LISA HENRITO
“Las lideresas estamos para hallar soluciones, no para crear más problemas”
LISA HENRITO
“Las lideresas estamos para hallar soluciones, no para crear más problemas”
La capitana de la Comunidad Indígena Pemón de Maurak combina carisma, inteligencia y formación para el liderazgo. Tiene el perfil para dedicarse a la alta política, pero prefiere dar todo por el fortalecimiento de las organizaciones tradicionales de base comunitaria
Son las nueve de la mañana de un miércoles de mayo de 2021 y Lisa Henrito, capitana de la Comunidad Indígena Pemón de Maurak, recién bañada y con vestido a media pierna, atiende a todo el que llega en su habitación de cuatro por tres metros que forma parte de una construcción tipo palafito, “Pasa, esta es mi oficina”, bromea. Entonces, subo los cuatro o cinco escalones que conducen del suelo al lugar de la capitana y me siento en la cama, junto a quien me precedió, un trabajador de una de las dependencias de la Capitanía.
Maurak deriva de Mauraik, que significa trampa para peces. La comunidad fue nombrado así por la abundancia de estos en los ríos de la zona. Se encuentra a 12,5 kilómetros al suroeste de Santa Elena de Uairén, la última ciudad en el sureste venezolano, frontera con Brasil. Al pronunciar Maurak, contrae a y k con fuerza. El pemón es ágrafo, cuando los monjes capuchinos, que llegaron a Gran Sabana en los años 30 del siglo XX, escribieron tal palabra emplearon la k para graficar un golpe de voz seco al final.
El palafito, hecho totalmente de tablas, es prueba genuina del origen Lisa Henrito. Nació en 1973, en la comunidad indígena de Paruima, a orillas del Kamoirán, en la República Cooperativa de Guyana. Cuando pronuncia Paruima, enrola la r, en su acento anglosajón. Aunque nació en Guyana, es venezolana. Lo es porque sus padres son indígenas venezolanos por nacimiento y además porque los pueblos originarios no conocen fronteras. Los Pemón habitan el territorio compartido entre Venezuela, Brasil y Guyana y lo recorren hasta donde se encuentre la familia. Por estos días, su foto de perfil en Facebook lleva al fondo un mensaje que dice: “Me vas a hablar de fronteras a mí, que soy como el viento”.
Cuando Lisa era niña, su papá fue seleccionado para cursar Teología, en el Caribbean Union College, de Trinidad y Tobago, en donde la familia vivió cinco años. Allí comenzó preescolar. “Fue el primer pastor adventista pemón”, subraya la primogénita. De regreso a Guyana, ingresó a la escuela secundaria St.Joseph Mercy High School Woolford Avenue, Georgetown y recibió una beca por desempeño. Ella dice que por haber nacido en Guyana y por hablar inglés es la razón por la que la han tildado de “secesionista” y de “traición a la patria”. Como lo hizo el general de brigada Roberto González, en un programa de Venezolana de Televisión (VTV). Al igual que “agente del Imperio”. Como ocurrió cuando, siendo funcionaria del Ministerio de Salud, solicitó medicinas y atención para su pueblo a los médicos adventistas estadounidenses.
Esta mañana, “la capi,” como la llaman cariñosamente, recibe noticias del Aeropuerto Internacional de Santa Elena: La mayoría de la docena de empresas que funcionan en esas instalaciones ubicadas en territorio de Maurak no han pagado la renta por el uso de la sede, ni siquiera la Corporación Venezolana de Minería (CVM). El retraso, explica, retrasa a su vez la contribución de la Capitanía en beneficio de los 73 servidores en las áreas de salud, educación y seguridad. Muchos de ellos son empleados públicos cuyos salarios apenas rozan los dos dólares. La Capitanía provee un aporte de 300 reales brasileros (Rs.) mensuales por persona (equivalente a 60 dólares, U$S), dándole prioridad al personal del Ambulatorio Comunitario. Maurak tiene aproximadamente 3.000 habitantes (1.528 en el centro y una cantidad similar en las periferias), la mayoría son agricultores de subsistencia (las piñas de sus conucos son dulcísimas), empleados públicos o privados.
La preocupación de Lisa tiene fundamento. El presupuesto comunitario de Maurak es de Rs. 29.000 mensuales (U$S.5800) y proviene fundamentalmente de los alquileres de los galpones en la Troncal 10 y del Aeropuerto. La partida para el pago de salarios suma Rs. 21.900 y los restantes Rs.7.100 tienen que dedicarse a todos los demás gastos de emergencia como, por ejemplo, la movilización y viáticos de tres habitantes de Maurak quienes, en pandemia y con la frontera cerrada, debieron ser trasladados a Boa Vista (Brasil, a 230 kilómetros) por distintos tipos de tumores.
Luego, Lisa recibe a un habitante de la comunidad que requiere una constancia de residencia, probablemente para acceder a las zonas mineras del Sector 7-Ikabarú, en donde la Seguridad Indígena exige el respaldo emitido por la Capitanía Comunitaria, en el caso de los indígenas o por la Capitanía General, en el caso de los no indígenas. Durante la pandemia, los habitantes de esta frontera que salgan del municipio deben demostrar ante los organismos militares que son residentes al momento del regreso.
Minutos después, llega una mujer joven de la Seguridad Comunitaria de Maurak, quien le solicita dinero para comprar las medicinas faltantes para un anciano hospitalizado por Covid en el Hospital “Rosario Vera Zurita” de Santa Elena. Lisa revisa los récipes. Sus uñas son bien cuidadas, largas y coloridas. La mujer le dice que debe comprar también una caja de pollos para el almuerzo de las enfermeras, que hoy celebran su día y del personal de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que participa de la jornada de vacunación. La capitana explica que la administración es responsabilidad del equipo de Tesorería que por motivos laborales se encuentra en Ciudad Bolívar, capital del estado del mismo nombre, a casi 900 kilómetros de distancia. En Gran Sabana no hay servicio de llamadas, ni móvil, ni fija, desde hace más de una semana y los dos representantes de Tesorería llevan más de 20 horas sin conexión. La capitana se preocupa. Está pendiente de su equipo de trabajo, especialmente cuando salen de su territorio.
Lisa suele decir: “Si voy a hacer algo, voy a hacerlo bien”.
Antes de convertirse por segunda vez en la capitana de Maurak, fue la abnegada cuidadora de su padre enfermo de Alzheimer. Apenas le daban el tiempo y el ánimo para peinarse y vestirse. Era como si su devoción filial sanara la herida que le dejó la masacre de Kumarakapay y Santa Elena en febrero de 2019, la incursión militar en la Gran Sabana en la que asesinaron cuatro indígenas, 13 resultaron heridos y casi 1000 fueron desplazados, incluyendo algunos de sus sobrinos.
Con la misma entrega se desempeñaba anteriormente como asesora y proyectista de Salud Indígena Municipal, sorteando la burocracia para apoyar a todos, desde un niño con parasitosis, desnutrición o labio leporino, una parturienta con preclamsia o un minero con paludismo recurrente en igualmente en 2016, lideró la Jurisdicción Especial Indígena creada para frenar la violencia, inusual en Territorio Pemón, lo cual devino en la creación de la Guardia Territorial Pemón (GTP) y pasaba las noches (y días) en “el Comando”, una churuata, de piso de cemento y techo de palma, localizada en el patio de la Coordinación Policial Gran Sabana. “Vamos a estar aquí, en estos días es cuando hay más malandros”, dijo en la Navidad del turbulento año, el mismo año en el que el Ejecutivo decretó el Arco Minero del Orinoco y se produjeron muertes violentas y saqueos en Gran Sabana. Lisa venía de titularse como experta en Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas, en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto, Bilbao e hizo pasantías en las oficinas del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (OACDH), en Ginebra.
Ya en 2010, había realizado un diplomado de Fortalecimiento del Liderazgo de la Mujer Indígena, impulsado por el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FILAC) y la Universidad Indígena Intercultural (UII). Y en 2006, se involucró de tal manera en el programa de Salud Indígena del Ministerio del para la Salud que esa propuesta se constituyó en la semilla del Servicio de Atención y Orientación al Indígena (SAOI) en los estados con población originaria.
En 2005, pasó por la Federación Indígena del Estado Bolívar (FIB), denunció la corrupción y desmontó el intento de volver esas denuncias en su contra. Y en 2002, tenía 29 años, ganó por primera vez la Capitanía de Maurak (2002-2005) y asistió a una reunión en la sede local de Relaciones Exteriores, en donde el representante del Ministerio (Pinto) le dijo “Tú que te la pasas peleando como india, por qué no viniste en wayuko y con tus plumas a ver si es verdad la cosa”. A lo cual respondió: “Yo no soy un objeto de curiosidad, ni vengo para acá para que me tomen fotos, vengo aquí para escuchar a ustedes y que ustedes me escuchen a mí”.
A finales de los noventa, se sumó al movimiento indígena que fracasó al ir contra la explotación minera de la Reserva Forestal de Imataca (Decreto 1850) y la Interconexión Eléctrica Venezuela-Brasil, pero triunfó en 1995 contra Turisur, el proyecto para la construcción de un hotel en la prístina Sierra de Lema. También en los noventa, se formó como administradora en el Instituto Universitario Adventista, en el estado Yaracuy y perfeccionó su español, mientras su familia se radicaba en Maurak. Pero antes de todo lo anterior, recibió la orientación de su padre: “Vas a estudiar, pero para apoyar y ayudar a tu Pueblo”, recordó para Tierra de Resistentes.
El padre falleció por Covid el 10 de junio de 2020, el día en que su primogénita cumplía 47 años. Superado el luto, ella decidió competir por el máximo cargo dentro de la organización comunitaria pemón: la Capitanía Comunitaria. Ganó y se juramentó en enero pasado para el período 2021-2025. Esa mañana, se movía sin zapatos por el altillo de la Casa Comunal. “Yo hablo mejor descalza”, respondió, cuando alguien le ofreció un par de sandalias, al momento de pronunciar sus palabras. Tal vez porque así afianza su relación con la tierra. Durante su discurso, llamó a los líderes a reflexionar acerca de qué pueden hacer para aliviar el drama social que sufren los miembros de su pueblo en medio de la crisis generalizada del país. Recordó también: “Somos un pueblo indígena, nuestra visión, apoyada en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, es tener un lugar en donde vivir como pueblo indígena”. Se refería a la razón de todo lo que ha hecho en esta vida: la defensa de su territorio, de ese espacio amplio en el cual los Pemón han vivido desde tiempos remotos y en donde desean seguir viviendo, a su modo y en paz.
Ahora, en el centro de la habitación, su casa materna, se encuentra la lanza de madera, de más de un metro de largo, que termina en una punta color rojo sangre, como símbolo del poder y responsabilidad que la comunidad depositó en ella al juramentarla. Yendo y viniendo alrededor, esta mujer de baja estatura aunque imponente presencia, atiende tantas situaciones como habitantes tiene su comunidad. Indiferente, Phoebe, una de sus tres gatos, duerme sobre una mesa. Tanto como a su gente, cuida de Phoebe, Salem y Duquesa y de sus cuatro perros Lady Sansa Stark, Feoncio, Doky y Zippy.
Ya sobre las 10:00 am, recibe un larguísimo mensaje de voz vía WhatsApp de un habitante de Maurak preocupado por la discusión inter comunidades que ha generado la fiscalización y vigilancia de los caminos ancestrales, convertidos en trochas en tiempos de crisis, pandemia y cierre fronterizo. El ruido ronco de las gandolas cargadas de alimentos básicos brasileros sobre la Troncal 10, la vía nacional, se cuela entre las tablas, dificultando la escucha. “¿Cómo haces para dormir aquí?”, pregunto. “Uno se acostumbra. Antes no dormía”, responde.
“¿Y esa botella, tía?” , pregunta un sobrino refiriéndose al frasco de Camelinho, un licor barato brasilero que mantiene en la repisa junto a los cosméticos “Se lo quité a un borracho de la comunidad”, le responde. Lisa no consume licor y, aunque respeta las preferencias personales, cree que los excesos no deben perturbar la tranquilidad colectiva.