En Venezuela residen dos millones de descendientes de italianos. Alesia Santacroce es uno de ellos. Con frecuencia hace a un lado su vida laboral para mejorar la situación de algunas comunidades caraqueñas. Cuenta que pese a las posibilidades que tiene fuera del país nunca se ha planteado emigrar
Por Daniel Benitez
Alesia Santacroce López, una joven venezolana de 33 años con nacionalidad italiana, estaciona su Toyota Corolla blanco al frente del preescolar Don Bosco, ubicado en Chapellín, un barrio en Caracas fundado hace más de 80 años.
Es miércoles y son las 10:00 am, es el día de la semana que Alesia dispuso para compartir con los niños de esta institución. Ayer apoyó en una jornada de vacunación a otros niños y los fines de semana sale por la ciudad a regalar platos de comida a personas que no tienen que comer.
Apenas apaga su vehículo, se desabrocha el cinturón de seguridad y se baja rápido del automóvil. Su ropa deportiva va en sintonía con su agitado estilo de vida. Maestras, cocineras y la directora del plantel la esperan en la puerta. La acogen como a alguien que aprecian y admiran.
–¿Me puedes ayudar a bajar unos jugos y unos ponquecitos? –le dice Alesia a una de las maestras.
Dentro de esa institución educativa funciona un comedor beneficiado por donaciones en el que se alimentan los niños del colegio. Alesia es una de esas personas que sienten satisfacción al ayudar a los demás. “Yo siento que es algo que yo tengo la capacidad de hacer y que disfruto haciendo. Hay muchas personas que hacen trabajo social porque quieren destacar, figurar o lograr un objetivo. A mí solo me interesa ayudar a la gente en la medida de mis posibilidades. Muchas veces eso implica un poco de sacrificio porque tengo que dejar mi trabajo de lado”.
A las 11:00 am, antes de que busquen a los niños, Alesia lleva la bandeja con los coloridos ponquecitos, entra al comedor y empieza a caminar entre las cinco mesas repartiendo los dulces a los 30 niños que asistieron ese día. “Cuando te vas a la cama y haces un balance de tu vida, tú dices, yo soy feliz ahí porque pude hacer una cosa buena. Esa cuota de sacrificio que uno hace está pagada con una satisfacción que es inexplicable”, dice mientras se mueve entre los niños.
Pero esta joven no solo apoya en el comedor: también tiene su propio proyecto. En marzo de 2017, vecinos de la parroquia El Recreo, liderados por Alesia y su familia, decidieron preparar una olla de lentejas para 40 personas que no tenían para comer. A partir de ese momento, nació el proyecto La Olla Milagrosa que hoy alimenta a 800 caraqueños todos los fines de semana. El comedor funciona gracias a las donaciones. Está ubicada en la Iglesia Chiquinquirá, ubicada en la Avenida Andrés Bello de Caracas.
Aunque Alesia es italiana, tiene la posibilidad de irse del país y asentarse de forma legal en Italia o algún país de Europa, ella no ha pensado en migrar. “Nunca me he planteado la posibilidad de salir de Venezuela, quizás me lo he cuestionado algunas veces, pero yo nunca me he visto con dos maletas en el aeropuerto, siempre lo he pensado como algo que yo nunca haría”, asegura Alesia con la voz entrecortada.
La formación como prioridad
Alesia Santacroce es abogada con una especialización en Derecho Procesal Constitucional de la Universidad Monteávila (UMA). Su curriculum no se detiene ahí. Continuó con sus estudios de cuarto nivel: cuenta con una especialidad en Gerencia de Empresas de Seguro y Reaseguros en el Instituto Universitario de Seguros (IUS), una maestría en Mercadeo del Instituto de Estudios Superiores de Administración (Iesa) y un diplomado Mujeres como Agentes de Cambio, promotores de la Cultura de Paz en la UMA.
Así como con los estudios, su trayectoria laboral es igual de amplia. Trabaja como gerente de producción en Coverplus, una empresa familiar de corretaje de seguros; se desempeña como consultora jurídica en la empresa Cayenne 2000 y, además, es gerente general de la galería de arte ArteMercadoOnline.com.
También dedica parte de su vida a la docencia en las escuelas de Derecho y Administración de su alma mater. Allí da clases de Inglés; redacción de textos jurídicos y metodología de la investigación, técnicas de estudio y plagio.
“No es un secreto que la docencia está subpagada. Pero creo que hoy en día lo más importante no es cuánto te pagan por hacer algo, lo más importante es qué impacto tiene eso que tú vas a hacer. Para mí el impacto que tengo en mis estudiantes no tiene precio, por eso dedico mi tiempo en educar jóvenes para que sean buenos profesionales y que puedan destacar en el futuro de Venezuela y el mundo entero”.
Raíces en busca de la tierra prometida
A pesar de que no existen proyecciones actualizadas sobre la población descendiente de italianos en Venezuela, el embajador de Italia Luigi Maccotta, en el 2010, estimaba que 5% de la población venezolana (poco más de dos millones de habitantes en la época) descendía de ciudadanos italianos. El Consulado de Italia en Venezuela explica que la mayoría de los italianos emigraron a este país como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y de las destrucciones del país europeo. El padre y los abuelos paternos de Alesia son un ejemplo de ello. “Mi papá vino a Venezuela en 1957. Llegó con un hermano y, posteriormente, viajaron mis abuelos”.
Los abuelos paternos escogieron Venezuela para trabajar y salir adelante. Ellos lo lograron. “Vinieron a buscar la tierra prometida, a hacer negocios, a invertir. Gracias al comercio lograron la generación de otros espacios de trabajo”.
No obstante, la historia de sus abuelos maternos, quienes son españoles, es distinta. Llegaron separados y con muy poco dinero. “Ninguno de ellos era profesional. Mi abuelo fue mecánico y mi abuela costurera y también limpió casas. Les fue difícil, no vinieron buscando ese paraíso, ellos vinieron para trabajar y salir adelante”.
Para los Santacroce López, quienes siguen en Venezuela, esta nación significa crecimiento, prosperidad, trabajo, pero a la vez hogar y familia. “Siguen apostando por Venezuela porque es el país que les dio una oportunidad de tener un negocio y de crecer”.
Un cuestionamiento que no significa migrar
Alesia solo ha ido a Italia un par de veces. La primera ocasión, viajó con su padre cuando tenía 19 años para visitar a sus familiares en Sant'Egidio alla Vibrata, un pequeño pueblo de Abruzzo, una de las 20 regiones de Italia.
Cuatro años más tarde, cuando tenía 23, volvió a Italia en una visita rápida. Esa vez fue por un viaje de amigos, donde conoció diez países de Europa.
“A pesar de estar allá, en ese momento no se me pasó por la cabeza quedarme o migrar. Yo estaba en Venezuela estudiando, tenía mi norte en mis estudios. Me había graduado en la universidad de abogado, hice una especialización en Gerencia de Empresas de Seguros y Reaseguros para tomar las riendas del negocio familiar. En ese momento, estaba en mi cabeza seguirme formando para trabajar en los negocios de mi familia”.
Alesia se ha cuestionado el hecho de permanecer en el país. Pero al hablar de esta posibilidad su voz se quiebra. La mitad de su familia está en otros países: su hermana mayor vive en Panamá y su hermana menor en Chile, quienes ya han hecho una familia fuera de las fronteras venezolanas.
“A veces me cuestiono si estoy haciendo lo correcto, si quedarse en Venezuela es realmente valioso y me va ayudar a seguir adelante. Si me va a ayudar a seguir los pasos de mi papá que tuvo un negocio próspero, que creció en un país que le dio las oportunidades para crecer”, comenta.
Agradece por tener la oportunidad de viajar por Europa y Estados Unidos y asegurarse de que Venezuela es donde quiere estar y desarrollarse. “Para mí Venezuela es mi lugar. Yo consigo en Venezuela cosas espectaculares, cosas asombrosas, cosas que me hacen feliz todos los días en cosas muy sencillas, que yo siento que no me harían feliz en otro lugar”.
“Veo las guacamayas y eso me hace feliz. Ver la montaña desde mi casa, saber que tengo la oportunidad de hacer cosas en este país, eso me hace quedarme. Para mí Venezuela es hogar, es calor de casa”, asegura Alesia.
Santacroce dice que en Venezuela siguen existiendo “acciones posibles, acciones positivas posibles” para transformar este país y seguir aportando y marcando una diferencia en el mundo.
Cuando habla de sus sueños su voz se entrecorta y toma aire para continuar. Ella desea tener una familia feliz, que se pueda conocer y que tenga oportunidades en su país. “Sueño con una Venezuela en la que podamos compartir, vivir, y sobre todo, que la gente quiera visitar, conocer, que no dé miedo. Yo sueño con ese país y sé que algún día va a crecer, prosperar, porque siempre hay personas dispuestas a aportar, producir y trabajar para ser un país mejor”.