien ya había contactado para ediciones anteriores. "Conocí gente que cada vez que la visité era más pobre. La gente se quedaba anclada o era que el país no les daba oportunidades", matiza.

Esta última vez, fue peor. Conoció familias que apenas podían comer cambur en su menú diario, o alguna legumbre cosechada en conucos. De proteína, nada.

Lo mismo veían sus colegas en otras partes del país. Escenas repetidas, como calcadas, aunque en aquel momento ellos no lo supieran.

Ana Rondón, criminólogo e investigadora del Observatorio Social del estado Táchira, registró un patrón que evidenciaba la pobreza: las zonas más vulnerables no cuentan con servicios básicos, abundan las casas improvisadas levantadas con madera, lata, plástico o zinc, y las cloacas no existen.

Su rango de acción fue Táchira, Apure y Barinas, donde 95% de las zonas a las que fue eran vulnerables. La mayoría eran invasiones o urbanismos no consolidados, donde los habitantes se organizan para cubrir sus necesidades principalmente por sus propios medios, aunque dependen de las cajas CLAP para comer; alimentos que cocinan a leña.

En Barinas los afectos ideológicos o políticos prevenían a algunas personas de contestar las preguntas (Cortesía Ana Rondón)

En Barinas los afectos ideológicos o políticos prevenían a algunas personas de contestar las preguntas (Cortesía Ana Rondón)

"Ví personas que se adaptaron a estar desempleados y depender de la caja CLAP. A estar sucios y que los niños están desnutridos. Son personas que no las ves preocupadas, son como muy conformes y siempre esperan que algo les llegue. Yo lo que pude ver es que ya es un estilo de vida. Básicamente son familias que vivían en las mismas condiciones antes", añade. También detectó ausencia de esperanzas de cambio.

La criminólogo resalta que recibieron mejor trato en las zonas más vulnerables. Quienes vivían en las invasiones se esforzaban por atender a los encuestadores, quizá sí esperando alguna ayuda a cambio pero incluso luego de escuchar que ese no era el objetivo. En cambio, en urbanizaciones o segmentos de otros estratos sociales, las personas se negaban incluso a dar los datos. Esto también fue reportado por los encuestadores de otros estados. Es una sociedad que sospecha, que desconfía.

Y si de política se trata, los contrastes saltaban. "En Barinas hubo situaciones particulares, porque en las comunidades de ese estado suelen ser afectas al gobierno de forma radical, intuyen que tienen precariedad y saben que los resultados de la encuesta no favorecen al gobierno entonces no quieren participar. Los líderes comunales son reacios a que se otorguen estos datos". Pero hay realidades que son imposibles de ocultar.

La pobreza en Venezuela se ceba en las mujeres

Los últimos datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) 2019-2020 muestran que 96% de la población venezolana es pobre, una realidad que afecta más a las mujeres. La clase media desapareció y 54% de los encuestados se ubica en pobreza reciente.

“Me fui para la calle con mis hermanitos cuando tenía 11 años, para pedir comida en las casas vecinas”, resume Yolimar López el momento en que tuvo que salir a las calles por primera vez. En 2012 ya las carencias de su hogar eran mayúsculas, y su madre y siete hermanos necesitaban subsistir. Vivía en Cocorote, un sector rural del estado Miranda donde habitan, al menos, 200 familias. Allí las casas son de bloques, materiales de desechos, bahareque o todo eso combinado, y en ninguna hay servicios básicos confiables. En algunas no los hay de ningún tipo.

“Vivíamos en un rancho hecho con latas de zinc y comíamos de lo que teníamos sembrado (maíz, caraota, ñame, ocumo, cambures). En el 2012 ya no se pudo seguir sembrando, porque no teníamos plata. Mi mamá empezó a trabajar sembrando champiñones, pero el pago era muy poco”. Había que pedir a otros. Y así ocurrió durante tres años.

En pleno siglo XXI y a pocos kilómetros de la capital, aún hay paredes de bahareque

En pleno siglo XXI y a pocos kilómetros de la capital, aún hay paredes de bahareque

Yolimar ahora tiene 20 años, un esposo y una bebé de 18 meses. No pudo terminar sus estudios en un núcleo de la Misión Ribas. Sin profesores que la alentaran, porque sencillamente no los había, y un transporte deficiente que le hacía cuesta arriba llegar a clases, la joven abandonó. Tardaba entre dos y tres horas en cada recorrido. “Era demasiado difícil”, lamenta.

Dos años más tarde, para 2014, Yolimar tuvo que abandonar también su casa debido al hambre. Al revisar la llamada “línea de la pobreza” del país, a partir de ese año se observa una curva que solo hace más que subir. De un 33,1% de pobreza total que se registraba en el país ese año, escaló hasta un 96,2% en 2019.

Estos números plasman una realidad demoledora: la clase media desapareció, hay un grupo bien pequeño de personas ricas y el resto sobrevive al día, la semana o al mes, dependiendo de los ingresos y las ayudas que perciba. En estos cinco años el Producto Interno Bruto del país cayó 70%, la inflación se acumuló en más de tres mil por cierto hasta marzo de 2020, mientras los venezolanos vieron pulverizados sus ingresos a menos de un dólar promedio en este periodo. Ni hablar de los alimentos, solo 20,7% de los ciudadanos tiene cómo cubrir la canasta básica, según datos de la Encuesta Nacional de Vida (Encovi).

“Mi abuela también era muy pobre y no podía mantenerme”, comenta Yolimar. Ese 2014, consiguió trabajo en una granja productora de huevos de gallina, en la que trabajó hasta 2017 cuando se terminó de desplomar la economía del país con la hiperinflación. Entonces decidió irse de la casa materna, para “ser una carga menos”.

Ser pobre es...

Para el periodo 2019 hasta marzo 2020, la Encovi detalló que una de las razones del aumento de la pobreza general es el deterioro progresivo de los ingresos, además del empeoramiento del empleo. Al mirar detalladamente estos datos, mujeres como Yolimar llevan la peor parte. Tanto en el quintil más pobre como en el más rico, los jefes de hogar son mayormente mujeres, con un nivel de escolaridad medio o superior bajo y una tasa de actividad que no supera el 60% para el estrato más alto.

Mientras que 71% de los hombres participa en la actividad económica del país, tan solo 43% de mujeres lo hacen; es decir, cuatro de cada 10 tiene un tipo de participación en el desarrollo económico. La misma Encovi señala que en todos los rangos de edades “son amplias las brechas de género”.

Al discriminar la tasa de ocupación femenina por quintiles, la Encovi reporta que las mujeres de estratos más bajos están prácticamente desempleadas en el país, pues solo el 29,1% puede decir que tiene trabajo u oficio estable y percibe un sueldo adecuado. En el quintil de estratos más altos la situación es distinta, pues 58,2% de las encuestadas manifestó tener un empleo.

Yolimar López, durante dos días a la semana, ayuda a vender tequeños en un puesto de comida en el Mercado Principal de Coche, un trabajo que le deja unos ocho dólares semanales para comprar “dos kilos de arroz, un pedacito de pollo y un pedacito de queso para medio comer”. De resto, se bandea con lo poco que pueda sembrar en el terreno donde vive, en el sector La Cortada del Guayabo.

Su casa, de barro y bahareque, no tiene tuberías y el agua tiene que cargarla desde la naciente de un manantial cercano; cocina a leña en un fogón, mientras que la electricidad llega a través de tomas improvisadas con cables de teléfono. Ni siquiera cuenta con un lavadero o sanitarios. “Para mí, ser pobre es cocinar todos los días en fogón, no tener televisor, comer arroz puro todos los días, no poder darle ni un tetero a mi niña, que el agua no llegue a la casa como debe ser”.

Una pareja joven en edad productiva, condenada a sobrevivir

Una pareja joven en edad productiva, condenada a sobrevivir

Héctor Rojas, pareja de Yolimar, también se reconoce pobre. No lo maquilla ni esquiva. “Nosotros hemos pasado hambre. Ayer no tenía nada para darle a la niña y arranqué una mata de yuca y la comimos sola. Muchos días no hemos tenido nada para comer”. Él está desempleado, y con una herida en la pierna producida por un accidente y que de no ser atendida pronto podría dejarlo discapacitado. Pero los jóvenes, que viven juntos desde hace tres años, no pueden costear el tratamiento o siquiera trasladarse a un hospital.

El sociólogo y profesor de la UCAB Francisco Coello pone la lupa justo en los datos de la Encovi que agrupan a Héctor, Yolimar, y gran parte de los venezolanos. “Más del 70% de ese 96% de la población que está en pobreza, está en pobreza extrema, es decir, que no le da para comer. Entonces estamos hablando de una gravedad enorme”.

Además, resalta que ese gran 96% se “reconfiguró” como sociedad “y pasó al plano más elemental de la existencia, que es sobrevivir. Es gente que piensa cómo va a hacer para llegar al día de mañana, hasta ahí les llegó el futuro. Estamos hablando de familias que no pueden pensar que sus hijos obtengan un buen trabajo, que sus hijos puedan estudiar, de mejorar socioeconómicamente. Estamos hablando de gente que piensa ¿cómo mañana voy a comer?, y no mucho, sino como mañana voy a medio comer. Ese es el nuevo horizonte de vida para gran parte de la población”.

Una palabra, dos variantes

El sociólogo y exdirector del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB Luis Pedro España detalla que en Venezuela existen dos tipos de pobreza: la de ingreso y la crónica. La primera ocurre ante la imposibilidad de cubrir la canasta básica normativa. "Usualmente afecta a profesionales con cierto nivel de estudios, que viven en viviendas formales y tienen ciertos activos, pero su ingreso no cubre sus necesidades. Este grupo de personas pertenece a una nueva pobreza, que data de hace seis años, aproximadamente", explica el experto.

Según los datos más recientes de la Encovi, 96% de los venezolanos tiene pobreza de ingresos, una realidad que vive Evelyn Fernández, una enfermera de 46 años que vive en La Dolorita, uno de los barrios que forman la populosa parroquia Petare.

Con tres hijos, un marido que trabaja por contratos y un sueldo que apenas alcanza el equivalente a tres dólares cada quincena, Evelyn no tiene reparos en ubicarse a sí misma dentro de esa pobreza de ingresos, y además reciente. “Desde hace unos cuatro o cinco años la situación se ha agudizado para mí, sobre todo con los gastos del hospital y las medicinas (su hija padece talasemia mayor), el transporte, la comida. Todo se va en comida, y cada vez es menos lo que se puede comprar”.

En La Cortada del Guayabo "resolver el día" es el modus vivendi

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Conseguir bocado y poco más, inscribe a Evelyn en la pobreza de consumo, que afecta al 68% de la población según Encovi. “Yo antes le podía poner carne en la mesa a mis hijos seis días a la semana, un solo día les hacía granos. Ahora hago el esfuerzo para que sea balanceado, que ellos coman bien. Yo prefiero que ellos coman, y a veces me quedo yo sin poder hacerlo”.

La gente está sobreviviendo, precariamente, afirma el sociólogo Coello, ante la degradación y primitivización de la sociedad que refleja la destrucción del aparato económico. “Bajo este escenario las personas han empezado a manifestar problemas de ansiedad, depresión, angustia, gente que no puede dormir. Evidentemente nadie en este momento puede decir en Venezuela que lleva una vida normal”.

Fernández lo siente. Para ella “es rudo”. La enfermera afirma sentirse “en un pozo y no le veo salida por ahora”.

Incluso en Caracas las condiciones de vida son cada vez más semejantes a las rurales por los precarios servicios públicos

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Sin techo digno

En Venezuela la pobreza crónica “se da, principalmente, en personas que no tienen una vivienda digna, o que fueron construidas con materiales de desechos, tienen un nivel de educación inferior a la media y su acceso a los servicios públicos es muy precario o casi nulo. La mayoría, normalmente se dedican al comercio informal muy menudo”, refiere España.

La Encovi ubica la pobreza crónica del país en 46%. Aunque Yakelin Márquez no lo sepa, el dato la retrata. En 2013 era gerente de una tienda ubicada en el Centro Comercial Ciudad Tamanaco. Fue el mismo año de la muerte de Hugo Chávez, de la llegada de Nicolás Maduro al poder por un margen mínimo de votos, del comienzo de la caída libre de todos los indicadores económicos.

Los estratos sociales se han ido borrando, con una sociedad que se iguala "hacia abajo"

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El descalabro trajo cierre de locales comerciales y nuevos desempleados. Aunque Yakelin aún tenía su trabajo, la inflación que escaló de 20,1% en 2012 a 56,2% al cierre de 2013 hacía que lo que llegaba al bolsillo se diluyera rápidamente. Ese mismo año abandonó su puesto de gerente para trabajar en un colegio privado del este de Caracas.

“Estuve un año allí y renuncié para comenzar un negocio propio con mi esposo", relata la mujer, ahora de 47 años de edad. Se trataba de un kiosko que la pareja alquiló para vender desayunos frente al Hospital Oncológico Luis Razetti, en Cotiza, pero quebró debido a las malas ventas. Decidieron rentar otro puesto en el barrio El Guarataro, donde servían comida rápida y cervezas, pero en ocho meses “los robos y hurtos nos llevaron a la quiebra”.

En 2015, Yakelin perdió más que su esposo. El hombre decidió abandonar el hogar, y no lo hizo solo. Cargó con electrodomésticos y enseres comunes. Ella se quedó con dos hijos, siete meses de un nuevo embarazo, un divorcio en puertas y cero ingresos. Imposibilitada de cubrir el alquiler, se fue a vivir a casa de su hermana.

Pero su hijo mayor, que aún era un niño, no pudo quedarse en la misma casa que su madre y “vivió cuatro meses debajo de un puente en Caño Amarillo, en una suerte de refugio a la intemperie, donde la mayoría de los que están ahí son indigentes y mala conducta”.

A diario, con o sin pandemia, muchos venezolanos toman las calles para abrirse camino ante la precariedad

A diario, con o sin pandemia, muchos venezolanos toman las calles para abrirse camino ante la precariedad

Luego del embarazo, Yakelin retomó la actividad laboral como cocinera, limpiadora doméstica, cuidadora de niños. Desde 2017 es vendedora informal y puede mantener a todos sus hijos bajo un mismo techo, ahora en el Kilómetro 4 de la carretera hacia El Junquito, en un anexo que consiguió “a cambio de la cocina, la nevera y la lavadora que se salvaron del divorcio-saqueo”.

Sin agua corriente, electricidad, gas directo y otros servicios, su casa cumple con los parámetros que describe la Encovi para las viviendas en pobreza. Yakelin completa el retrato: “No tenía nada, ni con qué cocinar. Solo mi casa. Así que comencé por ahí, buscando lo que sea que pudiera vender. Ropa usada, zapatos, herramientas, remedios, libros o lo que no necesitara le ponía precio y lo vendía y así llegué hasta aquí”.

Ese aquí es el Mercado de Quinta Crespo, donde Yakelin extiende una sábana o cartón, se sienta frente a algún negocio que permanece cerrado por la pandemia en 2020 y espera concretar alguna compra que le permita llevar un kilo de harina de maíz o de arroz a su casa. “A veces cuando no tengo nada mi vecina me da algo para que lo venda y ganamos las dos. Los días que no se vende ni se cambia nada, rescatamos las bolsas con desperdicios que sacan del mercado y allí siempre se consigue algo”.

El hambre también se sienta a la mesa

Cada día desde que se despierta, Rodolfo Marchán, trabajador público de 34 años de edad, piensa en qué les dará en el desayuno, almuerzo y cena a su esposa y a sus dos hijos, un adolescente de 13 y una niña de ocho. Las tres comidas diarias dependen de si le va bien en el mercado municipal de San Félix, en Ciudad Guayana, al sureste de Venezuela, donde trabaja a veces como caletero y otras veces vendiendo mangos, que tumba de la mata de su casa, o pan, que prepara con ingredientes que le regalan sus amistades.

"A veces no consigo dinero y tengo que darles a mis hijos dos comidas", dice. "Desde 2018, cuando me sacaron de la empresa, me limitaron mi sueldo y nos eliminaron de un plumazo el beneficio del comisariato, me he visto limitado. No tengo los recursos para que mis hijos puedan comer tres veces al día".

Marchán trabajaba en el área de operaciones ferroviarias de Ferrominera Orinoco hasta que la directiva de la estatal le desactivó en 2018 a él y a otros trabajadores sus fichas para poder entrar a las instalaciones, debido a que la capacidad ociosa de la empresa supera el 80%. En su cuenta bancaria le sigue cayendo mensualmente un salario de 300.000 bolívares, menos de un dólar, con el que, hasta mediados de agosto, solo podía comprar un paquete de harina de maíz, que en mercados populares del estado Bolívar costaba 285.000 bolívares en ese entonces.

"Sobrevivo gracias a la misericordia de Dios", expresa varias veces Marchán, "por lo menos siempre hay una mano amiga, un familiar, un hermano, que de lo poquito que tiene nos colabora para que nosotros podamos comer. También sobrevivimos gracias a los trabajitos que hago por mi cuenta en mi localidad, en San Félix. Tengo que rebuscarme para poder llevar aunque sea un plato de comida a mi familia. Gracias a Dios no he llegado a pedir en la calle".

La caja CLAP se ha convertido en salvavidas y a veces única fuente de bocado (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

La caja CLAP se ha convertido en salvavidas y a veces única fuente de bocado (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

De su cocina desapareció casi todo. El 22 de agosto de 2020 solo tenía dos sardinas, un plátano, dos kilos de yuca y un arroz. Si come carne y pollo una vez a la semana es mucho, y para comprar un solo cartón de huevos tiene que trabajar 15 días.

Le cuesta decirlo, pero lo reconoce: "El chavismo me convirtió en un trabajador económicamente pobre. Este gobierno acabó con todo, hizo a la clase trabajadora más pobre. Ni podemos tomarnos un plato de sopa. Todos, chavistas y no chavistas, pasamos las de Caín por las políticas antiobreras que acabaron con nuestra calidad de vida. Nicolás Maduro es una persona antiobrera, supuestamente él fue dirigente sindical pero yo no sé de dónde".

Marchán es uno de los millones de venezolanos que han visto al hambre instalarse en sus hogares y sentarse a la mesa. El huésped no deseado. Esto como consecuencia de un modelo económico de controles y ataques a la propiedad privada llamado socialismo del siglo XXI, que provocó que la economía venezolana se haya desplomado 90% entre el segundo trimestre de 2013, cuando Nicolás Maduro recién llegaba al poder, y el mismo período de 2020, según la Asamblea Nacional (AN).

La dieta del venezolano se ha reducido hasta llenar estómagos pero no alimentar el cuerpo

La dieta del venezolano se ha reducido hasta llenar estómagos pero no alimentar el cuerpo

Esta abrupta caída del PIB generó que 96% de los hogares estén en situación de pobreza y 79% en pobreza extrema, tal como lo revelan los resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), números que retratan a un país que se ha alejado considerablemente de sus pares suramericanos, acercándose a la situación de países de África. En Venezuela solo 3% de los hogares no tienen ningún tipo de inseguridad alimentaria.

Según el estudio, elaborado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) entre noviembre de 2019 y marzo de 2020, 79,3% de los venezolanos no tienen cómo satisfacer sus necesidades mínimas de alimentación.

El salario mínimo de Venezuela, el más bajo del mundo, representó en julio de 2020 apenas 0,54% de la canasta alimentaria familiar, que llegó a 73,97 millones de bolívares. Siete años atrás, en mayo de 2013, alcanzaba para cubrir 41,2% de su costo, de acuerdo con el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM).

Los 1,6 millones de bolívares que Pdvsa le pagó en la segunda quincena de agosto a Luis Fuenmayor, trabajador con 54 años de edad y 35 de servicio, se le fueron en un kilo de pasta, una harina, medio kilo de queso, una teta de azúcar y otra de café, dos tomates y una cebolla. Nada de proteínas. "Hemos tenido que vender la licuadora, la tostadora, la freidora, una cocina eléctrica, un aire acondicionado y televisores para poder comer. Solo nos queda un televisor pequeño. Hay días que no se desayuna, tiene que ser que se haya recopilado algo o vendido algo para que los adultos tengamos algo que desayunar. La prioridad son mis dos nietos".

En su casa, en el municipio San Francisco, estado Zulia, viven él, su esposa de 58 años, su hija mayor de 32 años, un hijo de 17 y sus dos nietos, uno de cinco y otro de nueve años. "Antes éramos clase media alta, ahora clase muy baja, se puede decir pobre, cerca del desasosiego, de la depresión, porque a veces mi esposa, que es hipertensa y operada de los riñones, y yo, que soy hipertenso, diabético y también sufro de los riñones, no tenemos para comprar los medicamentos".

Encovi estima que 30% de los niños se encuentran en desnutrición crónica (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Encovi estima que 30% de los niños se encuentran en desnutrición crónica (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Entre los años 1988 y 1998 ganaba, incluyendo el sobretiempo, 1.500 dólares mensuales. Tenía dos casas y dos vehículos. También había podido comprar una pequeña granja que luego fue tomada por militares durante el gobierno de Hugo Chávez en 2004. En 2020 y con más de tres décadas de servicio en la industria petrolera, gana seis dólares mensuales, un salario pobre de acuerdo con estándares internacionales.

"Mi esposa y yo comemos una vez al día, bien sea pasta con requesón y mantequilla, o los frijoles que vienen del Mercal. Nos ha tocado almorzar arroz solo, y tiene que haber platica para comer un arrocito con huevo. En mi casa se come una vez al mes carne molida, una vez al mes un pollo, y una vez al mes dos o tres kilos de pescado, si es que conseguimos un poquito de efectivo para comprarles a los pescadores en la orilla de la playa a las tres de la mañana".

Fuenmayor asegura que no es el único trabajador petrolero que vive una precaria situación. "Pero hay otros que tienen la suerte de que tienen a los hijos afuera, que les envían que si 20 o 50 dolaritos al mes. Yo corrí con suerte este mes porque un amigo que se fue para Estados Unidos me vio en los videos de una protesta y me dio 50 dolaritos en bolívares. Gracias a eso los bebés desayunaron, almorzaron y cenaron bien una semana; mientras que nosotros seguimos haciendo una sola comida al día para mantener la rutina y no engañarnos el estómago".

"Como lo más fácil de conseguir es pasta, o arroz, le hacemos a los bebés arroz dulce cuando no hay para comprar un poco de leche de vaca o de cabra, porque la leche en polvo es inalcanzable para prepararles un teterito", agrega Fuenmayor.

Los resultados de la Encovi 2019-2020 sobre la situación nutricional de los menores de cinco años, de acuerdo con el indicador peso-edad, revela que alrededor de 21% se encuentra en riesgo de desnutrición y 8% está desnutrido, un nivel que se distancia considerablemente del registro en Colombia (3,4%), Perú (3,2%) o Chile (0,5%). Igualmente, según el indicador talla-edad se ha estimado en 30% quienes se encuentran en desnutrición crónica, que son aproximadamente 639.000 niños.

Marianella Herrera Cuenca, investigadora del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) y directora de la Fundación Bengoa, señala que la Encovi muestra un país muy vulnerable, con unas brechas enormes que deben ser trabajadas con consciencia y visión, tanto de la urgencia como del largo plazo. "Lo que se haga por superar las brechas sin pensar en el futuro no será sostenible en el tiempo".

Cuando al plato le falta

Uno de los pocos productos que Nora Parra, cocinera en el preescolar Simoncito de Fuerte Tiuna, aún puede comprar es medio kilo de queso duro para rellenar las arepas de ella, de su esposo y de sus dos hijos durante toda una semana. Ella se lleva al mercado cada dólar que ahorra de lo que le pagan por remendar pantalones a vecinos en Los Jardines del Valle, en Caracas, y los 270.000 bolívares de quincena que le abonan en el preescolar.

"En Venezuela no se vive, se sobrevive", expresa Parra mientras veía los pocos cultivos de lechuga, pepino, batata y cebollín que sembró con otras cocineras en los jardines del preescolar, ubicado en la Misión Vivienda dentro del complejo militar Fuerte Tiuna. "Sigo viniendo para distraerme un poco, aunque esté cerrado. Si me quedo en casa me vuelvo loca. Nos la hemos visto rudo. Vivo con tres hombres y no puedo mandarlos a la calle a trabajar por el coronavirus. Yo le digo a mi hijo que comeremos arepas mientras podamos, porque cuando no se pueda comprar harina no sé qué vamos a desayunar".

Parra ya ni recuerda cuándo fue la última vez que su familia comió carne y pollo, pero sí está segura de que fue mucho antes de la pandemia. En el espacio del plato donde antes ponía la proteína animal, ahora Parra sirve frijoles chinos y lentejas. A ella le pagan en el Simoncito un salario de 540.000 bolívares. En los mercados municipales de Caracas, la carne superaba, a mediados de agosto, el millón de bolívares y el kilo de pollo los 600.000 bolívares.

"Los precios en la calle son una locura. Nosotros prácticamente dependemos de lo que nos llega en la caja CLAP. El arroz nos lo comemos con unos granos, y a veces pongo a sofreír tomates y cebollas y pico un poquito de mortadela para hacer una salsa para el arroz".

En Venezuela, las familias de bajos recursos económicos tienen una alimentación basada en carbohidratos. Los bajos ingresos y los altos precios de la carne, el pollo y los huevos, que juntos salían aproximadamente en 2,61 millones de bolívares a mediados de agosto, ha hecho que el consumo nacional promedio de proteínas sea solo 34,3% del requerido, de acuerdo con la Encovi.

"Al plato de mi casa le falta", asegura Franklin, de 33 años de edad, quien vive en Charallave, estado Miranda. "Dos o tres veces a la semana sí están completos, pero hay días en los que le falta. Hay días que comemos solo granos para que rinda la carne. Tampoco podemos comer ensalada siempre porque los vegetales también son costosos. Así que un día se hace carne, al siguiente solo vegetales, al otro pollo, al próximo arroz con granos y una ensalada, variado para que el mercado pueda rendir 15 días".

Una generación crece sin poder comer completo para garantizar su desarrollo (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Una generación crece sin poder comer completo para garantizar su desarrollo (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Según un estudio realizado por el Programa Mundial de Alimentos entre julio y septiembre de 2019, que reveló que 9,3 millones de venezolanos sufren inseguridad alimentaria moderada o grave, 60% de la población ha tenido que recortar las porciones que comen. El consumo de carne, pescado, huevo, vegetales y frutas está por debajo de los tres días a la semana.

"Hemos estado bastante complicados. Me preocupo más que todo por el salado (proteínas), porque no tengo el ingreso que tenía antes de la pandemia y cada día aumenta más", dice Franklin. Albañil por cuenta propia, tiene otros dos trabajos: de lunes a viernes en la mañana hace mantenimiento general de un edificio de la Misión Vivienda en Fuerte Tiuna, y es mototaxista en la tarde y los fines de semana en una línea en Charallave, donde vive con su esposa, un hijo de cinco años y un bebé que nació en febrero de 2020.

"Hay trabajos que me pagan con comida", señala Franklin. El estudio realizado por el programa de las Naciones Unidas indica que 33% de los venezolanos ha aceptado trabajar a cambio de alimentos. "Y por ser trabajador del Fuerte Tiuna, cada vez que llega la caja CLAP me dan una. Pero en la comunidad donde vivo llega cada cierto tiempo. No una vez al mes, es una vez cada dos meses. Eso allá es bastante difícil. Y llega cada vez con menos productos. Ya no trae leche, azúcar, salsas (mayonesa, tomate), atún ni lentejas. Tengo muchísimos vecinos que dependen del CLAP mucho más que yo y se han visto súper, súper, súper mal".

Según la Encovi, las cajas CLAP, que junto con los bonos son lo único que conforman el plan de ayuda del gobierno para las familias, contienen básicamente arroz, granos y pasta. Aproximadamente 5% de los pobres extremos no reciben este subsidio de alimentos y 15% la recibe cada dos meses.

De acuerdo con la ONG Ciudadanía en Acción, en julio de 2020 la caja CLAP pesó 7,8 kilos, una reducción de 11,2 kilos en comparación con los 19 kilos de 2016 -cuando nació el programa de subsidio de alimentos de Maduro-; y llegó a 41% de los 6,15 millones de hogares registrados en el sistema. En promedio, ha tardado un promedio de 41 días en llegar.

"Estamos ante la pésima noticia para las familias venezolanas de que el único suministro que estaba llegando en condiciones de emergencia para las poblaciones en vulnerabilidad está desapareciendo, lo que conlleva a un incremento de la vulnerabilidad alimentaria, de la desnutrición aguda y aumento o sostenimiento de la desnutrición crónica", dice el especialista en desarrollo y seguridad alimentaria Edison Arciniega, director ejecutivo de Ciudadanía en Acción.

El consumo nacional promedio de proteínas es solo 34,3% del requerido, según Encovi (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

El consumo nacional promedio de proteínas es solo 34,3% del requerido, según Encovi (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Un Estado incapaz

Para el Estado venezolano es cada vez más difícil importar alimentos debido a la caída de sus ingresos por el desplome de la producción petrolera, que provee 86 de cada 100 dólares que ingresan al país, además de la caída del precio del barril, los problemas para comercializarlo por las sanciones de Estados Unidos, los descuentos que ha ofrecido Pdvsa y ahora los efectos del coronavirus.

El sector productivo nacional no tiene capacidad para responder ante una merma en la importación de alimentos. La producción nacional de absolutamente todos los rubros vive el peor momento en la historia de Venezuela.

Entre 2002 y 2019 la producción nacional de carne de res se desplomó de 565.000 a 169.000 toneladas métricas, una caída de 70%, de acuerdo con Carlos Albornoz, presidente del Instituto Venezolano de la Leche y la Carne (Invelecar). "La Ley de tierras y la inseguridad personal, jurídica y económica causaron un gran estrago a la economía productiva rural. En 2002 el consumo por habitante al año era muy cercano a los 20 kilos. Ya para el 2019 era de cuatro kilos al año", señala Albornoz.

Por otro lado, en los últimos 12 años, desde 2008, la producción agrícola ha caído más de 70% como consecuencia de la intervención de la propiedad agraria a través de confiscaciones, ocupaciones y expropiaciones, control de precios, el crecimiento de las importaciones agroalimentarias sin pago de aranceles y a un dólar preferencial que competían de manera desleal con lo cultivado en Venezuela, los limitados recursos de la banca para otorgar créditos, la inseguridad rural, el rezago tecnológico, la obsolescencia de máquinas y equipos y la severa escasez de semillas, fertilizantes, agroquímicos, repuestos, lubricantes, gasolina, cauchos y otros insumos.

La falta de gasolina, que pareciera no tener una solución a corto o mediano plazo, y la pandemia de coronavirus, se suman a los problemas que ya venía enfrentando los productores agropecuarios desde que empezó la caída sostenida en 2008.

Se espera que la poca cosecha de 2020 sea inferior a la de las décadas de los 60 y 70, cuando la población no superaba los 15 millones de habitantes. Rubros extensivos como el maíz, el sorgo y el arroz están desapareciendo. Los productores proyectan que este año se produzca la mitad de lo que se cosechó en 2019, que apenas cubrió el consumo de 1 de cada 10 venezolanos.

“Todo el mundo vende algo para subsistir

“Esta situación nos ha tocado bien ruda. Yo tengo mi máquina para hacer jardinería, pero ahora no me sale tanto trabajo. Le pido a Dios que me ayude para que me salga un trabajo de pintura, de destapar cañerías, cualquier trabajito”, dice Ángel Bello, jardinero de 31 años de edad y quien vive en la parroquia Petare en Caracas, con tres niños de 10, 5 y 3 años, además de una niña en camino puesto que su pareja está embarazada de ocho meses.

Ángel no sabe leer ni escribir y por ello no ha podido encontrar su “quince y último”. Este joven forma parte de esos venezolanos que integran el mercado laboral informal, y los cuales buscan cualquier oficio por horas que le ayude a obtener ingresos.

“Nunca he trabajado en una empresa o tenido un trabajo formal, el trabajo que más hago por mi cuenta es la jardinería y podar árboles. Es difícil porque no sé leer ni escribir y siempre para uno entrar a una compañía tiene que tener mínimo eso”, señala.

Desde hace décadas el trabajo informal ocupa una cuota significativa en el sector laboral en Venezuela. Las políticas económicas de los últimos 20 años han generado una crisis compleja y han llevado a un empobrecimiento de la población que ve cómo se esfuman sus ingresos. Para sobrevivir y “para salir adelante” hay que matar tigres, como se suele decir en el país.

"Matar tigres" gana terreno como principal fuente de ingresos en el país

"Matar tigres" gana terreno como principal fuente de ingresos en el país

“Ahorita estoy necesitado porque va a parir mi mujer”, acota Ángel con preocupación puesto que esos trabajos esporádicos, de tres o cuatro veces por semana, y disminuyendo. “Siempre me salía algún trabajito, como cortar un jardín, podar unas matas o un terreno, pero ahora es raro que me llamen para hacer algún arreglo. Empecé a cobrar en dólares y ahora es raro que salga un trabajito, la situación ha pegado más ahorita que antes. Me pongo a caminar toda la zona donde siempre trabajo y paso días sin hacer nada”.

La tasa de desocupación en el país ha variado. La última encuesta Encovi 2019-2020 revela que el nivel de participación económica de la población en Venezuela es de 56% en todas las edades (15 a 60), el más bajo de América Latina. Y es precisamente en los sectores con menos ingresos (los quintiles 1 y 2) donde hay mayor porcentaje de inactividad con 57% y 52% del total, respectivamente.

“La evolución de la participación en la actividad económica en el último quinquenio muestra leves fluctuaciones a la baja, ubicándose en el mismo nivel alcanzado en el año 2015 (…) siendo Argentina (58%) el que se acerca más y Perú (72%) el más distante”, reporta el estudio.

Del 44% de la población inactiva, la mitad alega que atiende responsabilidades en el hogar. De hecho, 43% de la población económicamente activa son mujeres, mientras que 71% son hombres, lo que muestra la baja participación de las venezolanas en el mercado laboral. La mayor brecha entre el número de trabajadores masculinos y femeninos se observa en las edades comprendidas entre 55 y 64 años.    

“La contracción del mercado laboral, la emigración preferiblemente masculina y las transferencias a los hogares pueden haber favorecido una menor participación femenina en la fuerza de trabajo y que se refugien en la inactividad (…) En todas las edades son amplias las brechas de género en las tasas de actividad”, indica el informe Encovi.

La mujer de Ángel no trabaja y con 23 años debe prepararse para atender a sus tres hijos y a la nueva integrante de la familia que viene en camino y a quien sus padres esperan pueda ser atendida en el hospital El Llanito, ubicado en el municipio Sucre en Caracas.

“Tengo mis clientes que algunos son buenos de corazón y he hablado con ellos para ver si me pueden dar una ayuda ahora que mi mujer va a parir, y me han dicho que sí, que me pueden colaborar con los pañales, unas toallas, una batica para mi mujer, alguna otra cosa; pero con dinero no, porque ahorita no hay efectivo. Agradecido con que me ayuden para que ella pueda hacerse los exámenes, en estos días pregunté por un ecosonograma y costaba 11 dólares y el perfil 20 unos 6 dólares. Ese dinero no lo tengo”, afirma Ángel.

El dinero en efectivo se ha convertido en una excentricidad, por su poca capacidad de compra (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

El dinero en efectivo se ha convertido en una excentricidad, por su poca capacidad de compra (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

El joven jardinero también ha visto con los años cómo se ha deteriorado la economía en el país, y cómo lo ha afectado de manera significativa. Asegura que antes con los ingresos que obtenía podía comprar alimentos, ropa, pagar exámenes y las vacunas de sus dos primeros hijos porque a la pequeña de tres años no ha podido ponérselas.   

La encuesta Encovi señala que 96% de los venezolanos son pobres por ingresos. Es decir, no ganan lo suficiente para cubrir sus necesidades elementales de alimentación, salud, servicios y recreación, entre otros. 

Según el Banco Mundial, se considera que hay pobreza extrema cuando el sueldo es 1,9 dólares diarios. En Venezuela el sueldo mínimo es de 1,38 dólares al mes, es decir, 0,045 dólares por día, en septiembre 2020. Además, con 32 meses en hiperinflación, el país muestra una inflación acumulada desde marzo de 2013 hasta mayo 2020 de 12.323.312.864%, una cifra difícil de pronunciar y de digerir.

“En aquellos tiempos con lo que ganaba podía comprar comida en Makro, compraba pañales, harina y arroz por bulto. Ahorita qué va. Hace unos días nos llegó la bolsa de CLAP y vino por el suelo, le sacaron el aceite, el azúcar, trajo solo una sola harina, los espaguetis se botaron todos en la bolsa, eso fue como si no nos la quisieran dar. La situación se complicó desde que se murió (Hugo) Chávez y se montó (Nicolás) Maduro, porque ellos no quieren ayudar a los pobres, lo que quieren es matar a los pobres de hambre”, dice Ángel, quien nació en Petare.

Ángel Bello es jardinero pero afronta cualquier oficio para llevar comida a su casa (Ahiana Figueroa)

Ángel Bello es jardinero pero afronta cualquier oficio para llevar comida a su casa (Ahiana Figueroa)

Para la mayoría de la población, “lo que ganen hoy deben gastarlo hoy”, especialmente si sus ingresos son en bolívares. Están conscientes de eso desde que al país lo invadió un histórico proceso hiperinflacionario que va por su tercer año consecutivo, y por una devaluación del tipo de cambio que no deja de parar.  

“Quien recibe bolívares en Venezuela, sabe que está recibiendo despojos y los toma porque sabe que puede aún cargárselos a alguien. Esto lo saben muy bien quienes cada dos o tres semanas reciben transferencias o bonos que otorga el gobierno como parte de los programas sociales para paliar la crisis”, dice el economista y profesor del Instituto de estudios Superiores de Administración (IESA), Leonardo Vera.

Y Ángel habla de cuánto vale nuestra moneda local. “Los bolívares no sirven para nada y dólares no hay, porque aquí no se hacen dólares. Entonces los que están ahorita en el gobierno si se siguen llevando el poquito de dólares que hay aquí, nos vamos a morir de hambre. En estos días Maduro dijo en una cadena que todos los venezolanos tenemos derecho a tener 200.000 bolívares en el bolsillo (refiriéndose al pago de un bono), en qué alcanzan esos 200.000, ni para un paquete de arroz ni de harina”.  

Por lo pronto, Ángel siente que él y su familia “no han corrido con suerte”, pero se refugia en Dios y mantiene la esperanza de que su situación mejore y pueda seguir haciendo lo que su padre le enseñó para vivir: la jardinería.

“Estamos yendo a una iglesia que se llama Las voces de Dios y nos ha ido mejor, es por eso, porque todas las noches oramos y le pedimos mucho que meta su mano. Hay mucha gente que ha perdido la esperanza pero yo les digo que no la pierdan”.

Por cuenta propia

Los venezolanos han tenido que bregar por aumentar sus ingresos, por lo que se ha ampliado el número de trabajadores por cuenta propia incluso de personas con profesión y postgrados. La encuesta Encovi señala que en el país existe una disminución de los trabajadores asalariados, los cuales pasaron de 62% a 46% del total de ocupación en 2014 y 2019, respectivamente. A su vez, revela un crecimiento de los trabajadores por cuenta propia al pasar de 31% a 45% del total del mercado laboral.

“Soy docente con experiencia, pero desde 2018 me interesé en el área estética, por lo que hice cursos de manicure y pedicure, depilación, entre otros. Inmediatamente me puse a trabajar a domicilio, aunque sigo trabajando como docente”, cuenta Natacha Paredes, profesora de Artes Plásticas con 14 años de servicio en el Ministerio de Educación.

Con 36 años, casada también con un docente y graduada en el Pedagógico de Caracas, señala que a partir del año 2017 vio cómo sus ingresos dejaron de cubrir sus gastos. Achaca a la inflación y a la paralización del contrato colectivo que su sueldo de su trabajo formal hoy se desvanezca por completo y que solo cuente con sus ingresos extras. “En muchas oportunidades lo que cobro en un día por servicios de peluquería, equivale a lo que me paga el Ministerio en una quincena por mi trabajo en una escuela bolivariana”.  

Irse a trabajar a una institución educativa privada no es garantía de un mejor salario, dice Natacha. “Tengo colegas que renunciaron a la escuela pública y se fueron a la privada, donde le ofrecieron una buena remuneración, incluso con bonos en dólares, pero para algunos esto último resultó ser un engaño, y a otros luego el sueldo no se lo aumentaban mientras subía la inflación”.    

Cuenta algo decepcionada que a pesar de haber cursado una maestría, esto no fue suficiente para lograr una remuneración acorde con sus estudios. De hecho, su esposo quien también cursó estudios de postgrados decidió abandonar la docencia y dedicarse a otros oficios como programador de sistemas y reparación de computadoras. “Uno hace un estudio superior creyendo que va a obtener un mejor salario y resulta que no es así”.  

La docente Natacha Paredes vive de otra cosa, aunque sigue enseñando 'por amor al arte'

La docente Natacha Paredes vive de otra cosa, aunque sigue enseñando 'por amor al arte'

Los empleados de la administración pública son los que cuentan con salarios mucho más bajos que el resto de los trabajadores. Froilán Barrios, representante del Movimiento Laborista, señala que los obreros, empleados, profesionales y profesores universitarios, trabajadores de empresas básicas del sector público, “son los más depauperados”, ya que sus remuneraciones oscilan entre 1,3 y 20 dólares mensuales. 

“Si vamos al sector privado de la economía, que registra una cantidad aproximada de tres millones de trabajadores, en este sector se ha mantenido la contratación colectiva, aun cuando conocemos que la tasa de sindicalización es de un tercio de la del sector público”, señala Barrios.

Indica que la remuneración ha sido más dinámica en el sector privado ya que el empleador privado supera el salario mínimo, y en donde también se ha comenzado a cancelar bonos en dólares. “Se podrá encontrar a un vigilante de un centro comercial devengando la misma cantidad que un profesor titular de una universidad pública”, destaca Barrios.

El deterioro del salario mínimo en Venezuela se observa una vez más cuando se compara con la cifra anterior, en mayo de 2019 –por ejemplo- era de 40.000 bolívares, lo que para ese momento representaba 7,70 dólares. Mientras que en septiembre de 2020 con un salario mínimo de 400.000 bolívares, representa menos de un dólar a la tasa oficial.

La encuesta Encovi resalta que entre los beneficios percibidos por los empleados u obreros, 96% de los trabajadores del sector privado percibe un salario, 55% recibe bono de alimentación, 11% comisiones y propinas, 9% horas extras, 5% bono de transporte, otro 5% bono de rendimiento o productividad, 3% ingreso en petros, 2% bono de antigüedad y 1% prima por hijos.   

Mientras que 97% de la nómina del sector público percibe salarios, 70% recibe bono de alimentación, 36% ingresos en petros, 7% bono por antigüedad, 5% prima por hijos, 4% horas extras, otro 4% bono de transporte, 2% comisiones y propinas y otro 2% bono de rendimiento. 

“Dos, tres o cuatro dólares no generan un ingreso de subsistencia, al final dos salarios mínimos no te permiten acceder a una canasta básica normativa de alimentos y medicinas. Se requieren 100 o 200 dólares al mes para que una familia pueda cubrir sus necesidades”, resalta José Manuel Puente, economista y profesor del IESA. 

El sector manufacturero redujo a la mitad su capacidad de absorber a la fuerza de trabajo solamente en cinco años

El sector manufacturero redujo a la mitad su capacidad de absorber a la fuerza de trabajo solamente en cinco años

“Uno de los dramas que vive Venezuela es que más del 50% de la población está en el sector informal o trabajadores por cuenta, y eso sumado a los trabajadores que ganan salario mínimo, te acerca a un porcentaje de la población tenga que salir a la calle a buscar mayores ingresos”, señala Puente. 

Para Natacha tener ingresos extras a través de sus servicios de peluquería le ha permitido arreglar su vivienda, pero también para ahorrar. Cuenta que hace poco tuvo que llevar a su madre a una clínica para que le atendieran su enfermedad, y pudo cancelar los gastos médicos, exámenes y medicinas. Pero también la joven docente tiene un objetivo bien importante para hacer el esfuerzo de tener dos trabajos: dar vida y formar una familia.

“Mi esposo y yo estamos en un tratamiento de fertilidad, queremos tener hijos y no hemos podido. Nuestros ingresos extras nos han permitido poder hacer ese tratamiento y los exámenes, que como todos saben es costoso y no lo cubren los seguros. En eso nos ha ayudado nuestros ingresos extras”.  

Decisión personal

Anteriormente el desempleo en el sector formal era consecuencia de la imposibilidad de las empresas de mantener un número determinado de personal, debido a menores ingresos y subidas en la carga tributaria. En los últimos años, la decisión de trabajar por cuenta propia o ser un emprendedor, se ha hecho una decisión personal. “Está motivada por diferentes factores como la necesidad y la oportunidad”, señala Asdrúbal Oliveros, economista y director de la consultora Ecoanalítica.

Esa es la historia de Jaime Rodríguez de 43 años, abogado graduado en 2003 de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en donde también hizo su postgrado. Luego de varios años trabajando en el sector público, comenzó a ejercer por su cuenta para finalmente emprender con su propio negocio de venta de alimentos con servicio de delivery.

Jaime Rodríguez pasó del derecho al emprendimiento buscando ingresos decentes

Jaime Rodríguez pasó del derecho al emprendimiento buscando ingresos decentes

“Cuando empecé con mi profesión los salarios me dieron para comprarme un carro, me mudé, me independicé, pero ya para 2010 la situación empieza a empeorar y en el año 2014 los salarios no servían para nada. Además, el ejercicio como abogado particular comenzó a dificultarse más por los costos asociados en los registros y notarías. Si no iba con un saco de billetes bajo el brazo no podía resolver. Ahí fue que decidí emprender”, cuenta. 

Jaime comenzó a vender aves beneficiadas. “Yo empecé el negocio prácticamente solo. Limpiaba, empacaba, preparaba y repartía los pedidos, hacía todo. Luego la señora que limpiaba en mi casa, dejó de hacerlo porque no tenía cómo pagarle, pero comenzó a trabajar conmigo en el negocio y después nos acompañó un señor que trabajaba como chofer de una familia que se fue del país y ahora me ayuda con el delivery. Así que lo que comenzó como una ayuda o un complemento económico para hacerle frente a la adversidad, terminó siendo mi modus vivendi”.    

En los hallazgos de Encovi resalta que es en el sector de los servicios y del comercio donde la población activa ha encontrado alguna forma de emplearse. Más del 80% trabaja en esta área”, se indica en el estudio. 

Jaime cuenta que de sus colegas y/o amigos abogados son pocos los que se dedican a su profesión y que muchos optaron por un emprendimiento o trabajo por cuenta propia. “El venezolano en ese espíritu de seguir sobreviviendo ha buscado las mil y un formas de seguir adelante. Todo el mundo vende algo”.  

Hoy, ese negocio de Jaime que inició con la venta de proteínas hace seis años, ofrece además otros víveres y productos de limpieza. “Hoy mi mercado cambió porque ahora me compran personas que viven fuera del país, que emigraron y necesitan ayudar a la familia que dejaron en Venezuela, sobre todo a los adultos mayores”.

El ascenso social pierde a la escuela como escalera

Cuando cumplió 16 años, Ángel Cabello pasaba por su segundo año de educación media y también por su segundo intento de terminarlo. Había abandonado el bachillerato un año antes porque la situación en su casa, en el sector El Plan de la Cota 905, cada vez apretaba más y su mamá estaba sola soportando los gastos de tres hijos. Ángel fue dejando de asistir a clase un día o dos seguidos, luego faltaba durante una semana y así casi sin darse cuenta dejó de ir por completo al liceo. Se acabaron sus días de básquet en la cancha con los amigos y su nombre se marcó en la casilla de perdido por inasistencia.

“Me toca trabajar”, se dijo.

Ya se había quitado la chemise azul para laborar como ayudante de un electricista y a la mamá no le gustó que su hijo menor dejara la escuela por lo que le insistió que retomara las clases por parasistema para que se graduara de bachiller. Agarró un segundo impulso y se volvió a inscribir. Corría el annus horribilis de 2017 para la economía venezolana en el cual la hiperinflación se convirtió en un fenómeno de números escandalosos, mientras en la mesa de la casa de Ángel desaparecían los desayunos y quedaban a medias las comidas del día. 

Las aulas se van quedando vacías (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Las aulas se van quedando vacías (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

“A veces no teníamos nada para desayunar y me iba directo a trabajar porque tenía clase en la noche, pero me redoblaba para hacer más plata. Otra vez empecé a faltar y volví a dejar el liceo”. Esta vez, su mamá no lo contrarió. Ella, que sabe de luchas, renuncias e insistencias, lo había vivido personalmente cuando de joven tuvo que dejar los estudios para trabajar y criar a sus hijos, y aun así nunca desistió hasta que se graduó de contadora a los 40 años.

Ángel lo cuenta con orgullo. Se le asoma una sonrisa tímida en los labios cuando piensa en que la historia de su madre también puede ser la propia porque los cálculos de su juventud lo ayudan: “Ahora tengo 19 años, si logro terminar bachillerato en dos o tres años, puedo estudiar en la universidad o hacer una carrera corta y graduarme como a los 25 años”.

Pero el obstáculo principal lo resume en un término que viene escuchando por todos lados desde hace años: “situación país”. No sabe explicar muy bien de qué va el concepto, pero entiende claramente que es la combinación de un todo que no lo ayuda.

Ángel Cabello abandonó los estudios pero volvió a inscribirse, esperando terminar

Ángel Cabello abandonó los estudios pero volvió a inscribirse, esperando terminar

Esa “situación” no es más que una larga lista de indicadores que en los últimos cinco años revelan cómo la cobertura educativa del sistema escolar venezolano tocó techo y comenzó a retroceder especialmente en los sectores con menos ingresos entre los niños, niñas y adolescentes de 12 a 17 años, la edad bisagra del bachillerato, que se agrava al intentar pasar a la educación superior donde desaparecen tres cuartas partes de la población entre los 18 y 24 años, según revelan los datos de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) correspondientes a 2019-2020.

Con 19 años las ocupaciones de Ángel giran en torno al dinero para comprar la comida y resolver qué van a almorzar en su casa donde vive con otros dos hermanos y dos sobrinos. Sin que nadie se lo diga, él queda a cargo porque su mamá sale desde temprano a trabajar como lo ha hecho cada día desde que tiene memoria.

La encuesta le pone números a un marcador que se llama exclusión social: mientras 44% de los y las jóvenes entre 18 y 24 años que se ubican en el estrato de mejores ingresos logran mantenerse dentro de la cobertura educativa en la edad adecuada, apenas 16% de aquellos que viven con menos ingresos pueden sostenerse en el sistema educativo.

Mientras ayuda a su cuñada atendiendo la bodega que ocupa la sala de la estrecha vivienda en la Cota 905, Nelsimar Prin habla de su pasión por la criminalística. Acaba de cumplir los 18 años y el año pasado, cuando le entregaron el título de bachiller, ya tenía a su bebé recién nacida en brazos. Ella y otra compañera del liceo pasaron los últimos días de clase embarazadas esperando para graduarse, un escalón que se le hizo difícil de subir pero que logró con el impulso de su madre.

La joven estrenó su mayoría de edad con un bebé. Como mujer, su riesgo de abandonar la escuela al quedar embarazada es ocho veces más alto que el de su pareja. Es lo que se conoce como brecha de género, y que se recoge claramente en los datos de Encovi con otras jóvenes de su misma edad: mientras que apenas 2% de los varones abandona la escuela cuando tienen hijos, cuando son las muchachas la cifra llega a 16%.

Durante los días de confinamiento debido a la cuarentena obligatoria por la pandemia del covid-19, Nelsimar atiende a su bebé pero no deja de pensar que se le retrasaron los planes indefinidamente por otro motivo: no tiene posibilidad de dedicarse por completo a iniciar un semestre en línea. “Apenas pueda voy a ser la primera de mi familia en ir a la universidad”.

La continuidad escolar de Nelsimar está amenazada por su situación familiar y económica

La continuidad escolar de Nelsimar está amenazada por su situación familiar y económica

Nelsimar estudió en un liceo de modalidad subsidiada que le permitió culminar todo el ciclo. Además queda cerca de su casa por lo que no tenía problemas para ir a clase ya que se ahorraba el dinero para el transporte. “Pero muchos de los que estudiaban conmigo pasaban mucha roncha y dejaban de ir”. Cuando no era el pasaje, era que no tenían agua o comida, le faltaban los zapatos o los útiles. Así que se sabe afortunada pues “nunca tuve esos problemas, mi mamá hacía todo para que no me faltara nada”.

Pero la responsabilidad económica que aumenta al criar una hija también va posponiendo la meta. Desde que inició la cuarentena ni el papá de su niña ni ella tienen trabajo, por lo que junto a su suegra y su cuñada -quien tiene dos niños más- se aferraron a los ingresos que entran a la casa por las ventas de la bodega como única manera de subsistir.

“Hay que buscar el dinero porque estudiar nada más tampoco sirve. Yo conozco gente que ha estudiado y es profesional pero no genera ingresos. Lo que pasa es que el país tampoco ayuda porque todo se le va a uno en comida”, reflexiona.

Según la más reciente Encovi, en Venezuela hasta un tercio de la población en edad escolar ha decidido abandonar las aulas. El segundo motivo para hacerlo es "no querer" continuar en las aulas o "no considerarlo importante". Después de todo, entre el quintil más pobre y el quintil más rico del país la diferencia en niveles de escolaridad es de 1,8 años. La pobreza actual en el país no responde a niveles de formación. Más tiempo en un pupitre no necesariamente te aleja de la precariedad.

Por minutos Nelsimar se queda mirando en silencio el piso de la casa por donde su hija gatea y ensaya sus primeros pasos. Nelsimar la levanta del suelo, le arregla la colita que le recoge el cabello y dice en voz alta: “estudiar es como una cadena, mi mamá me ayudó a mí y como uno quiere ser mejor, tener sueños, quieres que tus hijos también los tengan”.

Las respuestas en monosílabos dominan la conversación de Anthony Chacón, quien acaba de cumplir los 16 años. “Sí. No. No he pensado en eso”. De frases cortas y esquivas va resumiendo las razones por las cuales dejó la escuela hace dos años cuando iba a comenzar el tercer año de educación media. Presta atención a lo que le preguntan pero es evasivo y solo deja de ver la pieza de la moto que está reparando cuando se limpia las manos con un trapo para responder algún mensaje que le llega por el celular.

-Dejé de estudiar porque necesitaba plata

-¿Pero te gustaba ir al liceo?

-No mucho, era malo en las materias.

-¿Y tu mamá qué dijo cuando dejaste de ir?

-Nada. Ella está clara.

Anthony repara motos en un espacio cercano a su casa en El Valle, donde vive junto a su madre, un hermano de 20 años con quien comparte el oficio de arreglar carros y motos, una hermana de 23 años, tres sobrinos y un hermano menor.

“La verdad es que estudiar no es lo mío”, sentencia tajante. Dice que no le ve mucha diferencia a estudiar o no cuando se trata de buscar dinero para mantener la casa. “No creo que sea mejor o peor que nadie”.

Lismary, la mamá, se asoma en la puerta mientras su hijo trabaja. También es parca con las palabras pero interviene para explicar que ella quería que todos sus hijos estudiaran, principalmente porque es una meta que ella tampoco pudo completar. Fue madre adolescente y desde entonces hizo su vida aparte. “Siempre he sido yo para todo y uno antes se bandeaba pero en los últimos años se puso peor y sola no puedo. Quizá no estudiaron pero ninguno de mis hijos puede decir que se acostó sin comer”. Además está sosteniendo a su hija mayor que se separó de su pareja y se devolvió a la casa materna con tres niños de entre dos y cinco años.

En la vivienda donde conviven cuatro adultos y cuatro niños, el único que permanece en el sistema escolar es el hermano menor de 12 años que acaba de culminar sexto grado de educación primaria.

El rezago escolar es el paso que antecede a la deserción. El término se refiere a quienes permanecen dos años o más por detrás del nivel escolar correspondiente. Las cifras muestran que desde el año 2014 se ha agravado este indicador dentro del grupo de niños, niñas y adolescentes entre 12 y 17 años. Al comparar a quienes subsisten en el estrato más pobre con el estrato más rico, la encuesta revela una brecha que se profundiza: 27% de los que tienen menos recursos presenta indicios de lo que se considera un severo rezago en la escuela. 

Pero en ambos extremos las cifras no son muy alentadoras, en especial cuando se comparan con el cierre del año escolar precedente (2018-2019). Los docentes se encontraron en las aulas con que dos de cada cinco niños y niñas presentaban algún nivel de rezago escolar, por lo menos de un año.

¿Dónde están los jóvenes?

El descalabro que hizo caer casi a la mitad la cobertura educativa del país ocurrió en apenas tres años. En 2016, los datos de Encovi reflejaban una cobertura que alcanzaba 48%. Al cerrar 2019 las cifras que recopilaron apenas llegaba a 25% de esa población.

Son los mismos tres años que tiene Ángel sin pisar un salón de clases. Desde la esquina de la casa donde vive con su familia, en la Cota 905, la vista domina el panorama de casi toda Caracas. Pone un pie en el borde de la vereda que marca el límite hacia el barranco de desechos por donde se arroja una cascada de basura que cae en la avenida principal.  

Ángel está en el grupo estadístico de los que están en peores condiciones: los de 18 a 24 años. Encovi se basa en cálculos que refieren que de los 3,14 millones de jóvenes venezolanos dentro de esas edades, hay 2,82 millones que no asisten a la escuela.

Pero si no están en el liceo, en la universidad o en el mercado laboral ¿entonces dónde están? La política de opacidad de la información oficial no ayuda. El Ministerio de Educación (ME) no publica datos oficiales en la Memoria y Cuenta desde el año 2015 y desde hace 2017 no brinda cifras desagregadas en cada inicio y cierre del período escolar como era habitual.

Un documento al que pudo tener acceso TalCual, proveniente de la Dirección general de registro y control académico del ME y que muestra la carga de la matrícula para el período académico 2019-2020, revela una disminución general aunque no tan drástica: el registro detalla que en educación media hay 1.575.201 estudiantes y en la educación media técnica se matricularon poco más de 55.000 estudiantes, que ubica a esta población de entre 12 y 18 años dentro de la escolaridad.

Puertas abiertas para entrar, pero también para salir y nunca volver (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Puertas abiertas para entrar, pero también para salir y nunca volver (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Tulio Ramírez, sociólogo e investigador en educación, precisa que si bien la diáspora de venezolanos ha incidido en la disminución de la matrícula, debido a que partieron familias enteras con sus hijos en estas edades, también es notorio que la tradición y la cultura de la escuela en los estratos de menos recursos tiene un peso importante. 

“Es cierto que tenemos en contra que este bachillerato en la educación pública es desestimulante, pero todavía las familias siguen mandando a los muchachos a la escuela como una tradición, sobre todo los más pobres hacen el esfuerzo que tengan que hacer para que sigan en la escolaridad. Los mandan, no tanto por el ascenso social, sino porque tienen que mantenerlos ocupados, para que no estén sin hacer nada en la casa o, peor aún, en la calle”, explica Ramírez.

La seriedad de Ángel contrasta con el rostro de adolescente que mantiene a sus 19 años. Observa en silencio a todo el que pasa por la vereda y nunca da la espalda por completo. Pero no deja de sostener la mirada hacia la ciudad enorme que se abre panorámica ante sus ojos.

Desde La Cota 905 el futuro luce cada vez menos atado al logro académico

Desde La Cota 905 el futuro luce cada vez menos atado al logro académico

“Siento que todavía lo puedo lograr”, responde sin que antes haya mediado una pregunta.

-¿Graduarte de bachiller, ir a la universidad?

-Sí. Creo que estudiar o no depende de uno mismo. En parte es la familia, si tienes apoyo o si tienes ganas. Claro que la situación del país lo pone bien cuesta arriba. Siento que me faltaron oportunidades porque no tuve el apoyo de mi papá, mi mamá es sola para todo y así me tocó. Pero también conozco mucha gente que no tiene excusas porque sus papás los pueden mantener para que nada más estudien y no les da la gana porque quieren todo fácil.

-¿Y dónde te ves en los próximos cinco años?

-Quiero estudiar Ingeniería eléctrica porque soy bueno trabajando en eso y he aprendido bastante. También pensé en estudiar Turismo para conocer lugares, y me encanta cocinar. Yo me veo con mi propio local de comida rápida, inventando mi estilo, aprendiendo ingredientes”.

Un largo y complicado camino por delante (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Un largo y complicado camino por delante (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Por ahora los planes son “a futuro”, una palabra que aparece cada tanto en su conversación. El tiempo de inactividad impuesto por la cuarentena es un nuevo obstáculo a sortear porque el trabajo se ha reducido al mínimo y apenas consigue algo que hacer. Lo que pasa es que la necesidad no sabe de confinamiento y su mente está ocupada en rebuscar aquí y allá de dónde va a sacar la plata para ayudar a su mamá, quien sale todos los días a trabajar y seguir llevando a flote la casa.

“¿De verdad sabes que es lo que más quiero? Tener otra vida y algún día poder regalarle su casa a mi mamá”.

"Para mí, ser pobre es cocinar todos los días en fogón"
Yolimar López
"Yo antes le podía poner carne en la mesa a mis hijos seis días a la semana. Yo prefiero que ellos coman, y a veces me quedo yo sin poder hacerlo"
Evelyn Fernández
"Yo conozco gente que ha estudiado y es profesional pero no genera ingresos"
Nelsimar Prin
"Ayer no tenía nada para darle a la niña y arranqué una mata de yuca y la comimos sola"
Héctor Rojas

Al futuro se llega emigrando

Hombre, joven, padre, hijo. Estas son las características que predominan en el emigrante venezolano de los últimos cinco años cuando, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), se revirtió la feminización de la emigración con una oleada de hombres que para el año 2019 representaron 54% del total de quienes salieron del país huyendo de la demacrada realidad nacional.

Wilmer Vallejo se fue en noviembre de 2018. El desespero por no tener cómo llevar el plato a la mesa de sus hijos -para entonces de uno y tres años de edad-, y el haber agotado todos los recursos para conseguir un empleo digno que le permitiera satisfacer las más elementales necesidades de los suyos, obligaron al caraqueño a tomar esta decisión.

El empujón vino cuando la hermana mayor de Wilmer organizó un viaje a Ecuador. Dejando a sus hijos y esposa en la casa de su suegra ubicada en Macarao, una gran barriada del suroeste caraqueño, metió en un pequeño bolso “lo necesario” –realmente, lo que tenía– y emprendió aquel viaje. El 7 de noviembre de 2018 comenzó “mi nueva vida”.

Hasta la frontera, así sea en autobús (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

Hasta la frontera, así sea en autobús (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

Aunque ahora hace vida en Perú, recuerda que fue duro abandonar su tierra a sabiendas de que no volvería. El trayecto a Ecuador por carretera duró entre cinco y siete días. “Hoy no recuerdo con exactitud cuánto fue, pero sé que no estaba acostumbrado, creo que nadie lo está, a pasar viajando tantos días en un autobús (...) estaba cansado, desesperado, era una mezcla de sentimientos inexplicables”.

En 2018 la Encovi registraba que 57% de los migrantes venezolanos eran jóvenes entre 15 y 29 años. Entonces ya comenzaba a predominar la población masculina, mientras aumentaba la cantidad de adultos jóvenes y de personas con menores niveles de escolaridad.

Claudia Vargas, investigadora del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Simón Bolívar, ratifica que la migración venezolana actual, mayoritariamente compuesta por hombres, se relaciona con la visión culturalmente arraigada de la figura masculina como proveedor. “Los hombres salen pensando ‘tengo que mandar algún tipo de ayuda a mi casa, mantener a mis hijos, tengo que mantener a mis padres’”.

Ese pensamiento fue el motor de Wilmer, quien recuerda sus días en Ecuador como “los más duros”. Tocó muchas puertas buscando empleo y ninguna se abrió, vivía en casa de su hermana en Quito y sobrevivía de “tigritos”, haciendo trabajos de carpintería, albañilería, y vendiendo dulces en la calle, pero esto no le permitía enviar dinero a su esposa e hijos en Venezuela.

Aunque nunca estuvo entre sus planes regresar al país, necesitaba generar ingresos que le confirmaran que haber dejado a su familia atrás valía la pena. Entonces, con unos amigos, planificó un nuevo viaje. Pidiendo cola y caminando logró llegar a Lima.

Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 817.105 venezolanos aguardan respuesta a su solicitud para optar por la condición de refugiado, siendo Perú el país con el mayor número de solicitantes en espera, con un 60,8%. Entre ellos está Wilmer, quien cuenta en la actualidad con un carnet que lo identifica como solicitante y le otorga cierta legalidad en su nueva nación de acogida, a donde llegó portando solo su cédula de identidad venezolana. Tramitar un pasaporte venezolano era un lujo impagable que no se pudo permitir. Mejor ahorrar para lo que ahora es un objetivo cumplido: su esposa e hijos lo acompañan.

En el horizonte lo que se divisa es otra frontera donde sí poder crecer

En el horizonte lo que se divisa es otra frontera donde sí poder crecer

Remesas como cordón umbilical

Catalina Chacón pensaba que la vejez sería para disfrutar sus ingresos por los años trabajados como docente, compartir con sus hijos y ver crecer a sus nietos. Ideas que se fueron desvaneciendo a golpe de realidades.

Sentada desde una banqueta de madera, se mece al ritmo de ser parte del 19% de hogares venezolanos que reportaron tener al menos a uno de sus integrantes fuera del país. Los dos hijos mayores de Catalina ya no la acompañan. En los últimos tres años solo puede ver en persona el rostro de la menor, Daniela, de 22 años.

La primera en partir fue María, su primogénita, en agosto de 2016 vía Colombia. Al año siguiente le tocó el turno a Julio César, un ingeniero de sistemas de 31 años que dejó el Metro de Caracas para subir a un avión rumbo a Santiago en Chile. Desde allá le envía dinero a su mamá.

“Al principio lo hacía mensual, incluso cuando estuvo sin empleo me mandaba de sus ahorros. Era esencial, para la compra de las medicinas y de los alimentos”, cuenta su madre. Con el tiempo, el monto se hizo insuficiente, y las remesas tuvieron que pasar a ser quincenales. Ahora los envíos son cada semana.

Pero no solo es dinero. Chacón también recibe cajas con jabón, champú, papel de baño, enlatados y variedad de productos que él considera de primera necesidad. “Ahora no salgo a recibir a mi hijo, sino una caja que me manda de otro país”, dice Catalina resistiendo la lágrima que se asoma.

La encuesta Encovi registra que 30% de los hogares con migrantes recibe remesas. Un 37% de receptores son personas entre los 40 y 59 años, el 66% son mujeres jefas de hogar, como se asume Catalina a pesar de que vive de esos envíos pues su jubilación como docente del Pedagógico de Caracas ya no suma ni el equivalente en bolívares a un dólar mensual.

La terminal aérea de Maiquetía se ha convertido en puerto de despedidas (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

La terminal aérea de Maiquetía se ha convertido en puerto de despedidas (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

Pies en la tierra, título en el bolsillo

De acuerdo a los datos reflejados en la Encovi 2019-2020, uno de cada tres migrantes venezolanos alcanza la enseñanza universitaria. En total, 29% de migrantes mujeres partieron con su título bajo el brazo, mientras que los hombres llegan a 19%. Sin embargo, dejar el país incluye afrontar que la profesión pudiera no ser ejercida.

En mayo de 2015, Deilhy Alcalá y su esposo Johans Villasmil decidieron empezar de cero. “Yo soy publicista sin ejercer mi profesión, trabajé por seis años en Mercantil Seguros como analista de indemnizaciones en el área de automóvil y salud. Johans es administrador e igualmente trabajó allí en lo mismo”.

Vivían separados, en las casas de sus padres en diferentes zonas de Los Teques, estado Miranda, pero sus empleos les permitían vivir “bien”, según afirma la mujer. “Podíamos darnos el lujo de viajar fuera del país cada año y realmente nunca pasamos necesidad”, cuenta Deilhy. Pero pensar en un futuro común con Johans lucía poco alentador. “Ya para ese entonces la adquisición de un apartamento se hizo muy cuesta arriba para nosotros, cosa que nos llevó a tomar la decisión de marcharnos”.

Pusieron la meta en Estados Unidos. Pero ella no tenía visa para un sueño, ni de turista. “Nunca nos vimos en un escenario donde uno se fuera primero y el otro después. Eran los dos juntos o nada”. La Encovi 2019-2020 señala que uno de cada tres venezolanos que emigran van acompañados. De estos, 30% van junto a su pareja. “Decidimos ir a España, y mi hermano nos abrió las puertas de su casa”.

Ahora ambos trabajan en oficios muy diferentes a lo aprendido en las universidades venezolanas. Deilhy labora en dos casas de familia, “en una cuido a tres pequeñitos, incluidas las labores del hogar, y en la otra solo limpieza y lavandería. Johans trabaja en Ikea, una tienda de cosas para el hogar”.

Sus ingresos alcanzan. Lograron alquilar un apartamento para establecerse, se casaron y confían en seguir creciendo en tierras españolas. A Venezuela no la ven sino como parte del pasado.

Según la Encovi 2019-2020, antes de la pandemia por covid-19, el retorno era una opción considerada apenas por 4% de los emigrantes criollos.

Un país
envejecido

Muchos jóvenes pierden la vida en Venezuela a causa de la violencia, que cada día enluta a más hogares. La mortalidad infantil también se eleva. Y las mujeres, al insertarse en mayor proporción al mercado de trabajo y hacerlo con mayores responsabilidades que los hombres en muchos casos, han disminuido el porcentaje de embarazos y nacimientos, como ha ocurrido en ortas sociedades.

Sin embargo, un factor clave y muy venezolano se ha sumado a los anteriores para generar un cambio abrupto en la conformación etaria de la población venezolana: la acelerada emigración.

Los hogares venezolanos han sufrido una mutación. Fue un proceso inicialmente lento pero luego vertiginoso, con la partida de muchachos y adultos jóvenes en plenas capacidades productivas. Atrás quedaron angustiados padres, bebés que mantener y abuelos que crían a sus nietos.

Las personas mayores de 50 años son las menos propensas a emigrar (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

Las personas mayores de 50 años son las menos propensas a emigrar (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

Mirna Xiomara Becerra tiene 54 años, es residente en Barinas, y aún no tiene edad para jubilarse. Es madre de tres hijas, de las cuales dos, de 27 y 25 años respectivamente, se fueron del país hace más de un año. "Para mí fue algo que me impactó demasiado. Yo prácticamente crié a mis hijas aquí, ellas siempre han estado cerca".

Daibelys, la segunda hija pero la primera en emigrar, partió primero a Perú, aunque luego recaló en Chile. Le siguió Darbelys, la más pequeña y quien cargó con su bebé, un morral y un boleto de autobús para emigrar a Colombia. Ambas tenían empleos formales -en un supermercado y en un ministerio, respectivamente-, y a ambas se les hizo insuficiente el ingreso tanto como insostenible las condiciones de vida.

Desde entonces, Xiomara se siente más sola, incluso desprotegida. “Ellas se preocupan, saben que dejaron a su mamá por aquí y yo me preocupo porque ellas están por allá”.

Los más pequeños van quedando al cuidado de los más adultos (Cortesía Ana Rondón)

Los más pequeños van quedando al cuidado de los más adultos (Cortesía Ana Rondón)

Su hija mayor, Dairelys, de 35 años, es docente y permanece en el país junto a su esposo y un hijo. “Ella vivía un poquito mejor, pero ahora les ha tocado fuerte. El sueldo no alcanza para nada”.  De los temores de Xiomara no escapa la posibilidad, cada vez más cierta, de que Dairelys decida cortar cabos.

Su caso replica el de muchos. En cada rincón de Venezuela se multiplican los hogares con menos habitantes, familias con integrantes distanciados y, especialmente, de espacios que dejaron vacíos quienes están en edades productivas, amén de los lugares de trabajo que perdieron talentos.

La Organización de Naciones Unidas (ONU) estima en cerca de cinco millones de personas las que han abandonado el país. La edad de la mayoría está entre los 18 y los 39 años, precisamente las más activas. En suelo venezolano ha quedado buena parte de los mayores de cuarenta, un alto porcentaje de mayores de 50 años y la casi totalidad de los mayores de 60 años.

Un cambio de este tipo no pasa sin consecuencias. Cuando tenía una población mayormente joven, Venezuela contaba con lo que se llama el “bono demográfico”, una característica que se presenta una vez en la historia de los países, que abre amplias perspectivas pues la mayor parte de la población está en edad productiva y los ciudadanos más dependientes y necesitados (niños y adultos mayores) son minoría.

Más población adulta en edad de trabajar significa mayor producción interna, mayor impulso a la economía, mayor cantidad de personas cotizando al seguro social que ampara a todos, mayor recaudación de impuestos y mayores índices de consumo e intercambio económico. Asimismo, una posibilidad más grande de generar los recursos necesarios para sostener a quienes no pueden valerse por sí mismos. Lo contrario es una nación debilitada, con una economía que se queda sin músculo para moverse, con todas sus derivaciones en calidad de vida.

Encuestadores comprobaron que la composición de los hogares venezolanos ha cambiado (Cortesía Carlos Urrieta)

Encuestadores comprobaron que la composición de los hogares venezolanos ha cambiado (Cortesía Carlos Urrieta)

La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) realizada por la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) 2019-2020 recoge las consecuencias de este cambio demográfico, la pérdida de ese bono que se preveía duraría hasta mediados del presente siglo. Esa venta de oportunidades prácticamente se “evaporó” en los siete años en que Nicolás Maduro ha gobernado.

Luis Pedro España, sociólogo y coordinador del estudio, detalla que el bono demográfico registrado es regional, todo el continente lo vive actualmente en el marco de “transición demográfica”.

El académico relata cómo se da el proceso. “Cuando comienzan las primeras etapas de desarrollo de los países, que pasan de economías rurales, de subsistencia, con una población con esperanza de vida muy corta, y llega el desarrollo urbano, llega la penicilina y todo eso, las personas viven más tiempo, la tasa de mortalidad infantil se reduce y la población empieza a crecer. Eso hace que tengas una población con muchos niños, pocos adultos y casi nada de viejos".

Más adelante, "cuando comienza la primera fase de la transición demográfica, la fecundidad comienza a reducirse, la mujer tiene mayor nivel de instrucción, comienza a participar en la vida pública y las proporciones de hijos por mujer va cayendo. Por lo tanto, comienzas a tener más población en edad activa que la que tenías antes".

En América Latina el bono demográfico, entendido como la existencia de más adultos que niños en la población, comenzó en los años 80. "Hay unos países donde la transición la hacen primero y otros que la tienen de manera más tardía, que son los centroamericanos. Con una velocidad intermedia era el caso de Venezuela, Colombia, Perú”, sostiene España.

Pero ese ritmo se modificó. En Venezuela se esperaba que el fenómeno alcanzara hasta 2045, y llegó hasta 2020. “Perdimos el bono demográfico. Lo que iba a ocurrir en 2045 está ocurriendo ahora porque la mayor parte de las personas que se están quedando son mayores de 65 años”. Y lo que se pierde, no retoña. “La única posibilidad de volver a tener cierta paridad entre activos e inactivos es que tengas saldo migratorio favorable, lo que pudiera empezar a ocurrir si los que emigraron regresaran”.

Luis Hernán Salcedo quiso hacer carrera en Venezuela, hasta que el camino dejó de hacerse al andar. Locutor y productor de radio y espectáculo, conducía el programa La embajada del vallenato, por Radio Venezuela 790 AM en Caracas y con transmisión nacional. El “embajador”, como era conocido, se hizo un espacio como organizador de eventos. Esa carrera le dio la posibilidad de comprar apartamento y vehículo propio, amén de aumentar la capacidad de generar shows cada vez más multitudinarios.

“La mía fue la primera productora que llevó a Venezuela una agrupación de Colombia llamado Los Diablitos, que tenían un tema que se titula ‘Los caminos de la vida’, a un evento en el Parque Naciones Unidas que congregó a cuatro mil quinientas personas. Tenía el programa más popular de vallenatos en Venezuela en ese momento”, cuenta Salcedo refiriéndose a 1993.

Dos décadas más tarde, la fama le pasó factura. A través de los micrófonos dejó colar críticas a la calidad de vida en Caracas, el desvencijar de las infraestructuras públicas y el detrimento de los servicios básicos. Entonces, afirma, recibió ataques. “Fui acosado por los llamados círculos bolivarianos, me amenazaron y me siguieron, intentando sabotear mis actividades”.

En 2015 cerró su última maleta y se largó a Estados Unidos. “En Miami me dedico a trabajar de security; soy lo que se conoce en Venezuela como guachimán”. Atrás quedó su programa de radio pero también todas las actividades con las que generaba decenas de empleos indirectos.

Un país distinto

La demógrafa y docente de la UCAB María Gabriela Ponce explica que Venezuela venía con una proyección demográfica según la cual para este año debía contar con cerca de 33 millones de habitantes, pero según los datos de Naciones Unidas en 2019, ahora es de 28,4 millones. “Ya no es un país joven. No es el país que teníamos en el ideario. Nos estamos adentrando en un proceso de envejecimiento poblacional para el que no estábamos preparados”, sostiene la investigadora.

La demógrafa indica que, cuando se planifican políticas públicas, lo primero es ver la base poblacional, “porque eso te marca la demanda de servicios; no es lo mismo hacer políticas para niños, con salud preventiva y vacunación, que para jóvenes para los que hay que enfocarse en la prosecución educativa, la inserción laboral, etc; y que para adultos mayores”.

Añade que las tendencias demográficas son muy estables, pues no cambian rápidamente en el corto plazo. Venezuela lo hizo producto de la crisis. “15% de la población salió del país, si atendemos a las cifras de la Organización Internacional de Emigraciones. Eso no es cualquier cosa, tiene unos impactos”.

Ponce precisa que la proyección de personas a partir de 59 y 60 años coincide con lo esperado, pero las diferencias están entre aquellas entre 15 y 39 años. “Se suponía que estábamos en pleno bono demográfico. Si se aprovecha se supone que el país puede aumentar las capacidades productivas, generar riqueza y prepararse para lo que viene después”, argumenta.

Pero ahora Venezuela se adentra a un proceso para el que sus habitantes no están preparados. “La receta que te da la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) es 'aproveche el bono demográfico porque después usted se va a tener que enfrentar a un proceso de envejecimiento'. Significa otro cuadro de demandas distintas. Hay más presión para temas de salud, de atención a enfermedades crónicas, etc”.

Aspectos positivos

La visión del sociólogo y profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) Tomás Páez contrasta con la de sus colegas de la UCAB. A su juicio, que gran parte de los jóvenes venezolanos estén en el exterior de igual manera puede ser beneficioso para el país. Afirma, de hecho, que "el bono demográfico venezolano lo está aprovechando el mundo, pero por supuesto lo está aprovechando también Venezuela".

Se refiere a la transferencia de recursos. "El segundo rubro de ingresos son las remesas, están en este momento cayendo producto del coronavirus, pero el problema no es el cambio en edad. El cambio en la composición etaria de la población tiene que ver con una situación de gravedad en el país", señala el sociólogo. “El problema no es el cambio en la estructura de población, sino el modelo que está empujando a una parte de esa población, la más joven y ganada a construir su futuro, a irse del país, una migración forzada y forzosa", apunta.

Tomás Páez estima que Venezuela tiene en este momento 6,15 millones de sus ciudadanos fuera del país, lo que representaría el 20% de la población. Esas personas estarían en edades de 18 a 45 años, distribuidas en 30 ciudades y 90 países. Sus hijos ahora nacen en otras latitudes, lo que efectivamente ha hecho que la población en la nación envejezca.

Postales que una generación de venezolanos nacidos en el extranjero no ha visto

Postales que una generación de venezolanos nacidos en el extranjero no ha visto

Sin embargo, observa que si esas personas se hubiesen quedado en el país “serían seis millones de venezolanos peleando por gasolina, harina y agua que no existe. Si se hubieran quedado estaríamos comiéndonos nosotros mismos. No hay servicios, transporte, medicinas para los que se quedaron, imagínate si a eso le agregas seis millones más de personas”.

Desde su perspectiva, la diáspora no solamente ha sido un alivio porque esas personas que se fueron no generan presiones sobre los servicios, o en la distribución de gasolina, sino porque envían remesas. “Tenemos 10 mil organizaciones diaspóricas (sic) y una parte está dedicada al envío de medicinas, o de toneladas de alimentos. El hecho que hayan salido seis millones de venezolanos que están estudiando, trabajando, invirtiendo afuera y enviando parte de esos recursos a los venezolanos, es lo que paga las reparaciones de bombas de agua en los edificios, la junta de condominio, los compresores de neveras y carros o la compra de cauchos”.

A su juicio, que tanta gente se haya ido además significa una posibilidad enorme de colocar productos en el exterior, haciendo estudios de mercado mucho más sencillos. “La diáspora no es el problema, sino parte de la solución. Tienes dos millones de venezolanos en Colombia, que consumen y aportan al PIB. Eso es beneficioso para la empresa venezolana, porque ya son baquianos que conocen el mercado, la realidad cultural, tienen contactos, han creado redes empresariales, personales e institucionales que ha permitido el desarrollo de programas conjuntos de emprendimiento en Bogotá, Cúcuta, Medellín”, enumera.

La fuerza de trabajo que queda se va agotando (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

La fuerza de trabajo que queda se va agotando (Ronald Peña | Archivo El Pitazo)

El investigador Tomás Páez, ahora ubicado en Ecuador y con varios años estudiando la migración venezolana, considera que el asunto relevante no es si las personas están dentro o fuera de Venezuela, sino que esa fuerza de trabajo y todo ese talento y formación no se esté aprovechando, independientemente de donde estén.

“Puede ocurrir lo que pasó en países que se recomponen, como España luego de la guerra civil o Europa después de la Segunda Guerra Mundial. En España, el principal ingreso fue el que enviaba la diáspora".

El académico considera inútil la idea de la "fuga de cerebros" que tanto se ha dicho desde hace décadas. Refiere que "países de Europa, Estados Unidos y Argentina han crecido con sus diásporas. Las personas enviaban remesas, después construyeron empresitas, hoteles, tenían un pie aquí y otro allá, tenían familia, la visitaban. Si los países se recomponen y hay políticas serias, se recupera ese capital”.

Advierte que lo contrario ocurre en países como Cuba y otros con sistemas socialistas de inspiración marxista, pues pierden esa capacidad, aprovechan apenas las remesas, y sus procesos de reconstrucción tarda muchísimo más.

Candy Quintana vive en Barcelona, España. Es cocinera de alto nivel y ha trabajado en restaurantes importantes de esa ciudad, dejando colar algo de sus orígenes. Nació en Petare y creció abriéndose camino entre la inseguridad y la precariedad. “Soy de Mesuca, donde viví hasta los 19 años. Decidí irme a vivir a (la isla de) Margarita, pues quería salir de esta zona donde tenía que estar con miedo y peligrando, donde me intentaron robar muchas veces”.

Egresada de Turismo en el Colegio Universitario de Caracas, se formó como cocinera en el High Training Educational Institute en Bello Monte. En Nueva Esparta hizo carrera en restaurantes y hoteles hasta que estar frente a la boca de un revólver la convenció de irse más lejos.

Luego de una estadía corta en Noruega recaló en Cataluña, donde ahora cursa una maestría en la Universidad de Barcelona en Conducción de empresas turísticas con mención en organización de eventos. Su vida se ha ido reconstruyendo, lejos.

Uno de los retos es diseñar políticas que aprovechen la diáspora que ha dejado atrás a las generaciones más gastadas (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Uno de los retos es diseñar políticas que aprovechen la diáspora que ha dejado atrás a las generaciones más gastadas (Andrés Rodríguez | Archivo El Pitazo)

Para María Gabriela Ponce hay muchas hipótesis para la recuperación de ese capital humano que está fuera del país. “Tiene que haber algún cambio político, en la conducción. Ya tenemos seis años que se insiste en lo mismo y vemos que cada año el deterioro es peor. Es lo que muestra el registro de la Encovi cuando ves los niveles de pobreza, la inseguridad alimentaria”.

Admite Ponce que la emigración trajo cosas positivas, especialmente la baja en la presión sobre diferentes servicios, pero hace énfasis en que la contracara es la reconfiguración de las demandas sociales. “Tu base poblacional no son 32 millones, es de 26 y pico, ya hay una porción más grande de adultos mayores, es un país distinto. No es un país rico, no es joven, tampoco un país petrolero”.

"El país se ha homogenizado en términos de pobreza"

Luis Pedro España es sociólogo y profesor universitario. Tiene una maestría en Ciencias Políticas y dirige Ratio UCAB, la encuestadora de la Universidad Católica Andrés Bello. Investigador constante, coordina la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi).

España es coordinador del Proyecto Estudio de la Pobreza en Venezuela de la UCAB desde 1997 (Andrés Kerese | Archivo Prodavinci)

España es coordinador del Proyecto Estudio de la Pobreza en Venezuela de la UCAB desde 1997 (Andrés Kerese | Archivo Prodavinci)

-¿La pobreza en Venezuela es distinta en 2019-2020 con respecto a años anteriores, más allá de las cantidades?

-Encovi es un estudio cuantitativo no cualitativo. Pero creo que lo que ha cambiado, sobre la hipótesis desde el punto de vista cuantitativo, son los mayores niveles de angustia, de incertidumbre, y sobretodo de saber que estás jodido, que no vas a salir de la pobreza. Desde el punto de vista cuantitativo, se han profundizado algunas diferencias. Por ejemplo, las diferencias de género. La caída de las remuneraciones, su deterioro, ha hecho que las mujeres se retiren del mercado de trabajo. Solamente cuatro de cada diez mujeres en edad activa trabajan. No es que no quieran trabajar, sino que las actividades del hogar están distribuidas desigualmente por género, y el costo de oportunidad de las mujeres es mayor. Entonces, para lo que van a ganar, que es muy poco, prefieren quedarse en la casa atendiendo las labores de cuido, tanto de las personas de la tercera edad como de los niños.

-¿La remuneración de la mujer frente a un hombre por un trabajo similar es menor y por tanto impulsa ese desgano?

-Sí, sin duda. Especialmente en los trabajos informales. En el sector informal las diferencias son gigantescas y allí la constitución fisiológica en materia de fuerza y resistencia vale mucho. Eso aleja mucho más a la mujer en el mercado laboral. La otra diferencia es que en los hogares la jefatura de las mujeres ha aumentado mucho, incluso donde la pareja vive con ella.

-¿Cómo es el retrato actual de los estratos sociales en Venezuela?

-Evidentemente el tema de la desigualdad en termino de ingresos, el distanciamiento entre las brechas sociales, es muy grande. Nosotros reconstruimos los estratos sociales. Nosotros reconstruimos para esta Encovi los estratos sociales que utilizamos en el estudio de la pobreza. Tenemos 10 años de estratificación total y se ve cómo se han achicado los estratos, cómo el país se ha homogenizado en términos de pobreza, y cómo hay una pequeña parte del país que es la que se diferencia socialmente. 

-¿Cuál es el segmento que termina siendo dominante en esa torta?

-La mayoría está en el estrato D. Tenemos cinco estratos, del A al E. El estrato D sería un estrato que está en situación de pobreza urbana, personas que viven en zonas populares en donde las casas no están completamente consolidadas, el techo es de algún tipo de lámina y el piso es de cemento. Eso es el 47,4% de la población. El estrato E, que sería como una pobreza extrema, más rural que urbana o semiurbana, es 26,5%. El estrato C (22,1%) sería como un estrato no pobre popular, personas que son vecinas de estas zonas populares, pero son zonas mucho más consolidadas del barrio, más cerca de la principal vía que usan por ahí, por ejemplo. El estrato B y el estrato A serían nada más 4% de la población, cuando en 2007 era 16,4%. Entonces, lo que estamos viendo es que el país se está homogenizando en términos de pobreza.

-¿Desapareció la clase media en Venezuela?

-Por supuesto se achicó. No fue que se murieron o se mudaron. No es que alguien vivía en Los Palos Grandes y ahora vive en José Félix Ribas. Zonas consolidadas, como San Martín, construidas por el sector formal con edificios construidos con todos los servicios, ahora tienen las mismas carencias que las zonas populares. El empobrecimiento masivo ha hecho que la clase media deje de tener el estilo de vida de clase media, a pesar de que un 40% de los hogares tiene esa infraestructura.

-¿Las ciudades se han reducido a vivir en una modernidad residual? 

-A mí me recuerda a países que vivieron momentos de esplendor y después se empobrecieron durante varias décadas. Cuba es el ejemplo más cercano a nosotros. Pero hay otros países del norte de África, como Marruecos, que eran unas sociedades de ingresos gigantes y después tú vas y son unos cascarones vacíos. Nosotros nos estamos pareciendo mucho a eso.

-Viendo los gráficos de línea de pobreza se nota claramente cuándo comenzó la debacle, con la curva ascendente. Defensores de Hugo Chávez usan eso para separarlo de Nicolás Maduro.

-Los ingresos del país tuvieron una época muy diferente, no tanto de aumento de la producción petrolera, sino del precio entre el año 2005 y 2009. Después, a punta de endeudamiento, Chávez mantuvo la cosa irresponsablemente hasta el 2012, su última elección. El ingreso petrolero fue lo que permitió que los niveles de consumo de la población mejoraran mucho, pero no su calidad de vida necesariamente. El venezolano compró más productos, remodeló la casa, viajó, pero no tenía un mejor servicio de agua, no podía mejorar la seguridad. El gobierno fue muy irresponsable porque lanzó al consumo todo el ingreso petrolero, y cuando eso cayó vino la debacle del país y el empobrecimiento.

-¿La Encovi demuestra que esta realidad económica ha dejado vetustos conceptos como el uso del salario mínimo como indicador, por ejemplo?

-Cualquier regulación laboral en Venezuela no se cumple, porque no se puede cumplir. Nadie gana el salario mínimo en Venezuela. El promedio anda por los 60 o 65 dólares mensuales, en el mejor de los casos, lo cual es un salario de mierda y por eso es que todos somos pobres. Pero aquí todo lo que tiene que ver con la regulación de los contratos por parte del Estado se acabó. El Estado no tienen ninguna posibilidad de regular absolutamente nada porque la realidad se lo tragó. Todo lo que tiene que ver del dominio del Estado sobre la sociedad se acabó, a excepción de la represión que además es muy selectiva y muy variable.

-En la década pasada se asumía que trabajar para el Estado venezolano era más rentable. ¿La realidad de hoy cuál es?

-El sector público remuneró mejor en una época, unos pocos años cuando se generó algo que no era lo normal. Normalmente la remuneración del sector público y del sector privado era similar. Ciertamente en la época del boom petrolero se despegó la remuneración pública. En este momento por supuesto no. Ahora la mejor remuneración es el sector privado formal. Y la segunda es el sector público formal, y después todo el tema de la informalidad. Lo que sí preocupa mucho es que la educación ha perdido importancia desde el punto de vista de remuneración. Es decir, en promedio cada año de escolaridad igificaba 6% más de remuneración, en 2014. A finales de los años 90 era 14%. Para el año 2019 ese promedio bajó a 2%. Entonces no vale la pena estudiar. También eso habla de una escuela que no tiene calidad, especialmente en la educación superior.

El estudio Encovi 2019-2020 llegó a sitios recónditos (Cortesía Nelson Martínez)

El estudio Encovi 2019-2020 llegó a sitios recónditos (Cortesía Nelson Martínez)

-Aunque ha bajado la matrícula universitaria, la de educación básica no. ¿Por qué ocurre esto? 

-¿Y qué vas a hacer con un niño sino mandarlo para la escuela?

-¿Las escuelas son como depósitos de niños? 

-Por supuesto. Lo único que puedes hacer con un niño de entre siete y 12 años es mandarlo para la escuela. Después de los 12 años, los niños comienzan a tener unos destinos diferentes a la escuela porque empiezan a tener un valor dentro del mercado de trabajo, más los varones que las hembras. Antes, lo único que puedes hacer es llevarlo a la escuela o dejarlo en su casa. Por eso es que los niveles de matrícula de primaria son más universales. Ahora, una cosa es estar matriculado, otra es ir al salón y otra distinta es aprender algo.

-Hay quien se graduó hace dos o tres décadas y también tiene ingresos precarios. ¿Son pobres ilustrados?

-Por supuesto. Ese 2% es un promedio que no solamente considera a los que se graduaron o terminaron un ciclo escolar ese año, sino todos los profesionales. Tienes entonces ilustrados empobrecidos, como se ha empobrecido la inmensa mayoría. Esa clase media empobrecida que vive en cascarones vacíos son profesionales.

-Encovi muestra que no ha reducido la cantidad de alimentos que se consume, sino la calidad de la dieta. ¿Es el hallazgo más relevante en ese aspecto?

-Solamente 10% de la población no tiene ningún tipo de inseguridad alimentaria. Eso ya te habla de un país que está comiendo y adquiriendo muchísimo menos alimentos que el que considera que necesita. Pero no solamente eso es lo más grave, sino las dietas. La dieta esencialmente se basa en carbohidratos. El consumo de proteínas está a un 50% de lo que debería ser el requerimiento. El país se está llenando el estómago para no sentir hambre, pero sin valor nutricional.

España ha sido coordinador de varios libros sobre pobreza y políticas públicas en Venezuela (Maura Morandi | Archivo Prodavinci)

España ha sido coordinador de varios libros sobre pobreza y políticas públicas en Venezuela (Maura Morandi | Archivo Prodavinci)

-¿Un país con estos resultados por dónde se comienza a arreglar?

-La respuesta siempre es la misma, pero es más difícil llegar a ella. Tú tienes que lograr dos cosas: que el país pueda volver a producir, lo que sea, pero producir; y lograr tener ayuda externa. Al país le fue destruido su aparato productivo, y no puede reconstruirse solo. Necesita créditos para el desarrollo, y créditos en largo plazo con mucha plata. Quienes puedan dar eso son los organismos multilaterales, y hasta que este país no se acomode políticamente no vamos a poder tener acceso a esos recursos. Desde el punto de vista social lo que hay que hacer es recomponer la cotidianidad, que las personas vayan a trabajar y que los niños vayan a la escuela, con todo lo que eso implica.

-Una reconstrucción también pasa por tener tejido social. ¿Cómo hacer cuando el retrato social es tan precario? 

-Vas a tener ese cuello de botella pero en el mediano plazo. Tú con lo que tienes en el país de recurso humano, tienes posibilidades de volver a ser productivo. Tienes una fuerza de trabajo reducida pero muy subutilizada. Los cuellos de botella llegarán a los dos o tres años cuando se acaben los maestros, los médicos, y así. Por eso es que en una segunda oleada de reconstrucción del país hay que tener políticas de repatriación.

-¿Y si esa reconstrucción no comienza todavía, hacia dónde caminamos luego de ver que la pobreza de ingreso en hogares ya es de 96%?

-Algunos indicadores se van a mantener porque no pueden seguir aumentando. Pero todo se puede seguir deteriorando en otros aspectos que no se hayan deteriorado, como el servicio de agua donde un 25% de la población dice que la recibe agua todos los días. Eso puede llegar a 10% o bajar hasta 4%. Hay espacio para seguir deteriorándonos.

-¿Si la calidad de vida desmejora más sería un detonante para un cambio político?

-La conflictividad social es una condición necesaria para el cambio político, pero no es suficiente. Lo que pasa es que en Venezuela hay una suerte de fantasía construida con el 27 de febrero (de 1989), de que hay algo así como un momento de saturación, y eso no es verdad. Necesitamos los otros ingredientes para el cambio político. Tú puedes tener países política e institucionalmente frágiles que son frágiles toda su vida. Y eso es lo que nos está empezando a pasar a nosotros.

-¿Como investigadores, les duele trabajar con estos resultados?

-Uno tiene que actuar como un médico. No hay tiempo para llorar sino para resolver. Siempre hay una distancia con el dato. Ahora, lo que nos ha resultado cada vez más difícil es conseguir el dato. Que nos detengan encuestadores, que haya unos señores que se asumen dueños del barrio o de la urbanización, la desconfianza de las personas, que casi linchen a una encuestadora porque una señora empezó a pegar gritos diciendo que le querían robar al niño... Las situaciones de peligro a las que sometemos al personal que está en campo es algo que cada vez nos cuesta más. Nos cuesta tener protocolos de seguridad, perder la capacidad de sorpresa de lo que es capaz de hacer una sociedad cuando está en extremo estresada. Hay más miedo de lo que va a pasar en campo.

-¿Pensaban que los resultados serían tan duros?

-Uno nunca se espera nada mejor porque está viendo el país todo el tiempo, pero sí te sorprenden algunas cosas. Por ejemplo, estas diferencias de género yo no me las esperaba. Tampoco la caída tan importante del consumo de alimentos, el empobrecimiento mayúsculo de los sectores medios y los sectores profesionales. Allí comienzas a ver el retrato de personas que tú conoces, que fueron colegas tuyos, que han perdido 30 kilos sin haberse enfermado. Eso es lo que no te esperas.

-Encovi se ha convertido casi en el indicador nacional de pobreza. ¿Alguien de la burocracia gobernante los ha contactado y/o mostrado preocupación o interés? 

-Esta Encovi ha sido muy demandada pues la esterilidad de datos, la ausencia absoluta de información, tiene a todos los sectores muy desasistidos. Hay mucho interés y necesidad de información. Uno siente que cada año la demanda es mayor. Pero nadie del gobierno nos ha contactado. Antes decían que éramos unos mentirosos. Ahora ya ni eso, nos ignoran. Uno aspiraría a que al menos llamen, aunque sea pidiendo confidencialidad. En la universidad siempre estaríamos dispuestos a ayudar.

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Este trabajo fue realizado por TalCual
como parte de la Alianza Rebelde Investiga

Caracas, 1 de octubre de 2020