Susana y su esposo tienen 24 años viviendo en Venezuela. Decidieron migrar a este país por el clima y la calidad de su gente. El panorama ya no es el mismo y tampoco les abundan las oportunidades. Aunque reconocen que hay muchas razones para retornar a Alemania siempre tienen un argumento para permanecer

Por Grisha Vera

Susana Schütt, de 57 años,  prepara la mesa de su patio. Insiste en conversar allí: “Bueno, parece que va a llover. Pero acá el paisaje es muy lindo”.

Y lo es. Desde la terraza de su casa se aprecia como el verde de las montañas se une con el cielo. El paisaje que se disfruta desde su terraza es uno de los tantos que se aprecian a lo largo de Venezuela: montañas imponentes que hacen parte de las carreteras y pueblos. Paisajes donde predomina lo verde por la cantidad de plantas y árboles frondosos. Para Susana, la vegetación y el clima son importantes, son dos de sus muchas razones para no partir

Minutos antes había tronado como poco ocurre en la Gran Caracas. El sonido fue estruendoso, el cielo estaba completamente nublado y caían unas pequeñas gotas.

Apenas Michael Schmitz, su esposo, llegó a la mesa el plan terminó. Rápidamente la convenció de que llovería.

Susana nació en Alemania, en Stuttgart, y llegó por primera vez a Venezuela a los 12 años. Su papá era boliviano, descendiente de alemanes y había emigrado en su juventud a ese país para cursar estudios universitarios. Décadas después decidió volver a América, pero no pudo permanecer en Bolivia. Tuvo que huir por ser objeto de persecución política. Escogió como destino Venezuela. Llegó en 1976 y decidió quedarse.

Era ingeniero mecánico y trabajó para el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) en el área de la termodinámica. Susana vivió su adolescencia cerca de Caracas y estudió en el colegio Humboldt. Al terminar el bachillerato regresó a Alemania.

Una década y media después, en 1997, volvió. Aunque, asegura, la decisión no fue de ella, Michael se había enamorado de Venezuela.  Para 2001, cuatro años después de la llegada de esta pareja, en el país vivían 3.926 alemanes, según los datos del Instituto Nacional de Estadística.

Hoy Susana también está enamorada de este territorio suramericano. A pesar de que más de 5.6 millones de venezolanos han encontrado muchas razones para no vivir más en el país, según la Plataforma de Coordinación Interagencial Para Refugiados y Migrantes. Michael y Susana, sin ignorar ni negar estas razones, siempre encuentran un motivo para quedarse.

Huyeron del invierno

El comedor de Susana tiene un ventanal que deja ver por completo las montañas, es el mismo paisaje que se ve desde el patio. Ella y Michael, mientras observan la tarde lluviosa aseguran que una de las cosas que más aman de Venezuela es su clima.

Susana es arquitecta y Michael geofísico. Él trabaja para Funvisis desde que llegó al país. También es profesor de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Simón Bolívar. Susana se dedicó por más de una década a la crianza de sus hijos y, ahora, da clases de alemán.

Se conocieron en Berlín cuando eran estudiantes universitarios gracias a la comunidad boliviana. El vínculo de Susana con ese grupo era su tío y el de Michael su interés profesional en América del Sur.

–Sus proyectos eran en invierno, en Suramérica –cuenta Susana– y yo me quedaba sola por tres meses en Berlín. Yo sufría muchísimo porque es oscuro, frío. Viajamos para acá a visitar a mis papás ¡y bueno! Este se enamoró de Venezuela y me trajo a mí de vuelta.

–Bueno, no fue tan difícil convencerla.

Un año después de llegar al país tuvieron su primer hijo. Susana comenta que la decisión de ser padres la tomaron después de migrar a Venezuela.

–Él dice que le debemos a Venezuela nuestros hijos, porque en Alemania a mí no me nacía

–No hubiéramos tenido los tres hijos ―insiste Michael.

–Tres no, pero uno tal vez sí ―aclara Sunana de inmediato―. Aquí la gente era tan diferente con los niños, eso nos conmovió muchísimo. También los hombres, eso allá no se conocía que un hombre dijera: “Que bebé tan lindo”. Que lo agarrara, lo carga. Antes en Alemania entrabas a un restaurante con niños y primero te miraban de reojo. “Ay esto va a ser un alboroto”. Ese era el ambiente  hacia los niños, especialmente en Berlín donde vivíamos

–Bueno, es mucho este tema de la calidad humana que nos amarra acá. Todavía sigue existiendo esa calidad humana a pesar de los problemas que conocemos y las circunstancias. Yo pienso que la calidad humana del venezolano sigue y la forma de ser del venezolano nos gusta –comenta Michael.

Pero para los tres hijos de Susana y Michael la “calidad humana” del venezolano no es suficiente. El clima tampoco. Los tres han tomado la misma decisión que tomó su madre al salir del liceo Humboldt: volver a Alemania.

Susana cuenta que sus hijos sienten que no pueden tener un futuro en Venezuela y ella lamenta tener que darles la razón porque, dice, las universidades no cuentan con los recursos y servicios básicos necesarios para su funcionamiento. Por ejemplo, tener agua en los baños.

–Al mayor –cuenta Michael–, un año antes de graduarse yo le pregunté: “¿Cómo te sientes tú? ¿Te sientes alemán o te sientes venezolano?”. Yo me sentí muy feliz cuando él dijo que se sentía venezolano.

La balanza sigue a favor
de Venezuela

Diagonal al comedor, en una media pared que lo separa de la sala, Susana y Michael tienen colgadas muchas fotos. Entre ellas, destacan varias de Venezuela. Michael señala una en la que aparece su hermana posando frente a los Tepuyes en la Gran Sabana. Advierte que, aunque por su trabajo ha viajado mucho, aún le falta conocer unos de los paisajes venezolanos más imponentes del mundo: el Salto Ángel.

El plan de Susana y Michael, cuando decidieron migrar para Venezuela, era vivir en él y pasar las vacaciones en Alemania. Pero desde hace una década la situación económica del país no les ha permitido cumplir sus planes. Ahora, intenta visitar  su país al menos una vez cada tres años. Como muchos venezolanos, Michael y Susana se han preguntado si lo más conveniente es planificar sus vidas fuera del país.

–Siempre pusimos los pros y los contras –dice Susana–. Ya este es nuestro hogar desde hace 20 años y despegarse de eso y decirle chao es muy difícil. Claro, la calidad de vida ha ido bajando, bajando, bajando. Lo de la inseguridad es terrible.

–Sí, pero hace años. Es un pelín mejor ahorita –argumenta Michael–. Es también una percepción, no hay una ciencia cierta de eso, de la violencia, del hampa. Ya en los años 90 nos decían: “Tú no puedes hacer esto”.

–Ese es un gran tema –advierte Susana–. Cuando llegamos aquí en los años 70 ya nos decían que terrible era todo: que te asaltaban, te quitaban, te secuestraban, siempre era un tema.

–Aparte de unas cosas pequeñas, no hemos sufrido.

–Tocamos madera –dice Susana mientras golpea su mesa suavemente–, porque eso sí, yo he pensado que si nos llega a pasar algo de violencia, de secuestro o de algo así, ahí si uno lo pensaría si quiere quedarse. Ese ha sido el factor por el cual muchos amigos se han  ido del país.

Enseguida, Michael interviene con una idea que promete ser el argumento base a su decisión de quedarse en Venezuela.

–Pero tú tienes que pensar cuándo se va uno de un país, este es nuestro país, no somos ciudadanos venezolanos, pero es nuestro país. Generalmente lo haces cuando eres joven. Teníamos 35 años cuando vinimos, ¿pero ahorita para tomar una decisión qué tiene que pasar? Yo me he desarrollado profesionalmente y la verdad que lo he hecho chévere. En comparación con muchos colegas míos que han tenido que emigrar porque no ganaban nada, yo he podido vivir un poco de los ahorros que teníamos.

–Vivir aquí para nosotros es un lujo –comenta Susana–. En el sentido de que nos damos el lujo de vivir aquí en el país que nos gusta, pagarlo con nuestros ahorros y no recibir nada de lo que trabajamos para vivir aquí.

Susana y Michael recuerdan que a ellos les empezó a afectar la situación económica de Venezuela en 2011. Tres años después, Michael optó por irse a Ecuador con una beca que consiguió para ahorrar y poder mantener a su familia en Venezuela. En ese momento se vislumbró la posibilidad de migrar a Ecuador.

–Siempre nos hicimos la pregunta, ¿nos vamos al Ecuador? No. Y ¿por qué no? Porque no es Venezuela –cuenta Susana–. Esa fue la respuesta, es que no es como acá. O sea, no es la misma temperatura, no es la misma vegetación, la gente es diferente. O sea, esto ya es nuestro.

Volver a Alemania también se lo han planteado. Pero Susana y Michael siempre encuentran un “pero” a la decisión de partir, allá no es sencillo conseguir trabajo a su edad en su campo laboral, comentan. Tendrían que dedicarse a otra cosa. Aunque Alemania siempre es la opción para la salvación económica, aseguran que no han tenido la necesidad de irse.

–Se ha invertido un poco el razonamiento –explica Michael–. Yo antes razonaba y decía, yo estoy todavía acá, cuando estaba ese auge de violencia, de secuestro, porque no tengo plata, no soy objetivo. Ahorita, la situación es al revés, estoy acá porque todavía tengo algo de plata.

Susana duda que ellos puedan vivir un re-auge de Venezuela. “Pero” esto no les impide continuar en el país. El sentirse menos inseguros y no tener necesidades básicas no son las únicas razones. Servir de soporte, con su labor, a la educación del país es otro argumento para permanecer aunque, advierten, no es un trabajo sencillo. Ella enseña alemán a profesionales y reconoce que sin querer los ayuda a irse. Michael, en cambio, forma a geofísicos que al graduarse no consiguen oportunidad de empleo, la caída de la industria petrolera les ha limitado sus opciones.

–Él y yo estamos formando a gente en Venezuela para el mundo, no para Venezuela y eso nos duele mucho.

–Yo he trabajado mucho últimamente en las ciudades, viendo cómo se comportan las ciudades en caso de sismo, un poco mi especialidad, entonces es otra motivación. No quiero dejar varios proyectos a medias, he formado un grupo y estamos discutiendo que tenemos que hacer para terminarlo y dejar algo a las ciudades.

Michael y Susana han reflexionado mucho si quedarse o salir. Tienen tantas razones para estar en Venezuela como para huir. “Pero”, siendo alemanes aún se extrañan que se lo pregunten. Pareciera que los demás en su entorno no logran ver todos los argumentos que ellos tienen para seguir, para agradecer y confiar en que las cosas cambien.

–Me llama mucho la atención –comenta Susana– es que mucha gente últimamente nos ve en la calle y nos reconocen como extranjeros y nos preguntan: ¿Oye y ustedes que hacen todavía aquí? ¿Por qué no se han ido? A muchos los han amedrentado, les han extorsionado. Entonces esa gente agarró sus cosas y se fue. Incluso venezolanos descendientes de alemanes, pero nacidos y vivido toda su vida aquí. La desesperación es tan grande, ¿será que estamos equivocados? O sea, yo me he preguntado muchas veces viendo a la manada irse, ¿está mal querer quedarme todavía?

Después de un breve silencio Susana concluyó:

–No. Yo pienso que estamos en lo cierto.