En la distante frontera de Venezuela hacia el Brasil, en la Gran Sabana, la educación de la primera infancia surge como el prisma desde el cual mirar la crisis venezolana. La dinámica económica de esta región amazónica, devenida en zona minera, impone particulares desafíos. 

Los maestros, madres y padres mantienen los preescolares abiertos y funcionando con sus contribuciones, dentro de una economía en donde todo se paga en reales brasileños o en oro. Eso equivale a sobrevivir con lo puesto en un tepuy, un cerro de cumbre plana, frío, húmedo y con poco abrigo ¿Y los niños? Ellos son el receptáculo de esa “gotita de amor”, de ese esfuerzo compartido, pero también del estrés y desaliento de sus cuidadores que una y otra vez deben vencer la adversidad. 

Cuando esos vínculos son poco seguros, dicen los especialistas, pueden afectar el desarrollo infantil, incluso la arquitectura cerebral.

El Centro de Educación Inicial “Manak  Krü”  tiene inscritos a 132 niños y niñas, los padres acordaron dar un aporte de 10 reales mensuales, firmaron un acta, pero ni un cuarto de ellos logra aportar.

El Centro de Educación Inicial “Manak  Krü”  tiene inscritos a 132 niños y niñas, los padres acordaron dar un aporte de 10 reales mensuales, firmaron un acta, pero ni un cuarto de ellos logra aportar.

Textos y fotos Morelia Morillo
@moreliamorillo

Alma camina de prisa los 150 metros que separan la Unidad Educativa “Fe y Alegría de Manak Krü” -donde da clases de una materia a ocho secciones de bachillerato- al Centro de Educación Inicial “Manak Krü” de Santa Elena de Uairén, donde también ejerce. Es junio de 2023 y, por suerte, no llueve. Pero, faltando 20 minutos para las 10:00 de la mañana, el cielo es una pantalla blanca. El sol, entre nubes, abrasa, enceguece. 

En Santa Elena de Uairén, la última ciudad venezolana hacia Brasil, a 1.258,4 kilómetros de Caracas, el horario mosaico, ajustable, sugerido por las zonas escolares desde que comenzó el año escolar 2023, ante la desatención de las demandas salariales de los docentes y las mejoras de las instalaciones, se adapta además al clima. Acá la precipitación media anual es de 2.820 milímetros, según el Caroní en Cifras (2008), el informe de la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec) sobre las condiciones de la cuenca. De mayo a noviembre, llueve casi todos los días. De diciembre a abril, la sequía se alterna con lluvias mensuales.

Sobre el marco de una puerta en el Centro de Educación Inicial “Santa Elena” hay un letrero, hecho a mano, apenas preservado por una plastificación casera, ofreciendo tareas dirigidas. Con certeza, las clases las dicta una maestra como parte de su estrategia de sobrevivencia. 

En estos confines, como en el resto de Venezuela, las maestras como Alma hacen de todo para llegar a fin de mes: trabajan en varias escuelas, limpian casas, venden café y tortas, van o han ido a la mina y, sobre todo, dan tareas dirigidas. 

La caminata apurada de Alma y el letrero en el CEI “Santa Elena” expresan la urgencia de dos mujeres, docentes, por subsistir. Tanto sus salarios como los ingresos de padres y madres son precarios. Sin embargo, de esos adultos depende el funcionamiento de los planteles de educación inicial y el bienestar de niños y niñas menores de seis años. Los maestros, papás y mamás sobreviven estresados, los planteles carecen de mobiliarios y materiales adecuados; pocos niños y niñas asisten con regularidad porque en casa no hay para el desayuno o para comprar sus uniformes; las sedes no cuentan con juegos didácticos, parques, patios ni especialistas para atender a los estudiantes que se ubican dentro del espectro autista.

Los preescolares de Santa Elena de Uairén, la única ciudad venezolana en la frontera con Brasil, en la Gran Sabana, son espacios en donde la crisis venezolana recrudece y permea hacia la primera infancia. De nada vale que este sea el centro urbano de una región en donde se aceleró la economía minera y la importación de alimentos brasileños que entran por esta frontera y van hacia los yacimientos y al resto del país.

Santa Elena es una ciudad mediana, de indígenas y no indígenas, en medio de un territorio amazónico, distanciada de los centros urbanos, rodeada de áreas protegidas, fronteriza y en plena expansión. En 2016, el Gobierno activó el Arco Minero del Orinoco y se inició la migración terrestre masiva, la salida de los venezolanos más pobres que hallaron en las las fronteras las vías para escapar a pie de la falta de comida, medicamentos y de la violencia. Entre 1998 y 2018 se cuadriplicó la población de la urbe, de acuerdo con Fronteiras Inflamáveis (2019).

El municipio Gran Sabana se asemeja al paraíso, estudiar aquí debería ser maravilloso. Es un área amazónica conformada por 90% de Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (ABRAES), por su belleza o valor ambiental (Corporación Eléctrica Nacional, 2008), con ríos, morichales, selvas, sabanas y unos cerros de cimas planas llamados tepui, en el idioma del Pueblo Indígena Pemón, grupo de origen caribe, originarios de estos territorios. Los pemón son 32 mil personas, según el Consejo de Caciques. Manak Krü, en donde se encuentra el preescolar de Alma, es una comunidad indígena conectada a Santa Elena por una calle, la Urdaneta. En 2021,  la Capitanía Comunitaria contabilizó 4.200 habitantes.

Pero la crisis -esa mixtura deforme de inflación, devaluación, corrupción, conflicto político y sanciones internacionales- alcanzó la economía local: el turismo, el transporte de pasajeros y el comercio, que ocupaban a la población, apenas existen. La mayoría escarba en ríos, sabanas y montañas procurando unos puntos, milésimas partes de gramos de oro, para comer; mientras que los menos se sirven de poderosas máquinas, compran y venden el mineral o invierten en alimentos brasileños que colocan en el interior del país o en las minas. En marzo de 2023, Juan Méndez, director estatal del Ministerio del Poder Popular para el Transporte, dijo a Primicia, que pasaban 500 unidades de carga diarias por la Troncal 10, la vía que conecta al límite fronterizo con el resto del territorio nacional.

Acá, cualquier pago, por pequeño que sea, se hace en reales brasileños o en oro. 

“Lo que yo vivo, lo viven mis docentes”. La directora, la profesional al frente de uno de los preescolares visitados, descarta así ser una heroína. Su identidad fue resguardada para protegerla. 

Quien tiene dos empleos dobla su ingreso, los junta y al final de mes, los convierte en reales brasileños para hacer la compra. Quien da en su casa tareas dirigidas gana 4 dólares más por semana por niño.

El salario mensual de un maestro de categoría VI -más de 21 años de servicio, postgrado y carga horaria de 40 horas semanales- , es de 450,70 bolívares. En Santa Elena, el día 18 de octubre de este año, esos 450,70 bolívares equivalen a 11,37 dólares. 

El Ministerio de Educación indica, en julio de 2023, que deben añadirse 40 dólares de Cesta Ticket y 30 de Bono de Guerra Económica. Sumándole esos montos, el pago mensual alcanza los 82,69 dólares. Mientras que la canasta alimentaria se calcula en 511,20 dólares, según el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (CENDAS) y la Federación Venezolana de Maestros (FVM).

Los indicadores de ausentismo escolar tampoco hablan bien de la situación del lugar. En 2021, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) reveló a través de sus indicadores que, en Gran Sabana, la tasa de asistencia a un centro de enseñanza de niños y niñas de 3 a 5 años era de 35,1%; en el estado Bolívar era de 35,3%, la segunda más baja del país, apenas por encima de Apure.

¿Cómo se vive así? ¿Cómo son los preescolares en esta frontera? ¿Qué papel juegan los padres? ¿Y los niños? ¿Cómo afecta durante la primera infancia el vivir al cuidado de padres y maestros bajo presión?

Los preescolares dependen de la ayuda de los padres. Pero, para evitar sanciones, en esos espacios ni se habla ni se formaliza la contribución. En cambio, se usan definiciones como “Una gotita de amor”. De ese amor de gota a gota depende incluso el pago de los suplentes, el desinfectante y el papel sanitario.

El resultado es que en los preescolares visitados, los salones, pasillos y patios están solitarios. Pocos niños van a clases. Por lo general, pintan. En algunas escuelas iniciales hay escasos juegos didácticos y en otras ninguno. En las aulas no hay ambientes diferenciados para el desarrollo de habilidades puntuales. Pocas veces hay receso y no usan los parques porque están oxidados, rotos, en terrenos anegados. Los niños se asoman a la puerta del salón y se quedan mirando lejos, pensativos, tristes, como perdidos.

En esta ciudad, localizada a 15 kilómetros de la frontera, quien puede pagar transporte (60 dólares mensuales), inscribe a sus hijos en Pacaraima, la localidad brasileña fronteriza con Venezuela, especialmente para iniciar la escuela primaria y a veces, desde preescolar.

“Aquí es donde comienza todo”, comenta la directora de una escuela. Se refiere a la etapa preescolar, el salón en donde ella -en ese instante- enseña a los niños a compartir la merienda y los materiales.

Una "gotita" de amor

En todas las otras aulas hay sillitas sin asiento ni respaldar. Las pilas de sillas desahuciadas se repiten de uno a otro preescolar.

En todas las otras aulas hay sillitas sin asiento ni respaldar. Las pilas de sillas desahuciadas se repiten de uno a otro preescolar.

El 31 de mayo de 2023, las maestras del CEI “Santa Elena” piden a los papás que busquen a los niños una hora antes. Alguien se retrasa y su niño espera, mirando desde la puerta del aula. La maestra lo acompaña mientras recoge y adelanta las actividades para los días por venir.

El horario es de 7:30 a 11:30 de la mañana, pero, en días como este, en que la lluvia apenas amaina un rato en la mañana, la idea es que todos puedan regresar a casa secos. La mayoría anda a pie o en moto. La gasolina, casi siempre contrabandeada desde Brasil, tiene un valor de 1,50 a 2 dólares por litro.

Este preescolar debería atender a los niños hasta las 3:00 de la tarde, pero no es así porque (de acuerdo con las docentes Alegría y Rosa), desde antes de la pandemia, la institución dejó de recibir el Programa Alimentario Escolar (PAE) completo y las docentes el Bono Bolivariano, un complemento salarial que se traduce en el pago de 53,33 horas semanales, que elevaba el salario base de 12,60 dólares a 16,90 dólares.

“En esta escuela faltan materiales didácticos, mobiliario, la parte de recreación, el parque y los sueldos dignos”. Alegría, una de las docentes, resume así los faltantes.

“También necesitamos psicólogo o psiquiatra infantil porque tenemos varios niños con trastorno del espectro autista”. Añade Rosa, una docente de 58 años, a punto de jubilarse. 

El plantel tiene 43 años, la última dotación de mobiliario fue hecha por Electrificación del Caroní (EDELCA) hace década y media. Todo está bien cuidado, pero es un lugar detenido en el tiempo. El patio está cubierto por unos enormes árboles de ficus. El suelo es un tapiz de raíces superficiales y está anegado. El parque de madera permanece húmedo, enmohecido. Pocas veces se usa. 

“Desde 2022, estamos llevando oficios a la alcaldía, solicitando el corte de los árboles y no responden” dice Alegría. En marzo de 2023, la maestra suplente de tercer nivel “A” pasó un oficio a la alcaldía y esta remozó las sillas y mesas de la sección. Pero en todas las otras aulas hay sillitas sin asiento ni respaldar.

Los padres y representantes aportan cuando inscriben “Una gotita de amor”, lo que ellos puedan. Es decir, cinco, dos, un dólar. Con ese dinero, en 2022, se rehabilitaron los baños y se pintó la escuela.

Este  preescolar tiene una capacidad para 150 niños. Están inscritos 142.  Pero luce solitario.

Alegría relata que los padres eventualmente retiran a sus hijos para inscribirlos en las escuelas del lado brasilero “por los beneficios”.  Así se llama en Venezuela a cualquier tipo de asistencia social. “Y para que, como se está viviendo la situación en el país, que ellos ya tengan una ventaja”, apunta. En caso de que decidan migrar al Brasil, ya tendrán dominio del portugués y el cupo en el sistema educativo.

Pero Santa Elena es un lugar de paso y un destino de migración interna. Desde que se agudizó la crisis, en esta ciudad, es cada vez más frecuente que mientras que algunos se vayan al Brasil, otros llegan desde otros lugares del interior o incluso regresen al país y permanezcan en la frontera. 

“Todos los días, desfilan por aquí, buscando cupos, dos o tres personas. Anualmente, uno o dos maestros renuncian o abandonan. Se van a sus casas o se emplean en la economía informal” cuenta Alegría.

Rosa, la maestra a punto de jubilarse, dice sentirse “mal”. No de salud, sino emocionalmente.

“No tengo estabilidad que cubra mis necesidades básicas: alimentación, salud, vestido, recreación (…) A mi edad, yo me imaginaba retirada, con una buena pensión, viajando por Venezuela. Ahora, camino de acá a mi casa (localizada aproximadamente a un kilómetro de distancia) porque no tengo para pagar transporte (…) Vamos a cruzar la talanquera en cualquier momento”, confiesa. Saltar la talanquera, que en este contexto significa migrar, no es una idea vaga. De acuerdo con el Diagnóstico Educativo Venezolano (DEV), un estudio publicado en 2021 por el consorcio liderado por por Devtech Systems, en asociación con ANOVA Policy Research y la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), 68.023 maestros migraron en los tres años anteriores a la pesquisa. En Santa Elena, la frontera está a un paso.

Muchos estudiantes
y pocos recursos

El Centro de Educación Inicial “Kewey 1” tiene 254 niños inscritos en dos turnos, habitantes de algunos de los sectores más poblados. Se construyó hace 21 años.

El Centro de Educación Inicial “Kewey 1” tiene 254 niños inscritos en dos turnos, habitantes de algunos de los sectores más poblados. Se construyó hace 21 años.

“Yo no pierdo la esperanza de que esto cambie”. Milagros se refiere a la situación del país y en particular, a los preescolares y sus maestras. “Tantos años estudiando en la universidad para quedarse uno en su casa después, con tanta cantidad de niños que son el futuro de Venezuela”.

El Centro de Educación Inicial “Kewey 1” tiene inscritos a 254 niños en dos turnos, habitantes de algunos de los sectores más poblados de la ciudad. Por lo general, los niños deben merendar y almorzar allí. Este año escolar 2022-2023, el PAE faltó durante dos semanas, entre mayo y junio, pero luego retornó. El preescolar atiende a los niños en horario de 7:30 am a 11:30 am y de 1:30 pm a 5:30 pm. Pero los jueves trabaja hasta las 10:00 de la mañana para que las maestras tengan tiempo de planificar. 

El plantel fue construido hace 21 años. Durante la primera gestión de Manuel de Jesús Vallés (2004-2008), quien en 2023 administra el municipio por cuarta vez, se construyó el tercer módulo. 

Las sillas, las mesas y los estantes están deteriorados, faltan juguetes y juegos pedagógicos.

Cuando se necesitó de una suplente, los padres firmaron un acta, comprometiéndose a colaborar con ella por cada semana trabajada. “Si recogía 10 reales (dos dólares) a la semana era mucho. Ella dice que está ahí para no cerrar el salón. Ya ni les dice a los papás, ni les recuerda, ni nada”. Milagros cuenta que la docente es una joven, estudiante de Educación a quien le motiva ingresar como maestra fija, pero no ha podido hacerlo porque tiene problemas con su cédula de identidad. Gestionar o renovar documentos personales, viviendo en esta frontera, es una odisea costosa y demorada.

Las otras nueve docentes son profesionales, con 11, 12, 16, 18 años de experiencia. Varias de ellas dan tareas dirigidas en sus casas, otras dependen de sus maridos.

Antes de la pandemia, algunos padres retiraron a sus hijos e inscribieron en Pacaraima, . 

Velitze Aponte, educadora Intercultural Bilingüe con maestría en Desarrollo Comunitario Mención Educación, con años de experiencia en la zona, dice que muchos papás deciden no inscribir a sus hijos en el preescolar porque se les solicitan una serie de materiales, fundamentales para la educación en la primera infancia, pero fuera del alcance de sus presupuestos. Incluso es muy probable que algunos los inscriban y luego no los lleven a clases por falta de dinero para comprar los útiles escolares.

En 2021, de acuerdo con los indicadores de la encuesta Encovi, realizada por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB, en Gran Sabana 84% de la población estaba por debajo de los niveles de pobreza extrema. En Bolívar, el indicador señaló que 82% de la población se encontraba bajo esa línea, mientras que en el país la pobreza extrema era de 77%.

El no poder costear los implementos es la segunda razón más importante para no asistir a clases. Concentrando un porcentaje de 30,2%, de acuerdo con el DEV

En Santa Elena una lista de útiles escolares básicos para el preescolar, en septiembre de 2023, tiene un valor aproximado de 25 dólares.

Lo más difícil es la comida

El proyecto Integral Comunitario “Siembro, cosecho y me alimento” tiene dos objetivos fundamentales: rescatar la tradición del conuco y aprovechar el patio escolar para generar alimentos.

El proyecto Integral Comunitario “Siembro, cosecho y me alimento” tiene dos objetivos fundamentales: rescatar la tradición del conuco y aprovechar el patio escolar para generar alimentos.

Lo más difícil
es la comida

El proyecto Integral Comunitario “Siembro, cosecho y me alimento” tiene dos objetivos fundamentales: rescatar la tradición del conuco y aprovechar el patio escolar para generar alimentos.

El proyecto Integral Comunitario “Siembro, cosecho y me alimento” tiene dos objetivos fundamentales: rescatar la tradición del conuco y aprovechar el patio escolar para generar alimentos.

El penúltimo jueves de junio de 2023, Alma sale de “Fe y Alegría” 30 minutos antes.

Al llegar al preescolar echa un vistazo a los pendientes del día, conversa 10 minutos con una mujer que la espera y asiste a la presentación de su hija menor, una de los 132 estudiantes del CEI “Manak Krü”. 

En el espacio anexo a la cocina, una construcción de dos aguas, bajo techo de láminas, se celebra el cierre del Proyecto Educativo Integral Comunitario (PEIC) “Siembro, cosecho y me alimento”. Alma se cuela entre el público hasta llegar al frente, junto a su hija de cinco años, vestida de traje típico pemón, una especie de top y faldilla rojos, con detalles bordados en semillas y cuentas; en cuclillas, mirándole a los ojos, le retoca el cabello, la diadema y revisa que todo esté a punto sobre la mesa.

La presentación se titula “Pemón Dakarí”, la comida del pemón. La niña explica cómo se hace el tumá, el consomé típico. “Presa (proteína), agua, un poquito de sal y picante (…) Y después se llama a la gente, tumá, tumá, tumá serö”, es decir, vengan a compartir el tumá. Aplausos.

“Siembro, cosecho y me alimento” tiene dos objetivos fundamentales: rescatar la tradición del conuco, el lugar de siembra de los pemón y aprovechar el patio escolar para generar alimentos. Ya cosecharon cebollín, cilantro, maíz, caraotas. La escuela está adscrita al PAE, pero cuando apenas reciben granos y harina de maíz, los distribuyen entre los maestros, como una ayuda. 

Según el DEV, la falta de suministro de alimentos provenientes del PAE es de 90%. En Gran Sabana, según los indicadores de Encovii, en 2021, la inseguridad alimentaria moderada a severa era 75,7%. Mientras que en Bolívar era de 64%.

En este preescolar, los padres acordaron dar un aporte de 10 reales mensuales. Firmaron un acta, pero ni un cuarto de los que se comprometieron logró aportar. Con lo que se recauda compran, por ejemplo, lo que se necesite para complementar la preparación de lo que reciban vía PAE, gasolina para hacer funcionar la guadaña y limpiar el patio, café y azúcar. Algunos maestros llegan sin desayunar.

Pocos representantes acuden tanto al cierre del PEIC como a la celebración del Día del Padre, la semana anterior: 20 personas a lo sumo. Casi los mismos. Alma lamenta que los padres, al no poder colaborar, por falta de dinero, prefieren no ir.  “Les da vergüenza. Cuando ven a las maestras, bajan la cabeza”. Alma dice que así se pierden de la posibilidad valiosa de interactuar con sus hijos y con las maestras. 

“Así sea cansada, yo en la noche llego y me siento con ellos (sus hijos). Lo que les falta a mis hijos son sinónimos. Trato de que analicen, no que memoricen”, dice Alma. 

Alma tiene dos protuberancias en la frente que le salen cada vez que se angustia. Al amanecer, a media mañana, ya en la escuela, las señala con las puntas de sus dedos índices. Se ven diagonales a sus sienes. 

 “Lo más complicado son los alimentos, de verdad nos agobia bastante”. Se refiere al costo de la comida. La hay, en abundancia, pero no está al alcance de su salario. 

“Uno de los niños me dijo, 'algún día, cuando tengas dinero, me vas a comprar un dulce' (…) Los niños de hoy en día saben que lo primero es la comida”, comenta.

Vive en casa de su suegra, una vivienda rural ampliada a seis habitaciones, con un baño, en donde habitan seis familias entre hermanos y sobrinos. Alma y su marido comenzaron a hacer su casa hace 15 años. Pero no han podido culminar el techo ni hacer el baño. El dinero se les va en comida.

De acuerdo con los indicadores de Encovi, en 2021, en Gran Sabana, el porcentaje de hogares con déficit de servicios públicos era de 84,7%, siendo 19,2% hogares en viviendas inadecuadas. 

“Él trabaja en el conuco, cultiva yuca, cambur, plátanos. No le gusta la mina. Una vez fue y estuvo como tres meses sin resultados. Eso como que lo marcó” explica Alma.

En junio de 2023, de las seis docentes del plantel, cuatro trabajan también en “Fe y Alegría”, una tiene un pequeño comercio y una depende de su salario. Los padres acordaron ayudar a la suplente de primer nivel, pero rara vez juntan cuatro dólares. De los 23 niños del salón, asisten dos, tres, cuatro. 

Para que todas logren hacer otra actividad, sin abandonar la escuela, en el preescolar se acordó trabajar de lunes a miércoles, de 7:30 a 10:30 en la mañana y de 1:00 a 4:30 de la tarde.

“Primeramente, Dios y llevar las cosas con calma”. Esa es la fórmula de Alma. “Muchos colegas lo que hacen es tirar la toalla”, señala. Ella no.

María Carolina Vidal, una licenciada en Educación Especial, con maestría en Terapia de la Conducta Infantil, explicó que cuando los cuidadores, padres y maestros no consiguen satisfacer sus necesidades básicas pueden transmitir parte de ese estrés, esa tensión hacia los niños y niñas.

La mina: pesadilla, ilusión y sobrevivencia

Nardy González, 35 años, no tiene cómo dar el aporte mensual de dos dólares acordado por los padres y representantes. Por eso, apoya con el aseo de dos de las aulas.

Nardy González, 35 años, no tiene cómo dar el aporte mensual de dos dólares acordado por los padres y representantes. Por eso, apoya con el aseo de dos de las aulas.

La mina:
pesadilla, ilusión
y sobrevivencia

Nardy González, 35 años, no tiene cómo dar el aporte mensual de dos dólares acordado por los padres y representantes. Por eso, apoya con el aseo de dos de las aulas.

Nardy González, 35 años, no tiene cómo dar el aporte mensual de dos dólares acordado por los padres y representantes. Por eso, apoya con el aseo de dos de las aulas.

Alguna vez, Marina fue a acompañar a su pareja que trabaja en la extracción de oro. En ese viaje, vio a un niño de seis años caer en “un cilindro” (un hoyo minero) de entre cuatro a cinco metros de profundidad. El niño fue rescatado por los hombres que estaban en el lugar. Luego, un talud se cayó, mientras los mineros trabajaban con pistola, una manguera que dispara agua a presión haciendo que el terreno ceda y una madre con su bebé en brazos se cayó en el lodazal.  Ya de noche, a un niño lo mordió una serpiente. Se salvó porque fue trasladado hasta el Hospital “Rosario Vera Zurita” de Santa Elena.

“Hablé con los padres y no fueron receptivos. Hablé con el capitán (autoridad tradicional) y prohibió el ingreso de los niños a las áreas de trabajo minero”, recordó. En las minas de la Gran Sabana, es frecuente ver a niños trabajando junto a sus padres porque no tienen con quién o cómo mantenerlos en casa.

Para ella, una maestra con más de 20 años de ejercicio y casi una década de graduada, la mina no es una opción. En la mañana, Marina es docente en el preescolar y en la tarde en “Fe y Alegría”. Los fines de semana da clases en la Universidad Nacional Experimental del Magisterio.

Marina describe la ambientación de su salón como “un rasguño”.

Los niños de tres a cinco años suelen aprender jugando -armando y construyendo, expresando y creando, imitando y representando, descubriendo-  en ambientes diferenciados, pero acá esos espacios son a duras penas una mueca borrosa. 

Al igual que el resto de las aulas del CEI “Manak Krü”, la suya es un hexágono, con ventanas de cristal, inodoros y lavamanos internos. Un diseño bonito, funcional, bien ventilado, sobre el cual la crisis se filtra a través de los techos, enmohece y corroe las paredes y los pisos, estalla los cristales, clausura sanitarios y se agazapa en un rincón sobre una torre de sillitas escolares desahuciadas.

Los niños son pocos. En la clase hay 17 inscritos, pero asisten 10, 12. Este martes, de finales de junio, asisten ocho. Acuden una o dos veces por semana. Los niños conversan: “Yo no vine a la escuela porque mi mamá no tenía real para comprarme mi merienda”. Eso dicen, atestigua Marina.

Mientras sus padres buscan oro en las minas o migran al Brasil, los niños se quedan en casa con mamá, con un hermana o hermano mayor, alguna tía, una abuela, frecuentemente con poco que comer, menos un refrigerio. Cuando los padres regresan, a veces, llegan con dinero, a veces sin nada.  

De acuerdo con el DEV, el factor que determina el 45,5% las inasistencias escolares es la falta de alimentación en el hogar. 

Los ocho que este martes están en el aula de Marina se sientan alrededor de una misma mesa y pintan. 

La lista de útiles escolares que se le solicita a cada uno de los padres a principios de año incluye media resma de hojas, una caja de lápices de grafito, una caja de 12 colores, sacapuntas, una caja de témperas, tres pliegos de papel crepé, una caja de plastilina, dos pinceles, una cola blanca, un cuaderno de línea y uno de dibujo. En el mejor de los casos, cuatro de los padres logran comprar todo. 

Marina, como otras de sus colegas en esta frontera, enseña con la práctica el valor del compartir. Con los materiales escolares disponibles trabajan todos. 

Al terminar la pintura, los niños salen al patio entre los salones. Mientras una niña patea el balón, el resto la sigue sin posibilidades. Marina le indica que incluya al niño que se queja, que comparta.

Sobre las 10:30, Nardy González, 35 años, saluda, entra al salón y limpia las mesas con un paño húmedo, ordena los materiales en los estantes, pasa la escoba, un paño con detergente y uno con agua clara. Ella no tiene cómo dar el aporte mensual de dos dólares acordado por los padres y representantes. Por eso, se ofreció a apoyar con el aseo de dos de las aulas.  

Su marido es minero. “Pero es un minero sin suerte, hace 24 o 25 reales al día (aproximadamente 5 dólares), para la comida”. Con eso alimenta a sus hijos de 2, 4, 6 y nueve años de edad.

“Yo trato de sonreír, para que ellos (sus niños) no se den cuenta de la necesidad por la que estoy pasando”. Nardy sonríe, se despide y se va a limpiar el salón de al lado. 

Marina cuenta que la aseadora se retiró. Sufría de la tensión. Su hija estaba estudiando. El salario no le alcanzaba. Siempre estaba estresada. Se desmayaba. Conversando con respecto al estrés que sufre el personal, Marina comentó que lo más importante del PEIC es el hecho de compartir con las colegas, drenar, fijar la atención es aspectos distintos a los desafíos laborales, económicos, familiares.

“Lo bueno del equipo de nosotras es que nos ayudamos unas con otras. Nos hacemos terapias entre nosotras y nos encomendamos a Dios”. Marina agradece la formación de “Fe y Alegría”, centrada en lo espiritual. Eso, para ella, es muy importante. Sobre todo en este momento.

“Lo que nos desmotiva mucho, a veces, es la apatía de los padres”. Marina quisiera mayor apoyo en beneficio de la escuela y por supuesto, de los niños.

“Hay un vacío en el hogar y este vacío es el mismo nivel de estrés que tiene el maestro porque el maestro también es mamá, es papá. En las casas también hay vacíos porque la gente anda pendiente de resolver el día a día”, acota Velitze Aponte, quien conoce las dimensiones de esta realidad porque la vive. En la Venezuela de este tiempo, resolver es un verbo de uso común que conjuga una operación matemática e ingenio.

Como un refugio

“Tenemos pocos juegos didácticos. Los que tenemos los cuidamos mucho”, explica Gloria, docente en la UEN “Los Pinos”

“Tenemos pocos juegos didácticos. Los que tenemos los cuidamos mucho”, explica Gloria, docente en la UEN “Los Pinos”

El día 20 de junio de 2023, Gloria, una de las maestras de la Unidad Educativa Nacional (UEN) “Los Pinos”, atiende a los tres niños de segundo nivel que asisten a clases. El día amanece nublado, lluvioso. Ella vive en “Kewey”, una barriada cercana. Para llegar, camina más de un kilómetro con otra de sus compañeras. Este martes,  llegan en “cola”, un vecino las lleva en su carro.

Engracia, la maestra suplente de segundo, vive muy cerca, en la zona conocida como El Merey.

“Yo vivo en una casa improvisada, de tablas-”. Pero de venida y de vuelta, Engracia camina con su hijo de un año en brazos. El martes 20 de junio, no pudo ni salir por la lluvia. 

La lluvia aplaza también el acto cívico del día. Los tres niños de segundo nivel (una hembra y dos varones) entran al salón de clases, dan gracias a Dios por un nuevo día, por tener que comer, piden por los niños desprovistos y desayunan: empanada de queso, arepa frita y un enrolladito. Todos con jugo.

En 2021, los indicadores de Encovi revelaron que en Gran Sabana la inseguridad alimentaria era 75,7%.

Después de lavarse las manos, todos se sientan alrededor del mesón, ya limpio y pican pequeños pedazos de papel lustrillo en colores primarios, los mismos de la bandera de Venezuela. 

“El amarillo de nuestras riquezas, el azul de nuestros océanos y el rojo de la sangre de nuestros libertadores” les enseña la maestra. “¿Esto qué es, esto y esto?”, pregunta a los chicos  mientras señala triángulos, cuadrados, círculos. Los niños responden y pegan los retazos de papel sobre las formas geométricas. Uno de los tres es más retraído. Gloria explica que él se incorporó en marzo, cinco meses después de haberse iniciado el año escolar, porque su mamá (madre soltera) no tenía para comprarle el uniforme.

“Yo le dije: tráigalo cuanto antes, como pueda, pero tráigalo”. Hace poco, el Ministerio de Educación, envió a la escuela un paquete de monos. El niño lleva uno de esos pantalones deportivos.

Al terminar la actividad central del día, Gloria los invita a jugar, sin salir del salón. El patio es un pantano. 

En los últimos dos años, 2022 y 2023, entre los meses julio y agosto, la ciudad sufrió grandes inundaciones. El cambio climático es un hecho en las poblaciones y barriadas vulnerables. 

En el salón, los niños juegan con unas tarjetas de memorias armando una línea curva que simula una pista, con el auricular de un teléfono viejo y piezas de lego hacen el recorrido por la vía imaginaria. Luego, se concentran en los armables. Se ríen.

Después de unos 20 minutos, Gloria los invita a recoger:

"A ordenar, a ordenar,
cada cosa, en su lugar.
Sin romper, sin romper,
que mañana, hay que volver".

“Tenemos pocos juegos didácticos. Los que tenemos los cuidamos mucho” explica Gloria. 

María Carolina Vidal explica que, detrás de cada juguete didáctico, existe un aprendizaje.

Dos días después, en el salón de tercer nivel de la UEN“Los Pinos”, los niños llevan sus franelas rojas por última vez. Cerca de 20 niños y niñas ensayan la canción con la cual se despedirán del preescolar.

“Adiós, amiguitos me voy,
pero igual quedará en mí,
todo lo que viví, aquí"

En la pared del fondo del salón, quedan sus manos -impresas en témpera tricolor- sobre el territorio en reclamación, esa porción del mapa, al este de la Gran Sabana, en disputa entre Guyana y Venezuela. 

“Los Pinos” es un urbanismo de casas de interés social, construidas por el Gobierno, al este de la ciudad, en el área de expansión en donde se ubican las barriadas más pobres: Caño Amarillo, El Nazareno, El Merey. Muchos de los que viven en la zona tienen menos de cinco años en la frontera, llegan atraídos por la minería o por alguna de las economías emergentes: vender gasolina, cargar y descargar camiones, pasar mercancía en moto por las “trochas”, los caminos alternativos, prestar servicio de mototaxi, personas o familias que regresan del Brasil. En estas barriadas, nacidas de la ocupación del territorio reivindicado por el pueblo indígena, las barracas cuestan entre 200 a 400 dólares. 

La UEN “Los Pinos” recibió el auxilio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR): un tanque de agua y tres bombas, 20 pupitres para primer grado, botellones, escritorios, ventiladores, mesas; el cableado de la electricidad y las puertas de las aulas, que el hampa se había llevado y tres casitas plásticas de las que emplea ACNUR para dar abrigo a los refugiados, además del relleno sobre el cual las colocaron. Un área de refugiados dentro de su propio país. En una de estas casas funciona la dirección, en otra funcionará la biblioteca. La casita de la dirección es un horno. 

Janeth Rivas, ama de casa, pregunta por un cupo para dos de sus niños. Ella y su familia llegaron a Santa Elena, hace año y medio, con uno de sus hijos mayores con peritonitis. Hasta entonces, vivían en la comunidad indígena de Urimán. Su esposo es indígena. Luego, les fue imposible regresar por el costo de los pasajes. A Urimán se llega en avioneta. Por cada puesto, se pagan cinco gramos de oro o 250 dólares.

Ella busca un cupo en tercer nivel de Inicial para su hijo de cinco años y uno en segundo grado de Primaria para el de siete. La directora le indica que para tercer nivel no tiene cupo, pero le sugiere que esté pendiente, que a partir de enero retiran a algunos niños. Al de siete, le recomienda inscribirlo en primer grado. La madre explica que lee bien, pero se paraliza en público y que su letra es “carroñera”.

“Él necesita el entorno social porque, por ser indígena, es muy tímido”, le indica la directora.

Hay quienes regresan del Brasil y quienes se mudan a Santa Elena desde las comunidades mineras y por supuesto, quienes, sin anunciarlo, se van del país.

 “Se van, pero no avisan. Se va el papá y después de que consigue empleo, se lleva el resto de la familia (…) Yo los veo en Facebook y me dicen 'yo estoy bien, no entiendo las matemáticas'. Se llevaron al mejor estudiante”. Gloria baja la mirada, pero es evidente la tristeza. 

La UEN “Los Pinos” trabaja en dos turnos, de 7:30 a 10:30 de la mañana y de 1:30 a 4:30 de la tarde. “Los viernes no venimos porque estamos planificando y buscando otra cosa para sobrevivir”. 

“Yo vivo de la misericordia. A veces no tengo ni arroz. De repente, agarro fiado. Mis sobrinos, mis hermanos, que son mineros, me ayudan”. Así vive Gloria, un día a la vez.

En buena medida, la vida de Gloria, como la de Alma, Alegría, Rosa, Milagros, Marina, Engracia son como la vida de la escuela, también dependen de las contribuciones, de la ayuda, del buen corazón de los otros, de la “gotita de amor”. Aunque ellas ni siquiera sugieren a los padres que den un aporte monetario, sí les expresan que, para que la escuela continúe recibiendo a sus niños con las mínimas  condiciones, se necesita del apoyo de todos, al menos con cloro, desinfectante, detergente, bolsas negras, papel sanitario. Dependiendo de las actividades a desarrollar en el aula, solicitan materiales.

“Aquí es como un refugio”. Gloria se refiere a las muchas situaciones con las que deben lidiar los padres y madres y la necesidad de que en la escuela los niños encuentren el trato compasivo de sus maestras y esa intermediación necesaria. Ese lugar seguro. Le sucedió hace poco con uno de sus estudiantes: el muchacho no realizaba las actividades dentro del aula, conversó con él y le confesó que sentía miedo porque su mamá le pegaba. La maestra llamó a la mamá y la mujer le contó que su marido llevaba meses en la mina y que estaba sobrecargada con el trabajo doméstico, los hijos y el tener que ganar dinero, mientras que el marido regresaba. “La mayoría son mineros, la mina, a veces da y a veces, no da”, comenta Gloria. 

“Le dije que la entendía, pero que, como docente, no podía permitir que eso pasara, le dije que abrazara a su hijo, que lo pusiera a colaborar y que, mientras ella estuviera en la cocina, conversara con él”.

Las clásicas ACEs son el maltrato físico, emocional y sexual; el descuido físico y emocional; la inestabilidad familiar experimentada a través de la enfermedad mental, de la violencia sufrida por la madre, el divorcio, el encarcelamiento de un familiar y el consumo de sustancias. 

La neurociencia ha comprobado que la recurrencia de ACEs en la primera infancia afecta el desarrollo de la corteza prefrontal, el hipocampo y la amígdala. Los niños en esas condiciones sienten que sus cuidadores principales no están disponibles para ellos, se mantienen en alerta permanente y sus cerebros disparan grandes cantidades de glucocorticoides, de las hormonas vinculadas al estrés, a las amenazas. Si esa situación persiste, si a una ACE le sigue otra, el cuerpo y la mente tienden a enfermarse. El alcoholismo, el abuso de drogas, la depresión, el intento de suicidio, el uso de tabaco, la mala salud en general, la promiscuidad, las enfermedades de trasmisión sexual, la inactividad física y la obesidad severa se dan más en adultos que de niños experimentaron ACEs. 

“¿Y los niños?”. Esa es una pregunta que Gloria repite frecuentemente, como un llamado de atención hacia los papás, las mamás, las propias maestras. Varias veces, en medio de las conversas sobre las carencias y los muchos retos que impone el día a día, repite la pregunta: -”¿Y los niños?”. Ella insiste en que los niños deben ser la prioridad, valdría decir el reservorio de la “gotita de amor”.

*Alma, Alegría, Rosa, Milagros, Marina, Engracia, Gloria son nombres ficticios dados a las maestras para proteger su identidad, evitar inconvenientes, honrar su vocación y calidad humana. A todas ellas, gracias.

Pendular, ir a clases y hablar portugués

La migración venezolana ha motivado la renovación del sistema escolar en el lado brasileño de esta frontera.

La migración venezolana ha motivado la renovación del sistema escolar en el lado brasileño de esta frontera.

Cuando Sol y Cielo, primas hermanas, de menos de cinco años, ambas residentes de Santa Elena de Uairén, llevan días sin ir a la Creche Municipal “Jessica Christine Carvalho da Cruz”, en Pacaraima, sus madres se comunican con la maestra, explican que no han podido pagar el transporte y le piden, por favor, que mantenga a sus hijas al día con las actividades vía WhatsApp. Creche significa guardería, y abarca los primeros años del preescolar, el lugar donde los niños inician su educación formal, dan los primeros pasos fuera de casa.

Santa Elena de Uairén, en Venezuela, y Pacaraima, en Brasil son ciudades amazónicas separadas por 15 kilómetros vía Troncal 10 y una línea de hitos. Es frecuente, aunque repugnante, comparar una ciudad con la otra o los servicios de la una con los de la otra. 

Aunque Carolina Maldonado Carreño, vicedecana académica de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, Colombia, expone que tanto Venezuela como Brasil hacen parte del llamado “mundo mayoritario”, ese bloque de países de ingresos bajos a medios en donde, entre otras mayorías, vive la mayor parte de los niños de 0 a 5 años de edad, en el caso de las instituciones públicas dedicadas a la educación para la primera infancia, el contraste abruma. De acuerdo con la Secretaría de Educación, Cultura y Deportes de la Prefectura de Pacaraima, 282 niños, de entre 0 a seis años, residentes de Santa Elena de Uairén estudian en Pacaraima. La mayoría de ellos brasileños de nacimiento, aunque de padres venezolanos; los demás, aunque son identificados como extranjeros, son casi todos niños y niñas venezolanos. 

Se trata de un proceso de migración pendular: a diario los niños van a la escuela, en el país vecino y vuelven a casa, al terminar la jornada. Esto también ocurre en la frontera Venezuela-Colombia, entre el Táchira y Norte de Santander. Desde otro enfoque, se le llama migración transfronteriza y es descrita a partir de la interrelación que se da entre países que comparten fronteras terrestres de fácil tránsito. 

El servicio de transporte escolar hacia las escuelas del lado brasilero tiene un valor promedio de 60 dólares mensuales por niño; una media docena de camionetas tipo van cruzan a diario la frontera en ambos sentidos. Los menos son los niños pequeños. La mayoría de los estudiantes transfronterizos acuden a las escuelas primarias y secundarias. “Sólo algunos se retrasan en los pagos y siempre están pendientes de darme sus razones”, dijo de forma anónima una transportista. Con certeza, no deben ser las madres de Sol y Cielo las únicas en retrasarse. Para cualquier madre, padre, residentes de esta frontera, pagar transporte, estar al día, implica un enorme esfuerzo: el salario mínimo en Venezuela ronda los 130 bolívares, alrededor de 5,25 dólares al momento de ser decretado por el Ejecutivo Nacional en mayo 2023. Aun con ingresos adicionales, devaluación e inflación al mezclarse corroen cualquier bolsillo.

La razón por la que Sol y Cielo estudian en Pacaraima muy probablemente tiene que ver con la manera en que la crisis venezolana, corroen ese bolsillo de los venezolanos y afecta a padres, maestros e instalaciones escolares. También a Sol y Cielo. 

Según datos del Diagnóstico Educativo de Venezuela (DEV, 2021), 25% de los maestros y 15% de los estudiantes de los niveles básico y medio abandonaron las aulas en los tres años previos al estudio. El diagnóstico también registró que 85% de los planteles no tiene internet, 69% tiene un servicio eléctrico deficiente y 45% no tiene agua. En esta frontera, en la medida en que la crisis del país se prolonga, cada vez más padres matriculan a sus hijos en las escuelas brasileñas. 

“Ellos (los padres) hablan de que les gusta mucho la educación en Brasil y por la facilidad porque allá, en Venezuela, están muy complicadas las cosas, difíciles. Entonces, para ellos es más fácil que sus hijos estudien aquí, por lo menos los que viven en Santa Elena”, apunta Christiani Brilhanti, docente de la Creche Municipal “Jessica Christine Carvalho da Cruz”, quien entiende que son esas las razones por las que algunos padres y madres venezolanos, residentes de esta frontera, prefieren matricular a los niños en el preescolar brasileño. “Tienen actividades lúdicas, tienen libros, tienen recreación, proyectos. Los niños producen, construyen, nosotros estamos ahí, auxiliándolos, ellos hacen además de la teoría, la práctica”.

Christiani sonríe, se formó en ambos idiomas, portugués y español. En el aula, con sus estudiantes venezolanos, habla 70% del tiempo en español. Pero los niños, que la escuchan hablando portugués con los coleguinhas, los compañeros, cada vez entienden más y responden. 

Jessica Cardoso, también docente de la creche, no habla español, pero eso no le impide comunicarse con los niños y sus padres. Los pequeños captan el portugués muy rápido. –Bom dia professora- la saludan. –Bom dia- les responde ella para incentivarlos al aprendizaje de su segunda lengua. -Feliz dia dos pais- expresó cada uno en un video, en agosto pasado. Todo hace parte de las modestas y continuas estrategias de enseñanza.

Con los padres es diferente. Como no siempre son tan veloces, ella a veces le pide apoyo a su colega Christiani. También se vale de la tecnología: descargó en su teléfono una aplicación para intercambiar con ellos mensajes vía WhatsApp, cuando lo necesita.

La Creche Municipal “Jessica Christine Carvalho da Cruz” fue inaugurada en 2016. Se encuentra en Suapí, la zona de expansión de esta localidad fronteriza, un sitio tranquilo en donde corre el viento, silencioso; la edificación es sencilla, de diseño moderno y cuidados acabados, nada de lujos, un lugar pensado y dotado para quienes apenas se inician en la escuela, niños y niñas de 2, 3 y 4 años, una prolongación del hogar, un lugar armonioso, acogedor, en donde hay muchos juguetes, algunos con un claro propósito educativo, pero también libros, cuadernos, lápices, colores, plastilinas, armables, equipos de sonido y video, sillas, escritorios y tatamis, para sentarse, para aprender a tomar el lápiz y a mantener la concentración, para jugar, crear, estirarse, descansar, soñar, muebles cómodos, seguros, bonitos. 

Los salones tienen excelente ventilación e iluminación y como en Pacaraima las temperaturas diurnas suelen ser de entre 25 a 30 grados, tienen también aire acondicionado. 

Los baños tienen pocetas, lavamanos y duchas calentadoras, seguros y adaptados al tamaño de sus usuarios; hay champú, acondicionador y pañales en el estante. El comedor tiene mesas, sillas, manteles, escudillas seguras e higiénicas, de aluminio por dentro y con cobertura de goma por fuera y cubiertos adecuados; el último día de agosto comen pasta. Muy cerca está la lavandería, el depósito y la brinquedoteca. En portugués brinquedo significa juguete. La brinquedoteca es el local donde se ordenan los juguetes.

Dijake es un vocablo warao que significa patio de recreo. En el dijake de la creche hay una serie de columpios plásticos, seguros y coloridos.

Dijake es un vocablo warao que significa patio de recreo. En el dijake de la creche hay una serie de columpios plásticos, seguros y coloridos.

Todos los espacios están identificados en tres idiomas: portugués, español y warao. Dijake es un vocablo warao que significa patio de recreo. Este año escolar 2023, en la creche estudian  apenas dos niños indígenas warao, pero en Pacaraima, en el abrigo Janokoida, una palabra que en ese idioma significa casa, residen al menos 413 personas de ese pueblo, de acuerdo con el Perfil de Abrigos de Roraima, publicado por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en agosto del mismo año. Los warao llegaron a esta frontera, a alrededor de 800 kilómetros de su territorio, en 2014, pidiendo limosna, procurando comida y medicinas.

El patio de la creche es techado, pero el aire lo refresca sin llegar a enfriarlo. Tiene columpios, toboganes, dos caballitos y un cocodrilo de plástico; en los salones hay cobertores, camas elásticas y hamacas para descansar después de la merienda y el receso. Una escuela digna, bonita, segura.

Todos los espacios están identificados en portugués, español y warao porque en Pacaraima residen al menos 413 personas de ese pueblo

Todos los espacios están identificados en portugués, español y warao porque en Pacaraima residen al menos 413 personas de ese pueblo

La institución tiene 46 empleados, entre personal administrativo, orientadores, maestros, asistentes de alumnos, cocineras, porteros y aseadores. La mayoría seleccionados por concurso. El salario mínimo en Brasil es de 1.320 reales, el equivalente a 272 dólares. Según Selma Campos, de la Coordinación de Asuntos Migratorios de la Secretaría de Educación Cultura y Deportes, el salario de un pedagogo es de entre 3000 a 3200 reales, 600 a 640 dólares. Al discriminar por regiones,  encontramos que un maestro de creche en la región norte gana en promedio 1.755 reales de salario, alrededor de 361 dólares. 

Mientras los niños juegan y comparten en el patio, en compañía de los asistentes, los maestros meriendan y toman un descanso. Los asistentes también acompañan a los niños siempre que necesiten ir al baño, durante la merienda y cuando el profesor lo requiera en el salón. Si los padres de un niño con discapacidad presentan un informe médico, a su hijo le será asignado un cuidador. Este 31 de agosto de 2023, Ángel se niega a abandonar los brazos de su cuidadora e ir a la silla de ruedas. Ella lo trata con respeto y dedicación. Ángel es venezolano.

“En la educación, me encontré”. Christiani es también formada en salud, pero nadie lo pensaría. “Me gusta mucho enseñar, me gusta mucho esta área, existen dificultades, con certeza, como en cualquier otro lugar. Pero ni encuentro palabras para expresar cuán gratificante es que los niños digan 'mamá, mira mi profesora', soy la profesora de ellos para siempre”.

“Es gratificante, recibir un abrazo, recibir un cariño. 'Ay, mi profesora es la más linda'. Porque para ellos su profesora es la más linda y es gratificante para nosotros. Nosotros estamos aquí, en el inicio, la socialización, aprender las primeras cosas, aprender un número, aprender a tomar el lápiz”. A Jessica no le hace falta aprender español para entender la importancia de ese vínculo cotidiano con los niños de su sala, saber que esa conexión es clave e inolvidable.

Educar para transformar

Los residentes de Santa Elena de Uairén que matriculan a los niños en las escuelas brasileñas confían en que la educación puede transformarlo todo.

Los residentes de Santa Elena de Uairén que matriculan a los niños en las escuelas brasileñas confían en que la educación puede transformarlo todo.

El siete de septiembre, Brasil celebra su independencia. Una semana antes, los estudiantes de la Escuela Municipal Alcides da Conceição de Pacaraima, a escolinha, niños y niñas de 5 a 7 años, ensayaban en el patio cubierto. El redoblante los guiaba, a venezolanos y brasileros.

“Nunca había estado en Pacaraima, creía que era otra realidad, pero me adapté súper bien. Es sólo cuestión del idioma, pero vamos aprendiendo y la dificultad se va superando”. Christiani Costa, pedagoga, docente de primer grado, tiene entre sus estudiantes y representantes venezolanos a algunos que ya hablan el portugués y otros que apenas lo aprenden. 

La Alcides Lima es un plantel recién remodelado: los pasillos ahora son amplios, los patios ventilados e iluminados, las viejas ventanas de metal fueron sustituidas por aluminio y vidrio, los baños fueron renovados. Todo el lugar está lleno de luz. 

Los padres extranjeros que ya hablan portugués suelen ser muy participativos, un proceso que apenas avanza en la medida en que quienes no hablan el idioma comienzan a familiarizarse. “Yo encontré interesante estar al inicio de la vida escolar de ellos, desde tomar un lápiz hasta comprender una letra, esa pequeña palabra. Eso me motiva porque estoy pasando un aprendizaje para un niño y el niño va ahí comprendiendo”.  Cristiani Costa trabaja con imágenes, figuras, modelaje, números y letras, que puedan tocar, pintar y así aprender la forma y el sonido de cada letra, la conformación de cada palabra, en portugués.

Gabrielle Carvalho, pedagoga, docente de segundo grado matutino en la Alcides Lima, admira a los padres y madres venezolanos de esta frontera, que inscriben a sus hijos en las escuelas brasileñas, a pesar del idioma, de las actividades en las que deben auxiliarlos, de que muchas veces tienen que buscar en internet los significados, la redacción; del pago del transporte, del ir y venir diario. “Nossa, eles são muito participativos”, dijo Gabrielli utilizando una expresión coloquial de asombro del portugués brasileño. Nossa es Nuestra Señora de Aparecida.

En las tardes, Gabrielli es docente de segundo grado en la Escuela “Ángelo Antonio Fernandes Biase”, un plantel recién creado para atender a la creciente población venezolana. Muchos de ellos viven en abrigos y ocupaciones, algunos ni siquiera han ido a la escuela, menos aún dominan el portugués, pero siempre hay algunos que sí. “Entonces, yo me agarró a esos niños (de los que ya dominan el portugués) como el puente de mi auxilio”, expresa Gabrielli. Y esos niños la ayudan a conectarse con los compañeros recién llegados al país, al aula en donde ahora comienzan a formarse en otra lengua. “Les dije que quería que ellos me enseñaran español. Cuando yo les dije eso, vi que los ojos de ellos brillaban”. Ese intercambio es la esencia de la educación, una canal de ida y vuelta, aprende la maestra y aprenden los niños.

“Yo creo que la educación puede cambiarlo todo. No sólo es enseñar a leer, es leer y escribir porque la lectura es la base de todo. Yo sé leer, sé interpretar, sé responder, yo tengo una noción de mundo. Yo creo que en la medida en que los niños comienzan a aprender a leer, ellos comienzan a ver el mundo de una forma diferente, ellos comienzan a escribir de una forma diferente y ellos se tornan en personas más pensantes, más creativas y más dinámicas”, añade Gabrielli. La música y las historias ayudan a la maestra a aprender y enseñar; enseñar y aprender.

Selma Campos, de la Coordinación de Asuntos Migratorios de la Secretaría de Educación Cultura y Deportes, dijo que la meta a corto y mediano plazo es facilitarles a los docentes el aprendizaje del idioma español y de lo que significa el proceso migratorio.

A largo plazo, la idea es que todas las escuelas de Pacaraima sean bilingües. Pero eso requiere de recursos que permitan la transformación de escuelas convencionales en escuelas integrales, en donde los niños pasen el día, almuercen, merienden, tengan acceso a contenidos más amplios y aprenden ya no sólo portugués y español sino también un tercer idioma.

Campos descartó que los padres de los niños que habitan en Santa Elena los matriculen en Pacaraima para recibir programas sociales como Bolsa o la Cesta Familia, pues la dos condiciones para acceder a estos son estar en una condición vulnerable y residir en Brasil.

Esa última, entonces, no es la razón para cruzar la frontera, ir a clases y hablar otro idioma día tras día.

*Sol, Cielo y Ángel son nombres ficticios empleados para proteger la identidad de tres niños estudiantes de la Creche Municipal Jessica Cristine Carvalho da Cruz mencionados en el texto.

*Este reportaje fue realizado gracias al apoyo del Early Childhood Reporting Fellowship del Dart Center for Journalism and Trauma, un proyecto de Columbia Journalism School.

Créditos:

Textos y fotografías
Morelia Morillo

Montaje y diseño web
Mayerlin Perdomo

Edición
Irene Caselli y Lorena Meléndez G.

Redes Sociales
Luis Miquilena y Ricardo Machado

Dirección ejecutiva
Carmen Riera

Director editorial
Luis Ernesto Blanco

Coordinación de investigación
Lorena Meléndez G.

Créditos:

Textos y fotografías
Morelia Morillo

Montaje y diseño web
Mayerlin Perdomo

Edición
Irene Caselli y Lorena Meléndez G.

Redes Sociales
Luis Miquilena y Ricardo Machado

Dirección ejecutiva
Carmen Riera

Director editorial
Luis Ernesto Blanco

Coordinación de investigación
Lorena Meléndez G.