LAURA:
desde la prostitución al sueño
de la redención
LAURA:
desde la prostitución
al sueño de la redención
Por Alans Peralta
La historia de Laura se repite constantemente en Venezuela: la adolescente que queda embarazada y, al no contar con apoyo, cruza la frontera para dedicarse a la prostitución. Ella busca salir adelante y zafarse de las mafias en Colombia para regresar a su Barinas natal
Mientras cruzaba a pie los 300 metros del puente internacional Simón Bolívar, que comunica a San Antonio del Táchira, en Venezuela, con Cúcuta, en Colombia, a Laura se le agolpaban los sentimientos, recuerdos e incertidumbre.
Recordaba su infancia llena de pobreza, sus sueños de ser abogada “para defender a los más débiles”, como ella. Su Barinas natal, las calles, sus amigos y el peso de la responsabilidad que sentía por ser la mayor de varios hermanos, que también se acostaban a dormir con hambre, como ella.
Laura viene de un hogar estricto, controlado por su madre, y la notable ausencia de un padre que los abandonó. Un clima asfixiante.
No tuvo la oportunidad de celebrar sus 15 años. Quizás en un afán por escapar de su entorno, se dejó seducir por un hombre, mayor que ella, que la sacó de su casa y se la llevó a vivir con él. Un hombre que, con promesas de un porvenir mejor, le cambió sus muñecas por un niño de carne y hueso. Laura pasó a engrosar las estadísticas de adolescentes con embarazo precoz.
Luego, de nuevo, el abandono y la soledad. La dejaron con “su problema” y ella tenía que resolver. El desespero de una niña criando a un bebé la llevó a retornar a su casa, en donde su madre la trataba como a una indeseable y “mujer de la mala vida” por haber quedado embarazada a los 15 años.
“
Delincuentes controlan la zona de tolerancia a cambio de un porcentaje variable por su trabajo… Prefieren a las “venezolanas” porque, generalmente, son deseadas, vienen dispuestas a todo, no cargan identificación legal en Colombia y se les controla y amenaza con facilidad
”
Sin educación, sin apoyo familiar, sin pareja, escucha con atención el consejo de la abuela paterna de su hijo: “Métete a puta, que se gana buena plata”. Y martillando esa frase en su mente y sin alternativas, Laura empieza a vender su cuerpo por ella y su hijo.
En Venezuela, a las prostitutas también les llegó la crisis. Ni en sus mejores noches recogía lo suficiente para vivir y es así como unas amigas la convencen de ofrecer su cuerpo en Colombia, donde se gana mucho más.
La justificación era la misma de cuando empezó a ser trabajadora sexual: ayudar a sus hermanos y a su hijo para que no tuvieran que pasar hambre ni necesidades y vivir un poco la vida “bonita” que otras conocidas tenían y mostraban en sus redes sociales desde Colombia.
Acorralada por las circunstancias, Laura, decidió prostituirse para sobrevivir. Foto Gustavo Alemán
Acorralada por las circunstancias, Laura, decidió prostituirse para sobrevivir. Foto Gustavo Alemán
La soledad siempre la acompañó desde su natal Barinas hasta Cúcuta. Foto Gustavo Alemán
La soledad siempre la acompañó desde su natal Barinas hasta Cúcuta. Foto Gustavo Alemán
“Dicen que es fácil pero no es fácil acostarse con un hombre diferente por dinero”. Foto Gustavo Alemán
“Dicen que es fácil pero no es fácil acostarse con un hombre diferente por dinero”. Foto Gustavo Alemán
Ese día de agosto de 2017, Laura, “la veneca”, cruzó el puente y llegó a Cúcuta. La vida bonita resultó ser un engaño y pronto se dio cuenta de que el ejercicio de la prostitución está controlado por redes y mafias binacionales que establecen sus límites y explotan su trabajo, con amenaza y coacción.
También se dio cuenta de que las venecas son precedidas de buena fama entre los clientes como mujeres complacientes y bellas. Entre las mafias son una mercancía barata y fácilmente controlable por su estado de necesidad, su precaria documentación y las amenazas.
El miedo aquí es una constante. Cúcuta no es un ambiente amable para cualquier tipo de migrante.
Apenas tuvo tiempo de dejar la maleta. Llegó a un hotelucho en la avenida Octava de Cúcuta. El administrador le cantó la tabla, le habló de los porcentajes y sus límites. A partir de ese momento no pensó en nada y mientras era usada se concentró en salir pronto de la zona de tolerancia y buscarse algo mejor.
“
Otra de las historias que escuché era que se llevaban a las mujeres a la frontera y las picaban, incluso unas que las desaparecieron. Yo no las volví a ver, de pronto se fueron de viaje, pero decían que las habían picado
”
A las pocas semanas se pudo mudar a otro lugar. Los clientes cambiaron, podía ser más cuidadosa y selectiva. Por sus compañeras conoció historias de terror, vio amigas que desaparecieron para siempre, supo de picaderos de mujeres en donde las víctimas son descuartizadas y sus cuerpos olvidados por violar las normas de las mafias, presenció casos de maltratos, abusos sexuales y de autoridad.
Laura, como pudo, esquivó el riesgo a pesar de la cercanía del peligro. Sale de su casa sin saber si regresará. Cronológicamente es joven, pero hoy es una mujer marcada por lo vivido. Aquella niña, que a los 15 años empezó su vida de prostituta, ha quedado atrás.
Los días pasaron en el calendario con la misma rutina. Como y cuando pudo, a pesar de ese ambiente, logró traer a su hijo desde Venezuela hasta Cúcuta. Es su alegría de vida, lo que la hace olvidar los malos momentos, la soledad y el abandono. Ahora, Laura lucha por dejar atrás la prostitución, hacer una vida diferente.
A ella le cuesta contar su historia, entre otras cosas, por el rechazo silencioso de sus vecinos: ellos saben a qué se dedica. Pero mira de frente y se le iluminan los ojos cuando habla de su hijo. Eso se llama esperanza.
Un sentimiento que la hace soñar: Laura se ve un día, no muy lejano, inaugurando su propio negocio, retornando a Venezuela, a su hogar, y formando una familia como la que nunca tuvo, ¿por qué no?
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