Mujeres de jaspe

Seis lideresas del Pueblo Indígena Pemón

La realidad del Pueblo Indígena Pemón que habita en el extremo sureste venezolano, un territorio vasto que se extiende hacia Guyana y Brasil, no se aleja de la profunda crisis que atraviesa el país. Como nunca antes, los pemón experimentan y resisten en carne propia el avance del extractivismo en la región, la fiebre del oro que revuelve todo, debajo y sobre la tierra que ha generado diversas estrategias de sobrevivencia, casi siempre vinculadas a la minería. También son víctimas de la delincuencia, que nunca como ahora había causado estragos en sus tierras ancestrales  y de inédita  la militarización del territorio,  sustentada oficialmente en el supuesto control de la violencia. 

Para liderar a su gente en estos tiempos turbulentos, cada vez más comunidades indígenas pemón escogen a mujeres como sus capitanas, es decir como sus máximas lideresas, voceras de los asentamientos conformados por varias familias casi siempre emparentadas. Entre 2002 y 2005, otro momento cumbre del liderazgo pemón femenino, había cuatro mujeres al frente entre los seis sectores que conforman la Gran Sabana. Actualmente, son nueve sólo en el sector 6 - Akurimö, según Jorge Gómez, el líder de más larga trayectoria dentro del territorio pemón.

Tal vez, las eligen porque son ellas más organizadas, más gregarias, más aguerridas, más creativas, más honestas o porque simplemente representan un cambio frente al liderazgo tradicionalmente desempeñado por hombres también cuestionado en estos tiempos. Para la época actual y sus innumerables retos, nuevas lideresas.

Por tradición, quienes asumen el liderazgo comunitario del Pueblo Pemón deben ser indígenas, hablantes de su idioma y del español, de forma que sirvan de voceros dentro y fuera de la comunidad.  Deben, además, vivir en el asentamiento que lideran. Sin embargo, ajustadas a estos nuevos tiempos de cambios, encontramos  lideresas mestizas, es decir hijas de madre indígena y padre no indígena, para quienes la decisión de ser capitanas surge como una vía de regreso a su cultura, un ancla hacia una identidad indígena que reafirman conscientemente como propia, a pesar de que no hablan perfectamente su idioma, puesto que el contacto con su familia indígena se fracturó temporalmente o porque crecieron fuera de la comunidad por motivos tan cotidianos como la cercanía de la escuela.

Casi todas son madres y viven en pareja, pero hay quienes siguen solteras y sin hijos desafiando costumbres y prejuicios. Algunas lideresas salieron temporalmente de su comunidad para estudiar y todas coinciden en la importancia del estudio.  Por lo general, las que estudiaron se formaron en internados religiosos y regresaron después a sus comunidades. Otras pocas fueron a la universidad, en donde se titularon como maestras o administradoras, pero igual sueñan con ser abogadas. Para ellas en el conocimiento de la ley encuentran la posibilidad de garantizar sus derechos.

Para conocer a seis de las lideresas del Pueblo Indígena Pemón compartimos con ellas su día a día y realizamos estos perfiles, procurando evitar los riesgos de juzgar o de idealizar lo que, a fin de cuentas, desdibuja por igual la condición humana salpicada de virtudes y defectos. Incluimos en la serie a Emilia Castro, la primera capitana de los pemón, porque -como expresó Lisa Henrito, capitana de Maurak- “con ella comenzó todo”. 

Son ellas, como todas las pemón, las herederas de Aromadá  la mujer de jaspe (Kakó), una mujer descrita como rojiza, brillante, hermosa y guerrera, fuerte y resistente, parecida al lecho de la quebrada cuyo color rojizo se intensifica al contacto con el agua, fría, ocre y cristalina.  Es el elemento unificador de todo cuanto conforma la Sabana. Según la mitología pemón, de Kakó fue la mujer de Kaponoko (Wei, el sol) madre y padre de los Makunaima, el clan heroico fundacional de este pueblo indígena.

Los Pemón en tiempos pandémicos

El Pueblo Indígena Pemón está conformado por alrededor de 30 mil personas, de acuerdo con los registros del Consejo de Caciques Generales y del Censo 2011. La mayoría habita en la Gran Sabana, Wektá, tierra de tepuyes, una inmensa altiplanicie amurallada por esos cerros de cimas aplanadas por el tiempo, surcada por nacientes de agua, poblada de morichales y bosques húmedos tropicales. Durante siglos, sus hombres y mujeres repitieron los usos y costumbres de sus ancestros y apenas desde la segunda mitad del siglo pasado, propios y extraños se dedicaron al turismo, al comercio, al transporte y en menor medida a la minería.

Pero ahora, ante la crisis, que en la zona se manifestó definitivamente desde la creación de la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco (AMO, Decreto 2.248), en febrero de 2016, aquellos que siempre vivieron aislados se enfrentan a un dramático cambio del paisaje y de las dinámicas cotidianas: primero fue la comercialización de gasolina venezolana; después el crecimiento acelerado de la población no indígena; les siguieron la caída estrepitosa del turismo, el incremento sin ley de la minería del oro, la arremetida de los grupos armados conocidos como “sindicatos”, la creciente presencia de organismos militares y policiales y, más recientemente, la transformación de Santa Elena de Uairén, la capital municipal, en un puerto seco sin infraestructura -apenas conectado por la deteriorada carretera Troncal 10 al interior del país- a donde llegan y desde donde salen gandolas brasileras y venezolanas cargadas de alimentos hacia el oriente, centro y occidente de Venezuela. 

Desde hace dos años, se sumó a todo lo anterior la pandemia del COVID-19 y el cierre de la frontera binacional Venezuela-Brasil que implicó el bloqueo de bienes y servicios básicos para la población aledaña.  Tanto indígenas como no indígenas del lado venezolano se solían surtir de buena parte de lo elemental -desde alimentos y medicinas hasta salud y educación. También por ese hito fronterizo, ingresaban hasta 2020 los escasos turistas que seguían visitando el tepuy Roraima, uno de los principales atractivos naturales del Parque Nacional Canaima, patrimonio de la Humanidad de la Unesco. 

Tanto la importación formal de alimentos por vía terrestre, como el ingreso por los caminos alternativos al paso binacional han dado cabida a una nueva variedad de estrategias de sobrevivencia, desde caleteros a “trocheros”, que traen sobre sus espaldas o en motos la gasolina, gas doméstico y una infinita variedad de productos. En la medida en que la crisis se ha extendido y profundizado, ya no sólo los no indígenas se incorporan a esas actividades, también lo hacen cada vez más los indígenas quienes, acorralados por las dificultades, han tenido que echar a un lado sus prácticas tradicionales (el conuco, la caza, la pesca, la recolección) para incorporarse a las filas de una economía informal que se sustenta en las condiciones que imponen la escasez y la ilegalidad. 

En este contexto, las estrategias de sobrevivencia de los más vulnerables, de aquellos que llegan a la frontera huyendo de las insoportables condiciones de vida en las regiones más pobladas de Venezuela, se convierten a su vez en amenazas para la permanencia de cultura originaria, especialmente para las mujeres y los niños, los más expuestos. En las comunidades fronterizas en donde la gasolina se ha convertido en la principal fuente generadora de recursos, por ejemplo, algunas de ellas, incluso muy jóvenes, se prostituyen, mientras que los niños dejan de soñar un futuro mejor, inspirado en el estudio y el trabajo, para succionar gasolina de los vehículos brasileros y vaciarla en los bidones o directamente en tanques de carros venezolanos e historias similares se repiten en las comunidades indígenas practicantes de la minería, en donde la posibilidad de vivir mejor se desvanece tan pronto como se acaba el dinero pagado por las gramas extraídas o se seca el yacimiento.

A mediados de 2021, cuando iniciamos este trabajo, la gasolina que movilizaba a este extremo del país era casi totalmente de origen brasilero (traída por las trochas, es decir por los pasos alternativos).  El litro costaba entre 7 y 10 reales, es decir de 1,4 a 2 dólares, pero, cuando las condiciones del paso alternativo se complicaban, podía llegar a Rs. 20, es decir a $. 4 por litro y lo propio ocurría con la mayoría de los productos. A pesar de que los comestibles de consumo masivo (como la harina de trigo, el arroz y el aceite), entraban al país por la Aduana Ecológica de Santa Elena, los precios se ajustaban al criterio escasez-ilegalidad.

La moneda en curso era el real brasilero, que por transferencia bancaria se pagaba en agosto 2021 en 770 mil bolívares (Bs. 7,7 después de la conversión de octubre de 2021) ; el servicio eléctrico se limitaba a la capital municipal, el resto de las comunidades indígenas o mixtas distantes se servían en su mayoría de generadores (y del combustible); la telefonía residencial era escasa, la móvil fluctuante, la internet dependía en gran medida de los servidores privados, la mayoría de ellos también brasileros. La vialidad se encontraba en condiciones de deterioro extremo: mientras que en la ciudad el asfalto fue arrasado por las gandolas, en las vías rurales principales, como la Santa Elena- Ikabarú, segunda parroquia del municipio, en lugar de granzón había bombas de lodo infranqueables.

De todos esos retos está hecha la vida de la población local, de indígenas y no indígenas, pero especialmente la de los líderes pemón que deben lidiar como cualquier mortal con la crisis y sumarle a eso la defensa del territorio que para ellos significa la existencia de su pueblo. Como escribió en 2019 Juvencio Gómez, líder pemón oriundo de Kumarakapay, ahora en el exilio: “Mi territorio es en donde se recrea mi vida, es en donde está mi origen, mi historia, mis raíces, la razón de mi existencia”. Siendo así, el territorio es la vida.

Como resultado de este trabajo periodístico devolveremos a las comunidades del Pueblo Indígena Pemón, además de los perfiles, una cartilla que titulamos Claves para el ejercicio del liderazgo desde el punto de vista de la mujer Pemón, en las que sintetizamos, en español, aquellos aspectos que en la convivencia con las capitanas surgieron como consejos para quienes en tiempo presente y futuro deseen liderar a su pueblo.

EMILIA CASTRO

La primera capitana Pemón que soñaba ser maestra y lideresa desde niña

San Rafael de Kamoirán

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San Rafael de Kamoirán

LISA HENRITO

“Las lideresas estamos para hallar soluciones, no para crear más problemas”

Maurak

LISA HENRITO

“Las lideresas estamos para hallar soluciones, no para crear más problemas”

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DARCY SÁNCHEZ

La lideresa mestiza que unificó la candidatura indígena a una alcaldía

Manak Krü

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RINA BRACHO

La abuela cuarentañera que hace radio y conduce una comunidad en la que todos son familia

Wara-Merú

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ARELIS CASADO

La dirigente que sueña con una comunidad productiva para que los jóvenes no “pierdan su esencia” en las minas

Turasén

ARELIS CASADO

La dirigente que sueña con una comunidad productiva para que los jóvenes no “pierdan su esencia” en las minas

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ENGRACIA FERNÁNDEZ

La capitana sin lágrimas en medio de un huracán sin fronteras

San Antonio del Morichal

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La capitana sin lágrimas en medio de un huracán sin fronteras

San Antonio del Morichal

Créditos
Textos: Morelia Morillo
Fotografías: Morelia Morillo y Violeta Scott
Mapas e infografía: Milfri Pérez Macías
Diseño y montaje: Carmen Riera
Edición y coordinación: Lisseth Boon