Tiene 70 años y vive en la comunidad indígena de San Antonio. Sueña con escribir un libro. En seis cuadernos protegidos por bolsas plásticas, lleva el registro de los nombres de las plantas y animales en su idioma y de los tarén, ensalmes sanadores de cuerpo y espíritu, expresiones y soplidos apaciguadores de la fuerza con la que se manifiesta la naturaleza.
Huérfano
Yo nací en Wará, en el año 1952. Pero mi papá nos llevó por el río Kukenán. Allá nos criamos.
Allá no fue tanto el sufrimiento por algo de alimento, teníamos pura cacería, peces, venado. Con eso crecimos. Después, mi mamá se enfermó de sarampión. Se pudrió su piel. La vi cuando murió. Yo tenía ocho años. La enterramos allá mismo. No en la urna, sino en la concha de palo. Anteriormente, utilizábamos así porque dónde íbamos conseguir urnas. No existía ciudad. Hoy en día hay urna, hay que pagarlo, tan bonito, adornado. Ya entró civilización.
Cuando mi padre se enfermó, se vino para Santa Elena. La enfermedad de él fue complicada, no pudo aguantar más. Murió fue de maldad, le echaron brujería y se hinchó. Empezaron a salir las gotas de agua y así se secó. Yo tenía quince años. Así quedamos huérfanos de papá y mamá: Alicia, Gregorio, que en paz descansen, yo, Irene, que está allá todavía y Marcela.
Como ya mi padre murió, volví otra vez a Manak Krü con mi hermano Basilio, en paz descanse. Con él fue que empecé a vivir allá y entré en la escuela, más o menos aprendí a leer y algo más. Aquí no se daba nada de bachiller. Llegué hasta sexto grado. Las personas que tenían plata mandaban a sus hijos para afuera (fuera de Gran Sabana).
Tenía ya casi como 18 años. Entonces mi hermano me dice: “Gabriel, tú tienes que conseguir tu pareja, para que formes tu hogar, tu familia”. Como no tenía apoyo, tuve que quedarme en la casa de otra persona que me adoptó siendo yo grande. Era un policía, la mujer fue secretaria. Fui casi como niñero, eran mis hermanos. Así me conocen, me dicen “hermano”.
Músico
En ese momento, fundaron la Escuela de Música en Manak Krü. Empezamos a estudiar teoría, solfeo. Después, nos mandaron los instrumentos. Yo toqué saxofón tenor. Es grande, parece la trompa del elefante. Ahí fue que me conseguí una novia, que es la mujer que tengo ahorita. Ella era internada en la Catedral de Manak Krü.
En ese tiempo, el presidente fue Luis Herrera (1978-1993). Nos mandaron a llamar a Caracas. Fuimos donde llaman (Teatro) Teresa Carreño, con José Antonio Abreu, a hacer un curso de violín.
Iba a graduarme para músico profesional, pero el papá de la muchacha que es mi esposa, me la entregó de una vez”. Así me quedé. Hablaron los capitanes y dijeron: “Se va a casar”.
Me faltaban tres meses para graduarme como músico profesional. Me volví loco, 26, 27 años tenía yo, cuando conseguí la pareja mía. Así mismo. Yo estaba demasiado enamorado.
Ella es brasilera, (pemón) makuxí. Ella sabe su lengua.
Tengo siete hijos, cinco varones y dos hembras. Uno es profesor de Educación Física; la otra se fue para Maracay (estado Aragua), ya no pudo graduarse y se regresó; los demás se graduaron de bachilleres. Yo tengo ahorita una sola hija soltera, estudiando en Brasil, en la universidad.
La mina, la agricultura y las costumbres
Como no tenía dónde trabajar, fui a trabajar con las alcaldías, me volví minero. No me resultó tampoco porque era peligroso. Porque para entrar, bucear adentro (en las profundidades del río), es peligroso, yo trabajé en la balsa, me hundía 10 metros, pero más allá se me sonaba el oído -shimmmm- no podía aguantar. No era para mí ese trabajo sino la música.
Antes, sacaban bastante oro, por kilo, pero todo lo arruinaron, el río Ikabarú, el Waiparú, todo está arruinado, no hay oro. Tendrán por ahí, pero hondo, a 60 metros, buceando. Manual, por aquí, en seco habrá, pero en la mina está todo arruinado.
Los indígenas que están trabajando (la mina) no sabemos cómo administrar lo que conseguimos para comprar lo más importante. Para construir una casa mejor, hacer la escuela mejor o educar a nuestros hijos. Eso no lo pensamos. Solamente (hace un gesto con su mano, indicando beber).
Ahorita, nosotros mismos estamos haciendo la destrucción. No tenemos leyes y teniendo algunas, nosotros violamos nuestras leyes. La solución tiene que ser con los capitanes generales y nosotros como consejos de ancianos. La minería no tiene que continuar.
Vamos a parar porque estamos destruyendo nuestros ríos porque el río es la madre de nosotros porque sin agua no vivimos. Entonces, hasta ahí nosotros tenemos que frenarlo porque estamos destruyendo totalmente. Estamos enfocados demasiado en la minería, como ya nuestro Gobierno nos dejó sin empleo, sin nada. Entonces, entraron por la minería.
Los que vienen de afuera dicen: “Gran Sabana es como paraíso”. No lo queremos seguir destruyendo. El río Uairén era la madre de la gente que vivía en la orilla. Ahorita, está muerto.
Para no seguir destruyendo la montaña (en donde tradicionalmente se abren los conucos), podemos pedir la maquinaria para arar la sabana, igualita es destrucción, pero eso no es para dejarlo completamente pelado porque después de que ya sembramos, comimos, vuelve a nacer.
Nuestra costumbre es la agricultura, vivir, trabajar. Si mi familia me dice, tal día voy a visitarte, yo los espero, compro pescado, pollo, cocino. Nuestra costumbre es compartir. Es muy bonito.
Yo tengo casi tres meses sin ir al conuco, por la cuestión de que estoy operado de vesícula. Mi pareja está yendo al conuco solita. A veces, cuando invitamos a nuestros hijos, nos ayudan.
Por eso es que yo digo, nosotros no morimos de hambre por falta de trabajo. No nos morimos porque por la agricultura trae plata también.
Entonces y ahora
Nuestros ancestros vivían humildemente. No necesitaban plata. Nada más que vivían de agricultura, caza, pesca. La gente compartía, se invitaba, comían bien y tomaban su bebida, sin problemas. El capitán decía: “tomen con mucho cuidado, respeten sus hijos y su mujer”.
De aquel lado (Brasil), había una bodeguita de donde traían la carne de res. Comprábamos o intercambiábamos. 25 kilos de farinha (harina de yuca) por un toro. Allá mismo lo matábamos.
Pero hoy en día no, la cosa ha cambiado bastante. En ese tiempo, nuestros padres vivían salteados. Después que fundaron todo eso, vivienda, la cosa se cambió. Los viejos decían: “Cómo voy a vivir yo aquí, yo sé que me dieron la casa tan bonita, pero dónde voy a prender candela, para yo calentar”. En ese tiempo, nuestros ancestros se despertaban a la una de la madrugada, a prender candela, cantar y tomar su bebida. A la vez, también agradecían por las viviendas. Porque la luz, agua, baño y los cuartos.
Con estas viviendas que tenemos, este señor no me va a llamar a comer tumá. Ni yo. Nos dividió pues. Anteriormente, no. “Ahhhh, vamos a comer, vamos a comer”, decíamos. Todo el mundo llegaba. Se compartía. Hoy en día no. A esta persona, esta familia mía, que está aquí, al frente, yo no lo llamo a comer. No sé si comieron o no. Ese es mi sobrino, que está enfermo ahorita.
Sin idioma y sin danzas
Ahora, con esta educación, ya nuestros hijos no hablan nuestro idioma, ya lo perdieron. Pero todavía estamos aquí, podemos rescatar, comenzando a partir de ahora. Porque hay muchos profesores que están dando clases de Educación Intercultural Bilingüe, pero no es verdad porque hoy en día, en estos tiempos, no estamos hablando en sí nuestro idioma original, tenemos una mezcla: Kamarakoto, arekuna, taurepán (variaciones del idioma pemón).
Nuestros hijos no hablan nuestro idioma y nuestros hijos no bailan el baile típico, solamente reguetón. Yo iba a Brasil a bailar. No solo yo sino a hacer concurso con otras comunidades. Otras comunidades traían su cultura también. Entonces, nosotros disfrutábamos, con 200 personas, otras cantando, yo bailando. Me gusta. Mi cultura me gusta, yo no lo puedo olvidar, ni lo voy a abandonar, más bien yo voy a enseñar a mi nieto. A su padre ya no le puedo enseñar, la culpa la tenemos nosotros por no enseñar a nuestros hijos a hablar y presentar.
El sueño de su tío y su sueño
Ningún diccionario tiene esto. Tengo que organizarlo bien para hacer el libro. Tengo anotados 122 plantas, 80 animales, aves y rastreros, nombres de los picantes.
Mi hermano mayor, me enseño los tarén (invocaciones de la cultura pemón). Dijo: “Mira hermano, estos tarén son buenos. Primero el padre nuestro, el único es Dios. Entonces, tú tienes que pedirle permiso. Después, tu cantas: “Yo curaré, yo mejoraré, yo recuperaré y embelleceré”.
Tarén contra el mal de los venados montañeros, que ataca al que come cacería teniendo hijo recién nacido. Tarén contra culebra de agua. Tarén contra el aguacero, cuando se ve venir el aguacero, uno lo sopla y sopla, que no venga, que pare, que se seque. Tarén contra hemorragia de las mujeres. Tarén contra la serpiente de terciopelo o cuaima piña. Se nombra a los piaimä, los espíritus de la montaña, que viven en frío. Tarén contra el ahogamiento de un niño. Tarén para el niño asustado, que se pone morado y se muere.
Este diente duro (enseña sus dientes), este no es puente, este es diente original. Hay un tarén que se reza a los niños para que no les entren caries. Yo lo utilicé.
Por eso es que anteriormente, nuestros abuelos, nuestras abuelas morían de la vejez. No por enfermedad. Hoy en día la gente muere de vesícula, apéndice, hernia, quistes, tensión, todo.
Lo que llamamos Covid, lo que llamamos pandemia. Los hijos míos están todos vivos, yo los trancaba de una, los bañaba, cantaba, soplaba. Pero no fueron al hospital.
Mi tío fue Piaché bueno, Cipriano, papá de mi hermana Benedicta, que es mi prima hermana. Él trabajaba con marúa. Yo tengo marúa ahí, parece un papeloncito, papelón de caña. Es para prender el alma del niño. No había médico en ese tiempo. Entonces, él pensaba: “¿Cómo hago yo? Yo quiero ser piache, para curar”. Aprendió a ser doctor espiritual, cuidaba gente, bastante.
Hay otro piache, la mitad es doctor, la mitad es malo porque trabajaba con culebras. Por eso es que eran dos tipos de piaches: piache bueno y piache malo. Los malos actúan como la escopeta.
Ahora, ya no hay, se acabaron. No hay piaches ahorita.