Es venezolano y portugués. Sus amigos que han migrado insisten en que busque nuevas oportunidades afuera, pero Xavier siempre está calculando y, por ahora, asegura que no cree conseguir en otro país el cobijo y la estabilidad económica que tiene en Venezuela

Por Grisha Vera

Xavier Rodríguez en agosto cumplió 35 años y también iba a celebrar su tercer aniversario de bodas. Pero la relación tuvo un quiebre, su esposa quería irse de Venezuela y él no.

Aclara que esa no fue la única razón: no haber vivido solos, el desorden, las personalidades, las diferencias en la crianza… Pero el amor de su parte, asegura, no ha acabado. Intentaron mudarse solos. Era económicamente factible y también buscó ayuda en un terapeuta. Cuenta que lo intentó todo, menos emigrar.

Xavier desconfía. Para él no es sencillo tomar decisiones. Analiza los modos, las oportunidades y las posibles consecuencias de sus acciones. “Mi exesposa no está pensando ni siquiera en la posibilidad de que no le vaya bien. Ok que uno sea muy positivo, pero hay que ser realista, esto es un azar: 50% bien, 50% puede ser que no vaya bien”.

La exesposa de Xavier vio en unos amigos el ejemplo y por eso decidió irse. Pero él difiere: “Ellos tienen en total como seis años allá. Se fueron bien económicamente, tienen casa en Portugal, no generaban gastos de alquiler, pudieron aguantar bastante y aparte se establecieron en una situación económica normal de Europa. ¿Pero en la pandemia? A la gente la están sacando de los trabajos y a los que quedan les redoblan el trabajo y deben cumplir. Actualmente esta muchacha –la amiga de su exesposa– está en eso. Ella está en atención telefónica, y no sé, su horario era de seis de la mañana a doce del día y ahora está de seis a seis porque han sacado gente por la pandemia, por la recesión económica”.

Es un aficionado a los carros. Dice que solo viendo aprendió a manejar y reparar los autos. Quiso estudiar ingeniería mecánica, pero en su momento no quedó en la universidad y, siguiendo la tradición familiar, decidió estudiar administración para encargarse de las cuentas de sus propios negocios, cuando los tuviera. Mientras estudiaba y después de graduarse ocupó cargos gerenciales en dos empresas tecnológicas.

Xavier escucha atentamente y pretende decir más con la mirada que con las palabras. Sonríe. El ruedo de su pantalón llega justo al borde superior de los zapatos, su cabello también está en orden.

Nació en Venezuela en el año 1986 y, desde hace cuatro años, cuenta también con la nacionalidad portuguesa. Tiene amigos en España, Irlanda y Miami. Lo motivan a irse del país al igual que su exesposa. Tiene algunos bienes que pudiera reclamar en Portugal, la tierra natal de su papá, sin embargo, para él estas no son razones suficientes para emigrar.

Cada vez que sus amigos y conocidos lo invitan a salir del país, las cuentas no le cuadran. Pero no es solo la incertidumbre de la estabilidad económica. Xavier no ha salido de Venezuela, pero la idea tampoco le entusiasma. Parece que no ve cobijo afuera:

“Para nosotros, desde pequeños, viajar al exterior significaba salir a disfrutar. Es como cuando sales de tu casa y te vas a un parque, vas al parque a disfrutar y vuelves a tu casa a tu vida, a tus cosas. Entonces, nuestro país es nuestro hogar y los otros países son para disfrutar, para conocer, pero no para vivir”.

Oportunidad

El papá de Xavier llegó a Venezuela en 1954, cuando Europa estaba devastada por la crisis que ocasionó la Segunda Guerra Mundial. Pero a diferencia de gran parte de los migrantes europeos, su papá no llegó por necesidad, sino por oportunidad. Entre 1940 y 1969, según el Instituto Nacional de Estadística, llegaron a Venezuela 21.731 portugueses.

“Cuando Europa se estaba recuperando, papá se vino con todos esos portugueses, italianos, etc. Pero mi abuelo en Portugal no estaba devastado por la recesión económica, por así decirlo, sino que mi abuelo tenía negocios acá de antes. Entonces, ellos se vinieron a atender esos negocios, porque ya mi abuelo no quería venir a Venezuela. O sea, eso es lo que él llegó a hacer aquí, a trabajar en frigoríficos que eran de mi abuelo”.

En la última década millones de Venezolanos han salido a buscar empleo, comida o seguridad. Algunos se van caminando, otros comparten sus fotos encima de la obra de Carlos Cruz-Diez en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía. Aunque las condiciones del viaje son distintas, las razones de la mayoría son las mismas: sienten que en Venezuela no consiguen oportunidades para vivir.

Xavier no descarta emigrar, pero él sí encuentra razones y oportunidades para seguir en el país. Dice que no tiene la necesidad de salir ni cuenta con una oportunidad en otro lugar que le permita repetir la experiencia de su padre, o al menos no logra verlas fuera de Venezuela.

En su casa, su papá no hablaba portugués, cuenta que su mamá no se lo permitió. La relación con la comunidad portuguesa en Caracas no la mantuvo. Dice que los portugueses de la vieja escuela, de la generación de su padre, tenían otros valores. Para él la nueva generación es ostentosa y no se identifica. Xavier es el hijo número cinco de seis hermanos, los mayores le llevan 10 años y ninguno se ha ido del país.

Al inicio de la pandemia, Xavier comenzó un emprendimiento con dos amigos. Compran al papá de uno de ellos material de seguridad industrial a precio de importador y los distribuyen a través de un emprendimiento online que vende productos de bioseguridad.

“Acá se vendían esos artículos para uso médico. Entonces llegó la pandemia y todo se volvió una locura. Y bueno, el negocio se enfocó hacia lo que es bioseguridad, pero realmente no hay nada especial para el COVID en estos productos. Todos son de uso médico, protegen obviamente porque son contra agentes virales”.

Xavier confía en su emprendimiento y planea comprarse un apartamento en el corto plazo. Sin embargo, cuenta que no ha tenido las oportunidades que sí tuvo su padre:

“Antes aquí con tu sueldo podías comprar hasta una casa, era lo que él me contaba. Imagínate, él a sus 30 años acá tenía ya como cinco hijos, cuatro carros, dos casas. Yo a mis 35 casi que lo que tengo es carro y ya. Yo no descarto la opción de irme, pero lo quiero hacer cuando yo quiera. O sea, que aquí digan: ‘Bueno señores, tienen seis meses para que se vaya el que se quiere ir y los otros se quedan aquí en dictadura´. Aunque ya estamos ¿no? Pero bueno, de verdad tiene que ser algo que yo diga que tengo que irme porque sí”.