A las madres, abuelas, hermanas, esposas, hijas o allegadas de presos, comunes o políticos, el sistema penitenciario las obliga a hacerse cargo de sus familiares detenidos

Las mujeres deben cargar con bolsas de comida, botellas de agua, ropa y medicinas para garantizar la supervivencia de los reclusos y son las únicas que tienen permitidas las visitas carcelarias en 14 de 23 estados de Venezuela

Un trabajo de El Pitazo con el apoyo editorial de Redsonadoras,
una iniciativa de la Red de Periodistas Venezolanas

En la bolsa que tiene Nora en la mano hay otras tres más pequeñas en las que lleva un poco de arroz blanco, dos plátanos verdes cocidos cortados en trozos y dos panes con mantequilla bien aplastados, que es como le gustan a su hijo.

En una fila de 16 mujeres, ella es la tercera. Son las diez de la mañana y está allí desde las siete. Es su rutina cada semana desde hace siete meses, cuando puede llevar algo de comida a su hijo que está detenido en los calabozos del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC) en Maracaibo, capital del estado Zulia, uno de los estados más importantes de Venezuela.

Nora llora todos los días desde que su hijo está detenido. “Sé que para cualquier madre el hijo de uno es un santo, así no sea bueno, pero te juro por Dios que mi hijo sí lo es. No es santo, pero es bueno”. 

Llora de impotencia por no tener dinero para pagar un abogado que pueda atender esta detención, alguien que le explique qué ocurre con su hijo. Llora por no tener un trabajo fijo que le permita ser consecuente y llevar comida a su muchacho. 

“A veces le llevo una bolsa con 10 panes de los que venden en el abasto y un poquito de mantequilla. A veces un pedacito de queso y con eso tiene para estirar la comida hasta que yo le consiga otras cosas”, detalla.

La responsabilidad de Nora va más allá del alimento. Debe garantizar agua, lavar la ropa de su hijo, traer calzado o medicinas si se siente enfermo.

A diario, cientos de mujeres hacen fila a las puertas de cárceles del país para llevar comida, agua, medicamentos y ropa a sus familiares presos | El Pitazo

A diario, cientos de mujeres hacen fila a las puertas de cárceles del país para llevar comida, agua, medicamentos y ropa a sus familiares presos | El Pitazo

En Venezuela, las mujeres como Nora son las que cubren, a costa de ellas mismas, las necesidades de sus familiares en prisión pese a que es un deber del Estado, según la legislación nacional y tratados internacionales. 

Este trabajo de El Pitazo y la iniciativa Redsonadoras de la Red de Periodistas Venezolanas cuenta las historias de ocho mujeres con familiares presos por delitos comunes o políticos en Zulia, Vargas, Miranda, Lara y Falcón. Sus testimonios se asemejan con los de otras madres, hermanas, tías y parejas de detenidos que son forzadas a atender las necesidades básicas de sus familiares en prisión aunque el sistema penitenciario tiene la obligación de cubrirlas, según lo establecen las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos o Reglas Mandela.

“Yo también
estoy presa”

“Yo también estoy presa”

Las madres, hermanas y parejas de los reclusos son las que asumen la responsabilidad del Estado, reafirma la psicóloga social y criminóloga Magaly Huggins, coordinadora de investigación de la ONG Una Ventana a la Libertad (UVL).

“Ellas saben que la sobrevivencia, en un centro de detención o en una cárcel, depende de cómo actúe el vínculo de ese privado o privada de libertad con el exterior. Estas mujeres desarrollan habilidades porque deben lidiar con muchos actores y posibles escenarios. Muchas de ellas son castigadas y humilladas constantemente. Es decir, los funcionarios o custodios y la sociedad en general las tratan como si fueran culpables del error cometido por el familiar que se encuentra detenido”, agrega.

Estudios de UVL indican que el maltrato a los reclusos y su familia está  institucionalizado en Venezuela.

Además de experimentar rechazo en su entorno, las mujeres asumen la carga económica de sus hijos, esposos, hermanos o sobrinos en prisión. El ingreso de la familia se destina para las compras de comida y artículos de higiene del recluso y los pasajes en transporte público.  

UVL estima que se necesitan 300 dólares al mes para visitar, alimentar, mantener sano y trasladar a tribunales a un detenido. El monto es elevado en un país donde el salario mínimo se mantiene en 130 bolívares mensuales, menos de tres dólares al cambio oficial del Banco Central de Venezuela (BCV), y los bonos de alimentación y otros incentivos se sitúan en 130 dólares.

75 % de las mujeres en el país tienen ingresos por debajo de 200 dólares mensuales y solo 3 % puede pagar la canasta básica con lo que devenga, según el informe La violencia en femenino: el libro violeta de la represión en Venezuela, publicado en noviembre por una coalición de ONG.

El gasto fijo de las familias con algún integrante preso no incluye el pago de honorarios a un abogado privado o las cuotas que los prisioneros pagan a  custodios, militares y otros reclusos para tener acceso a algún privilegio en el calabozo. 

Eugenia y Carmen, madres de dos prisioneros de la cárcel de Uribana, en Barquisimeto, estado Lara, destinan casi todos sus ingresos semanales en las comidas para sus hijos. Con frecuencia dejan de comprar alimentos para sus otros hijos o nietos.

El esposo de Carmen es el único que trabaja en su casa tras la detención de su hijo porque ella dedica varios días de su semana a la preparación de las comidas para llevárselas desde la vía Acarigua hasta el norte de Barquisimeto. Su pareja cobra entre 25 y 35 dólares semanales trabajando en el campo, pero necesita hasta 40 dólares para cubrir los alimentos de su hijo que ha perdido 20 kilos de peso en Uribana en los últimos cuatro años. Carmen no ve a su hijo preso desde marzo porque en la cárcel hay un código de vestimenta estricto para someterlas a requisas corporales donde las denigran y obligan a saltar y agacharse, indistintamente de su condición física.

Carmen  comenta que la mayoría de sus pantalones están rotos y no puede entrar con ellos a la cárcel. Por lo tanto, solo tiene permitido dejar las bolsas de comida para su hijo en la entrada, sin la certeza de que las arepas y panes que le prepara desde la madrugada lleguen a sus manos. 

“Me están exigiendo mucho. Ahorita tenemos que traer sandalias bajitas, que no tengan ni trenza. No podemos usar sostenes con alambre, hay que vestirse con ropa interior y camisa de color blanco, pantalón azul oscuro y sin rotos. El que no tenga no pasa, porque aquí han devuelto a muchas mujeres. Por lo menos yo ahorita no entro a visita porque no tengo ni para comprarme el pantalón. ¿Pero cómo hago? Si tengo para traerle comida, no tengo para comprarlo”, comenta.

 Las madres y esposas de reclusos en la cárcel de Uribana, en Barquisimeto, usan la mayor parte de sus ingresos para alimentar a sus hijos detenidos | El Pitazo

 Las madres y esposas de reclusos en la cárcel de Uribana, en Barquisimeto, usan la mayor parte de sus ingresos para alimentar a sus hijos detenidos | El Pitazo

Huggins señala que dificultades como estas inciden en el estado de ánimo de las mujeres. “Una de las consecuencias psicológicas más fuertes que enfrentan es la de sufrir depresión”, precisa. 

Quizás por ello, Carmen en Lara, siente que aunque está en libertad, cumple una condena. Cada vez que puede ir a la cárcel cuenta los días que tiene sin ver a su hijo porque el dinero no le alcanza para comprar la ropa que puede usar en la cárcel.

El mismo dolor de Nora en el Zulia, quien no puede dormir por la detención de su hijo. Por eso llora, cuando piensa que él corre peligro y puede morir en esa celda. “Yo también estoy presa”.

“Hemos cambiado
nuestra vida”

“Hemos cambiado
nuestra vida”

Cuando Magda habla de su único hijo, Enrique, se pone las manos en el pecho y su voz se quiebra. Esto le pasa a diario desde el 29 de julio de 2024, el día después de la elección presidencial en Venezuela. Los dos viven en un sector popular de la parroquia Carlos Soublette del estado Vargas, al centro del país.

“El aire me falta desde el 29 de julio. Es un dolor horrible, como si cargaras unas piedras adentro y no te pasara el oxígeno”, dice Magda y vuelve a poner las manos entrelazadas en un intento de contener los latidos de su corazón. 

Desde hace cuatro meses Magda usa una franela con el rostro de su hijo preso por participar en una protesta en rechazo a los resultados de la elección presidencial anunciados por el Consejo Nacional Electoral (CNE). 

“Él salió el 29 de julio y no regresó. Yo salí a buscarlo y recorrí todos los calabozos que hay en La Guaira. Me decían que allí no estaba. El 2 de agosto me dijeron que estaba en Macuto y lo presentaron [en el tribunal] por terrorismo. Me dijeron que no debía buscar abogados, que le habían asignado una defensora pública. Ella me pidió que me quedara quieta. Me aseguró que en 45 días me lo soltaban porque no había ninguna prueba, pero no fue así”, lamenta.

A finales de agosto, Magda fue a llevarle alimentos a Enrique al calabozo de Macuto donde tenía casi un mes detenido. El funcionario que la atendió le dijo que si quería dejara la comida, pero se la daría otro preso. A Enrique se lo llevaron a otro lugar y no sabía para dónde.

“Me sentí tan indefensa. Uno de los funcionarios se apiadó y me dijo: ‘Mi vieja a esos se los llevaron para Tocuyito’. Fue como un baño de agua fría. Lo recuerdo y me dan ganas de llorar de nuevo. Se lo llevaron lejos de casa. Es como un castigo no solo para ellos, sino para la familia de cada uno de los detenidos”, agrega.

Enrique fue enviado al Internado Judicial de Carabobo, conocido como la cárcel de Tocuyito, a 200 kilómetros de distancia de su ciudad de origen. Ahora, Magda está obligada a viajar a otro estado para saber de su hijo.

Uno de esos viajes fue a comienzos de octubre. Ese día Magda logró ver a Enrique por primera vez desde su detención. No pudo abrazarlo, pero sus ojos vieron a un hombre más delgado, con moretones en sus manos y brazos y una mirada que sintió desesperada. 

“Ellos viven su infierno allá adentro. Y nosotras afuera otro. Yo he dormido a la intemperie. A veces en el carro de algún amigo o vecino que me ha hecho el favor de llevarme. También en el carro de otras madres que, como yo, están viviendo este calvario. Hay solidaridad entre las que venimos a Tocuyito. Hemos descubierto que para cargar este dolor hay que hacerlo en compañía. La mayoría somos mujeres. Muchas han perdido el trabajo, otras han renunciado y otras hemos cambiado nuestra vida. ¿Qué no haría una madre, por ver en libertad a su hijo?”, se pregunta en voz alta Magda, mientras las otras mujeres que la rodean, asienten con sus cabezas.

Esas mujeres son esposas, hijas, madres, abuelas, tías, sobrinas o amigas de presos políticos enviados a la cárcel de Tocuyito. 

Las mujeres familiares de los ciudadanos detenidos arbitrariamente después de la elección presidencial no solo viajan y tratan de llevar comida a sus seres queridos. También protestan para clamar por su liberación | El Pitazo

Las mujeres familiares de los ciudadanos detenidos arbitrariamente después de la elección presidencial no solo viajan y tratan de llevar comida a sus seres queridos. También protestan para clamar por su liberación | El Pitazo

Magda y las mujeres allegadas a los 1.958 ciudadanos encarcelados por la represión poselectoral no son las únicas que abandonaron sus trabajos y tienen otras rutinas porque deben llevarle alimentos, agua, medicinas y ropa limpia a sus familiares hasta los calabozos. Esta realidad no distingue entre presos políticos o comunes.

En cada región se conforman redes de apoyo familiar con mujeres que dan la cara por los 52.569 prisioneros repartidos en cárceles y centros de detención preventiva del país, según estimaciones del Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP) para octubre de 2024. 

En Lara, al occidente de Venezuela, la defensora de derechos humanos Nayibe López, creó la fundación Las Mercedes, en 2019. Su nombre hace alusión a la virgen patrona de los presos. La organización acompaña a mujeres con familiares privados de libertad en la misma ciudad o cárceles remotas. Cuando la cárcel de El Dorado permanecía abierta, las mujeres que son parte de esta iniciativa y tenían a sus familiares presos a 1.355 kilómetros de distancia, las voluntarias de esta fundación recaudaban fondos y organizaban el viaje juntas.

“No hay tranquilidad
ni un día,
porque soy
la esposa
del que está preso”

“No hay tranquilidad
ni un día,
porque soy
la esposa
del que
está preso”

En Venezuela, por norma general, los presos son recluidos sin considerar la cercanía de su núcleo familiar o de los tribunales que llevan sus causas. Como consecuencia de ello, los familiares deben trasladarse fuera de sus ciudades y tomar dos, tres o más autobuses para llegar al centro de reclusión.

El abogado penalista Zair Mundaray, exdirector general de actuación procesal del Ministerio Público, señala que la detención de una persona por delitos comunes o políticos es una condena para la familia entera por diseño.

“Los penales quedan lejos e inclusive, por dejarte en el centro de detención donde te puedan visitar y tengas alguna flexibilidad te cobran los policías. Entonces ahí lo que hay detrás, entre otras cosas, es un gran negocio y se violentan una gran cantidad de derechos”, añade. 

A finales de 2023, el gobierno de Venezuela intervino siete cárceles que estaban controladas por pranes, como se conoce a los jefes del crimen organizado, mediante un operativo denominado Gran Cacique Guaicaipuro. Entonces enviaron otras prisiones a 8.234 reclusos procedentes de las cárceles de Tocuyito (Carabobo), Tocorón (Aragua), La Cuarta (Yaracuy), Puente Ayala (Anzoátegui), La Pica (Monagas), Vista Hermosa (Bolívar) y el Internado Judicial de Trujillo (Trujillo).

Esos traslados representan un nuevo obstáculo para las mujeres familiares de los prisioneros comunes. En la mayoría de los casos, las distancias de los centros de detención de sus lugares de origen hace imposible la atención diaria o semanal. En consecuencia, las mujeres se limitan a hacer una visita mensual o cada dos meses porque necesitan reunir más dinero para movilizarse.

“Las personas privadas de libertad son trasladadas a discreción de las autoridades, quienes usan este recurso para amenazar o como forma de castigo. No sólo castigan al privado de libertad, sino a los familiares, especialmente a las mujeres cuidadoras”, precisa Humberto Prado, fundador del OVP.

La  familia de José, un hombre de 44 años, oriundo de Cabimas, estado Zulia, enfrenta ese castigo extendido. Su esposa viaja cerca de 3 horas y 44 minutos, alrededor de 263 kilómetros, cada 30 o 60 días, según el dinero del que disponga, para visitarlo en el Centro Penitenciario Santa Ana de Coro, en Falcón, donde está detenido por hurto desde el año 2016.

Anaís tiene 42 años y es peluquera. Para visitar a José en su lugar de detención cruza los límites de un estado a otro, con comida, agua y artículos personales que el Estado no le provee a su esposo. Sin ese viaje mensual, su esposo no podría subsistir. 

“Hay que madrugar, pasar las alcabalas. Antes, había transporte público y buses, pero ahora hay que pagar carritos que nos cobran 20 dólares [por persona]. A esto le sumamos los prejuicios y el estigma  de la gente que te juzga y no te conoce, de vecinos y amigos que te dieron la espalda, de gente que no te ayudó y de la corrupción en este país, que alcanza todos los niveles, incluso para ingresar comida o medicinas a la cárcel. No hay tranquilidad ni un día porque soy la esposa del que está preso por ladrón”, expresa. 

Ella anhela que José resulte beneficiado con un traslado a un centro de detención más cercano, en Maracaibo, pero no lo ha logrado. Dice que no ha tocado las teclas correctas. Pero más allá de las dificultades que sortea, agradece a “las ángeles” que le ayudan. Así se refiere a otras mujeres con familiares presos en Coro y que viven más cerca, que llevan alimentos para sus reclusos y comparten con su esposo. “En los peores lugares también se forjan lazos fuertes”, reitera.

Madres duermen afuera de la cárcel de Tocorón para visitar a sus hijos, presos en el contexto postelectoral y enviados a ese lugar desde otros estados | Cortesía Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP)

Madres duermen afuera de la cárcel de Tocorón para visitar a sus hijos, presos en el contexto postelectoral y enviados a ese lugar desde otros estados | Cortesía Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP)

De esa hermandad que surge entre las mujeres que tienen un familiar en prisión también saben las madres, hermanas y tías de los 106 detenidos en el contexto poselectoral en el estado Anzoátegui, al oriente de Venezuela. Su primer lugar de detención fue el Centro Agroproductivo de Barcelona, conocido como la cárcel de Puente Ayala. De allí fueron sacados repentinamente hasta la cárcel Yare III, en el estado Miranda, a más de 500 kilómetros de distancia.

“Nos hemos unido para compartir gastos, trasladarnos juntas, hacer un equipo y que nos rinda el poco dinero que tenemos. Nos damos aliento y luchamos por la libertad de nuestros hijos”, cuenta Isabel, una de las madres de este grupo de presos políticos. Ella y otras mujeres han tenido que vender sus muebles, artefactos eléctricos y hasta teléfonos para cubrir los gastos de cada viaje.

“Son
las mujeres
las que
se ocupan
de todo”

“Son
las mujeres
las que
se ocupan
de todo”

La sociedad en Venezuela se ha caracterizado por designar a la mujer las mayores responsabilidades en la dinámica familiar y social, consideraba el abogado Carlos Nieto Palma, coordinador de UVL hasta su fallecimiento en agosto de 2024.

“Esto no se hace diferente en el sistema carcelario. Son las mujeres las que se ocupan de enfrentar y resolver todo lo que implica tener un familiar privado de libertad”, declaró Nieto en la presentación del informe Familias de los detenidos en los centros de detención preventiva: Víctimas por parentesco realizada en julio de este año.

El trabajo detalla los obstáculos que enfrentan las familias de los presos venezolanos que dependen en su mayoría de las mujeres pese a estar bajo custodia del Estado a través del Ministerio de Servicio Penitenciario, creado en 2011.

“Aunque no existen estadísticas exactas, a lo largo de los años que tenemos trabajando en Una Ventana a la Libertad, me atrevo a decir que siete de cada diez familiares o amigos que visitan a un privado de libertad, son mujeres”, alertó.

A diario, alrededor de las prisiones y centros de detención, son mujeres de distintas edades las que hacen fila para visitar o llevar comida y agua a sus familiares presos. 

El propio Estado impuso la norma. En al menos 14 de los 23 estados del país alguna cárcel o centro de detención preventiva solo se permite que la visita sea hecha por mujeres, de acuerdo con un monitoreo realizado por El Pitazo para este reportaje.

Entre los lugares que limitan la visita solo a mujeres está el Centro de Detención Preventiva de Caraballeda, conocido como el retén de Caraballeda, en Vargas.

“Es una medida absurda. Aquí  hay un chamo, adolescente, detenido [en] las protestas después de las elecciones, que solo tiene a su papá. El señor va a visitarlo todos los días. Religiosamente le trae comida y agua, pero no le permiten entrar el día de visita. En tres meses solo lo ha visto una vez porque las demás madres que vamos presionamos para que así fuera. No es justo”, revela María Luisa, madre de un adolescente detenido. 

Confirma que las mujeres son mayoría absoluta tanto en la visita como en las diligencias judiciales y la búsqueda de asistencia para los reclusos. Ella misma forma parte del  Movimiento de Madres en Defensa de la Verdad, integrada por esposas, madres y hermanas de 57 detenidos en las protestas poselectorales en Caracas y La Guaira.

Isabel es parte de esa mayoría. “Solo hay algo peor que ser mujer y tener un hijo preso. Es ser una mujer pobre con un hijo preso”, expresa. 

En las afueras de cualquier cárcel de Venezuela, sea Yare III, Tocorón o Tocuyito, las mujeres lloran y se cuidan unas a otras. Magda suele llegar con un rosario para rezar bajo la sombra de un árbol en los alrededores de la prisión de Tocuyito. Clama por su hijo Enrique y por ella. También por las otras mujeres que acompañan a los privados de libertad. Reza porque es mujer y el sistema la obliga a no rendirse. 


* Los nombres de las mujeres y los prisioneros de este reportaje  fueron cambiados a petición de las fuentes consultadas que temen represalias en contra de ellas o sus familiares