RINA BRACHO

La abuela cuarentañera que hace radio y conduce una comunidad en donde todos son familia

RINA BRACHO

La abuela cuarentañera que hace radio y conduce una comunidad en donde todos son familia

La primera mujer Pemón en asumir una Capitanía en la Gran Sabana tiene claridad de propósito y la determinación que el liderazgo requiere. Aunque los problemas de su comunidad le ocupan buena parte de su tiempo, no deja de atender ni a su familia ni a sus gallinas, loros y perros. Mantiene los pies sobre la tierra. 

ELa capitana de la Comunidad Indígena Pemón de Wará-Merú es una de esas mujeres con la habilidad y la gracia para atender -sin complicarse- a sus hijos y al resto de los habitantes de la población que lidera.

El 27 de junio 2021, día en que fue juramentada como capitana de la Comunidad Indígena Pemón de Wará-Merú, la vida de Rina Bracho (39) dio una voltereta:  se mudó a casa de su mamá, en la comunidad;  dejó de hacer su programa de radio en vivo y se las arregla para atender a sus cuatro hijos, sus dos nietas, su marido, su mamá (74) y al resto de su gente. Según el censo, ya desactualizado, Wará-Merú alberga de 38 a 39 familias, aproximadamente 170 habitantes. Todos son familia de Rina.

La comunidad de Rina está ubicada a no más de dos kilómetros al noroeste de Santa Elena de Uairén, con el agravante de que entre la ciudad, la comunidad de Manak Krü y Wará Merú se interpone una pronunciada pendiente, una vía de granzón parcialmente encementada, que permite salvar, con jadeos y sudores, una especie de lomo rocoso. A sus costados, se ubica el cementerio de Manak Krü y Wará Merú, la comunidad indígena de donde proviene más de la mitad del agua de la que se sirve la capital municipal, Santa Elena.  Por eso, al sitio también se le conoce como “Wará, la represa”.

Aun así, cercana y fuente de agua, Wará-Merú, que se independizó hace cuatro años de San José de Wará, la comunidad matriz, seguramente creyendo que la emancipación aliviaría sus penurias, sufre de los males propios de quienes habitan en el rincón del olvido: pobreza, falta de servicios e incertidumbre con respecto al porvenir, que afecta aún más a niños y jóvenes. “Mi preocupación es mi comunidad, mi familia. Los adultos y los jóvenes no tuvieron una educación. La juventud está un poco perdida en el alcohol y hay más que todo muchos niños y ahí es donde yo quiero llegar, a rescatar a los niños en educación y cultura”, expresa Rina con respecto a la motivación que la llevó a competir, fallidamente, por la Capitanía en una primera oportunidad y nuevamente, hasta lograrlo, cuatro años después. Ella es, por tanto, la segunda capitana de su comunidad después de que se independizara.   

Rina es hija de Elisa Daniel Turarén, indígena pemón y de Pedro Jesús Bracho, no indígena oriundo de Punto Fijo, estado Falcón. Su mamá es nativa. Su papá llegó a Santa Elena de Uairén en los años 80, convidado por un grupo de amigos que viajó a la frontera para instalar la red eléctrica conectada a un ruidoso generador. La pareja, sin embargo, se estableció en Punto Fijo, en donde nacieron y crecieron tres de sus cuatro hijos; la primera llegó al mundo en Aragua, hasta que sobrevino la separación y Elisa se devolvió a Gran Sabana, a las dos churuatas que entonces conformaban la comunidad. Rina tenía un año de vida. “Pero soy de aquí, aquí es donde me quedo y me siento bien”, puntualiza.  

Retratos de los padres de Rina colgados en su casa en Wará Merú. Ella, indígena de la Gran Sabana (estado Bolívar); él, criollo oriundo de Punto Fijo, estado Falcón

Retratos de los padres de Rina colgados en su casa en Wará Merú. Ella, indígena de la Gran Sabana (estado Bolívar); él, criollo oriundo de Punto Fijo, estado Falcón

De regreso, y con cuatro hijos, Elisa se empleó en la compañía que construía la urbanización Cielo Azul, el primer urbanismo no indígena de la ciudad, en donde le fue entregada una vivienda rural para facilitarle la vida y la de sus hijos. Si aún hoy, llegar a Wará-Merú amerita de un esfuerzo físico, entonces era mayor el reto. Igualmente, la mujer y sus hijos iban a Wará, a casa de la abuela, con frecuencia, a mitad de semana, el sábado o domingo. Viviendo en esa modesta Cielo Azul, crecieron Rina y sus hermanos. “Como dice mi hermana, dormíamos en una esponjita”, comenta mientras cruzamos el jardín frontal, lleno de especies florales, como la trinitaria roja, esquivando las tres perras. 

Adentro, en la sala de la casa que Rina ocupó hasta que fue nombrada capitana, permanecen los retratos de los padres, ambos en tonalidades grises: Elisa de cabello corto y bien peinado, de fisionomía típicamente indígena y Pedro Jesús, de melena, ojos claros y rasgos perfilados. Mientras recoge lo que se va a llevar (más ropa y la caña de pescar de su hijo de 10 años), comenta nuevamente que le preocupan los niños y jóvenes de su comunidad, la adicción al alcohol de algunos de los adolescentes, el desconocimiento de la cultura y de la lengua. “No quiero que ellos pasen por lo que estoy pasando yo”, dice refiriéndose a sus limitaciones con el pemón taurepán. 

Ella asegura que entiende, saluda y pronuncia algunas palabras, que no se siente rechazada. “Pero hay partecitas que no entiendo y eso me pone triste, me hace sentir muy mal”, expresa.  A pesar de la alegría del momento, ese sentir ensombreció el día de su juramentación: invitó a la abuela Benedicta Asís, lideresa espiritual y cultural de los pemón, para que compartiera los cantos y bailes tradicionales; la abuela trató -infructuosamente- de comunicarse con los niños que asistieron al evento, pues muy poco o nada le entendían. “A mi me daba pena”, dice Rina, quien explica que, de niña, su mamá volvía a casa al final de la tarde, ya de noche, agotada y les hablaba español. Aunque siempre estuvo cerca de su familia materna, no consiguió aprender el idioma. “No teníamos ese contacto fuerte con la comunidad”, lamenta ahora.

La casa materna, en donde vive actualmente, está localizada en la cúspide de la loma que amuralla a Wará-Merú. Allí, en esa casa hecha de retazos (Elizabeth, una de las hermanas de Rina, relata que a su mamá siempre le gustó ese terreno y que allí se hizo su casa, con los materiales disponibles), comparte con su mamá y su hermano (42), quien quedó ciego a los 22, a consecuencia de un violento glaucoma. “Me gusta estar aquí, siento que en los momentos en que me necesitan estoy. Siempre me he sentido bien aquí, desde pequeña”, expresa mientras espera el comienzo del acto de promoción de la Unidad Educativa Nacional “Wará-Merú”, una escuela de dos aulas de donde hoy, a mediados de julio 2021, serán promovidos tres estudiantes de inicial y 11 de primaria.

“Soy de aquí, aquí es donde me quedo y me siento bien” dice Rina

“Soy de aquí, aquí es donde me quedo y me siento bien” dice Rina

Rina, vestida de camiseta rosa y gris, blue jean y zapatos deportivos, preside la mesa de las autoridades. La actividad de culminación del año escolar es, a su vez, el momento de regreso a la escuela, después de un año y medio de clases no presenciales, debido a la pandemia. “No se queden hasta aquí, hay que estudiar y saber mucho para trabajar por nuestra comunidad”, expresa Rina en su intervención. 

Culminadas las palabras de las maestras, la capitana inicia la entrega de los certificados. Al cierre del acto, sale al pasillo frontal de la escuela donde pega el viento frío de la cordillera y recibe de manos de su hija menor (14) los resultados de los exámenes médicos. La chica tiene una erupción en la cara. Rina comenta que aún no se sabe con certeza de qué está padeciendo, pero está recibiendo tratamiento. Llega también la segunda de sus cuatro hijos (17) con su bebé en brazos, le pide que la ayude a comprar los pañales, pero ella le responde que no tiene dinero. La chica abriga a la bebé y se va con su hermana a casa de la abuela, subiendo la rampa encementada. Rina comenta: “No tenemos nada, ni siquiera transporte”, refiriéndose a los servicios de su comunidad. Caminan bajo la llovizna.

Rina hizo parte de la escuela primaria en la Unidad Educativa “Fe y Alegría de Manak Krü”; pasó, junto a su hermana menor, María Angélica, un par de años internada en el colegio católico de Kavanayén, precisamente para aliviar a su mamá que “era madre y padre”; estudió en el Colegio Santa María y terminó su bachillerato en Ciudad Bolívar. El papá de Rina murió cuando ella tenía nueve. Aunque no fue a la universidad, hizo un curso de radio y obtuvo su certificado como Productora Nacional Independiente. Desde hace 10 años hace radio. De lunes a viernes, de dos a cuatro de la tarde, conduce Dance Music en Rumbera Network 100.3 FM. “Con eso me ayudo un poco”, comenta refiriéndose a las cuñas.  Su compañero desde hace cinco años es taxista. “Él es un hombre bueno, le gusta mucho ayudar a la gente”, refiere.

Al día siguiente, Rina va a Pacaraima, la primera localidad brasilera, al otro lado de la frontera, para cobrar a sus patrocinantes. Sus tarifas publicitarias van de 80 a 150 reales ($.16 a $.30). Compra pañales y un vaso con válvula para su nieta, la bebé de su hija mayor, quien le pidió ayuda para comprar pañales el día anterior. “Se lo compré porque me di cuenta de que no tenía vasito para tomar agua y dije le voy a dar ese regalito”, comenta. 

“Ellos dos se lanzaron al agua muy temprano. Yo les hablaba mucho, pero decidieron hacer familia”, conversa en varias oportunidades con respecto a sus dos hijos mayores, el muchacho, de 19 y la muchacha, de 17.  Los dos viven con sus parejas, ambos en comunidades indígenas, él en Manak Krü y la chica en Wará-Merú. “Ahora andan corriendo por 20 reales ($4)”, comenta después de conversar con el varón, quien le dice que necesita dinero para comprar leche y pañales. Le dice también que ha colocado su currículum en varios sitios, pero que nadie lo ha llamado. Rina comenta que ya él estuvo trabajando en una mina y que ella vivía muy nerviosa, pensando en los derrumbes de tierra que tantos muertos causan cada año.

“Yo estoy por ellos (la comunidad) que no tienen a alguien que les enseñe sobre este nuevo tiempo”: Rina

“Yo estoy por ellos (la comunidad) que no tienen a alguien que les enseñe sobre este nuevo tiempo”: Rina

La capitana combina sus oficios de madre con sus gestiones comunitarias. Mientras solicitaba las contribuciones para la celebración del Día del Niño en la Alcaldía de Gran Sabana, retiró los materiales escolares de su hijo de 10, quien cursa cuarto de primaria en Pacaraima, en una escuela pública brasilera que -durante de cierre fronterizo pandémico- envía las      tareas a realizar mensualmente para los alumnos que viven en Santa Elena. Rina se ocupa de los niños propios e hijos ajenos, de aquellos que con escasa frecuencia reciben regalos.

El tema de sus hijos, padres a temprana edad, es tan recurrente en la conversa de Rina como la desorientación que aqueja a los jóvenes de su comunidad. “Yo no estoy por el nombramiento de ser capitana, yo estoy porque ellos (los miembros de la comunidad), que no tienen a alguien que les enseñe de este nuevo tiempo”, expresa. Le preocupan sobre todo los jóvenes, de 15 a 22, a quienes pocas veces ha conseguido ver sobrios. “Sueño con conseguir un financiamiento y hacer una casa en donde ellos aprendan a hacer Kachirí, kasabe, kumachí”, la bebida, el pan y la salsa picante de los pemón.